CORRESPONSALES ( 2)

 

figuras-tbbf-Fritz Winter- mil novecientos treinta y cuatro

 

Las distancias para los corresponsales de prensa hace años eran fundamentales. En mis tiempos de Roma o de París – en la década de los sesenta – había que calcular muy bien el recorrido desde el domicilio hasta la oficina telegráfica desde donde se debía transmitir cuando no se utilizaba el teléfono como algo primordial. No existía, naturalmente, Internet, el corresponsal no notaba en el cogote – como escribió Xavier Batalla – el aliento de los locutores de la CNN.

En 1964, como corresponsal en Roma de dos diarios españoles, había previsto con exactitud el tiempo que empleaba en automóvil – vía Cristóforo Colombo, Piazza Venecia, vía del Corso, Piazza San Silvestro – para llegar a la hora designada a la oficina del «télex». Roma tenía además una ventaja excepcional. Los despachos de la Stampa Estera – la prensa extranjera – estaban situados frente a frente con la oficina telegráfica y un corresponsal podía, o bien trabajar en casa y atravesar la ciudad para entregar la crónica, o bien hacerlo en la sala de prensa extranjera y al concluir –

 

figuras-oco-Chris Fennell- dos mil nueve

 

entre colegas como Julio Moriones, Luis León de la Barga, José Salas y Guirior – bajar rápidamente las escaleras y cruzar la estrecha calle con la crónica en la mano antes de que Jaime Campany se adelantase con su proverbial velocidad.

Eran tiempos distintos en el periodismo tanto en París como en Roma, como en cualquier otra parte del mundo. El oficio es el mismo y la intuición permanece inalterable, pero lo que la época siempre altera y seguirà modificando es el modo y el rito de las transmisiones. Cuenta Luis Foix cómo José Luis Navarro, que firmaba en La Vanguardia con el seudónimo de «José Luna» desde su corresponsalía en Rabat, tuvo que mandar su crónica en 1972, cuando ocurrió el atentado al rey Hassan ll, a través de un pariente suyo que residía en Tánger, al estar cerradas todas las comunicaciones de Rabat con Europa.

Lo importante siempre es transmitir. Que llegue a tiempo la crónica periodística. El primer paso es ese minuto de la transmisión: comunicar en el momento preciso. El paso anterior es la redacción, la construcción de esa crónica; el paso precedente es el análisis, y antes, por supuesto, la observación. Y aún existe un primerísimo paso cada día que es el de la elección del tema.

Yo he escrito, tanto en Roma como en París, numerosísimas crónicas en el coche. Había que acortar al máximo el tiempo para la transmisión, asunto verdaderamente capital. ( Si nos asomamos por un momento a la Historia, el gran periodista Josep Pla, corresponsal de La Publicidad en París en 1919, pasó sus primeras semanas en el Hotel de Nantes, en una calle adyacente a la iglesia de Notre-Dame de Lorette. Pero fue al

 

figuras-unree-Sohan Qadri- dos mil siete

 

cabo de un mes, cuando su amigo, el grabador Ricart, le recomendó otro más céntrico, el Hotel de Rouen de la rue Notre-Dame des Victoires, entre la Biblioteca Nacional y la Bolsa, a cuatro pasos del centro internacional de prensa con oficina telegráfica que Pla tenía que utilizar.) Por mi parte, y modestamente, yo agradeceré siempre en aquel 1968 el cuartito en la rue Gaillon que me permitió estar a un paso de la place de la Bourse desde donde mandaba mis crónicas por «télex» y agradeceré ese enclave, muy cerca de los puentes del Sena, que también me permitió seguir el 11 de mayo hacia las tres de la tarde a la enorme multitud de estudiantes cruzando el río camino de la Sorbona en plena ebullición de los «sucesos» del llamado mayo del 68.

 

ciudades.-68jj.-París.-11 de mayo 1968.-Gilles Caron

 

(Imágenes-1-Fritz Winter– 1934/ 2.-Chris Fermell-2009/ 3,. Sohan Qadri- 2007/4.- París, mayo 1968- Gilles Caron)

LUCES Y SOMBRAS DEL PERIODISMO (2)

Ayer citaba una pequeña reflexión de luz sobre el periodismo. Hoy toca una pequeña – o quizá grande – reflexión sobre la sombra que rodea al periodismo actual (al menos, al español). La última aportación de gran interés fue también la de ayer, de Juan Pedro Quiñonero, en su magnífico blog de referencia Una temporada en el infierno. Conviene leerla.
Pero volviendo – como ayer – al libro de Pilar Diezhandino, «La elite de los periodistas«, copio algunas de las conclusiones que de él se extraen: «Los periodistas (españoles) como élite están instalados en la provisionalidad permanente. En la radio y, sobre todo, en la televisión la fama es muy efímera. La de la prensa es más estable, pero el periodista se debate siempre entre subir puestos en el escalafón, lo que supone alejarse del pálpito de la calle, o no conseguirlo y afrontar el fantasma de un cierto fracaso.
Hay motivos para ello. La élite de esta profesión en este momento es muy joven: justo por encima de los cuarenta años. Ha llegado, por las circunstancias especiales en que se ha desarrollado el periodismo en estos últimos tres lustros, a los puestos más altos en plena juventud, lo cual ha traído como efecto negativo un cierto síndrome de ascenso rápido y, dicho de otra forma, una suerte de frustración si superada la cuarentena no se han alcanzado otras cotas de responsabilidad que las simplemente informativas.»
En la mención a las nuevas generaciones -sigue Diezhandino -» se manifiesta una cierta dosis de escepticismo: a la idea general de que los jóvenes profesionales están bien formados, se une la impresión mayoritaria de que la suya ha sido una enseñanza carente de un principio primordial: el del rigor y la exigencia personal. Sorprende y alarma la impresión de que en la enseñanza de los futuros profesionales no se ha puesto el suficiente hincapié en la necesidad de la integridad personal y profesional. Una ausencia que da lugar a que en muchos jóvenes periodistas prevalezca, sobre cualquier otra meta profesional, una ambición sin límites. El todo vale. La impresión de que las jóvenes generaciones mimetizan enseguida lo más reprochable: esa cierta tendencia de la profesión a la prepotencia. En palabras de un también joven director de revista: «Es terrible que alguien con seis años de profesión diga o crea que ya lo sabe todo«.

Abundando en las nuevas generaciones, una preocupación compartida es el fenómeno de la saturación de periodistas, lo que irremediablemente ha llevado a una precariedad laboral sin precedentes. Del miedo al desempleo ha nacido el espíritu de meritoriaje permanente que, a su vez, ha ido socavando la necesaria actitud agresiva, en el mejor sentido de la expresión, crítica, que le debe ser propia a la profesión. La precariedad laboral propicia empleados sumisos y obedientes.

Buena parte de la élite acepta la acusación de falta de rigor en el producto informativo, «camuflada con la apariencia y el tono de certeza apabullante». Hacen suya la crítica de que el periodismo hoy adolece de no verificar la información, no comprobarla, de limitarse a contrastar opiniones, el blanco y el negro, el pro y el contra, de eludir el esfuerzo de acudir a canales subterráneos, a tres o cuatro fuentes.

Un asunto, en esa misma línea de denuncia de los males de la profesión, que está casi siempre presente en las reflexiones de los profesionales, es cómo responder al hecho de que los medios tengan cada vez una tendencia mayor a ser simples cajas de resonancia de declaraciones, precisiones y análisis eleborados por instituciones y centros de opinión externos, sin ser siquiera comprobados en profundidad por los redactores ni publicados con la debida contextualización. Cada vez más, los contenidos llegan desde el exterior y la función de los periodistas se circunscribe a meterlos en los medios para ayudarlos a entrar en la opinión pública.»

En otro párrafo Diezhandino añade: «Entre las cualidades más comúnmente apreciadas de un periodista están: la capacidad de trabajo, talento, discrección y humildad. Otras cuatro definen el grado óptimo del profesional: templanza, integridad profesional, rigor y autocontrol (controlarse mejor que controlar)».

Todas estas opiniones – que me parecen reveladoras – las recojo en mi libro «París, mayo 1968″ (páginas 279-282).

No suelo hablar de política en Mi Siglo. Pero hoy dejaré aquí la reflexión de que, en las últimas elecciones españolas, prácticamente ningún periodista (alguna excepción hay) – y menos en los debates televisados – ha destacado por su posición crítica respecto a ningún político, fuera él del poder o de la oposición. Todo ha quedado en un asentimiento cauteloso, embozado por alguna «falsa» pregunta en apariencia «inconveniente», para salvar las apariencias. El resto ha sido mover la cabeza y la pluma en un agradecimiento silencioso a quien, desde la política, tenía a bien contestarle.