BERTHE MORISOT

«Berthe Morisotla evocaba así Paul Valéry -vivía en sus ojos grandes, cuya extraordinaria atención a su función, a su acto continuo, le daba ese aire extranjero, apartado, y que apartaba. Extranjero, es decir, extraño. Era sencilla, pura, íntima y apasionadamente trabajadora, más bien reservada, pero con una reserva llena de elegancia. Con unas cuantas ideas trataré de aclararme un poco la naturaleza profunda de este pintor, que vivió en otro tiempo en figura de dama arreglada siempre con delicadeza, de rasgos notablemente marcados y un rostro claro y decidido, de expresión casi trágica, en el que a veces se formaba de los labios sólo una sonrisa tal que daba a los indiferentes lo que les correspondía y les mostraba lo que debían hacer».

Sentado también Renoir ante el marchante Ambroise Vollard hablaban los dos de Berthe Morisot y Renoir la recordaba: «¡ Una pintora de un temperamento tan pronunciado que va a nacer en el entorno más austeramente «burgués» que haya existido nunca y en una época en que un niño que quisiera pintar no estaba lejos de ser visto como la deshonra de la familia!. Y qué otra anomalía ver aparecer, en nuestra edad del realismo, a una pintora tan impregnada de la gracia y la delicadeza del siglo XVlll; en una palabra, el último artista elegante y «femenino» que ha habido desde Fragonard, por no hablar de ese algo «virginal» que madame Morisot poseía en tan alto grado en toda su pintura».

«Ya sabe – continuaba – que el primer profesor de madame Morisot fue Corot. Éste sentía por ella una gran amistad, pero una vez ella le preguntó el precio de una de sus telas, un Corot que hoy valdría unos doscientos mil francos:

-Para usted – le contestó él -, serán mil francos.

Imagínese la cara de los padres cuando la muchacha fue alegremente a anunciarles el «favor» que le hacía su maestro…

Otro detalle que le mostrará hasta qué punto Corot respetaba la naturaleza: un día que su alumna le llevó una copia que había hecho de él:

– Empiécelo otra vez – le dijo -: ¡en mi cuadro, la escalera tiene un peldaño menos que en su estudio!».

Así seguían hablando Renoir y Vollard como cuenta este último en sus conversaciones con Cézanne y Degas (Ariel). En varios de esos coloquios está presente Berthe Morisot, aquella mujer que fue pintada por Manet, que la hizo posar, con las piernas cruzadas, sobre una silla de taller, sosteniendo cerca de su cara un abanico español negro y abierto, cuyas varillas ocultaban susgestivamente todo menos la boca.

Se quejaba Berthe Morisot de las gentes que se arremolinaban a su alrededor cuando montaba el caballete para pintar al aire libre.

Así era la primera mujer impresionista, que nos visita ahora con una exposición.

delicadeza de sus colores,

esbozo de sus figuras abstraidas,

y Manet pintado por la propia Morisot.

(Imágenes_- 1.-Berthe Morisot.-por Manet/2.-Berthe Morisot-.en un parque.-1874/3.-Berthe Morisot.-la cuna.-1872,.colección madame Pontillon/4.-Berthe Morisot.-el espejo de cuerpo entero.-1876/5.-Berthe Morisot.-en el balcón.-1871/ 6.-/Berthe Morisot.-interior de una casa.-1886/7-Berthe Morisot.-flores blancas en un tazón.-1855.-Museo de Bellas Artes de Boston/8.- Berthe Morisot.- joven tejiendo.-1863.-Metroploitan Museum of Art/9.-Berthe Morisot.- Eduard Manet.-colección privada.-art-vallpaper. com)

ARTISTAS Y MARCHANTES

Estos hombres agachados sobre las manos y las rodillas, ocupados en acuchillar el piso de uno de los nuevos apartamentos de Haussmann fue la obra «Cepillando el parquet» que Caillebotte presentó en la exposición de 1876, en la galería de Durand – Ruel de la calle Le Peletier de París. Como señala  Sue Roe en «Vida privada de los impresionistas» (Turner), sorprendieron en este cuadro los músculos de la espalda de los hombres «en los que casi se puede sentir la presión de sus brazos u oler la madera mientras las virutas salen despedidas por la ventana«.

El ojo y el cálculo de Durand-Ruel, el célebre marchante, estaban detrás de esta exposición de doscientos cincuenta y dos lienzos, entre los que destacaban «Comerciantes de algodón» y «En el café» de Degas o «La japonesa» de Monet. «La japonesa«, con sus vivos tonos rojos, fue vendida por dos mil francos. Pero era Paul Durand- Ruel, un francés bajito e impecablemente vestido, con levita negra, cuello almidonado y sombrero de copa – tal como lo describe Roe al llegar éste diez años después a Nueva York para preparar en América una exposición de los impresionistas – quien tendría una gran visión de futuro: fuertemente endeudado, en parte por las dos décadas de continuado apoyo a los artistas, lograría al fin hacer historia en Nueva York en 1886.

Los marchantes han recorrido los tiempos gracias  a su intuición, su olfato, su habilidad para descubrir lo que el día de mañana se considerará excelente. En torno a Ambroise Vollard, al que alguna vez he aludido en Mi Siglo, giraban Cézanne, Degas y Renoir, y también su apuesta – ganada – por Rouault. En torno a D. H. Kahnweiler, al que también me referí aquí, giraron Picasso, Braque, Léger o Gris.

Pero no todo el mundo tiene cualidades de marchante y tampoco las relaciones entre marchantes y artistas han sido muchas veces fluidas. Cuando Jean Gimpel en «Contra el arte y los artistas» (Granica) habla de los marchantes cuenta como en 1674 el marchante Floquet impone sus temas al pintor; le encarga aquellos que el público pide para su negocio: ese pintor, Elias van den Broech, que recibe un salario anual, deberá estar diariamente a disposición de Floquet para pintarle todos los temas que su fantasía comercial pueda imaginar.

«Nací pintor – se lamentaba en el siglo XVll Louis- Henri de Loménie, conde de Brienne – y me hice conocedor de la pintura a fuerza de dinero. La curiosidad por los cuadros solo es buena para los pródigos como yo y para los reyes que pueden hacer tales gastos sin incomodidad. Pero para los particulares, por cierto una gran locura, y el gasto supera infinitamente sus fuerzas y sus medios… He gastado mucho dinero en cuadros. (…) Yo me conozco muy bien. Puedo comprar un cuadro sin consultar a nadie y sin temor de ser engañado por los Jabach y los Perruchot, por los Forest y los Podestá, grandes traficantes de cuadros que vendieron en su tiempo copias por originales…».

(Pequeño apunte en estos días en que la prensa habla del galerista Larry Gagosian y de su nuevo espacio expositivo en París)

(Imágenes:-1.-cepillando el parquet- 1875.-Gustave Caillebotte.-Museo d`Orsay/2.- Paul Durand -Ruel.-por Renoir.-1910/3.-La japonaise.-Monet.-1876/ 4.-el viejo clown con perro.-Georges Rouault.-fundación Rouault/ 5.-Retrato de Kahnweiler.-Picasso.-1910- instruct. vestwalley.edu)

VLAMINCK, EL HOMBRE DE LA CORBATA DE MADERA

vlaminck-ff-remolcador-1905-artexpertisinc«Maurice de Vlaminck cuenta el marchante D. H. Kahnweiler Mis galerías y mis pintores») (Ardora)   – se fabricó una corbata de madera que se enganchaba al cuello de la camisa y que era, creo recordar, de lunares amarillos. Apollinaire habla de ella como «de un arma defensiva y ofensiva». Le impresiona sobre todo esa corbata de madera barnizada con crudos colores que le sirve para distintos usos, en general ruidosos y ofensivos; Apollinaire estaba convencido de que Vlaminck «por simpatía personal y, sobre todo, digámoslo sin ambages, por interés, ha asumido la peligrosa tarea de asesinarnos. Vestido con un traje de caucho y armado con una corbata, nos sigue a todas partes, acechando el momento de poder asestarnos, a traición, un golpe mortal con su instrumento».vlaminck-8-el-hombre-de-la-pipa-1900-elmundoes

La pintura de este «gigante rubio de ojos de porcelana, cubierto con un minúsculo sombrero hongo y vestido con un hermoso traje de entrenador» es la que se presenta estos días en Madrid, en Caixa Forum, hasta el 7 de junio. Vlaminck, como señaló el crítico de arte Gustave Coquiot, era «un gigante de alma tierna, un zafio que se enfrenta al gran camino con un montón de telas por pintar». Violinista dotado, ciclista en todo tiempo, su padre -cuenta Pierre Assouline en «En el nombre del arte» (Ediciones B) – desplegaba argumentos para probarle advirtiéndole que viviría más tranquilo si lograba ser director de banda en una pequeña ciudad de Seine-et-Oise que si se dedicaba a la pintura.

– ¡La pintura!, para dedicarse a la pintura es necesario ser rico.- le decía.

Pero el hijo no le escuchó. Siguió su vocación.

Vlaminck y Kahnweiler se compraron un velero y una canoa automóvil que hacían evolucionar por el Sena. Los habían bautizado respectivamente, y como homenaje a los primeros libros de Max Jacob y Apollinaire, Saint Matorell y L´Enchanteur pourrisant. En aquellas tardes y en otras muchas el célebre marchante decía del pintor:

Vlaminck… -señalaba Kahnweiler – ¡Qué buen pintor! Para mí representa la abundancia. Es el río Nilo que fertiliza las tierras con sus aguas.vladminck-gg-el-camino-1958-artexpertsinc

(Imágenes: Maurice de Vlaminck : 1.-Remolcador.-1905.-artexpertsinc/ 2.-El hombre de la pipa.-1900.-elmundo.es/ 3.-El camino.-1958.-artexpertsinc)