EL PERIODISMO Y LA DUQUESA DE ALBA

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«La duquesa – que no es sólo duquesa, sino también marquesa, condesa, baronesa, vizcondesa y muchas cosas más – comenzaba su célebre entrevista la brillante y temida Oriana Fallaci en el Palacio de Liria– estaba en el séptimo mes de gestación de su quinto hijo, llevaba un delantal, y tenía los cabellos tan incoloros que no se distinguía dónde acababa el cuero cabelludo y dónde comenzaban los cabellos, que eran rubios. Como los personajes reales de quienes habla, la duquesa es muy linda y muy gentil, y su principal preocupación era decir lo menos posible. En efecto: estuvimos juntas casi cuatro horas, y cuando oí de nuevo todas las cintas magnetofónicas descubrí que apenas había hablado sesenta minutos. Si a esto se añade el detalle de que la voz de la duquesa es un susurro y no conseguí descifrar muchos susurros, debo concluir que aún habló menos.»

Realizada en febrero de 1963 y publicada en «LÉuropeo», Oriana Fallaci confesó que – como en las otras diecisiete entrevistas que reunió luego en «Los antipáticos» (Mateu) -, se trataba de un monólogo provocado por la periodista mediante preguntas u opiniones. «A mi entender – escribía en aquel famoso encuentro -, la duquesa es una mujer muy compleja. Dice que no va de caza porque no puede matar un pajarito, y sin embargo ella misma es torera y adora ver matar a los toros. Dice que no es rica, y su colección de obras maestras no admite precio, y además posee cincuenta castillos y no sé cuánta tierra y oro líquido. Dice que la entusiasman aquellos cuadros que me hacían caer en éxtasis, y luego ni los mira siquiera. Por temor a deteriorarlos con una partícula de humo no me atrevía siquiera a encender el cigarrillo. «Pero ¿qué hace? – exclamó al fin la duquesa -. Fume, fume. Yo fumo siempre aquí dentro.» Tal vez porque la duquesa es muy linda y muy gentil.»

 

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Una pluma acerada la de Fallaci, unos ojos penetrantes.

«- Usted está emparentada con la casa real inglesa a través de los Stuart y de Jacobo ll. ¿Conoce a Isabel y a Margarita?

– A Isabel la he visto en las recepciones. A Margarita la conozco desde niña, pues ambas estábamos en Londres. Nos encontrábamos a menudo en las parties infantiles. Bebíamos naranjada, hacíamos bonitas estatuillas, y en el momento de partir nos regalaban una pelotita cogida de un hilo. No, no estuve presente en la boda de Margarita… es muy linda y muy gentil.

(…)

– Sé que es usted una excelente torera.

– No exactamente torera, sino rejoneadora. Los rejoneadores torean a caballo. Me dediqué con ahínco cuando era más joven. Estudié con Conchita Cintrón hace bastantes años. Pero no rejoneé en las plazas de cara al público. Lo hice en el campo, para algunos amigos. Sí, ya sé lo que está pensando: que también el toro es un animal. Pero es un animal que puede matarnos. Mató a Manolete. Conocí muy bien a Manolete. ¡Qué personalidad tan extraordinaria!… Aristocrático, trágico; no se parecía a nadie.»

 

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(…)

«Adoro la pintura. ¿Ha visto mi estudio? Pinto al menos cuatro días a la semana. Hoy día los aristócratas deben demostrar que saben hacer lo que hacen los demás. Aparte el hecho que pintar es mi gran pasión.

– Dígame, duquesa: ¿ qué más sabe hacer con la misma habilidad? ¿Qué más podría hacer si se viese obligada a trabajar para vivir? Ya comprenderá que hablo por hablar, pues mi pregunta resulta absurda.

– Bailo bien el flamenco. Lo bailo desde niña. Adoro el flamenco. El flamenco robustece los músculos y da elasticidad a los movimientos. Hay que estar muy sano para bailar flamenco.

– ¿Qué piensa de todo esto su marido, el duque de Alba?

– ¡Oh! Mi marido es completamente distinto. Se ocupa del campo, de los olivares, del ganado, del grano, y hasta es miembro de la Academia de Bellas Artes. (…) ¿Quiere ver mi biblioteca? Está el Diario de a bordo de Cristóbal Colón. Y las cartas de Isabel la Católica. Los estudiantes vienen a menudo a estudiar aquí. ¿Por qué me mira de ese modo? La he desilusionado, ¿verdad?

– No, no, duquesa. ¡Qué dice! ¡Usted es tan linda y tan gentil!… Ha sido una conversación inolvidable.»

 

 

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(En el día en que fallece la duquesa de Alba.

Descanse en paz)

 (Imágenes.- 1-elmundo. es/ 2.-smoda.elpais.com/ 3.-enfemenino.com/4.- Oriana Fallaci)

 

VIEJO MADRID (43) : LHARDY

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«Entre los comedores de Lhardy – recordaba en un artículo Luis G. de Cándamo -, el que guarda más secretos de la historia de España es el salón japonés, donde se desarrollaron toda suerte de conspiraciones y conciliábulos. Fue el rincón preferido del general Primo de Rivera para reuniones reservadas de ministros y personalidades de la dictadura, y, por contraste, aquí se decidió el nombramiento de don Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República.

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El decorador de Lhardy fue Rafael Guerrero, padre de la actriz doña María Guerrero y el gusto del segundo Imperio, dotado de esa elegancia de alta burguesía, se perfiló en el diseño de la fachada de Lhardy, construida en magnífica madera de caoba de Cuba, como símbolo de las que fueron nuestras provincias de Ultramar.» Lorenzo Díaz, en su «Madrid: bodegones, mesones, fondas y restaurantes desde 1412 a 1990» recuerda que la decoración interior de la tienda, con sus dos mostradores enfrentados y el espejo al fondo, permanece intacta, tal como fue proyectada por Guerrero, y en los diferentes comedores – Salón Isabelino, Salón Blanco y Salón Japonés – se conservan los revestimientos del papel pintado de la época: chimeneas, guarniciones y ornatos, citados en obras de Galdós, Mariano de Cavia, Azorín o Ramón Gómez de la Serna.

Lhardy-eerrt- publicidad en ABCEn las interesantes biografías de Lhardy – la de Julia Mélida y la de José Altabella -se evocan algunas de las habitaciones que para determinados huéspedes de calidad se situaban en la última planta, por ejemplo – apunta Mélida -, » el imaginario Fernando Calpena, héroe galdosiano de «Los Ayacuchos», que el marqués de Salamanca verdadero logra aposentar allí a su paso por Madrid.» Y anota a su vez Lorenzo Díaz que tales habitaciones las cedía el dueño a clientes amigos  y  Sarasate y Mazzantini las ocupaban durante su estancia en Madrid.

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Ahora Lhardy comparte sus 175 años de historia en papel con la Biblioteca Nacional y la opulenta consola que sostiene la fina botillería de la tienda abre paso al interior de los comedores donde se celebraron famosas cenas, muy elogiadas por especialistas de la talla del doctor Thebussem. O también banquetes célebres, como el ofrecido por Arturo Serrano a Jacinto Benavente en reconocimiento a uno de sus éxitos teatrales o el que quiso brindar un grupo de intelectuales al diestro Manolete.

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En la trastienda de Lhardy, a partir de las ocho y media de la tarde, se reunían en los años cincuenta Zuloaga, Domingo Ortega, Chueca Goitia, Julio Camba, Antonio Díaz- Cañabate o Luis Miguel Dominguín que se cubría muchas veces con su clásica capa española.

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Vieja estampa madrileña del caldo y el jerez, las barquichuelas de ensaladilla, las calientes croquetas o los suaves emparedados antes de adentrarse en las comidas exquisitas escoltadas por generosos vinos.

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(Imágenes.-1, 2, 4, 5, 6 y 7.-Lhardy.-wikipedia/ 3- cartel sobre Lhardy en el periódico ABC)