EDITORIALES EN EL SUELO

Como cada vez hay más gente que lee menos periódicos, aparecen en Madrid de vez en cuando editoriales escritos en el suelo. Páginas de piedra ante las que el ojo queda fijo y que los dedos no pueden hojear.

En la madrileña calle de Las Huertas, mientras los pasos lectores avanzan silenciosos por el Barrio de las Letras, Quevedo les recuerda en su primera página de hoy:

«Miré los muros de la patria mía,

si un tiempo fuertes, ya desmoronados,

de la carrera de la edad cansados,

por quien caduca ya su valentía»

(…)

El asfalto, inconmovible, entrega su sabia lección de piedra.

(Imagen.-calle de las Huertas, 13 marzo 2010.-foto JJP)

UN DÍA EN MADRID Y EN EL TIEMPO

«Al rayar el día – escribe Mesonero Romanos en 1833 – empieza lentamente el movimiento de este pueblo numeroso. Se abren sus puertas para dar entrada a infinidad de aldeanos (…); en estas primeras horas los tahoneros, montados en sus caballos con enormes serones, reparten el pan por las tiendas; los ligeros valencianos cruzan las calles en todas direccciones pregonando sus refrescos; las tiendas se llenan de mozos y criados que concurren a beber; los carros de los ordinarios que salen, se cruzan con la rechinante carreta de bueyes que viene cargada de carbón».

«las plazas y mercados van progresivamente llenándose de gentes que se ocupan de las compras en menudo, las iglesias de ancianos piadosos y madrugadores, que concurren a las primeras misas de la mañana (…) Suenan las ocho, y el tambor de las guardias que se relevan se hace oir en todos los cuarteles de la capital. Las jóvenes elegantes que habían salido a misa o a paseo en un gracioso negligé vuelven lentamente a sus casas, acompañadas, por supuesto, casualmente (…) Los cafés retirados, las tiendas de vinos y las hosterías presencian a tales horas estos obsequios misteriosos».

«Pero a las nueve el cuadro ha variado de aspecto; los coches de los magnates, de los funcionarios públicos, seguidos a carrera por la turba de pretendientes, que los espera a su descenso, corren a los Consejos y a las oficinas públicas; el empleado subalterno, saboreando aun su chocolate, marcha también a colocarse en su respectiva mesa; los estudios de los abogados quedan abiertos a la multitud de litigantes; el ruido de la moneda resuena en el contador del comerciante (…) La Puerta del Sol empieza a ser el centro del movimiento del público y del quietismo de una parte de él, que se la reparten como su propiedad. Los corredores subalternos de préstamos y demás, hacen allí sus negocios sin correr; los músicos, esperan avisos de bodas, llegadas de forasteros y festividades para correr a felicitar a los dichosos (…) ; los ciegos pregonan sus curiosos romances; los aguadores riñen por haberse quitado la vez para llenar sus cubas, y las vendedoras de naranjas hacen conocer sus excelentes pulmones».

«Los Consejos, la Sala, los Juzgados de la Villa, la Caja de Amortización y otros muchos objetos llaman a la multitud hacia la calle Mayor; los litigantes cargados de papeles; los procuradores de sus procesos; los escribanos y alguaciles con sus respectivas vestimentas».

«El artesano, entre tanto, que al punto de las doce dejó sus trabajos, prepara su comida sencilla, mientras el pretendiente va a ocupar su lugar en la antesala de la secretaria».

«En el Prado luce la sociedad elegante, los brillantes trenes y la esmerada compostura; la multitud esparciéndose fuera de las puertas, busca los paseos adecuados a sus gustos. Todos permanecen en ellos hasta que la noche se acerca. (…) La multitud va disminuyendo en las calles; los barrios apartados permanecen solitarios, y solo los del centro ofrecen todavía vida hasta después de cerrados los teatros. La mayor parte vuelve a sus casas a disfrutar del reposo; pero otra parte prolonga la vida que hurtaron al día, ostentando en tertulias elegantes sus estudiados adornos, o arruinándose en juegos reprobados; sus coches hacen retemblar las pacíficas calles y va disminuyendo su número hasta que ya a las dos de la mañana se oye solo la voz del vigilante sereno, que da la hora y avisa al desvelado las que aun le faltan que penar. Los cantos de las aves precursoras del día suceden a aquel silencio, y el cuadro anterior vuelve a comenzar».

Ramón Mesonero Romanos: «Un día en Madrid» («Manual de Madrid») 1833.

(Imágenes.-Se ha inaugurado estos días en Madrid, ( del 26 de noviembre al 31 de enero de 2010) la  exposición «Marileños. Un Álbum Colectivo» del Archivo Fotográfico de la Comunidad de Madrid, con fotografías provenientes de particulares.-Algunas de las imágenes aquí representadas pertenecen a dicho Archivo) ( Fotos:- 1.-Palacio Real en 1887 .-donado por Santiago Saavedra/2.-Omnibus del barrio de Salamanca en 1890.-donado por Mario  Fernández Albarés./ 3.-Puerta del Sol en 1900.-klumpcol.com/4.-calles y transeuntes en 1900.-donado por Mario  Fernández  Albarés/5.-operarios en 1900.-donado por Mario  Fernández Albarés/ 6.-La Cibeles en 1890.-donado por Mario Fernández  Albarés/7.-calle de Alcalá en 1892.-donado por Jaime Murillo Rubiera)

VIEJO MADRID (11) : LA FONDA DE LA AMISTAD

casa donde vivió Gautier.-Caballero de Gracia detras´de la Gran Vía.-2

«Después de bastante búsqueda – escribe el francés Teófilo Gautier – por fin encontré una mesa redonda en la calle del Caballero de Gracia, donde uno podía tomar una comida muy agradable por el razonable precio de 20 reales por día. El dueño era un francés grueso, con un vivo y alegre semblante y cuya buena disposición mantuvo favorablemente el humor en la casa». Estamos en 1840, como dice la placa de este portal numero 21, a espaldas de la Gran Vía. El tiempo de Madrid ha saltado de pronto desde el XlX al XXl  y leo que «en torno a este lugar» se hospedó Gautier, en la llamada Fonda de la Amistad. Calle de muchas y buenas fondas, como cuenta Mesonero Romanos en su «Manual de Madrid«. Sobre todo, «la Gran Cruz de Malta«, a la que cita. Y Répide, en sus «Calles de Madrid«, alude a ésta de la Cruz de Malta, «de lujo» – dice- y a otra más modesta, la «Hostería del Caballo Blanco«.  Cerca de aquí estaba –recuerda Répide – el primer circo que hubo en Madrid, el Circo Olímpico, de M. Avrillon, que se trasladó desde el barracón que aquí ocupaba a un local junto a la Casa de las Siete Chimeneas. Pero quien describe algo del interior de esa «Fonda de la Amistad» es Philip Henry Stanhope–  tal como recoge Peter Besas en su «Historia de las Fondas madrileñas» (La Librería) : » tenemos la suerte – dice el forastero – de estar donde estamos, de contar con una planta grande y aireada donde además de disfrutar de un amplio cuarto de estar sin chimenea, hay también un cómodo salón con una buena chimenea francesa».

Al parecer, Teófilo Gautier se hospedó aquí desde el 22 de mayo al 26 de junio de 1840, y pocos meses despuésdel 3 de octubre al 11 de febrero de 1841 -estaría de huesped el citado Stanhope. Cinco años antes Gautier había conocido a Balzac Gautier contaría luego en un interesante estudio la gran amistad que a los dos les unió. «No puedo ni leer ni escribir» le envió Balzac  a Gautier una sola línea en 1850, pocos días antes de su muerte.

Hago la fotografía de este portal y me llevo conmigo los recuerdos.

(Imágenes: 1.-Lugar donde, al parecer, estaba situada «La Fonda de la Amistad».-foto JJP/.-Teófilo Gautier.-librarything.es)

VIEJO MADRID ( 8 ) : ANTE BAROJA

 

 Ruiz de Alarcón 12.-casa de Pío Baroja. hasta 1956.-17-8-2009

En mis paseos por Madrid, al llegar a este portal de la calle de Ruiz de Alarcón 12, mis recuerdos vuelven a aquel día de 1955, en que entré aquí para visitar a Baroja. Me recibió en el pasillo de la casa Julio Caro Baroja, hijo de Carmen Baroja y de Rafael Caro Raggio, sobrino del novelista y del pintor Ricardo, y nieto de Serafín Baroja, corresponsal de guerra y autor de teatro y de novelas escritas en vascuence.

No sé exactamente en qué día  fue. Únicamente ocurrió una vez: la primera y única, aunque yo hubiera deseado que no fuera la última. Por los detalles que proporciona en Los Baroja su sobrino, debió de ser antes de la intervención quirúrgica que sufrió el novelista;  El motivo de mi visita a Baroja ‑yo estudiaba entonces Filosofía y Letras en Madrid‑ fue un encargo que me hiciera mi abuelo materno, con el cual vivía por entonces: el escritor José Ortiz de Pinedo. Por su casa de Raimundo Lulio, en pleno barrio de Chamberí, pasaban siempre sombras de literatura.

Y quedaba un manuscrito, que dirige Baroja a mi abuelo, dado que sobre Canciones del suburbio ambos, al parecer, cambiaron impresiones. Al poeta J. Ortiz de Pinedo, cordialmente ‑se lee en el página primera‑, Pío Baroja.)

No creo que me abriera la puerta de aquel piso en la calle de Alarcón, Clementina Téllez. No recuerdo quien fue. Sólo a él, a don Pío, tengo presente ahora. Sentado en su sillón, la boina puesta, le saludé con emoción. Estaríamos juntos un cuarto de hora; los dos éramos “personajes” de cualquiera de sus novelas. Le expliqué mi encargo; él me contestó casi textualmente:

‑¿Pero es que yo he escrito poesía? ‑me dijo. Y al poco, preguntó: ‑¿Y cómo se llama el libro?

(Mi tío Pío escribe Julio Caro en Los Baroja‑ había perdido casi la memoria.)

Canciones del suburbio ‑respondí.

Llamó don Pío al timbre y entró el sobrino. Pidió Baroja que le trajesen su obra. La hojeó. Y yo me atreví más tarde:

‑Don Pío: ¿usted podría enviarnos unas cuartillas para hacerle algún acto en Filosofía y Letras?

Estuvimos hablando de aquello, pero yo no quise cansarle. Le añadía algo y él guardaba silencio. Estuvo afable, muy interesado. Me acompañó luego, Julio Caro, otra vez hasta la puerta.

Es todo lo que puedo decir. Poco. Luego se cerró aquella casa de la calle de Alarcón. Y me quedaron sus libros. Me quedó sobre todo aquel pequeño recuerdo.

Baroja.-por Eduardo Vicente.-Ciudad de la pintura


Baroja – siempre lo he recordado -andando por los desmontes de Madrid en la época de La Busca parece un aguafuerte goyesco. Embutido en un abrigo negro, ligeramente encorvado, el sombrero –negro también– bajo un cielo en contraste rayado, la claridad del papel de la vida y el rasgo del dibujo a carbón, nos dan la pintura de este hombre de 32 años que avanza por los cortes del pesimismo, sobre los cascotes de la crudeza, esa frontera –no del «golfo» madrileño– sino del claroscuro entre el trabajador y el ocioso, el que formará en La lucha por la vida –la trilogía de La Busca, Mala hierba y Aurora roja– el personaje central –Manuel– y su unidad novelística.

Este Baroja que anda por las afueras de Madrid nace en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872. Hijo de don Serafín y de doña Carmen, con tres hermanos más –uno de ellos Ricardo, excelente pintor, autor de un delicioso libro revelador de una época, Gente del 98–, Pío Baroja a los 45 años tendrá el bigote espeso y la nariz gruesa, la barba corta y rojiza, los labios rojos y la sonrisa melancólica, un esqueleto fuerte, manos grandes y poco hábiles y se refugiará en los paseos solitarios. Mientras a Valle‑ Inclán le gustarán los paseos interminables y fabuladores donde creará historias de increíbles protagonistas, a Baroja le atraerán los tipos y sus detalles acumulados como escombros, existencias en el umbral incierto del dolor, cavernas de humorismo agridulce, vidas sombrías, canciones de un suburbio áspero y a veces irónico, cerros de Madrid contemplados desde la altura de la distancia. En el sotillo próximo al Campo del Moro –escribirá en La Buscaalgunos soldados se ejercitaban tocando cornetas y tambores; de una chimenea de ladrillo de la Ronda de Segovia salía a borbotones un humazo obscuro que manchaba el cielo, limpio y transparente; en los lavaderos del Manzanares brillaban al sol ropas puestas a secar, con vívida blancura. «Baroja –murmurará Valle‑Inclán– quiere que la realidad sea fotográfica, y de este modo escribe libros que sólo le gustan a un perro que tiene que se llama Yock«. Dirá esta frase en el café de Fornos, en un banquete en honor de Galdós. Baroja, que está cerca, lo oye. Como había oído un día a Blasco Ibáñez decirle sobre su trilogía La lucha por la vida. «Eso que ha hecho usted en las tres obras son estampas, pero hay que pintar el cuadro». Y Baroja le respondió: «Es probable. Mas no por ello todos los cuadros son buenos. Hay cuadros que son deplorables.»

madrid.-EE.-Corrala.-por Eduardo Vicente.-ciudad de la pintura

Pintar cuadros. Acumular infinitos detalles minúsculos. Conservar la distancia como estilo. Eso hará Baroja. Los paisajes de Madrid en muchas novelas suyas –como sucederá con Londres en La ciudad de la niebla– se intercalarán con las situaciones y los diálogos, irán dejando brochazos de prosa sobre la intensidad dramática. La Puerta del Sol cierra la última página de La Busca en los lindes de la madrugada:» Danzaban las claridades de las linternas de los serenos en el suelo gris, alumbrado vagamente por el pálido claror del alba, y las siluetas negras de los traperos se detenían en los montones de basura, encorvándose para escarbar en ellos. Todavía algún trasnochador pálido, con el cuello del gabán levantado, se deslizaba siniestro como un búho ante la luz, y mientras tanto comenzaban a pasar obreros… El Madrid trabajador y honrado se preparaba para su ruda faena diaria»

Madrid.-ÑÑ.-tomando un trago.-por Eduardo Vicente,.Ciudad de la pintura

Siempre en las ciudades hay un cerco indefinido que dibujar, una hora que cabalga en la duermevela, un cinturón geográfico y social que tiñe de dormitorios la franja de los que vienen y van del trabajo al ocio y del descanso al trajín, la zanja de las horas lívidas, el paso de los primeros bostezos. Siempre en los desmontes de las capitales hay un ojo literario enfundado en un abrigo negro, un ojo lúcido que es testigo de cuanto ocurre en la frontera entre vicio y bondad, sobre la línea de un horizonte donde las cercanías del desamparo hurgan en el cúmulo de la miseria. Los personajes de Baroja en La Busca cruzan Madrid sin sentido del tiempo, bajan las calles del espacio entrando por una página, interviniendo en una escena y desapareciendo. La filosofía de Baroja es la del «transeúnte y paseante en corte» y si Unamuno lucha contra el tiempo y contra la muerte, si Azorín trata de inmortalizar el instante y si Valle‑Inclán, al estilizarlo, lo hace atemporal, Baroja consigue la permeabilidad del tiempo, dejar siempre «una ventana abierta». Los personajes barojianos del Madrid de La Busca bajarán con frecuencia hacia el paseo de las Acacias, hacia el Puente de Toledo, los veremos cerca del Manzanares, saldrán a la carretera de Andalucía. El Bizco, Vidal, Manuel, el señor Ignacio… La Petra se muere y su hijo entra en la habitación de al lado para pedir auxilios: Manuel entró en el comedor. En la atmósfera espesa por el humo del tabaco, apenas se veían las caras congestionadas. Es el paisaje interior, el umbral entre noche y vida, el día y la muerte entre las palmas y las castañuelas del Domingo de Piñata en la casa de huéspedes, pared con pared con la Petra que se muere. Siempre hay esa hora sin agujas del estertor inesperado, el áspero sabor de boca que muestra el contraste definitivo de la existencia.

Madrid.-FF.-El vagabundo.-por Eduardo Vicente.-Ciudad de la pintura

Cuando en 1956, acercándose aquel 30 de octubre en que Baroja se fue de este mundo, la Muerte se iba acercando a la calle Ruiz de Alarcón donde el novelista vivía con su sobrino Julio Caro, las volteretas de las anécdotas daban su adiós despidiéndose. Una vez, comiendo algo, Pío Baroja comentó desde su ancianidad: «Este pescado tiene buen sonido». Y otro día, mirando a una visita que se reía, viéndolo todo de color de rosa, Baroja comentó a su sobrino: «Oye, eso que hay ahí: ¿es un plato de arroz con leche?».

Iba dejando la muerte como anticipo una huella de comicidad, la socarronería de un viejo escritor desde la última vuelta del camino, antes de desaparecer de nuestra vista».

«El artículo literario y periodístico.-Paisajes y personajes«, págs 128-131)

(Imágenes:-1.-casa de la calle Ruiz de Alarcón 12 donde vivió Baroja hasta su muerte, en 1956.-foto JJP/2.–retrato de Pío Baroja por Eduardo de Vicente/3, 4 y 4.-dibujos y pinturas de Eduardo de Vicente)

VIEJO MADRID (7) : HACIA CERVANTES

Café Central.-2

Cuando uno bordea la madrileña Plaza de Santa Ana y llega hasta la cercana Plaza del Angel  allí encuentra el Café Central con el mejor jazz – según dicen – que ha habido siempre. cafe central.-Sam Rivers.

cafe central.-3,.Mohammad, Montoliú Van de Geyn

En esta Plaza del Angel recuerda Répide-estaba el oratorio y convento de San Felipe Neri y aquí quedaba una callejuela hoy desaparecida que se llamaba del Beso. Mis pasos van ahora por la calle de Huertas – llamada así por las que en gran número ocupaban estos arrabales de Madrid  hace varios siglos- y allí mi cámara se detiene en el número 7, ante esta farmacia sobre cuya cruz iluminada reza esta petición: «Aparta, Señor, de mí, lo que me aleje de Tí«.

Calle Huertas 7.-Aparta, Señor de mí, lo que me aleje de tí.-Farmacia.-diez agosto 2009

Pienso que por estas calles caminaron grandes hombres de las Letras y aquí, en julio de 1614, se podía ver a Cervantes, en una casa donde se había mudado hacía tres años. Seis veces cambió de vivienda Cervantes en Madrid: dos veces en la calle de la Magdalena; en otra ocasión en una casa cercana al palacio donde había vivido el Príncipe Negro; y en otra, en una vivienda cercana al Colegio Imperial de los Jesuitas. Al fín, iría a parar a la calle hoy de su nombre, en la casa que hace esquina con la calle del León. Allí me detengo ;calle de Cervantes.-A.-placa sobre Cervantes.-10-8-2009 ante este portal, sobre el que una placa recuerda al autor del «Quijote«, evoco su pobreza en las mudanzas: apenas un par de camas y tres o cuatro sillas, la mesa para escribir, dos docenas de libros, algunos utensilios de cocina y algo de ropa blanca, tanto de cama como de vestir. En noviembre de 1615, su obra cumbre está en la calle; medio año más tarde, la enfermedad que le atenaza acabará con su vida.

En el prólogo a su obra póstuma, «Los trabajos de Persiles y Sigismunda«, Cervantes nos cuenta cómo, en marzo de 1616 -agotado por el esfuerzo, enfermo de hidropesía, con problemas en el sistema circulatorio -, es decir,  encontrándose cada vez más maltrecho por tantos vaivenes de la vida, vuelve desde Esquivias, el pueblo de su mujer, a Madrid. En el camino se le acerca un apasionado admirador, (lo que hoy llamaríamos un «fan«). Montado en su burrilla, «un estudiante pardal  -lo describe Cervantes -, porque todo venía vestido de pardo, antiparras, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenzas iguales» da voces a Cervantes y a los que con él van, para que le esperen y le permitan ir en su compañia. Alguien de la comitiva le explica al estudiante quién es el que viaja. «Apenas hubo oído el estudiante el nombre de Cervantes – sigue contando el gran escritor -, cuando, apeándose de su cabalgadura, cayéndose aquí el cojín y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió a mí, y acudiendo a asirme de la mano izquierda dijo:

Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y finalmente el recocijo de las musas!».

A lo que el autor del « Quijote» contestaría:

Yo, señor, soy Cervantes, pero no el recocijo de las musas, ni ninguna de las demás baratijas que ha dicho. Vuesa merced vuelva a cobrar su burra, y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino«.

Cervantes.-por Juan de Jauregui.-biografías y vidas

En todo eso estoy pensando ante el portal de esta casa.  Voy caminando por el viejo Madrid, como lo estoy haciendo a través de Mi Siglo en otros paseos anteriores: La bohemia de Alejandro Sawa,  la Plaza de Oriente, la casa de los Lujanes, Plaza Mayor, pequeñas plazas históricas, y ahora este andar hacia Cervantes que al final de su vida nos despide:

«¡Adiós, gracias, adiós, donaires; adiós, recocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!».

(Imágenes:-1.-Café Central.-foto JJP/ 2.-Sam Rivers.-cafecentralmadrid.com/3.-Mohammed, Montoliú & Van de Geyn.-cafecentralmadrid.com/ 4.-calle Huertas.-foto JJP/5.-casa de Cervantes en la calle de Cervantes.-foto JJP/ 6.-Miguel de Cervantes.-biografíasy vidas)

VIEJO MADRID (6) : EL TEATRO EN LA CALLE

Plaza de Santa Ana

Por la mañana, antes de que las funciones empiecen, los actores se sientan a jugar a las cartas al aire libre, en medio de la madrileña Plaza de Santa Ana, frente por frente al Teatro Español. No son actores, son espontáneos vecinos de estas calles que representan su papel de madrileños sin que nadie les dirija, sin que ningún director les indique que sobre la mesa deben golpear con suavidad o con ímpetu el as de oros o el caballo de copas. Lo hacen en silencio, con gestos, pupilas o señas que esconden ladinamente su cálculo mental. Saben jugar, como sabían hablar y criticar en la vieja tertulia de hace siglos aquellos que asistían al Corral del Príncipe, lo que hoy es Teatro Español.

En este sitio estuvo el Convento de Carmelitas Descalzas, titulado de Santa Ana y fundado por San Juan de la Cruz. Este Teatro Español, Monumento Nacional, que se inauguró en 1583 con una representación de Lope de Rueda,  lleva en su historia voces y giros y ademanes relatando las mejores comedias del Siglo de Oro. «¿Parécele a V. M. que le será de alivio oir la comedia, pues le han convidado a ella aquellos caballeros toledanos y tienen tan buen aposento en el Corral del Príncipe?», dice Salas Barbadillo en «El Cortesano Descortés«.

Pero mi cámara sigue reflejando a los que juegan. Luego, poco a poco, gira alrededor de este Teatro, se cuela por detrás, por la calle de Echegaray y me parece mentira que estos jugadores de cartas reaparezcan en el tiempo. «En los veladores, pintados de almagre – cuenta Emilio Carrere dibujando esta calle de Echegaray -, los cuatro clásicos del «mus», con gorrilla de seda ladeada, como Felipe, el martelo y tormento de «La Revoltosa«, se jugaban aquellos frascos de vino negro que costaban seis reales. El chico del mostrador, que se llamaba «el medidor», entrechocaba los vasos en el barreño de cinc y vertía las «cortinas» del copeo en un frasco grande. Un cartel de arbitraria ortografía atraía en el escaparate a los traspillados cesantes: «Se guisa de comer. Hay callos y caracoles«.

Lorca en la Plaza de Santa Ana

Cuando vuelvo a la Plaza de Santa Ana, García Lorca, entre sol y sombra, está lanzando ya palomas al aire. Son palomas de bronce, muy livianas, nacen de las manos del poeta y las mece el cielo de Madrid. Aquí pronunció Federico su «Charla sobre teatro«, en este Teatro Español, el 2 de febrero de 1935, con motivo de una representación extraordinaria de Yerma. Pero las palomas me distraen:

«Por las ramas del laurel

van dos palomas oscuras.

La luna era el sol,

la otra la luna.

«Vecinitas», les dije,

«¿dónde está mi sepultura?»

«En mi cola», dijo el sol.

«En mi garganta», dijo la luna.

(…)

Por las ramas del laurel

vi dos palomas desnudas.

La una era la otra

y las dos eran ninguna«.

 («Diván del Tamarit«)

(Imágenes: 1.-Teatro Español en la madrileña Plaza de Santa Ana/ 2.-estatua de Federico García Lorca en la Plaza de Santa Ana.- fotos: JJP)

VIEJO MADRID (5) : PEQUEÑAS PLAZAS HISTÓRICAS

Plaza del Conde de Miranda.-1Cuando entra mi cámara en la madrileña  Plaza del Conde de Miranda – al fin de la calle del Codo, cerca de la Plaza de la Villa -, la soledad y el sol son ocupados por la Historia y esa Historia nos hace retroceder hasta nombres y edificios que estuvieron por aquí, andanzas de este barrio antiguo que hubo de llamarse la «Platería» por la cantidad de orfebres y plateros que por estas calles se aposentaron. Por aquí estuvo también la llamada casa de «los Salvajes«, propiedad de don Iñigo Cárdenas, señor de Loeches, Embajador de España en la República de Venecia y en Francia, cuando Enrique lV fue asesinado por Revillac. (Fue el Embajador el primer acusado en París de que él había matado al rey hasta que todo se puso en claro, y tal era la fama de hombre arriesgado que el embajador español tenía – frases altivas y agudas que don Iñigo cruzó con el propio Enrique lV – que el pueblo parisino creyó en un  primer momento que se trataba de una acometida hidalga del español contra el monarca francés)

Pero las cámaras fotográficas modernas no pueden penetrar en la Historia, ni en los recintos del señor de Loeches ni tampoco en los muros donde se descubrieron los siniestros sucesos del lamado «crimen del capitán Sánchez» en 1913. La cámara, antes de salir de la Plaza, observa al fondo el convento de las monjas jerónimas de «Corpus Christi«, denominado de «Las Carboneras«, que, como ilustra Mesonero Romanos en «El antiguo Madrid«, se llama así por una imagen de la Concepción que se venera en él, y que fue extraida de una carbonera. Fundado a principios del XVll, otro ilustre comentarista de Madrid, Diego San José, recuerda que en este convento se celebra diariamente una misa por el alma del Gran Capitán, don Gonzalo de Córdoba, y por su mujer.

Plaza del Conde de Barajas

Luego la cámara ralentiza su paso. Entra en la vecina Plazuela del Conde de Barajas donde, en el actual número 7, vivió hasta 1936  María Zambrano , plaza en la que yo también tuve largas charlas sobre cine con el novelista español Jesús Férnandez Santos.

casa donde vivió María Zambrano (Plaza de Conde de Barajas)

Estas plazuelas irregulares, escondidas, guardan profunda historia. En este espacio vivieron el barón de Riperdá, ministro de Felipe V, el comisario general de Cruzada de Fernando Vll o el general Espartero en 1854. Aquí estuvo el palacio del Conde de Barajas, que dio nombre a esta Plaza, y que fue el dueño de la mayor parte de las casas de la zona. Aparece ya en los célebres planos de Texeira y Espinosa y el aire calmo de agosto que roza los árboles me lleva poco a poco a cruzar los siglos y asomarme a esta tienda de olores, en el número 4, que es «Taller Puntera«. Está la ventana abierta y asoman los colores de esta tienda de trabajo con piel, las pieles acabadas de los bolsos y de las agendas.

escaparate de Taller Puntera.-Plaza Conde Barajas, 4

Trabaja una dependienta al fondo. Entra mi cámara, y entro tras ella. El tacto suave de las pieles me hace abrir unos blancos cuadernos. En Mi Siglo he hablado muchas veces de su magia. Repaso estas páginas inmaculadas, aún sin escribir. Luego miro hacia afuera, hacia la calle,  hacia tantos  sucesos ocurridos en Madrid.  Alguien en estos cuadernos seguirá escribiendo la Historia.

(Imágenes.-Madrid, agosto 2009.-: 1.-Plaza del Conde de miranda/ 2.-Plazuela del Conde de Barajas/3.-casa, en el número 7, en la que vivió María Zambrano/4.-taller de trabajo con piel en el número 4.-fotos JJP)

VIEJO MADRID, 2009 (4)

 

Botin.-escaparate.-3.-11 agosto-2009Cuando me acerco al escaparate de Botín parece que viniera Galdós por esta acera y con él toda la novela española del XlX. «La novela está en las calles y en las casas de Madrid, en cada  calle, en cada casa. Allí hay que verla», dijo uno de sus mejores estudiosos. Efectivamente estoy aquí, delante de Botín, pero sobre todo en medio de «Fortunata y Jacinta«, asomado al capítulo lV de la Primera Parte, y oigo decir a Galdós  hablando de Barbarita, que «como supiera la dama que su hijo frecuentaba los barrios de Puerta Cerrada, calle de Cuchilleros y Cava de San Miguel, encargó a Estupiñá que vigilase, y éste lo hizo con muy buena voluntad llevándole cuentos, dichos en voz baja y melodramática:

Anoche cenó en la pastelería del sobrino de Botín, en la calle de Cuchilleros…¿sabe la señora? Tambien estaba el señor de Villalonga y otro que no conozco, un tipo así…¿cómo diré? de esos de sombrero redondo y capa con esclavina ribeteada. Lo mismo puede pasar por un randa que por un señorito disfrazado«.

Botín.-2.-11-agosto.-2009

Entonces doy unos pasos hacia atrás para ver el establecimiento desde más lejos. Esta «Antigua Casa Sobrino de Botín» se encuentra en la calle de Cuchilleros y Pedro Ortíz Armengol, el máximo especialista en «Fortunata«, recuerda que la tal Casa alega su antigüedad de 1590, si bien el actual edificio y el horno de asar datan de 1725. Hacia 1860 (Galdós escribe «Fortunata y Jacinta» desde diciembre de 1855 hasta junio de 1887) se instaló en la planta baja pastelería, subsistiendo el horno de asados. Una y otra la menciona Galdós en muchas ocasiones, puesto que el novelista conoce al detalle todos estos sitios. ·En «Fortunata y Jacinta» ,  novela que se desarrolla en 1869-76, la Plaza Mayor es una plaza venida a menos – dice Armengol -, es la recién destronada, pero todavía con un bien vivo prestigio centenario. En ella y en sus aledaños ocurren cien cosas: junto a la Casa de la Panadería, en Cuchilleros, Arco de 7 de Julio, calle de Felipe lll, la de Toledo, el propio monumento al rey Felipe…Pero ,sobre todo, los balcones de Estupiñá y, encima, la barandilla de la terraza de la casa número 11 de la Cava, con trasera – que es delantera – a la Plaza…».

Plaza Mayor.-agosto.-2009

Antes de que vengan los turistas cruzo la Plaza Mayor, es decir,  cruzo del siglo XlX al XXl. Dejo a un lado la historia de los tres grandes incendios que sufrió esta Plaza: el de 1631, el de 1672 y el de 179o. El humo de tantos acontecimientos cambió aquellas casas primeras de madera y de 75 pies de altura, aquellos sótanos abovevados y las fachadas de ladrillo rojo visto a las que se abrían los balcones. Desde tales balcones se contemplaron toros, cañas y autos de fe. La servidumbre de los inquilinos de aquellos balcones obligaba a cederlos para su distribución por riguroso turno de jerarquía  y etiqueta o bien para ser vendidos como localidades. Balcones como ojos, ojos de cristal, ojos que miran el rostro del tiempo.

Paso, pasa mi tiempo ante esos balcones. Voy hacia el Mercado de San Miguel.

Mercado de S. Miguel.-1 Al entrar enseguida en este Mercado de San Miguel, el único mercado de hierro que ha llegado hasta nuestros días, el siglo XXl es ya plena gastronomía. Galdós hubiera escrito páginas memorables sobre este recinto de planta baja con estructura metálica de soportes de hierro fundido que ahora se ha remozado y desde cuyo interior se mezclan colores y olores  inusitados. Los turistas que se han asomado al XlX en Botín y que han cruzado platos y mesas del XX vienen ahora a ver qué se come aquí, en el siglo XXl. Madrid siempre ha brillado en gastronomía. Por la mañana -según el tiempo – la ciudad se ha desayunado con aguardiente y churros, con chocolate y buñuelos; las comidas Madrid las ha hecho muchas veces con sopa de pan, cocido madrileño, requesón de Miraflores con azúcar, rosquillas de Fuenlabrada, vino de Arganda. Otros madrileños han preferido la tortilla de escabeche de bonito con ensalada de huevos, tomate y pimientos; al fin, si era también su tiempo, una sandía. Otros, en la mesa de al lado, escogieron callos a la Madrileña, ensalada, bartolillos de crema, melón de Villaconejos. Y aún hubo quien se decidió por la ensalada de berros del Lozoya, el besugo a la Madrileña y acabó con el requesón de Miraflores con fresas de Aranjuez y unas almendras de Alcalá, de las monjas de San Diego.

Al fin  se retiraron los platos y yo me retiré también hacia la Cava de San Miguel dando un paseo, para ver más cosas.

(Imágenes: Madrid, agosto 2009 : 1.-detalle del escaparate de «Botín»/ 2.-fachada del restaurante «Sobrinos de Botín»/ 3.-Plaza Mayor/ 4.-Mercado de San Miguel en la actualidad.- fotos JJP)

VIEJO MADRID, 2009 (3)

calle del Codo.-A

Calle del Codo del viejo Madrid por donde ahora entramos. Va la sombra y la luz desde la Plaza de la Villa a la del Conde de Miranda, y Pedro de Répide recuerda que toma su nombre de la configuración especial de esta calle, que rodea la famosa casa de los Lujanes. El codo hace que la luz se doble y que la sombra estire el brazo para alcanzar la soledad. Vamos sobre la soledad misma, el silencio camina tras nosotros, el silencio nos precede.

calle del Codo.-2

El silencio se llena ahora de sombras. Este es el Madrid de agosto,  fachadas y verjas recogen la luz. Baroja escribió de Madrid: «La Corte es ciudad de contrastes: presenta luz fuerte al lado de sombra oscura; la vida refinada, casi europea, en el centro; vida africana, de aduar, en los suburbios«. Esto, sin embargo, no es suburbio; en torno a estas calles nació la ciudad. El gran cronista de Madrid que fue Répide, en su «Madrid a vista de pájaro el año 1873«, dobla con su prosa esta esquina de la calle del Codo y nos cuenta de la Torre de los Lujanes que «en el siglo XVll esta casa pertenecía al regidor don Gonzalo de Ocaña y a su esposa doña Teresa de Alarcón, parienta muy próxima de don Hernando de Alarcón, que fue quien trajo a esta villa al prisionero rey de Francia, Francisco l. Pero no tiene realidad ninguna – sigue diciendo Répidela tradición de que este monarca padeciese prisión en la torre de los Lujanes. Su venida a Madrid fue una continua sucesión de fiestas con que se le obsequiaba en el tránsto, y en la Casa de los Lujanes lo que hizo fue detenerse para recibir el agasajo que allí se le tenía dispuesto por ser la mansión donde en esta villa podía hacer los honores don Hernando de Alarcón a su custodiado, quien desde la vivienda de don Gonzalo de Ocaña pasó al alcázar que se le había señalado como cárcel, harto benigna, como harto suave fue el cautiverio a que se le sometió con una caballerosidad no muy bien correspondida por aquel rey que por tan caballero se tenía«.

Doblamos el codo de la Historia y procuramos caminar hacia la luz.

(Imágenes.- Madrid, agosto 2009.- 1 y 2:  calle del Codo.-fotos JJP)

VIEJO MADRID, 2009 (2)

Caaballo de Plaza de Oriente

Cuando avanzo en mis paseos por la Plaza de Oriente unos pajarillos penetran volando en el vientre del gran caballo montado por Felipe lV y encuentran rápidamente la muerte. Se ahogan en las dieciocho mil libras de bronce que pesa la estatua. No sé si eso es así, pero debiera serlo si se cree lo que cuenta Hartzenbusch en una de  sus Fábulas.

«Niños que, de seis a once,

jugáis en torno a la fuente

del gran caballo de bronce

que hay en la Plaza de Oriente»

Doy y doy vueltas al caballo. O el caballo me da vueltas a mí. Estuvo este caballo cerca de dos siglos entre los árboles del Buen Retiro. Copiado de un lienzo de Velázquez, el escultor italiano Pedro Tacca resolvió el problema del equilibro – cuenta Emilio Carrere – de acuerdo con Galileo Galilei. Quedó expuesta esta estatua en el estudio del artista y toda Florencia acudió a admirarla. Pero los pajarillos ahora me distraen. Siguen sobrevolando la muerte y la vida y en esta mañana de agosto vienen y van entre el suelo y el cielo, acuden a las llamadas del aire límpido y picotean migas invisibles.

Café de Oriente.-1

Entonces me siento en el Café de Oriente, en la realidad de esta mañana. Contemplo frente a mí el Palacio Real y veo en mi memoria los movimientos de aquel gran Baile de Palacio que describí en mi novela Lágrimas negras, páginas de surrealismo evocador:

Palacio Real.-A

«Abrió el Baile doña Trigidia, la flamante esposa del flamante nuevo ministro de Asuntos Exteriores, vestida con un traje largo de color granate y collar de brillantes, que evolucionó en los brazos de su marido en un vals a tres tiempos, con dos compases para seis pasos y un tiempo para cada paso. Salió del Comedor de gala, entró bailando en la Sala Amarilla, pasó a la Sala de Porcelana y se perdió en el Salón de Carlos lll. Inmediatamente después, doña Venecia, esposa del titular de Defensa, arrancó con su pie derecho hacia adelante y alzando su talón izquierdo, con la punta del pie derecho tocando el piso y trazando un cuarto de vuelta con su pie izquierdo, con su traje largo de terciopelo negro y conducida admirablemente por su marido, llegó con el vals hasta el Salón de Carlos lll, evolucionó lo que pudo en la estrecha estancia llamada Tranvía, se desplazó hasta el Salón de Gasparini, entró en la Antecámara de Gasparini, cruzó la Saleta de Gasparini y alcanzó brillantemente el Salón de Columnas. Le siguió con un traje verde de encaje doña Erasma, en brazos del nuevo titular del Aire, vestido de uniforme de gala, y los dos juntos dieron tres pasos de vals, luego una media vuelta, otros tres pasos más y una vuelta completa, cruzándose con doña Pomposa, llevada por el ministro de Marina, ella vestida con un traje negro estampado de flores, que pasó rozando a doña Acibella, de traje amarillo bordado, guiada por su marido, el nuevo titular de Educación, que cambió un saludo con doña Redenta, esposa del minstro de Obras Públicas, vestida de rosa estampado ella y él de frac con condecoraciones y que ya venían de vuelta de la Sala de Alabarderos, del Salón de Columnas y de la Sala de Gasparini. Todas las parejas se entremezclaron, destacando dos hermanas, Melchora y Gaspara, una en brazos del titular de Comercio y otra bailando con el titular de Industria – una con traje largo de terciopelo verde y otra de gasa marrón – que pasaron al lado de doña Eutropía, de gasa negro y conducida por el ministro de Agricultura, en el momento en que doña Centola, consorte del de Vivienda, se deslizaba junto a doña Raída, de beige grisáceo, alejándose hacia la Sala de Porcelana guiada por el ministro de Economía y viniendo desde la Sala Amarilla doña Domitila, con un traje marrón de terciopelo, llevada en flexibles arabescos po el titular de Información».

Palacio Real.-2

Así contemplo desde el Café de Oriente el Palacio Real. La realidad de la mañana me lleva hasta aquel baile irreal.

(Imágenes.- Madrid, agosto 2009.-: 1-Plaza de Oriente.- 2.-Café de Oriente.-/3.- Palacio Real.-fotos JJP)

VIEJO MADRID, 2009 (1)

Plaza de Guardias de Corps.-2

La cámara va conmigo. Los ojos de la cámara son mis ojos. Aquí me detengo un momento, en la Plaza de Guardias de Corps, la plaza que va de la calle del Limón a la del Conde Duque. Pedro de Répide, en sus «Calles de Madrid«, cuenta cómo antes se llamó Travesía de Guardias de Corps, «por estar junto al cuartel donde se hospedaba aquella escolta de las reales personas, y era una corta y estrecha vía, continuación de la calle del Cristo«.

Travesía del Conde Duque

Agosto deja en Madrid estos descubrimientos solitarios, plagados de leyendas, cantados por cronistas. Cuando llego – un poco más abajo – a la Travesía del Conde-Duque, evoco con Répide que aquí estaba la plazuela del Gato. «En esta plazuela vivía una famosa aleluyera, a donde los días del Corpus y de la Minerva, iban los chicos y los grandes a proveerse de los pliegos de aleluyas, que, recortadas, habían de caer revoloteando sobre la procesión. Y el nombre del Gato nacía de que en el bosque de Amaniel, que ahí llegaba, había sido cazado un gran gato montés, de cuya piel fueron hechas unas botas que el cardenal Cisneros regaló al Gran Capitán, y que, según decían los bien enterados, eran exactamente iguales a las que llevaba Carlomagno en sus expediciones guerreras. Pero tales botas tenían un inconveniente gravísimo, como era el que todos los gatos que las olían acudían muy luego a hacer aguas en ellas, con notorio menosprecio de la alta calidad de don Gonzalo de Córdoba, quien, justamente molesto, se deshizo de botas tan especiales y se apresuró a vendérselas a un mercader francés, que, acaso las contemplara satisfecho«.

Casa de Alejandro Sawa.-Conde Duque 7

La cámara desciende Conde Duque abajo y yo con ella. En el número 7 de esta calle, sobre un pequeño portal, aparece la blanca placa del recuerdo de Alejandro Sawa, que aquí vivió. Aquel Sawa del que tomó Valle- Inclán inspiración para su Max Estrellahiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales«, dijo Valle – en «Luces de bohemia«.  De «Alejandro Sawa, muerto, ciego y loco, en 1909«, Zamora Vicente dice que es la contrafigura de Max Estrella.  También añade: «Yo quiero ver en Don Latino al propio Sawa. Es un desdoblamiento de la personalidad. Lo que Sawa habría hecho en el envés de su cara noble y avasalladora. El otro Sawa. El que, lejos de la sabiduría verlainiana, engaña a quien puede y vive del sablazo ocasional». «Pero Valle-Inclánagregó igualmente Gonzalo Sobejano -, puso algo, bastante de sí mismo en Max Estrella, porque también él vivió una bohemia heroica y hubo de sufrir – o eludir a tiempo – ciertas experiencias de su personaje». 

caminobreve en Plaza de España

Luego cruza mi cámara la Gran Vía a la altura de la Plaza de España. Agosto, a estas primeras horas de la mañana, me lleva en soledad al sendero de árboles que camina hacia la calle de Bailén. Este agosto ha sido cantado por los grandes cronistas. «El Madrid estival, pobretón – escribía Emiliano Ramírez -Ángel en su «Madrid sentimental» en 1907 -, que ama los claveles y las polkas, y los pinares de la Moncloa, y las mañanitas del Retiro, y se estremece con «el crimen de esta tarde», y se interesa por el «se continuará» del folletín, y sueña ya con el bulevar novísimo proyectado por Aguilera, y no ha visto nunca el mar, y colecciona postales, y llora cuando el novio falta dos noches, y reza cuando truena, y alguna vez va a los toros, y nunca se mete entre sábanas sin dedicar una plegaria de amor y súplica a su «San Antonio«, y se envuelve en mantones de Manila para bullir en las verbenas, y ríe por nada, y se hermosea con poco, y es sencillo, y es humilde, y es crédulo y es inofensivo…ese Madrid femenino, risueño, grácil, lastre de muchas almas hombrunas y perversión de muchas almas yertas, rebulle ya por las calles, en busca de los bulevares, de las glorietas, de los paseos donde haya reposo y frescura«.

Por estos paseos ando yo. Paseos de hace un siglo y de hoy mismo, Madrid de 2009, de 1909, de 1907. Los árboles me llevan hacia la calle de Bailén y yo voy con ellos pensando ya en el paseo que daré otro día.

(Imágenes: Madrid:agosto 2009.-1.-Plaza de los Guardias de Corps./2.-Travesía del Conde Duque/3.-calle del Conde Duque, número 7/ 4.-pequeña avenida de árboles en la Plaza de España, camino de la calle de Bailén.-fotos JJP)

MADRID Y LAS MUJERES

 

MADRID.-PLAZA MAYOR«Gustavo Adolfo Bécquer tenía su tertulia de amigos en el café Suizo. – cuenta Emilio Carrere – Eran todos gente de letras, o por lo menos de «chispa» (…), los mismos que, siendo ya viejos, fundaron aquella revista llamada «Gente Vieja«, que trinaba gallardamente con voz joven y enteriza entre el coro de cornejas del 98. Pero si el Suizo era la tertulia – el pasatiempo – de Gustavo Adolfo, este rincón del café del Prado era la íntima soledad. No es muy aventurado decir que aquí escribió sus Rimas. (…) Ante una mesa que hubo aquí escribió sus Rimas, sin pensar que algún dia habrían de publicarse. Eran lo íntimo – los fantasmas internos de su pensamiento -, a los que él sabía poner un nombre de mujer: Julia, Casta, Alejandra. Ninguna de las tres resulta simpática en la dolorosa biografía del poeta. Una se burlaba de su pobreza: «¡Por Dios! ¿Cómo quieren ustedes que yo pueda enamorarme de un  hombre que se abrocha la chaqueta con imperdibles?». Así hablaba la musa de «Las golondrinas«, segun cuenta en un interesante artículo de «El Español» Juan Antonio de Laiglesia. Otra es la que dice que «una oda sólo es buena, – de un billete de Banco al dorso escrita». Y la tercera, la que era «coqueta mudable y caprichosa», tal vez Alejandra, «la que era tan hermosa», una rústica pueblerina de la provincia de Toledo».Becquer.-por Valeriano Bécquer

«En este rincón, día tras día – sigue contando Emilio Carrere en «Madrid en los versos y en la prosa de Carrere» ( Edición del Ayuntamiento de Madrid, 1948) – fue escribiendo sus Rimas con una pluma tosca y un tinterillo de «recado» de escribir. (…) Pero hubo una rima que no está en las Rimas. Conservaba el autógrafo el viejo escritor Eduardo de Lustonó. La más sincera, reveladora y triste:

«Una mujer envenenó mi alma;

otra mujer emponzoñó mi cuerpo;

ninguna de las dos vino a buscarme;

yo de ninguna de las dos me quejo.

Como el mundo es redondo, el mundo rueda;

si, rodando, algún día este veneno

emponzoña a  su vez, que no me culpen:

¿puedo dar más que a lo que a mí me dieron?».

CALLE  DE  TOLEDO.-MADRID

(Vaya este pequeño recuerdo del Madrid antiguo, de los viejos poetas, de las calles estrechas, de las plazas abiertas, cuando acaba de evocar Juan Pedro Quiñonero en «Una temporada en el infierno» el nombre de Carrere, aquel bohemio, que fue gran amigo de mi abuelo materno, José Ortíz de Pinedo)

(Imágenes:- 1 Plaza Mayor de Madrid/ 2.-Gustavo Adolfo Bécquer, por Valeriano Bécquer/ 3.-madrileña calle de Toledo)