HISTORIA DE LA JOVEN CIRCUNFERENCIA

 

 

‘Había una vez en el espacio una línea horizontal infinita —cuenta Felisberto Fernández  en susNarraciones incompletas”—. Por ella se paseaba una circunferencia de derecha a izquierda. Parecía como que cada punto de la circunferencia fuera coincidiendo con cada punto de la línea horizontal. La circunferencia caminaba tranquila, lentamente e indiferente. Pero no siempre caminaba. De pronto se paraba: pasaban unos instantes. Después giraba lentamente sobre uno de sus puntos. Tan pronto la veía de frente como de perfil. Pero todo esto no era brusco, sus movimientos eran reposados. Cuando quedaba de perfil se detenía otros instantes y yo no veía más que una perpendicular. Después comenzaba a ver dos líneas curvas convexas juntas en los extremos y cada vez las líneas eran más curvas, hasta que llegaban a la circunferencia de frente. Y así, en este ritmo, se pasaba la joven circunferencia.

 

 

Pero una vez la circunferencia violentó su ritmo. Se detuvo más  tiempo que de costumbre: quedó parada con el perfil hacia mí y el frente hacia la línea infinita. Parecía observar en el sentido opuesto de su camino. Pasó mucho tiempo sin ver nada a lo largo de la línea infinita. Pero la intuición de la circunferencia no erró: de pronto, con otro ritmo violento, de andar brusco, de lados grandes, se acercaba un vigoroso triángulo. La circunferencia giró sobre uno de sus puntos y los demás volvieron a coincidir con los de la horizontal en el mismo sentido de antes.

 

 

Pero el ritmo de la circunferencia fue distinto al de antes; no era indiferente ni tan lento. Poco a poco iba tomando la forma de una elipse y su ritmo era de una gracia ondulada. Tan pronto era suavemente más alta como suavemente más baja. El vigoroso triángulo se precipitaba regularmente violento. Pero su velocidad no prometía alcanzar a la elipse. Sin embargo, la elipse  se detuvo un poco hasta que el precipitado triángulo estuvo cerca. Esa misma corta distancia los separó mucho tiempo y nada había cambiado hasta que el triángulo consideró muy bruscos sus pasos: prefirió la compensación de que fueran más numerosos y más cortos y se volvió un moderado pentágono.”

 

 

(Imágenes-1- Félix de Boeck/ 2- Macaparana/ 3- Louise Bourgeois/ 4- Alex Olson – 2013)

CIUDAD EN EL ESPEJO (6)

 

CIUDAD  EN  EL  ESPEJO  (6)

 

“Por las mañanas los médicos aún no tienen la cabeza poblada de enfermos. A decir verdad, los médicos no quedan absorbidos  por los enfermos ni por la mañanas, ni por las tardes, ni siquiera a veces  por las noches: hay una agenda , un recorrido, se sabe que Jacinto Vergel, menudo nombre colocaron los padres a tal apellido, le han logrado al fin sentar en bata, con una bata azul celeste en el extremo de un pasillo del Doctor Jiménez, el sanatorio situado al fin de la calle Méndez y Pelayo, regido por unas monjas. El jardín es pequeño, pero lo que son largas y brumosas, inquietantes y plácidas a la vez son estas avenidas de cristal interior, puros cristales esmerilados en forma de intestinos en donde la luz de las residencias psiquiátricas son un fanal de miel alucinada, las cabezas y las vidas recorren o se quedan quietas en un punto, el punto se agranda, la grandeza adquiere dimensiones irreales y majestuosas. En lo que el cerebro del doctor Martínez Valdés  no se detiene ahora, mientras pasa con su coche al lado de la auténtica Puerta de Hierro de Madrid, la que fuera entrada al camino de acceso al coto real de caza, granito y piedra blanca pulimentada de Colmenar, tiempos aquellos del Rey Fernando Vl, cuando el coto real de El Pardo estaba vallado por un muro, conforme el doctor Valdés está remontando en estos momentos el tráfico por la Ciudad Universitaria, su pensamiento no está en Jacinto Vergel, o en Concha Cañas, o en Aurora Rodríguez Sanjuán, o en Máximo Silvestre, o en Lucía Galán, o en Alicia Madurga, o en Eufrosio López Sevillán, o en Don Pablo Ausin, o en Carmelo Torrent, o en Laureana Bosch, o en Silvia, o en el marqués de

 

 

Brujas. Hay  tantos nombres repartidos, tantos apellidos, se han concebido tantos seres, existen tantas camas, están bordados tantos  números en las solapas de las batas, las lavanderías de los hospitales giran en espuma, los ascensores de los sanatorios huelen a cenas y a comidas, cada uno posee sentimientos y pensamientos, los años pasan sobre la capital de España, una bruma delicada, primero vagorosa, nube enfermiza y doliente, viene muy suave por entre las rendijas del recuerdo y la memoria de Jacinto Vergel, mientras el doctor Martínez Valdés alcanza ya la Moncloa, subirá la Gran Vía hacia la Puerta de Alcalá, el vapor de los automóviles  esconde bajo una castiza capa al rey Carlos lll, el mejor alcalde de Madrid, el que dotó a la ciudad de alcantarillados y pavimento e iluminó sus calles, evocación de Carlos lll, halo misterioso que mirará el doctor desde el edificio de Correos, le llegará  desde el Museo del Prado y desde el Jardín Botánico, silbido oloroso de esta primavera que sube por los vericuetos de las calles desde la Puerta del Sol.

 

 

Jacinto Vergel casi no ha dormido. Al alba, mucho antes de que entraran las monjas en su habitación, ėl mismo se ha puesto la bata azul y ha empezado a caminar muy deprisa por los pasillos, casi siempre está en los pasillos, se acostó muy tarde, tienen que obligarle a que se acueste, acecha a cualquier viajero, interlocutor o trashumante que le escuche, Jacinto Vergel Palomar nació en Manzanares el Real hace setenta y seis años, es hombre flaco, nervudo, tieso, necesita gruesas gafas, parece solamente aldeano y en cambio tiene mucha sabiduría popular, ha leído algo, caminó mucho, es inquieto, sobre todo amoroso, el corazón se le escapa con picardía, guarda una risa seca e irónica como un tic que acompañara a sus silencios, un empujón de sorna igual a una tos. Cuando Jacinto Vergel Palomar se tumba en la cama de su habitación del Doctor Jiménez no puede cerrar los ojos de tanto que anduvo. Tiene en la cabeza todos los caminos de las cercanías de Madrid, sale de Manzanares el Real, al lado mismo del castillo, y echa a andar muy joven, Mire hermana, le dice en cuanto puede a Sor Benigna, Usted se viene conmigo hacia Cerceda, luego nos vamos los dos a Cercedilla, después doblamos tranquilamente a Miraflores y llegamos a Lozoya, a la izquierda dejamos Oteruelo del Valle, Alameda, Pinilla del Valle y Rascafría. A Sor Benigna no le encaja el nombre, es monja alta, austera, con un temple de acero y dirige el sanatorio del Doctor Jiménez con mano firme y sin contemplaciones. Mire, Jacinto, quédese quieto de una vez, usted y yo no nos vamos a ninguna parte, le dice la monja a Jacinto, déjeme en paz que tengo mucho que hacer, y sobre todo deje en paz a  Luisa. Luisa Baldomero González es mujer oronda y de anchas piernas, muy gruesos y encarnados tobillos, rostro redondo, sus varices le hacen caminar despacio por el sanatorio, nunca podrá seguir a Jacinto ni por el Soto del Real, ni llegará a Guadalix de la Sierra, ni menos alcanzará hasta Bustarviejo, ni tocará Valdemanco ni rozará Canencia. Son pueblos estos del noroeste de la provincia madrileña. Mire hermana, le repite incansable Jacinto a Sor Benigna en un rincón del pasillo, Mi padre me enseñó tan bien el castillo de Manzanares, que es como si fuera mío, Usted se coge de mi brazo y nos asomamos juntos a las torres para ver bien limpia la Pedriza, es decir, la piedra, esas paredes enormes que yo he subido hasta con mochila, y como la monja no le contesta y le dice que se calme, Jacinto se va pronto a la parte del sanatorio donde están las mujeres, su corazón sube y baja las escaleras cuantas veces sea necesario, es montañero, asciende escalones, baja peldaños, únicamente con Luisa Baldomero del brazo y con un amor y una dedicación pasmosos, tal como si llevara un cristal a punto de romperse, se mete en el ascensor y la acompaña igual que si fueran a casarse.”

 

 

José Julio Perlado

(Continuará)

TODOS   LOS   DERECHOS   RESERVADOS

 

(Imágenes —1-Jerzy Grabowsky/ 2- Louise Bourgeois)

LUGARES IMAGINARIOS

 

 

«Resplandecían las escamas de los peces, un ala de gaviota cruzaba el aire salado, las medusas extendían y replegaban sus umbelas, se balanceaba al viento un cocotero. Se abrían a la luz las madreperlas». Así describe el paisaje de «Heliópolis» (1949)  Ernst Jünger al presentar ante nosotros su libro a través de su prosa marmórea, como recuerda Luis Pancorbo en «Lugares insólitos, míticos y verídicos» (Tezontle). «Lejos de ser la capital del Xlll Nomo del Antiguo Egipto dice Pancorbo -, el escritor alemán,  autor de «Los acantilados de mármol«, sitúa allí una distopía o utopía negativa. Pese a ser tan invitante su playa, y su clima tal vez  mediterráneo, Heliópolis esconde el tener que elegir: conservar o progresar. Luchar y amar. Contemplar la belleza o imponerla».

 

 

También el gran crítico francés Jean- Yves Tadié se detiene a analizar Heliópolis entre las villas imaginarias. Villas o ciudades invisibles o imaginarias quiso colocar Calvino en el cielo para viajar por ellas y descubrir sus nombres de mujeres, pero parte de la novela moderna –como recuerda Tadié – ha reconciliado la gran ciudad con lo imaginario, construyendo, por su lado, reinos utópicos. «Jünger construye esos reinos donde se confrontan dos órdenes, o un desorden y un orden. Una ciudad que escapa a las normas realistas y que dicta sus normas a la novela. Como un tablero donde cada casilla contiene una historia, cada barrio, cada monumento de Heliópolis congrega, no sólo los pesos del pasado sino también su aventura, distribuida en la intriga general del libro. La utopía es la obra de la memoria según la cual se comprueba lo siguiente : «hay sitios sobre la tierra donde aparecen santuarios; eso ocurre muchas veces en lugares de violencia. Estos enclaves dan la impresión de estar golpeados por una maldición que concentran tropas siempre atacadas por la violencia. Ellas se suceden a través de los flujos y reflujos de la historia».

Cuando estaba componiendo «Heliópolis», Jünger escribió en su Diario del 6 de marzo de 1948 : «lo que hace sagrado el trabajo es lo que en él  hay de impagable. De esa porción divina es de donde afluyen a los seres humanos la felicidad y la salud. También puede decirse que el valor del trabajo se mide por la cantidad de amor que en él se esconde».

Viajes hacia lo imaginario, sentencias sobre la realidad.

 

 

(Imágenes-1-Louise Bourgeois/2.-Edgar Degas- 1892/ 3.-Hans Emmenegger– 1905)

A LA VIOLETA DIJE CON ENOJO

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«A la violeta dije con enojo:

«Ladrona, ¿a quién robaste tu perfume

sino al aliento de mi amor? El rojo

que arrogante en tus pétalos presume

lo extrajiste a sus venas en tu arrojo».

Censuré al lirio por copiar tu mano

y al sándalo que plagia tus cabellos;

Vi rosas, blancas de rencor humano,

otras, rojas de rabia, en sus destellos;

ni roja otra ni blanca, a ambos su tono

logró robar y tu hálito absorberte;

sus culpas pagará: en su altivo trono

un cancro vengador le dará muerte.

Y no advertí en ninguna de las flores

que no hurtaran tu aroma y tus fulgores».

William Shakespeare.- Soneto XClX  (traducción de Arthur Kirsh)

 

flores-buui- Louise Bourgeois

 

(Imágenes.-1.-Yasuhiro Takagahara/ 2.- Louise Bourgeois)

¿QUÉ ES EL AGUA?

peces-ffv-Paz Rodero-ilustranet.net

«Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: «Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?». Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró al otro y le dijo: «¿Qué demonios es el agua?».

David Foster Vallace. – palabras a los graduandos del Kenyon College, en Estados Unidos, 2005

(Lo difícil – dice D.T. Maxbiógrafo de Wallace – es ser plenamente consciente de la propia vida mientras se está viviendo)

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(Imágenes.-1.-Paz Rodero.-ilustranet.net/ 2.- taringa. net)

ARAÑAS DE LOUISE BOURGEOIS

En 1928 Azorín estrenó en Madrid su trilogía «Lo invisible», compuesta por «La arañita en el espejo», «El segador» y «Doctor Death, de 3  a 5». La pequeña arañita de la muerte en el espejo de la vida no apartaba su sombra de ella, permanecía en la limpidez del cristal recordando siempre el fin.

En La arañita en el espejo, una mujer enferma espera impaciente a su esposo, que regresa de la guerra de África. Todo sugiere que el reencuentro no tendrá lugar: un mendigo adivina, en la tristeza de la joven, el reflejo de una enfermedad incurable, y la arañita en el espejo anuncia la proximidad de la muerte. Pero ésta no vendrá a llevársela, como ella supone. En realidad, a quien se ha llevado es al esposo, que nunca acudirá a la cita. Todos los personajes, excepto la esposa, conocen la fatal noticia y es que, obsesionada con su propia muerte, es incapaz de sospechar la de los demás.

Quizás estas arañas gigantescas de Louise Bourgeois plantadas en los espacios de algunas ciudades del mundo no representen a la muerte, pero las largas patas de las enormes esculturas imponen la amenaza de un misterioso y extraño poderío.

Las mujeres-casa de esta artista – dibujos o pinturas con cuerpo de mujer y cabeza convertida en casa, a veces llameante y transmitiendo ansiedad -, los ejes metálicos, sus piezas de materiales líquidos que dejaba solidificar, luego su trabajo con el mármol y el bronce, las tensiones reflejadas del cuerpo humano, la mezcla de rigidez y flexibilidad en muchas de sus obras, no harán olvidar a sus arañas multiplicadas, casi perpetuas.

Ella quedó prendida de su visita a las grutas de Lascaux donde el descubrimiento de las formas cóncavas dio un giro a su obra. Las concavidades y convexidades, las hendiduras, marcaron su trayectoria. Pero las arañas permanecieron en el aire.

Estaban allí – siguen estando – imperturbables, vigilantes, grandes arañas en el espejo de la vida.

(pequeña evocación de Louise Bourgeois, fallecida a los 98 años en Nueva York el 31 de mayo de 2010)

(Imágenes:- arañas de Louis Bourgeois en distintas ciudades del mundo)