LA MÚSICA DE LAS COSAS

«En el pasillo,

mientras leo,

se abre una puerta y se cierra,

se abre y se cierra,

y yo espero a que se acabe su agonía.

Dicen que cuando el aire

abre y cierra una puerta,

alguien muy cerca está en peligro.

Hay que prestar oído,

cerrar el libro que leíamos

y unirnos a ese rezo;

no levantarnos a cerrar la puerta,

sino quedarnos quietos y oír, oír

hasta sacarle alguna música al crujido».

Fabio Morábito

Las cosas siempre contienen en su interior la música y el silencio. También lo esconden igualmente la naturaleza y los objetos. En el verano de 2010 el pianista Pedja Muzijevic incluyó la obra conceptual de John Cage  4`33″  (que durante cuatro minutos y medio no produce ningún sonido) en un recital en Maverick, que se encuentra en una zona boscosa, en las afueras de Woodstock. Como cuenta Alex Ross, «la sala está hecha fundamentalmente de madera de roble y pino, es de construcción tosca y se asemeja a un granero. En las

agradables tardes de verano, las puertas se dejan abiertas a fin de que los oyentes puedan escuchar desde los bancos situados en el exterior. Muzijevic, consciente del entorno natural, decidió no utilizar un cronómetro mecánico; optó, en cambio, por contar los segundos en su cabeza. La tecnología se inmiscuyó de todos modos, adoptando la forma de música que sonaba en el

equipo de un coche y que llegaba desde algún lugar cercano. Un pájaro solitario en los árboles luchaba por competir con el restallante bajo. Tras un par de minutos, la música se desvaneció. No había ni viento ni lluvia. El público se mantuvo perfectamente inmóvil. Durante aproximadamente un minuto, nos sentamos en medio de un profundo y total silencio. Muzijeviv rompió el hechizo salvajemente, con una andanada de Wagner: la transcripción que hizo Liszt del Liebestod de «Tristan und Isolde«. Puede que alguien arrancara una motosierra. Es posible que yo no fuera el único oyente que deseaba que la música del bosque se hubiera prolongado un poco más».

Así, en el silencio de la música creada resonó también el silencio – tan musical – de la civilización y de la naturaleza.

(Imágenes- 1.-Ansel Adams/2.-foto Konstantin Smilga.-The Surface.-series.-2003.-Moscou House of Photography/ 3.-Helena Almeida.-1977.-Sammlung Verbund, Viena)

CHOPIN Y DELACROIX

«Hacia las tres y media – cuenta Delacroix en su «Diario» (7 de abril de 1849) – acompañé a Chopin a dar un paseo en coche. Aunque fatigado, me sentía feliz de poderle ser útil en algo… Por la Avenida de los Campos Elíseos, el Arco de la Estrella, la botella de vino en el ventorrillo; parada en las barreras, etc.

Durante el paseo me habló de música, y esto le reanimó. Yo le preguntaba qué era lo que establecía la lógica en música. Me hizo comprender lo que era la armonía y el contrapunto; cómo la fuga es lógica pura en música, y que el conocer bien la fuga, es conocer el elemento de toda razón y de toda consecuencia en la música. Pensé lo feliz que hubiera sido yo de haberme podido instruir en todo eso que atropellan los músicos vulgares. Este sentimiento me ha dado una idea del placer que los sabios dignos de serlo, encuentran en la ciencia. Y es que la verdadera ciencia no es lo que ordinariamente se conoce por esa palabra, es decir, una parte del conocimiento diferente del arte: ¡no! La ciencia examinada así y explicada por un hombre como Chopin, es el arte mismo, y no ese que cree el vulgo que es arte, es decir, especie de inspiración que viene no se sabe de dónde, que anda por casualidad y que no presenta sino el exterior pintoresco de las cosas. El arte es la razón misma engalanada por el genio, pero siguiendo un paso necesario y contenida por las leyes superiores. Esto me llevó a la diferencia entre Mozart y Beethoven. «Allí – me decía – donde este último es oscuro y parece falto de unidad, no es porque una pretendida originalidad – un poco salvaje -, con la que le honran, sea la causa; es que volvió la espalda a principios que son eternos; Mozart no lo hizo nunca. Cada una de las partes musicales tiene su medida, que, acomodándose a todas las demás, forma un canto y le continúan perfectamente: esto es el contrapunto». Me dijo que es costumbre aprender los acordes antes que el contrapunto, es decir, la sucesión de notas que lleva a los acordes…Berlioz coloca los acordes, y luego rellena los intervalos como puede».

Una semana después de este paseo por París entre el pintor y el músico, Delacroix escribe nuevamente en su «Diario«: «Por la tarde fuí a casa de Chopin; lo encontré muy abatido, respirando apenas. Al cabo de algún tiempo, mi presencia lo reanimó. Me dijo que el aburrimiento era para él, el mayor de los tormentos. Le pregunté si no había sentido antes el vacío insoportable que yo suelo sentir algunas veces. Me contestó que sabía ocuparse siempre de alguna cosa, por nimia que fuese; una ocupación llena los momentos y desvía esos vapores. Pero los pesares son cosa distinta».

Chopin moriría en octubre de ese año, y al enterarse Delacroix escribe: «¡Qué gran pérdida! Tanto bribón que sigue en su sitio, mientras que esta bella alma acaba de desaparecer!». Se ha dicho que Chopin y Delacroix tenían el mismo escepticismo ante las multitudes, compartían el gusto por lo clásico y un dios común: Mozart. Chopin admiraba los lienzos de su amigo y Delacroix a su vez las composiciones de Chopin: «Es el artista más verdadero que yo he encontrado decía el pintor – Es de esos, en pequeño número, que se pueden admirar y estimar».


Del «Diario» de Delacroix he hablado alguna vez en Mi Siglo. Música y pintura como música y literatura se enlazan por esos pasillos de la correspondencia de las artes. Entre otros «Diarios» de pintores hay uno, el de Paul Klee, que también dedica grandes espacios a la música; también pasea, aunque no sea físicamente, por avenidas de composición. «Una melancolía me invade – dice Klee – cuando oigo a Schubert«; «la música me ha consolado a menudo y me consolará si es necesario. Es casi insoportable el pensamiento de vivir en una época de epígonos». En febrero de 1906 escribe: «Adquirí un violín Testore del año 1712 y me deshice de mi viejo instrumento de Mittenwald, barnizado con todo amor. Se enamora uno de los violines. Pero los violines de los que uno se deshace no se suicidan. Y eso es cómodo». Y ese mismo día añade: «En el concierto sinfónico tocamos la excelente Sinfonía de César Franck, la Obertura Cellini, de Berlioz y el vals Mefisto de Liszt«. En otro lugar de su «Diario«, en 1905, Klee recoge su impresión de Casals: «En el quinto concierto sinfónico tocó Casals, uno de los músicos más maravillosos que ha habido en el mundo. El sonido de su cello es de una conmovedora nostalgia. A veces hacia fuera, saliendo de las profundidades, a veces hacia dentro, bajando a ellas. Al tocar cierra los ojos, pero su boca interrumpe un poco esta paz (…) La noche del concierto, Casals se hallaba sentado frente a la orquesta que tocaba la introducción, claramente enfadado. El director volvía la cabeza para mirarlo con ojos implorantes y descubrir lo que pensaba acerca del tempo. El español lo soportó exactamente un compás más, y con unos cuantos movimientos de arco creó el orden necesario. (…) Casals interpretó solo una Sarabanda de Bach«.

Paseos y recuerdos, recuerdos y paseos entre pintura y música.

(Pequeña evocación, hoy, uno de marzo, en que se cumplen 200 años del nacimiento de Chopin: 1 de marzo 1810- 1 de marzo 2010)

(Imágenes: 1.-Chopin, retrato por Delacroix.- wikipedia/ 2.-retrato de Chopin.-wikipedia/ 3.-Chopin tocando ante la familia Radziwill.-wikipedia)