PALOMAS

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Estas palomas que vienen y van por el suelo, que picotean y alzan el vuelo, que ocupan nuestras plazas y beben en nuestras fuentes arrastran, como tantas otras cosas, tradiciones y dichos de siglos. Cuenta Claudio Eliano en sus «Historias curiosas» que las palomas incuban sus huevos por turnos. Más tarde – dice – , cuando los polluelos han nacido, el macho les escupe para apartar de ellos el mal de ojo y para evitar que sean víctimas de algún hechizo. Ése es su temor. La hembra pone dos huevos, de los que del primero siempre nace un macho y del segundo, una hembra. Las palomas ponen huevos en todas las épocas del año; de ahí que tengan hasta diez puestas anuales. Circula un dicho egipcio que afirma que las palomas en Egipto ponen doce veces.

Aristóteles afirma que el pichón es diferente de la paloma. La paloma es, de hecho, más grande y el pichón más pequeño; la paloma puede ser domesticada y el pichón no (…) Si debemos creer a Calímaco, la paloma torcaz, la paloma y la tórtola no poseen ninguna semejanza entre sí. Algunas tradiciones indias afirman que en la India hay palomas de plumaje amarillo como la miel.

 

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Caronte de Lámpsacoprosigue Eliano – dice que en torno al monte Atos aparecieron palomas blancas cuando en aquella zona naufragaron las naves persas que intentaban doblar el promontorio. En Érice, en Sicilia, en el mismo lugar en el que se encuentra el sagrado templo de Afrodita, en cierto momento del año los pobladores celebran con sacrificios la fiesta de la Zarpa, y dicen que Afrodita es llevada desde Sicilia a Libia.  Entonces, las palomas desaparecen de la región como si, en efecto, hubiesen emigrado con la diosa.

Luego continúan las palomas yendo y viniendo y casi  tropezando con nuestros pies, a veces  nerviosas en nuestras plazas, a veces vagabundas dormidas, atentas siempre a la menor brizna de miga de pan que encuentren con el pico.

 

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(Imágenes.-1-mosaicos italianos del siglo XlX/ 2.-Chan Kin Man- palomas en Estambul/ 3.-Antonio G. Capel)

INSOMNIACA

Anoche me acosté y hacia las dos y cuarto comencé a viajar a  la ciudad de Insomniaca,  al norte de Nigeria, esa ciudad que tiene la singular costumbre de no dormir y donde sus habitantes no tienen idea ninguna de lo que es el sueño. Anduve despierto por sus calles, recordé lo que cuenta de ella Arthur John Newman Tremearme en el libro que publicó en Londres en 1913 y advertí, tal como me habían relatado, que allí los extranjeros estamos siempre en grave peligro. Si cualquier viajero intenta adormecerse o entrecerrar los ojos, en el momento en que se queda dormido, es inmediatamente enterrado con gran pompa sin apenas moverlo -sin que él nunca se aperciba  -, pues los indígenas lo decretan muerto. Por eso anduve toda la noche despierto, observando los rostros y los comercios, procurando andar, no me senté en banco ninguno, no me apoyé en ninguna esquina,  anduve y anduve varias horas, quizá hasta las cuatro.  Hacia las cinco menos cuarto, tal vez serían  menos diez,  llegué muy cansado  a la frontera del Silencio, esa otra ciudad de la región de Libia, a orillas del río Zaire, la ciudad de la que habla Poe en uno de sus cuentos,  allí donde aguas malsanas no llegan nunca al mar y se quedan palpitando eternamente bajo el sol en una  ebullición convulsiva. A lo largo de muchos kilómetros, a ambos lados del legamoso lecho del río, se extiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares.

La región apesta a causa de una maléfica y sombría selva de flores envenenadas y con una maleza perpetuamente agitada a pesar de la ausencia de viento. Al borde del río se levanta una gran roca gris en la que aparece grabada la palabra Desolación. El país entero está maldito por el silencio. La luna está inmóvil, el rayo no tiene luz, las nubes están suspendidas, las aguas están siempre al mismo nivel y los árboles olvidan balancearse.

Se prueba allí la penosa sensación de quedar sometido a la sordera y reducido al mutismo total.

Hacia las seis de la mañana – tal vez serían las seis y cuarto – volví a Insomniaca procurando no dormirme ni apoyarme en nada. Crucé las calles de nuevo, observé los comercios iluminados y logré salir sin cerrar los ojos, completamente despierto como así había ocurrido en toda la noche,  pasando suavemente la página que estaba leyendo de Alberto Manguel que me estaba guiando por su Breve guía de lugares imaginarios.

(Imágenes:Insomnio.-por Remedios Varo.-redescolar.ilce.edu.mx/ elefante, por Gregory Colbert)