PÁJAROS EN LAS PARTITURAS

El vuelo de los pájaros es un arte afín a la música – recuerda Len Howard en «Los pájaros y su individualidad«, del que ya hablé en Mi Siglo – que tiene como base el ritmo y la sensación del movimiento. (…) Los músicos, cuando tocan, están en un estado en que reaccionan con rapidez, como los pájaros durante esos vuelos, y en los buenos conciertos de música de cámara – sin director – los músicos sienten conjuntamente, como un todo, no como individuos separados que tocan cada uno una parte distinta. Se concentran en la música en su integridad, no sólo en su propia parte. (…) Lo mismo que seres humanos de sensibilidad especial pueden unirse bajo el impulso de la misma emoción, es muy posible que así lo hagan los pájaros, que son sin duda mucho más rápidos en sus reacciones. Bajo el ímpetu de la ejecución, a los músicos los arrastra una corriente viva que es una especie de vida en sí y no sólo se impresionan ellos mismos, sino que el auditorio puede sentir esa misma impresión. Cuando los pájaros pasan cerca de nosotros, volando rítmicamente en esos vuelos simultáneos, el efecto que producen sobre las personas sensibles a estas cosas es muy fuerte; hay una excitación y un estremecimiento que emanan de la bandada; el vuelo de los pájaros se siente a la par que se ve»

Después los pájaros descienden. A algunos de ellos –ya  lo dejé escrito aquí – les gusta pasearse sobre los atriles de los músicos, mordisquear las notas, picotear gozosos – como ocurre en Bortkiewicz – el borde vibrante de las partituras.

http://youtu.be/GNmO3xF_eNc

 

PÁJAROS EN LAS MANOS

«Durante todo el día, mientras la lluvia golpeaba y susurraba – confesaba John Burroughs  en sus «Miradas a la naturaleza» (Centellas) -, he estado oyendo las notas del petirrojo y el tordo de los bosques; el papamoscas no dejaba de jugar a dos pasos de mi ventana, lanzándose como una flecha, gorjeando con voz baja y satisfecha entre las hojas humedecidas, con las plumas secas y lisas, como si las gotas hubieran pasado a través de él; el sinsonte jugueteaba y se

posaba sobre la valla de mi jardín; el troglodita se detenía un instante bajo la lluvia, y se entregaba luego a una breve pero fogosa repetición bajo las grandes hojas del emparrado; el ave del paraíso me informó de su vecindad con su vuelo amanerado, y la golondrina de las chimeneas, encaramada en la buhardilla, cantaba «chipi-chipi-cherri», la adivinanza para los niños». Alguna vez en Mi Siglo he hablado ya de la música de los pájaros, pero ahora son también los pájaros los que se posan sobre los dedos de nuestras manos, sobre las páginas de nuestros libros. Cuando Len Howard, en «Los pájaros y su invidualidad» (Fondo de Cultura) habla del cántico del petirrojo recuerda que es mucho más expresivo en otoño que en primavera. «Me suena feroz – dice -, amenazador, mimoso, aliviado, contento, triunfante, mórbido, presumido, lastimero, resuelto, aburrido, desesperanzado, dando la impresión de que su adversario es un necio y el mundo una cosa estúpida. Garstang,recuerda también Howard  -en su libro sobre el canto de los pájaros, lo llama el Chopin de su clase, pero

Chopin es a menudo sentimental y los petirrojos no lo son nunca». Burroughs y Howard, entre tantos otros, van y vienen entre los pájaros, entre sus plumas y sus cánticos, observándolos y escuchándolos, interpretando sus movimientos.  «Con estos ángeles y ministros de misericordia como compañeros – seguía diciendo Burroughs -, hasta en la soledad de mi despacho me siento impulsado más que nunca a expresar amor y admiración. (…) A los ojos del hombre de ciencia, que diseca y clasifica, un pájaro no es ni más ni menos simpático que una ardilla o un pez; a mí, sin embargo, me parece que todas las cualidades superiores de la creación animal convergen y se concentran en estas ninfas del aire; la naturaleza alcanza su obra maestra con el pájaro cantor».

Es así como los poetas se acercan a los pájaros y los pájaros a los pintores y los pintores de nuevo a los poetas para escuchar mejor a los pájaros, prendidos todos ellos, por ejemplo, de los timbres del mirlo,» de voz bellísima y madura – comenta Howard -, con los modos de sus tonadas diversos, a menudo hermosos, serenos y calmantes, a veces humorísticos o extraños, y con frecuencia de carácter pastoril, porque la canción de cada pájaro se compone de muchas de esas tonadas, ideadas por él y cantadas luego con variaciones improvisadas sobre la idea original si está de humor».

(Imágenes:- 1.- Sonja Braas.- 1991.- you-hare-ere.-26.-melisaki/ 2.-Indra Grusaite.- Indra Grusaite. tumblr/ 3.-New York Historical Society/ 4.-René Magritte/ 5.-anónimo francés del siglo XVll)