LECTURA EN VOZ ALTA

 

 

“Dio un vistazo último a su librería a la luz de aquellas lámparas iluminadas aun siendo primera hora de la tarde. Las estanterías ya no las vería más. Sentado o paseando don  Bernardo Cortés había visto cómo la ciudad se había ido extendiendo hacia uno de sus lados, hacia el norte: la moda estaba ahora en vivir cara al futuro, cara a la imagen. Pocos habían leído en la comarca y los más viejos habían muerto. Los jóvenes  leían sólo por obligación en las escuelas, leían sobre todo en el móvil, en la pantalla : cosas útiles, avisos, mensajes, anuncios; escuchaban y no leían, miraban y no leían, viajaban y no leían: leer profundamente siempre suponía tiempo y reflexión; se tiraba el tiempo, el ocio de la ausencia del trabajo lo dedicaban a mirar aburridamente la naturaleza, a mirar aquel pájaro que cruzaba, aquel avión… Pero la naturaleza no era un libro : se contemplaba – cuando eso se hacía – sin reflexión, sin pensamiento alguno.

Miró el librero aquella estancia suya en donde ya nadie entraría a comprar y vio cómo se llevaban las cajas  llenas de libros, cómo las subían a un camión….. Guardó algunos de ellos y se dispuso a hacer lo que había decidido hace tiempo: ir de casa en casa, leer a los demás en voz alta, igual que se hacía hace siglos. “Aquí viene, señor, el lector”, dirían los criados a los  millonarios . Y el librero, tan amante de los textos, comenzó una de aquellas tardes su nueva vida: leía  a domicilio, de calle en calle y de familia en familia, pero sólo cuando le llamaban y quienes lo pedían. ¡ Un lujo para entonces! Ancianos aburridos le permitían leer un rato junto a la ventana. Y no se sabía a quién compadecer más: si permitir a aquel librero que  aprovechara su tiempo y leyera, o  que el otro ser anónimo escuchara, adormilado en un sillón, cómo le iban contando y leyendo historias en voz alta, cosas que a él ya  le parecían pura arqueología, cosas para muy iniciados, cosas muy de minorías…”

José Julio Perlado – ( del libro “Relatos”) (texto inédito)

(Imagen –Naoko Matsubara– oakville galleries)

ESCRIBIR SIN LECTORES

«La lectura de un libro pide perseverancia. La lectura en la pantalla internética mezcla impaciencia e indolencia, dos cosas poco amigas de la perseverancia»- Así lo afirma el escritor Justo Navarro evocando a su vez a Erle Stanley Gardner cuando dice: «cada página empuja al lector a la siguiente: a eso le llamo yo talento».  Y el escritor granadino añade: «El talento en una página web consiste en lo contrario: en retenerte en la página, en quitarte el apremio de saltar a otra».

Viejo tema el de la pantalla y el papel, el de las distintas lecturas, el de las diversas escrituras. En un texto muy interesante de Umberto Eco, «¿Cómo escribo, incluido en «Sobre literatura» (Debolsillo), el autor italiano afirma que «lo bueno del ordenador es que estimula la espontaneidad: escribes de un tirón, deprisa, lo que se te ocurre. Luego, mientras tanto, sabes que puedes corregir y variar», pero hablando de la creación literaria anota enseguida: «no entiendo a los que escriben una novela al año (pueden ser grandísimos, los admiro, pero no los envidio) Lo bueno de escribir una novela no es lo bueno de la transmisión en directo, sino lo bueno de la transmisión en diferido».

Y al final de esos comentarios – hablando del escritor y del lector – se pregunta: «¿escribiría todavía, hoy, si me dijeran que mañana una catástrofe cósmica destruirá el universo, de suerte que nadie podrá leer mañana lo que escribo hoy? En primera instancia la respuesta es no. ¿Por qué escribir si nadie me puede leer? En segunda instancia, la respuesta es si, pero sólo porque abrigo la desesperada esperanza de que, en la catastrofe de las galaxias, pueda sobrevivir alguna estrella, y mañana alguien pueda descifrar mis signos».

Julien Green en «L´homme et son ombre» (Seuil) – como ya he recordado en «El ojo y la palabra» – se interrogaba igualmente: «¿ Escribiría usted si estuviera solo, por ejemplo, en una isla desierta con mucho papel y toda la tinta del mundo de que tuviera necesidad? O bien: ¿escribiría usted si sus escritos fueran invariablenente puestos en ridículo? O la última y más insidiosa pregunta: ¿escribiría usted si supiera que jamás podría publicar?».

Internet parece que resolvería con instantaneidad esta opción útima. ¿ Habría algún lector al otro lado de las teclas? En todo caso, los consejos de Rilke siempre iluminan: «Reconozca – dice en «Trabajo y paciencia« – si usted tendría que morirse si se le privara de escribir. Esto, sobre todo : pregúntese en la hora más silenciosa de su noche, ¿debo escribir? Excave en sí mismo en busca de una respuesta profunda. Y si ésta ha de ser de asentimiento, si usted ha de enfrentarse a esta grave pregunta con un debo enérgico y sencillo, entonces construya su vida según esa necesidad».

(Imágenes:-1.-Cig Harvey.-Real.-2008.-Joel Soroka Gallery.-artnet/2.-la creación.-2000.-Brigitte Scenczi.- f feminine)

LUIS ROSALES EN SU CENTENARIO (y 3)

«Me han dicho en mil ocasiones muchas de las personas que mejor me conocían y más me querían – me dice Luis Rosales en esta mañana de febrero de 1977 en su casa de Madrid – que ha habido siempre un gran divorcio, sobre todo en los últimos años, entre mi manera de ser y mi manera de escribir. Yo he sido un hombre sumamente alegre, ligado a la vida, con una capacidad de vivir la vida desde sus aspectos más pequeños, más cotidianos y recónditos, y vivirlos con intimidad, con deslumbramiento. Vivo deslumbrado, por ejemplo, con una ventana que estoy viendo infinidad de tardes…, con la conversación de los amigos…, infinidad de noches, infinidad de puentes entre la tarde y la noche… Y es curioso que una persona tan alegre cono yo durante años haya escrito una de las poesías más desengañadas que se han escrito en nuestro tiempo; por ejemplo, el que hasta ahora era el más reciente de mis libros: Como el corte hace sangre. Este libro es la aparición de lo que podíamos llamar el desengaño mayor o, como decía Machado, «la plazoleta del desengaño mayor«; pero hay otra aparición en el libro anterior, que es la ironía. El joven mira la vida con entusiasmo, con desengaño, con melancolía o con dolor, pero la vive siempre de una manera enteriza.

A partir de cierta edad, el poeta no puede vivir su vida de manera enteriza; está espejándose continuamente; está al mismo tiempo viviendo su vida y al mismo tiempo participando «críticamente» en ella. Eso es lo que da la ironía, ese desdoblamiento de la experiencia vital en tres planos, que son : la experiencia vivida, la participación en tu propia vida, y la crítica de tu propia vida y de tu propia participación…» (…)

«Pocos poetas – sigue diciéndome Rosales – agradecerán tanto como yo la asistencia del lector, lectores que han vivido y conformado de alguna manera su vida con alguna lectura mía. Me interesan los lectores y me interesa el lector personal. Pero interesándome tanto los los lectores y habiendo agradecido esa confirmación que han tenido ellos en mí, he de decir que yo no escribo para los lectores. Escribo por obligación ética, para cumplir un destino al cual estoy llamado; yo soy, irremediablemente, un escritor. Me han preguntado en alguna ocasión: «tú por qué tardas tanto en publicar tus libros?». Yo a veces he tardado diez años o quince años en publicar un libro, porque a mí lo que me interesa es escribirlos, no publicarlos. ¡Los libros están ahí! Si yo no los publico, otros lo harán por mí; si alguien tiene que leerlos, alguien los leerá; pero quiero separar por completo estas cosas. Primero, que para mí el lector es muy distinto del público; me interesan los lectores, a los cuales debo muchas de las alegrías que he tenido en la vida.

Y hay que hacer otra distinción. Yo escribo únicamente como un compromiso ético que tengo conmigo mismo, con mi tiempo y, naturalmente, con Dios. En esa última relación hay un Dios – para mí, Jesucristo – que es el Tú absoluto; ese Tú, para mí de alguna manera, es siempre el horizonte, hasta en los poetas más blasfemos. De ahí nace ese imperativo que yo siento al decir que escribo por una conformación interior mía que, en definitiva, es un compromiso ético».

(«Diálogos con la cultura«.-páginas 155 – 157)

Hoy, 31 de mayo, se cumplen cien años del nacimiento de Luis Rosales en la ciudad de Granada

(Pequeño homenaje y recuerdo al gran poeta español)

(Imágenes.-1.-Luis Rosales.-laopinióndegranada.es/ 2.-Luis Rosales con los Reyes.-larazón.es)

EL LIBRO EN PANTALLA

The Latin Quarter, Paris, France

Releo estos días la muy interesante conversación que sobre el futuro del libro y el libro del futuro mantuvieron Roger Chartier y Antonio Rodríguez de las Heras. (Revista «Litterae».-Cuadernos sobre cultura escrita», 2001)

«Antes de la imprenta – recordaba Rodríguez de las Heras -, y también en sus primeros tiempos, los libros recogían una obra definitiva, que se entregaba al final de un trabajo de pensamiento y de creación, no durante ese proceso. Pero a medida que las técnicas de imprenta se desarrollaron e hicieron más fácil la producción material de libros y que, a la vez, el mercado se intensificaba, el libro ya no sale como obra definitiva sino provisional, libro de corta vida que dejará paso a otro del mismo autor en donde se recoge parte del anterior, se corrigen otras partes y se añaden novedades. Los libros hoy nacen con muy poca ambición de pervivencia y mucha más de hacerse notar durante un espacio corto de tiempo. Pues bien, con la edición electrónica se entra en una tercera ertapa, en la que el libro es abierto y el autor cuida de su mantenimiento como se puede cuidar un jardín, arrancando, plantando, cortando. La idea procedente de las dos etapas anteriores por la que el autor entrega su obra, realizada con esfuerzo y amor, y se le va irremediablemente de sus manos y de su control no tiene por qué mantenerse en el libro digital, ya que el autor no se ve obligado a desprenderse, si lo desea, de su obra, que puede seguir perfeccionando».

A lo que Roger Chartier contestó:

«Usted siempre se ha referido al libro único del autor; es decir, desde el punto de vista de la creación, de la escritura. Sin embargo, las observaciones sobre el texto electrónico a menudo han tomado otra posición, la del lector-coautor, introduciendo su escritura dentro de una escritura ya presente: la del autor. El lector tiene así, capacidad de mover, borrar, transformar el texto. En este caso, la pregunta sería: ¿ qué papel atribuye usted a estos lectores múltiples que pueden intervenir?libros-7795-dibujo-max-opinion-the-new-york-times

A lo que replicó Rodríguez de las Heras:

«Cierto que la tecnología actual ha abierto la posibilidad de intervenir al receptor sobre la emisión del mensaje, un bucle que ahora comienza a utilizarse más en producciones televisivas en las que los espectadores pueden, a través de la red, influir de  alguna manera en la marcha de lo que está sucediendo al otro lado de la pantalla. Y desde luego que esta interacción va a producir cambios significativos en la producción audiovisual y en las actitudes, hasta ahora pasivas, de las personas ante el aparato de televisión. Sin embargo creo que fuera de escenarios de entretenimiento, propios de la televisión y de la radio, y quizá, más tarde, de la política en esta tribuna audiovisual (encuestas, entrevistas, discursos…) la posibilidad de este bucle no se desarrollará tanto. En concreto, la creación de un libro, a excepción de libros-foro, se sustentará sobre la creatividad y esfuerzo de un autor. Lo que sucederá, sin embargo, es que el libro se podrá convertir en el núcleo de encuentros y debates de los lectores, y entonces, la lectura pasará del texto del autor al cruce de ideas y comentarios de sus lectores, y todo ello integrado en lo que sería un libro digital. Y también el autor, al escuchar a sus lectores, volverá a su texto para retocarlo, para seguir su desarrollo por otro camino abierto quizá por el contacto del autor con los lectores. Con un texto blando, que no abandona al autor y en el que, si se quiere, puede influir el lector, hay un campo muy amplio de experimentación, pero creo que la escritura nos da capacidad de  diferenciación, de individualizarnos de entornos anónimos, y esto significa una razón de peso para que siga habiendo autor. Se desarrollarán experiencias de participación colectiva en la creación, pero la escritura seguirá siendo un vehículo imprescindible para la individualización, aunque, eso sí, se dará mucha mayor relación entre el autor y sus lectores».

Creo que en situaciones de mudanza – en la prensa, en los libros – acaso sea  de gran interés reflexionar sobre estas palabras.

(Imágenes: Librería Shakespeare and Company.-París.-FreeFoto.com/ dibujo de Max.-The New York Times)

 

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COMENTARIOS A BLOGS

Al comenzar esta nueva entrada de Mi Siglo y en el momento de teclear las primeras palabras se pone a mi lado Alberto Manguel ante la mesa del ordenador para recordarme que los comentarios a los textos de los blogs podrían evocar de alguna forma a las tradicionales anotaciones que siempre se hicieron a ciertas lecturas.
– No sé si usted lo sabe – me dice Manguel -, pero Montaigne, cuya costumbre de anotar se asimilaba a una conversación, continuaba el diálogo en la contraportada del libro que estaba leyendo, incluyendo la fecha en la que lo había acabado para recordar mejor las circunstancias de ese acontecimiento. Aunque tenía libros en varios idiomas, las notas marginales siempre eran en francés («no importa en qué idioma hablen mis libros – decía -, yo siempre les hablo en el mío), y en francés ampliaba el texto y sus notas con sus comentarios críticos.
– Pero eso no se puede hacer en los blogs -le digo a Manguel -. Los blogs carecen de contraportada. Aunque los blogs sí tienen márgenes para que la gente opine. Los comentarios, igual que el texto, quedan alineados y fijos para siempre.
– Sin embargo – me replica Manguel -, no muchas cosas han cambiado. En la página tradicional, esos espacios en blanco que quedan después de que el escritor ha tratado de vencer lo que Mallarmé llamaba «la aterradora blancura de la página», son los espacios precisos en los que los lectores pueden ejercer su poder. Tradicionalmente, en esas aperturas entre el borde del papel y el borde de la tinta, el lector puede generar una revolución silenciosa y establecer una nueva sociedad en la que la tensión creativa ya no se genera entre la página y el texto sino entre el texto y el lector.
Estamos de acuerdo. Aunque el poderío del lector que podía alcanzar al autor no le alcanzaba sino que quedaba reducido a una anotación solitaria y personal. Ahora es distinto.
Luego Manguel me va contando lo que a su vez contaba Chateaubriand de un autor del XlX, Joseph Joubert. «Cuando leía -decía de él Chautebriand -, arrancaba de los libros las páginas que no le agradaban, y de ese modo logró formar una biblioteca completa a su gusto, compuesta de libros ahuecados dentro de cubiertas demasiado amplias para ellos».
Vamos teniendo así una grata y larga charla Alberto Manguel y yo ante este ordenador. Me gustaría que me ampliara más historias pero ahora he de teclear las primeras palabras de esta nueva entrada de Mi Siglo.