JUEGOS DE MANOS, JUEGOS DE PALABRAS

“Hay en la villa de Madridescribe madame d`Aulnoy al contar su viaje por España – varias casas que son como academia, adonde muchas personas van a reunirse, ya para jugar o para entretenerse hablando. Los que juegan, lo hacen muy honradamente, y cualquiera cantidad que se apunte bajo palabra y se pierda, se paga antes de que transcurran veinticuatro horas, y no se prolonga el plazo ni se falta una sola vez. Se cruzan grandes cantidades, y no por esto aumenta el ruido ni se deja ver disgusto en el rostro del que las pierde; el que gana paga el barato

Ahora que tiene lugar una exposición en la Biblioteca Nacional de Madrid sobre la magia y el juego las palabras jugadoras vienen a la memoria desde los clásicos. Palabras como naipes, arrojadas en la lona del Diccionario para triunfar y quedarse, vencer la partida del tiempo. No lo han conseguido todas, pero muchas aún brilllan avaladas por Quevedo o Cervantes, el «Guzmán de Alfarache« o los «Avisos» de Barrionuevo.

Palabras como rentoy, cientos, reparólo, siete y llevar, las pintas, la flor, capadillo, báciga, cuco, matacán, vueltos, quinolas, carteta, la taba, el palmo, el hoyuelo. Los «engaños a ojos vistas» en las calles y en los garitos son ya narrados por Quevedo que avisa que «hay en cada cuadrilla tres interlocutores». Y cuando Deleito y Piñuela habla de «la mala vida en la España de Felipe lV«, sale a relucir el cierto, «por mal nombre fullero«, que prepara varias barajas con trampa, por si una es descubierta o se pierde. Viene después el rufián, a cuyo cargo corre el hacerlas desaparecer cuando el juego acaba, para que ojos profanos no descubran las trampas. El tercero es el enganchador, equivalente al llamdo gancho en el argot moderno; es decir, el encargado de atraer con ardides a los incautos, para que en la timba los desplumen. Es ley guardada invariablemente entre ellos – sigue diciendo Deleito y Piñuela – que finjan no conocerse en el garito; si ven en él a alguno de su calaña (al que llaman entruchón), le tapan la boca con ocho o diez reales; salen mostrando pesadumbre o decepción por los lances del juego, y se reúnen después en cualquier figón próximo, comiendo abundante y bebiendo de lo fino a costa del despellejado.

Palabras envueltas en lances, mezcladas entre la competición y el azar, el mérito y la suerte, barajadas con rapidez y vigor de manos, con memoria, mímica y disfraz, velocidad en gestos y en dedos, fingimiento, a veces acompañadas de talismanes, presagios y presentimientos, simulacros, máscaras y destrezas, las palabras volando sobre los tapetes y Lope que cantaba los juegos:

«Como el sacar los aceros

con el que diere ocasión,

así el jugar es razón

con quien trajere dineros«.

(Imágenes:- 1, 2 y 3.-exposición de la Biblioteca Nacional de Madrid)

JUGADORES DE CARTAS

«Se quedaba parado ante «Los jugadores de cartas«, atribuido a Le Nain.

-«Así me gustaría pintar a mí…», decía Cézanne.

Me llevaba con frecuencia ante ese cuadro en el que unos soldados de un cuerpo de guardia -uno viejo; otro muy joven y rubio, en postura afectada -están acabando una partida». Así lo cuenta Joachim Gasquet en «Cézanne. Lo que ví y lo que me dijo» (Gadir). » Durante toda su vida – añade – quería sentar en una alquería del Jas, bajo la campana de la chimenea común, en torno a una botella y en sillas rústicas, a unos rústicos jugadores de cartas. (…) Toda la humilde gloria del Jas, toda el alma virgiliana del pintor dialogan en esa pintura para siempre».

Cézannedice por su parte Henri Perruchot al relatar su «Vida»  (Hachette) -, no va a buscar lejos sus modelos: son en general los aldeanos de la granja del Jas, sobre todo uno de ellos, el jardinero Paulet, a quien llaman el tío Alexandre. Su paciencia para soportar, inmóviles y silenciosos, largas poses, colma al pintor. Cézanne ante ellos se anima, se hace expansivo y viviente». Elige al principio una tela de grandes proporciones, con cerca de dos metros de extensión. Pinta en ella cinco personajes: tres de ellos jugando, mientras que los otros dos miran. Pero pronto empieza de nuevo de otra forma. «Toma telas más pequeñas. Reduce el número de personajes, pasando a cuatro, luego a dos. Suprime lo que no es primordial. Se esfuerza en la línea, en el color, en la arquitectura del conjunto, hacia una sobriedad, hacia una sutileza que parecen, una vez adquiridas, divinamente fáciles, pero que jamás se obtienen sino al precio de laboriosas paciencias y de obstinados recomienzos».

Pero las cartas siguen su curso. También sigue su curso la suerte, igualmente la habilidad en las manos, la simulación, la provocación, el desdoblamiento de personalidad en el jugador, ése que finge una aparente seguridad , también el cálculo, el arrojo. Vuelan las múltiples combinaciones ante la mesa, se arrrojan astutamente los naipes y se vuelven a recoger con presteza entre muecas y guiños: todo eso lo estudió muy bien Roger Caillois en su «Teoría de los juegos« (Seix Barral).

El fotógrafo canadiense Jeff Wall ,  por su parte, que suele realizar fotografías manipuladas, creó esta escena en 2006, en «Cézanne y más allá» (Museo de Arte de Filadelfia) , como homenaje al francés. Quiso con ella demostrar que la influencia del gran artista ha perdurado durante más de un siglo, convirtiéndose – dijo – en «el maestro de todos nosotros«, como Matisse señaló.

Céanne absorto ante Le Nain.

Jeff Wall absorto ante Cézanne.

El juego continúa.

(Imágenes:- 1.-jugadores de cartas.-Le Nain/.-2.-jugadores de cartas.-Cézanne/ 3.-jugadores de cartas.-Jeff Wall.-«Cézanne y más allá».- TIME)