EL «BLOG» DE DOSTOIEVSKI

«Usted escribe directamente, sin ninguna forma literaria de aparato o ceremonia, como dirigiendo una carta a un amigo – le escribe un lector a Dostoievski siguiendo su «Diario de un escritor» -. Usted escribe lo que piensa y eso es raro, es bueno… Usted se hace visible en sus frases, lo conocemos, por decirlo así, nos relacionamos con usted leyendo el «Diario«. Y además, muy sencillamente y sin la apariencia de ser hombre culto, usted penetra en las cuestiones más profundas, las que son tan dolorosas para cada uno de nosotros, y trata esas cuestiones directa y francamente, sin una huella de afectación o de cultura libresca».

Es lo que podríamos llamar hoy el comentario de un lector a la especie de blog que Dostoievski mantuvo desde 1875 a 1877 titulado «Diario de un escritor«, «cuyas páginas – señala la edición hecha por la Academia de Cienciasdieron expresión a la impresiones de la vida personal del novelista ruso, sus reminiscencias de años anteriores, una relación de sus proyectos literarios y reflexiones sobre todos los temas importantes concernientes a la Rusia de la época que agitaban a DostoievskiConversando con sus lectores, el autor constantemente pasa de un tema a otro, y la transición a cada uno lleva consigo una corriente de reminiscencias y asociaciones… Pero entre toda esta variedad de temas y episodios, distintos entre sí y en constante cambio, el autor dirige su propia mirada y la del lector a las mismas «cuestiones malditas», las que forman el contenido filosófico y artístico, una especie de básico haz, nerviosamente sensitivo, de los pensamientos del autor«.

Del «Diario de un escritor» (Páginas de Espuma) y (Alba hablé ya en alguna ocasión  en Mi Siglo. Concretamente del relato titulado «La centenaria«. Como recuerda Joseph Frank en su monumental biografía de Dostoievski  (Fondo de Cultura) , entre los bocetos que el gran novelista ruso publica en su «Diario» aparecen por vez primera dos obras maestras: «La mansa» y «El sueño de un hombre ridículo«.  Pero lo más interesante quizá de este «Diario» sea descubrir – casi al final del siglo XlX –  esa relación entre autor y lectores, relación que hoy – tanto en  periódicos como en blogs y en redes sociales – se encuentra puesta al día de modo patente.

«Los lectores sentían que en verdad – cuenta Frank – estaban siendo admitidos a la intimidad de uno de sus grandes hombres. Esa constante interrelación entre lo personal y lo público (…) resultó una combinación irresistible, que le dio al «Diario» su incomparable sello literario (…) Aun si no es literariamente un cuaderno de notas, el «Diario» es auténticamente una herramienta de trabajo de un escritor en las tempranas etapas de su creación, de un escritor que busca (y encuentra) la inspiración para su obra mientras, pluma en mano, observa la escena que se desarrolla ante sus ojos e intenta sondear su significado más profundo».

(Imágenes:- 1.-Vasiliev.- iluminaciones en San Petersburgo.-1869.-wikipedia/ 2.-Mijaíl  Nésterov/ 3.-Chica campesina.- Fedor Slavyansky.-década de 1830.-Museo Ruso,.San Petersburgo/ 4.- miniatura en Fedoskino.-wikipedia)

DIARIO DE UN ESCRITOR

Se ha dicho del «Diario de un escritor» – editado recientemente por «Páginas de  espuma» – que estos artículos y apuntes podrían pertenecer hoy muy bien a un determinado blog, el blog de Dostoievsi. Descienden a los subsuelos o sótanos de los temas y a la vez se remontan a la superficie de la actualidad. El gran novelista ruso devoraba los periódicos, estaba al corriente de todo.»Tengo nostalgia de todo lo cotidiano –decía -, deseo la actualidad«- En la extraordinaria y minuciosa biografía que le dedicó Joseph Frank al autor de «Crimen y castigo«, en el tomo que aborda «Los años milagrosos 1865 -1871» (Fondo de Cultura), se cuenta cómo Dostoievski, en Florencia, tras la terminación de «El idiota«, se refugiaba en la biblioteca Vieusseux para leer a diario los periódicos rusos y seguir al detalle los acontecimientos y choques de opiniones que tenían lugar en su país. Rusia y el mundo le interesaron siempre. «Escribo sobre lo visto, oído y leído», dice el novelista en marzo de 1876, «menos mal que no me he atado con la promesa de escribir sobre todo lo visto, oído y leído«. Ante lo que ha sucedido después en Rusia – han señalado luego los especialistas -, y precisamente por la extrema atención que el escritor dedicó a su época, es normal admitir que él logró predecir los excesos y sufrimientos hacia los cuales se dirigía su país.

Precisamente en marzo de 1876 recoge en el «Diario de un escritor» un relato que, entre tantos otros, conmueve. Lleva por título «La centenaria» y es la historia de Maria Maksímovna, una mujer de ciento cuatro años que atraviesa muy cansada la ciudad llevando una monedita de cinco kopeks en la mano para entregársela a sus bisnietos y que se queda al fin muerta, con la mano en el hombro de  su bisnieto mayor Misha, un niño de seis años, en el momento de darle la moneda.

«Misha – escribe Dostievski -, por más años que viva, nunca olvidará a la viejecita, cómo ha muerto, con la mano en su hombro, y cuando muera él, no quedará persona alguna en todo el mundo que se acuerde, que sepa que había existido mucho tiempo atrás esa viejecita que vivió ciento cuatro años, no se sabe para qué ni cómo. Por otra parte, para qué recordarla: no tiene importancia, de todos modos. De esta misma manera se van al otro mundo millones de personas: viven pasando desapercibidos y mueren desapercibidamente. Tal vez, solamente el  momento mismo de la muerte de estos hombres y mujeres centenarios tiene algo de enternecedor y apaciguante, algo, incluso, importante y conciliador: los cien años hasta ahora afectan al hombre de una manera rara. ¡Que Dios bendiga la vida y la muerte de gente sencilla y buena!«.

«No era una historia – dirá el novelista – sino una impresión del encuentro con una mujer centenaria  (efectivamente, ¿se encuentra uno a menudo con una mujer centenaria, y además tan llena de vida espiritual?)».

Siempre, siempre Dostoievski en el subsuelo de la memoria del alma y también en la superficie de la actualidad.

(Imágenes:-1.-«La procesión», de Illarion Mikhaïlovitch Prianichnikov, 1893, museo ruso de San Petersburgo/ 2.-«La hora del té», de Alexei Voloskov, 1851, museo ruso de San Petersburgo/3.-Semyon Faibisovich.-2oo8.-Regina Gallery.-Moscú.-artnet)