«Amo anhelantemente la música divina,
es una flor marchita mi corazón sediento;
vierte el sonido en él, cual un vino encantado
que derrama sus notas como lluvia de plata.
Suspiro y desfallezco porque ellas me despierten,
como un árido llano por el agua suspira.
Deja que beba el agua de ese suave sonido
más, más aún; estoy todavía sediento.
Él me libra de esa serpiente que la angustia
ata a mi corazón, con deseo de ahogarlo.
La melodía lánguida se transmite al cerebro,
y llega al corazón, a través de mis venas.
Igual que una violeta de marchito perfume,
que crecía en la orilla de un lago plateado,
y ha secado el ardiente mediodía su cáliz
de rocío, y no hay vaho que su sed calmar pueda,
y se troncha la flor, cuando el aroma huye
en las alas del viento sobre el agua azulada…
Igual que alguien que bebe una mágica copa
de vino bullidor, con chispeante espuma,
servida por alguna poderosa Hechicera
que le invita al amor con su beso divino…
Percy B. Shelley.– «La música» (traducción de Vicente Gaos)
(Imágenes:- 1.-Stanislas Brusilov /2.- Edmund Charles Tarbell.– 1890/ 3.-Joseph De Camp– 1911/ 4.- Hans Thoma.- Revista Pan.- vol l .- Berlín.- 1895/ 5.- Aurél Bernáth)




