CARMEN BALCELLS

Balcells-nnmu-elpais- foto Joan Sanchez

 

«Yo estaba sola – recordaba Carmen Balcells sus últimas horas del 20 de octubre de 1982 -, sepultada por cientos de papeles, en esta misma oficina, aquí en la Diagonal. Ya había oscurecido. Tenía la costumbre de, cuando todos los empleados se iban, seguir trabajando hasta muy tarde, poniendo orden, preparando contratos, redactando cartas y organizando el trabajo del día siguiente. Sin embargo, aquella noche fue diferente a todas. Recibí una llamada telefónica muy importante y, al colgar el aparato, me quedé paralizada en mi butaca, con los ojos clavados en un retrato precioso de Rafael Alberti que tenía colgado en la pared. Entonces vi desfilar por mi cabeza los momentos más importantes de mi vida; imágenes de mi pueblo natal, Santa Fe; los duros inicios en esta agencia; el nacimiento de mi hijo; las batallas con algunos editores… Permanecí varias horas así, ensimismada. Fue un intenso placer…

 

(La llamada había sido de Gabriel García Márquez, diciéndole:

Carmen, he recibido una llamada de un miembro de la Academia Sueca. Mañana me van a dar el Premio Nobel de Literatura)

Aquella noticia desencadenó en mí un sentimiento completamente nuevo. Era una sensación totalmente física, como si algo muy fuerte estuviera intentando salir de mi pecho, algo inefable que, si tuviera que resumir en palabras, sería: «¡Hemos triunfado! Eso es, una sensación absoluta de triunfo».

Estos recuerdos, recogidos por Xavi Ayén en «Aquellos años del boom», se unen ahora, ante el fallecimiento de Carmen Balcells , a tantos otros numerosísimos que condensan una tarea y una vida. Donoso, entre otras muchas evocaciones, quiso dejar también su testimonio en  su «Historia personal del «boom». En la nochevieja de 1970, y en una fiesta en casa de Luis Goytisolo, en Barcelona, cuenta Donoso cómo bailaron Cortázar y el matrimonio Vargas Llosa, estos últimos un valsecito peruano, y luego, a la misma rueda que los premió con aplausos, entraron los García Márquez para bailar un merengue tropical. «Mientras tanto – dice el novelista chileno -, nuestro agente literario, Carmen Balcells, reclinada sobre los pulposos cojines de un diván, se relamía revolviendo los ingredientes de este sabroso guiso literario, con la ayuda de Fernando Tola, Jorge Herralde y Sergio Pitol, alimentando a los hambrientos peces fantásticos que en sus peceras iluminadas decoraban los muros de la habitación: Carmen Balcells parecía tener en sus manos las cuerdas que nos hacían bailar a todos como a marionetas y nos contemplaba, quizá con admiración, quizá con hambre, quizá con una mezcla de ambas cosas, mientras contemplaba a los peces danzando en sus peceras».

Carmen Balcells, descanse en paz.

 

Donoso-unn- emol com

 

(Imágenes.- Carmen Balcells en su estudio-foto Joan Sánchez- elpais/ 2 – José Donoso.-emol. com)

CARLOS FUENTES

«Soy un escritor matinal – le decía Carlos Fuentes a Alfred Mac Adam y Charle Ruas en Princeton, Nueva Jersey, en diciembre de 1981, para «The Paris Review» -: a las ocho y media ya estoy escribiendo en manuscrito y sigo hasta las doce y media, cuando me voy a nadar. Después vuelvo, almuerzo y leo a la tarde hasta que voy a hacer mi caminata para la escritura del otro día. Ahora debo escribir el libro mentalmente antes de sentarme a escribirlo en realidad. Durante mis caminatas en Princeton siempre sigo un recorrido triangular: voy a la casa de Einstein, en Mercer Street, después a la casa de Thomas Mann, en Stockton Street, y después a la casa de Hermann Broch, en Evelyn Place. Tras haber visitado esos tres lugares, vuelvo a casa, y para entonces ya he escrito mentalmente las seis o siete páginas del día siguiente. (…) Primero escribo a mano y después, cuando siento que ya lo «tengo«, lo dejo reposar. Después corrijo el manuscrito y lo mecanografío yo mismo, corrigiendo hasta el último minuto».

«Para mí, en todas las novelas en América Latinale decía a Emir Rodríguez Monegal en «El arte de narrar«-. evidentemente hay una búsqueda del lenguaje. Un remontarse a las fuentes del lenguaje. Si no hay una voluntad del lenguaje en una novela en América Latina, para mí esa novela no existe. Yo creo que la hay en Cortázar, en primer lugar, que para mí es casi un Bolivar de la novela latinoamericana. Es un hombre que nos ha liberado, que nos ha dicho que se puede hacer todo. En García Márquez, en Vargas Llosa, en Donoso, en Vicente Leñero, hay evidentemente una voluntad de encontrar un lenguaje que es al fin y al cabo la respuesta del escritor tanto a las exigencias de su arte como a las exigencias de su sociedad, y creo que ahí radica la posibilidad de la contemporaneidad».

«Escribo con los nervios del estómago – le decía a Luis Harss en «Los nuestros» (Sudamericana) – y lo pago con una úlcera duodenal y una colitis crónica. Vivo como escribo, por exceso y por insuficiencia, por voluntad y por abulia, por amor y por odio. Se escribe con algo que no le importa a nadie sino al escritor».

(Pequeña evocación en el día de su muerte. Descanse en paz)

(Imágenes-1-Carlos Fuentes.-foto Leo Lavalle.-EFE/ 2.-Carlos Fuentes.-impreso elnuevodiario.com.ni/ 3.-Carlos Fuentes.-Alfaguara. com)

VIDAS CRUZADAS

La muerte de Pilar Donoso, la hija del novelista chileno José Donoso  (a ella me referí ya aquí al hablar de los talleres de escritura) , nos lleva otra vez hasta libros y autores y se expande sobre el gran mosaico de las vidas literarias. Ángulos y perspectivas, confesiones y balances, y también numerosos recuerdos. La historia de la literatura está salpicada de confidencias y el universo de nombres y de obras extiende sus ramas por hijas e hijos, hermanos, esposas o esposos, secretarios, mujeres y hombres que de una forma u otra acompañaron a los autores – unos con admiraciòn, otros con amor, otros guardando venganzas -, como ya hace tiempo comenté en Mi Siglo.

Cada uno nos ha ido entregando varios puntos de vista, como es el caso de Tess Gallagher y de Maryann Burk Carver sobre Raymond Carver.

Cada uno nos ha intentado desvelar una relación, como ocurre con Katia Mann y sus «Memorias» sobre Thomas Mann.

Algunos han aportado menudas y reveladoras incidencias del hogar, y así lo hizo Celeste Albaret con Marcel Proust.

Otros fueron muy lúcidos en sus visiones – y lo recordaba de este modo Eliot al referirse al libro «Mi hermano James Joyce» , de Stanislaus Joyce.

Porque de cualquier forma, para acercarse hasta las habitaciones y trabajos de muchos escritores, estos pasillos de vidas cruzadas siempre serán una interesante iluminación, a veces incluso una revelación completa.

(Imágenes:- 1.-Pilar Donoso junto a su padre José Donoso.-latercera.com/ 3.-Tess Gallagher y Raymond Carver en 1984.-f oto Marion Ettlinger.-Corbid Outlin.-guardian co.uk/4.- Katia Mann junto a su esposo Thomas Mann en Berlín.- 1929/ 5.-Celeste Albaret.-tempas  hauttefort. com/6.-Stanislaus Joyce.-themodernworld.com/7.-Raymond Carver.-writinguniversity org)

CASAS LITERARIAS

«En cuanto empiezo a escribir – dice Paul Auster -, ya no existe más que el trabajo. El entorno desaparece. Carece de importancia. El lugar en el que estoy es el cuaderno. El cuaderno es la habitación. Esto es la casa del cuaderno«. En Mi Siglo he hablado alguna vez de estos refugios de artistas que son las casas de los cuadernos, pasillos por donde van y vienen los personajes y por donde nosotros nos cruzamos con ellos, casas y libros con sorprendente dureza interior, unión de artesanías, de inspiración y de esfuerzo.

Italo Calvino, en «Si una noche de invierno un viajero«, cierra bien la puerta de esa casa del libro que estamos leyendo, la habitación de la lectura, «adopta la postura más cómoda – recomienda a cada uno -: sentado, tumbado, ovillado, acostado. En un sillón, en el sofá, en la mecedora, en la tumbona, en el puf. En la hamaca, si tienes una hamaca. Sobre la cama, naturalmente, o dentro de la cama«. Lo importante es leer, lo importante es escribir. El escritor lo hace en la casa de su cuaderno y el lector abre a la vez las hojas de las puertas de su casa, que son las páginas, y entra en las estancias que el escritor le muestra.

Y paralelamente a esas casas personales, llenas de concentración y de intimidad, se elevan en muchos libros las casas literarias, obsesiones y persecuciones en la mente del escritor. Varias podríamos citar: «La casa» , de Mujica Láinez, por ejemplo, o «Casa de campo» de Donoso, tan ferviente enamorado de casas muy distintas a lo largo de sus desplazamientos continuos. Pero quizá queden en la memoria dos más relevantes: la que describe Carlo Emilio Gadda en 1957, en «El zafarrancho aquel de via Merulana» (Seix Barral), calle y casa plena de dialectos, universo de personajes múltiples, arquitectura novelística que se aparta de caminos conocidos, y «La vida instrucciones de uso»»  (Anagrama), de Georges Perec, la casa parisina de la calle Simon-Crubellier con sus noventa y nueve piezas de puzzle, en donde el escritor «imagina un inmueble en el que se ha quitado la fachada… de modo que, desde la planta baja a la buhardilla, todos los aposentos que se hallan en la parte anterior del edificio sean inmediata y simultáneamente visibles», como así lo comenta Perec en «Espèces d`espaces» (Galilée)

«Poco antes de que surjan del suelo aquellos bloques de vidrio, acero y hormigón – escribe Perec en esta novela -, habrá el largo palabreo de las ventas y los traspasos, las indemnizaciones, las permutas, los realojamientos, las expulsiones. Uno tras otro se cerrarán los comercios, sin tener sucesores, una tras otra se tapiarán las ventanas de los pisos desocupados y se hundirá su suelo para desanimar a squatters y vagabundos. La calle no será más que una sucesión de fachadas ciegas – ventanas semejantes a ojos sin pensamiento -, que alternarán con vallas manchadas de carteles desgarrados y graffiti nostálgicos.

¿Quién. ante una casa de pisos parisién, no ha pensado munca que era indestructible? Puede hundirla una bomba, un incendio, un terremoto, pero ¿si no? Una ciudad, una calle o una casa comparadas con un individuo, una familia o hasta una dinastía, parecen inalterables, inasequibles para el tiempo o los accidentes de la vida humana, hasta tal punto que creemos poder confrontar y oponer la fragilidad de nuestra condición a la invulnerabilidad de la piedra».

Especies de espacios, en la casa de la lectura siempre hay un lector junto a la lámpara leyendo un libro y en la casa de la escritura – junto a la lámpara – siempre hay un escritor que está escribiendo un libro para la casa de la lectura.

(Imágenes: 1.-Alexandre Rabine.-1989.-Mimi Fertz  Gallery.-arnet/ 2.-Gerhard Richter.-1994.-Overpainted photographs/ 3.-La soledad-1898.- Albert Lorieux.- Peter Nahum.-Leicester galleries)

TALLERES DE ESCRITURA

«Se entregaban los manuscritos y éstos eran estudiados minuciosamente por el profesor y por el resto de los alumnos. Cada clase era una sorpresa, pues estaba dedicada al escritor cuyo trabajo se estaba discutiendo, se entablaba un diálogo de dos o más horas sobre ese texto (…) Otro ángulo particular era que el manuscrito sometido a discusión en el taller no tenía firma, ninguna referencia. Durante el debate los lectores siempre tenían la última palabra. Pepe, de alguna manera, reproducía para nosotros la situación como de hecho son leídos los manuscritos en el mundo, pues cuando uno escribe un libro no puede viajar para explicar cómo debe leerse. Así que en este taller de escritura, los manuscritos debían hablar por sí mismos, todas las respuestas a las preguntas debían estar en sus páginas».

Cuenta todo esto John Wideman, que fue alumno del chileno José Donoso cuando éste impartía talleres de escritura en la Universidad de Iowa y así lo recoge Pilar, la hija de Donoso, en «Correr el tupido velo» (Alfaguara). Los talleres de escritura en diversos países del mundo han recibido numerosas veces críticas y elogios, han logrado formar a futuros escritores y a otros los han fatigado o desorientado. Entre muchos otros autores, Flannery O´Connor dejó puntualizadas cosas muy acertadas sobre tales talleres. Pero el ambiente que rodea a la escritura es, muchas veces,  singular. En ocasiones no se necesitan talleres específicos y las tareas de creación, muy diversas, llegan a concentrarse en un espacio mínimo.

María Pilar Donoso, la mujer de Donoso, evoca en «Los de entonces» (Seix Barral) el ambiente de creación que había dentro de una misma casa en México: «Carlos Fuentes – dice- en su escritorio situado en el living, escribía una de sus novelas. Con el tocadicos a todo dar con música barroca, ponía una cortina de sonido entre él y el mundo que lo rodeaba. En la casita chica de atrás, Pepe,  mi marido, al fondo del jardin, escribía «El lugar sin límites» . Yo, en una mesa colocada a  la sombra del jardín, traducía. Y Rita, en su pieza de costura que daba al jardin, trabajaba con su máquina de coser. Los ruidos sumados a la música de Carlos y al tecleo de las tres máquinas de escribir, componìan un concierto extraño, muy moderno, que incluía, como sonidos de timbales puntualizantes, los cazerolazos de Cata en la cocina».

Era el ejemplo de un taller único, múltiple, concentrado en un recinto cerrado, abierto sin embargo a varias creaciones a la vez.

Mi experiencia personal en cuestión de talleres ha sido también muy variada, múltiple y a veces fascinante. Hace unos años, impartiendo en el Sur de México, en la Universidad de Villahermosa, uno de esos talleres de creación, la sala  en la que debatíamos se abria a un espectacular parque salvaje pleno de vegetación y de increíbles sonidos, alimentados también por animales de toda especie. Una de esas mañanas, de repente, en medio de mi charla en la que exponía las diferencias entre realidad y  ficción, asomó por encima de la larga madera que cubría mi cabeza, un mapache lento y perezoso que se detuvo desde su altura, y se puso a mirar con gran curiosidad a los alumnos. Caminaba con indolente lentitud sobre sus patas, y sin duda estaba sorprendido de descubrirnos allí abajo.

No hubo sorpresa alguna. Los quince alumnos mexicanos que recibian mis clases de creación, levantaron enseguida las manos en silencio y exclamaron señalando al mapache: «¡Mire, mire un cuento!». Y efectivamente el cuento siguió pasando lentamente sobre la madera, los fue mirando a todos, fue despojándose de su presencia de mapache para hacerse cuento vivo, cuento andante, cuento que aún caminaba a paso lento, disfrazado todavía de mapache pero  hecho ya literatura,  amimal que avanzaba convirtiéndose en historia, una historia – muchas veces bellísima- que redactaron aquella misma noche los quince escritores  y que me entregaron puntualmente a la mañana siguiente.

(Imágenes:-1. crepuscule.-ll.-2003.–Beatriz Helg .-2003.-Joal Soroka Gallery.-artnet/2.-mapache.-wikipedia)

VARGAS LLOSA, ESCRITOR

«El proceso de la creación narrativa – señaló Vargas Llosa en «La verdad de las mentiras» – es la transformación del «demonio» en «tema«, el proceso mediante el cual unos contenidos subjetivos se convierten, gracias al lenguaje, en elementos objetivos, la mudanza de la experiencia individual en experiencia universal». Hace años Maurice Nadeau tituló uno de sus  libros «Gustave Flaubert, escritor» (Lumen) y creo que es simplemente así – al menos para mí – como hay que clasificar a quien hoy ha recibido el Premio Nobel de Literatura. » Los hombres – dice en ese ensayo Vargas Llosa – no están contentos con su suerte y casi todos -ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros – quisieran una vida distinta a la que llevan·. Ese ansia de vivir una vida distinta mediante la ficción es una razón que justifican Sabato y Henry James«. Es la novela, situada siempre entre la verdad y la mentira. «Toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente». Personalmente, como lector, me quedo con la verdad de la novela «Conversación en la catedral» y admiro dos estudios de Vargas Llosa, uno sobre García Márquez – «Historia de un deicidio» (Barral)- y otro sobre el análisis de «Madame Bovary«-: «La orgía perpetua» (Bruguera). Sobre «Historia de un deicidio» recuerda  el chileno José Donoso en su «Historia personal del «boom» (Seix Barral), que Vargas Llosa dedicó dos años de su vida a ese libro, en el que volcó su admiración por «Cien años de soledad», la obra maestra de su amigo. Frialdades y distanciamientos entre los dos están descritas ya en otras partes y aquí no se necesita ya comentarlos.

«Yo creo que uno no puede escribir – le decía Vargas Llosa a Luis Harss en «Los nuestros» (Sudamericana) -sino en función de una experiencia personal. Ahora, mi vida ha sido bastante especial, ha sido bastante marcada por una serie de hechos violentos. Yo fuí un niño muy mimado, muy engreído». Y le añadía: «La literatura, en última instancia, no ha sido sino una reconstitución de la realidad a través de otra realidad puramente verbal y cuya utilidad, digamos, última, no es sino dar a los hombres la posibilidad de conocer esa realidad que de otro modo no conocerían jamás».

(Imágenes.-1.-foto Sara Krulwich.-The New York Times/2.-Vargas Llosa y García Márquez.-infobae.com)

REFUGIOS DE ARTISTAS

 

Barbizon.-8.-camino en el bosque de Fontaineblau.-Theodore Rousseau.-arnet

«Aquel que no ha visto bailar al padre Corot no puede hacerse de él más que una idea incompleta – escribe en 18881  Menard en «El mundo visto por los artistas» -. Es Camille Corot el que nos muestra cómo se practica la danza de las botellas. Se colocan botellas vacías en el suelo separadas irregularmente pero bastante alejadas entre sí para que pueda pasarse entre ellas sin volcarlas; únicamente, el espacio debe ser exacto. Cada uno se pone en fila, hombres y mujeres a continuación uno del otro, y al sonido de un rústico violón Corot abre la marcha. Al principio el movimiento es lento, pero después se acelera cada vez más hasta acabar siendo una galopada carrera; se trata de no hacer caer nunca las botellas para no ser expulsado del juego. El vencedor, en premio a sus habilidades, recibe una flor de manos de la recien casada«.

Son ocios y  diversiones a los que se entregan muchos artistas a mitad del siglo XlX en su refugio de Barbizon, junto al bosque de Fontainebleau, no muy lejos de París. Las casas aldeanas blanquedas de cal, los árboles cercanos, los caminos perdidos bajo las luces o las tormentas quedarán fijos en los paisajes de Théodore Rousseau, Millet o Díaz. Es la escuela de Barbizon , en el que el objetivo era reproducir exactamente la vida campesina en toda su crudeza. Rousseau diría que deseaba conservar intacta «la impresión virgen de la naturaleza«, y Baudelaire, sin embargo, reprocharía a Millet que «en lugar de extraer simplemente la poesía natural de su tema, se empeña en añadirle algo«.

En mis años de vida en París fuí en más de una ocasión a Barbizon y visité aquel refugio natural de artistas, las casas de la naturaleza y del cielo, los muros de los árboles, ventanas al atardecer. Asomándose a las nubes se comprobaba cuántos recintos propios construyen para sí mismos los creadores, páginas que son casas en el cuaderno de Auster o habitaciones que Patricia  Highsmith cerraba con llaves de aislamiento para proteger en soledad su escritura. Todo son casas, refugios, cuartos, bosques o cuadernos. Todos son árboles y caminos de letras, frases y pinceles andando a la vera del sol o de las sombras. Todo son cuestas y llanuras y jardines interiores como los que quiso hacerse para sí mismo el chileno Donoso en el silencio de Calaceite.Brabizon.-3.-Mujeres.-por Millet.-1857.-Museo de Orsay.-wikipedia

(Imágenes.-1.-Camino en el bosque de Fontainebleau.- Théodore Rousseau.- arnet/ 2.-Las espigadoras.-Millet.-1857.-Musée d´Orsay)