VIEJO MADRID (96): TABERNA DE LA CALLE DE LA BOLA

“Para evocar la madrileña calle de la Bola,  Pedro de Répide cuenta una de sus versiones más conocidas. Al parecer había en esta calle  — dice— un juego de bolos, a cuya entrada había como señal  o muestra una bola colgada. Y un día de poderoso huracán fue arrebatada de su sitio y llevada por el viento hasta el Alcázar de Madrid, donde rompió los cristales de la habitación del príncipe don Baltasar. Lo cual — añade Répide— ya puede ser demasiada bola, aunque los vendavales en Madrid han sido a veces de violencia extraordinaria, como el ciclón del 13 de mayo de 1886”.

Esta  calle está formada en gran parte por fachadas, algunas de ellas dependientes de palacios señoriales. Y en el recorrido por los barrios de Madrid que realizan  Enrique Fernández  y Fátima de la Fuente se llega hasta esta taberna, “La Bola”,  “ que fue, en origen, botillería; es decir, lugar en el que servían dulces, infusiones y refrescos. Más tarde se transformó en café. Por fin, aunque había nacido en 1802, “La Bola” se transformó en taberna en 1873. Fue de la mano de una asturiana apodada la Rayúa y perteneciente a una familia apellidada Verdasco, que hoy sigue al frente del negocio. Su fama le viene por
el cocido madrileño. A principios del siglo XX, dependiendo de la clientela que entrase en el local, ofrecía tres tipos diferentes de cocido. Si quien entraba era , por ejemplo, un senador o un periodista, se le servía  el cocido más caro. Es decir, el que tenía más cantidad de carne y de tocino. Sabemos —dicen los autores—que este público visitaba la taberna alrededor de las dos de la tarde. Una hora antes, “La Bola” daba acceso a unos comensales bien diferentes: los estudiantes. A ellos se les ofrecía un plato algo más escaso, con gallina en vez de carne roja, que costaba, según la prensa de la época, 1, 25 pesetas. Al mediodía ya se había despachado el cocido más barato, cuyo precio era de 1, 15 pesetas y que estaba destinado a los obreros.”

 

 

(Imágenes—1- Johannes Vermeer -1657/ 2-Jopie Huisman)

VIAJES POR ESPAÑA (19) : BARTHÉLEMY JOLY

 

 

 

“Los españoles son personas de elevado gusto y de buen apetito – escribe el francés Barthelemy Joly en suViaje por Españaen el siglo XVll -, de ordinario no se lavan las manos antes de comer, pues cada uno presupone tenerlas limpias, y se sientan a la mesa antes de que se haya colocado la comida. Primero viene la fruta, que ellos la toman al revés que nosotros, al principio, naranjas enteras o en rodajas con azúcar, ensaladas, uvas verdes, granadas, melones de invierno, guardados todo el año, como se hace con la calabaza. Después, una vez colocados los platos, el maestresala se pone al extremo de la mesa, descubierta la cabeza, con su capa y una servilleta sobre el hombro. A un lado hay una pila de platos, al otro un gran cuchillo y un tenedor, con los que él hace partes, tomando un poco de cada cosa que él pone sobre un plato ante la persona más importante, haciendo lo mismo con los tres o cuatro más próximos a él; otro de los más diestros hace semejantes platillos a todos los demás de la mesa, de manera que no quede nada en las fuentes, que son retiradas de inmediato y otras las reemplazan, y lo mismo ocurre con los platos. Los platos más importantes como el pavipollo, conejos, capones, gallinas no se sirven nunca enteros, sino presentados en piezas desde la cocina, de tal manera que viniendo una o dos fuentes de pavipollo, el maestresala los trocea, cortándolos más menudo para dar, con la salsa, dos o tres trozos a cada comensal.

 

 

(…) Cuando alguno quiere beber se le trae del “buffet“, llamado aparador que está generalmente fuera de la sala, preparado no solamente con vasos y utensilios de mesa, sino con otras piezas muy lujosas, si el dueño quiere hacer el honor y dar a sus amigos un convite más digno, se le lleva entonces la copa media de agua, presentada sobre un plato un poco hondo, en el cual puede verter lo que quiera y servirse tanto vino como guste, blanco y clarete, en dos pequeñas jarritas de vidrio. El vino es turbio y no tan delicado como el nuestro; es preciso beber más de lo ordinario a causa de la gran cantidad de pimienta que ellos ponen en todos los platos, además de la que se sirve en la mesa como sal, estando hechos sus saleros tanto para la una como la otra, no cesando de añadir especias para hacer, según dice, buena digestión; la libra de pimienta cuesta allí dos reales, comen además cabezas de ajo y otro ajo aún más picado y líquido, existiendo este proverbio: “sobre el buen comer, el ajo”, con salsa y guisos que ellos llaman sainetes, no perdonando a nadie que no le guste. Al fin terminado el cocido, se sirve como postre lo que ellos llaman, a diferencia de la que sirve de entrada, fruta de postre, también confituras y turrones, especies de bizcochos muy duros con algo azucarado para mojar.

 

 

(…) La costumbre general de la mesa es hacerle grandes honores a la comida, mezclando un poco de conversación para animarse a comer muy bien. La perdiz – dicen ellos – es perdida, si caliente no es comida; el arroz nace en agua y hay que hacerle morir en vino; aceituna una por una. Y es porque los médicos dicen de las aceitunas que la primera es de oro, la segunda es de plata y la tercera mata”.

 

 

(Imágenes-1- Helene Schjerfbeck / 2- Jopie Huisman/ 3- Carl Moll – 1900/ 4- Wayne Thiebaud)