JESÚS FERNÁNDEZ SANTOS, 25 AÑOS DESPUÉS

escritores.-rtgb.-Fernández Santos.-entrelineas.org

Aunque indirectamente ya aludí a él al comentar en Mi Siglo la muerte de Josefina Aldecoa, copio de mi artículo- entrevista con Fernández Santos en 1967 nuestra charla en su domicilio madrileño:

» Yo había conocido a Fernández Santos en el silencio del montaje cinematográfico, en recoletas placitas del Madrid de los Austrias, cuando el escritor—guionista y director de cine daba sus últimos toques a documentales culturales en estudios vecinos a la Plaza del Conde de Miranda. La timidez, la discreción y esa mirada medio burlona a la que estas frases se refieren, hacían de Fernández Santos un devoto trabajador de la cultura en celuloide, más aún que la de un escritor de pluma bien cortada, que sí lo era, y así fue muy pronto reconocido por la crítica, desde su novela Los bravos (1954). Pasó luego Fernández Santos a ser más creador de libros, más constante y más inclinado a la literatura que al cine, y una tras otra sus novelas le confirmaron como excelente escritor, muy cuidadoso de su estilo.

Jesús Fernández Santos tenía una mirada tímida e irónica, como si aún no se hubiera decidido —burlón— a emprender un camino certero en la vida. Era hace algunos años. Jesús Fernández Santos dudaba al escoger, precisamente porque lo deseaba todo: anhelaba ser escritor, director de cine, guionista, realizar documentales, trabajar en ese medio de comunicación que es la televisión.

Fernández Santos, poco a poco, ha ido haciendo todo eso, y lo ha ido haciendo bien, con tesón, con inteligencia, con estilo y con un gran amor hacia cada quehacer que emprendía. Hoy por ello, quizá, Fernández Santos presenta otro rostro: menos irónico, más decidido, menos tímido, más sereno y seguro. Como si se hubiera encontrado a sí mismo.

—Acabo de terminar un libro — me dice en cuanto iniciamos la conversación.

escritores.-rtbn.ugv.-Fernández Santos.-Los Bravos.-casadellibro. com

Y ello realmente me causa una auténtica alegría. Porque Fernández Santos es, entre los escritores jóvenes, uno de los que el tiempo, de repente, casi parecía haber borrado del panorama literario. Era como si el cine, el documental de arte, ahora la televisión, lo hubieran apartado de ese río de realidades y promesas que marcaban sus novelas, aquellas tan elogiadas justamente, como Los bravos En la hoguera o Cabeza rapada.

—Sí. Hace dos meses he terminado una novela que ahora está reposando. Porque yo necesito que mis libros reposen y tengan como una maduración durante cierto tiempo. Luego los releo, y es así como puedo tener un juicio crítico de lo que he hecho.

Me habla de la novela. Acaso la más larga que ha escrito y la que más le ha costado escribir.

—Las otras las hice en unos meses; ésta he tardado bastante. He necesitado que se asentara lo económico para poderle dedicar mi tiempo.

La última novela —me dice— se titula El hombre de los santos. La idea surgió mientras rodaba por España uno de sus documentales.

—En el fondo, es el tema de la soledad del hombre. No me propuse hacer eso, porque yo cuando escribo no me propongo nada a priori. Pero ha salido poco a poco así. He tardado dos años en escribirla.

Le recuerdo el éxito de crítica que obtuvo con su primera novela Los bravos.

—Creo que influyó bastante en aquel momento en el panorama de nuestra literatura; incluso influyó en El Jarama de Ferlosio. Ahora, después que han pasado unos años, no la tocaría ni una línea. Las cosas que se escriben no deben rehacerse. Creo que rehacer después de cierto tiempo es funesto.

Y me cita a un conocido novelista español que, años después de publicar una novela sobre la guerra, la volvió a hacer con numerosos retoques.

—Eso me parece absurdo —repite—. Luego añade. —Yo ante Los bravos o En la hoguera, pienso que también influye el éxito que tuvieron cada una; al menos, eso me pasa a mí; me influye el éxito y el momento en que los libros aparecen.

De la novela —de obras finalistas en el premio Nadal o en el Ciudad de Barcelona, del premio Gabriel Miró en 1956 a En la hoguera o de un gran libro de cuentos como Cabeza rapada— pasamos al cine y dentro de él, al documental de arte en el que Jesús Fernández Santos es maestro.

—No creo que vuelva a hacer cine después de Llegar a más. Creo que la película quedó bien; pero siento como si rindiera mejor como escritor que como director de cine. Mi camino es, pues, la literatura y, paralelamente, la televisión, en el estilo que la estoy haciendo.

Y con esto, Jesús Fernández Santos —hablándome de sus viajes por la España de los rincones artísticos, de sus descubrimientos con la cámara en museos y en lugares cultos o salvajes, de sus libros, sus estudios sobre pintura o sobre ciudades— expresa todo lo que lleva dentro decididamente, de escritor y de hombre de televisión, unidos y separados en dos tareas que de algún modo se ayudan y complementan.

No, ya no tiene el autor de Los bravos o del excelente documental sobre Goya, aquella tímida y casi socarrona mirada vigilante de hace unos años. Le asoma ahora la madurez de una serenidad sin ironía y ese peso y ese calor seguro del hombre en el centro de la vida que está haciendo lo que ha soñado y lo que le gusta.»

© José Julio Perlado 1999 – Revista Espéculo

(a los 25 años de la muerte de Fernández Santos)

(Imágenes:-1.-Jesús Fernández Santos.-entrelineas.org/ 2.-portada de «Los bravos», novela de Fernández Santos)

JOSEFINA ALDECOA

«Yo me he hecho una especie de escala pequeña – me decía Ignacio Aldecoa en 1966 – En primer lugar hay un escritor, y a un escritor se le debe exigir que escriba bien. Pero, ¿en qué consiste escribir bien? Esto es de difícil respuesta. ¿ Consiste el escribir bien en que la sintaxis sea lo más perfecta posible, según las preceptivas, o consiste en que sea un escritor sugerente, capaz de crear un mundo que impresione al lector? Para mí, yo diría que una cosa es ser un escritor, otra ser un narrador, y otra ser un novelista. A veces en un novelista los valores de narrador son menores que los valores de creador de personajes; otras veces, el novelista hace destacar más lo que lleva dentro de escritor. Naturalmente, hay individuos absolutamente geniales, en los cuales estas tres cosas son tres vasos comunicantes».

Permanecía en un segundo plano, en la habitación de aquella casa madrileña, la mujer de Ignacio, Josefina Aldecoa, que escuchaba nuestra conversación. Estaba Ignacio Aldecoa sumergido entonces en la composición de su novela «Parte de una historia» y me confesaba lo que para él era el estilo. «Para mi el estilo es un anhelo o deseo de precisión por medio del vocabulario, me atengo a lo poemático por medio de la metáfora. Pero lo que deseo sobre todo es que quien quiera leer un libro mío, entre en el ámbito del libro; supedito casi todo a eso. Por eso creo que – igual que el lector tiene una exigencia de escritor – yo tengo una exigencia de lectores».

Ocurría todo ello un año antes de que yo mantuviera otra conversación con Jesús Fernández Santos – en Mi Siglo he hablado alguna vez de aquel grupo de escritores -y faltarían tres años más para que – lamentablemente – Ignacio Aldecoa falleciera.

Aquella entrevista con el gran cuentista español la publiqué íntegra en «Diálogos con la cultura» y hoy la charla entrañable con el autor de «El fulgor y la sangre» viene hasta mí como evocación también de la figura de Josefina que hoy acaba de morir.

(Imágenes: 1.-Josefina Aldecoa.-imagenindustrial. es/ 2.-Josefina Aldecoa con Jesús Fernández Santos.-jesusfernandezsantos.es)

VIEJO MADRID (5) : PEQUEÑAS PLAZAS HISTÓRICAS

Plaza del Conde de Miranda.-1Cuando entra mi cámara en la madrileña  Plaza del Conde de Miranda – al fin de la calle del Codo, cerca de la Plaza de la Villa -, la soledad y el sol son ocupados por la Historia y esa Historia nos hace retroceder hasta nombres y edificios que estuvieron por aquí, andanzas de este barrio antiguo que hubo de llamarse la «Platería» por la cantidad de orfebres y plateros que por estas calles se aposentaron. Por aquí estuvo también la llamada casa de «los Salvajes«, propiedad de don Iñigo Cárdenas, señor de Loeches, Embajador de España en la República de Venecia y en Francia, cuando Enrique lV fue asesinado por Revillac. (Fue el Embajador el primer acusado en París de que él había matado al rey hasta que todo se puso en claro, y tal era la fama de hombre arriesgado que el embajador español tenía – frases altivas y agudas que don Iñigo cruzó con el propio Enrique lV – que el pueblo parisino creyó en un  primer momento que se trataba de una acometida hidalga del español contra el monarca francés)

Pero las cámaras fotográficas modernas no pueden penetrar en la Historia, ni en los recintos del señor de Loeches ni tampoco en los muros donde se descubrieron los siniestros sucesos del lamado «crimen del capitán Sánchez» en 1913. La cámara, antes de salir de la Plaza, observa al fondo el convento de las monjas jerónimas de «Corpus Christi«, denominado de «Las Carboneras«, que, como ilustra Mesonero Romanos en «El antiguo Madrid«, se llama así por una imagen de la Concepción que se venera en él, y que fue extraida de una carbonera. Fundado a principios del XVll, otro ilustre comentarista de Madrid, Diego San José, recuerda que en este convento se celebra diariamente una misa por el alma del Gran Capitán, don Gonzalo de Córdoba, y por su mujer.

Plaza del Conde de Barajas

Luego la cámara ralentiza su paso. Entra en la vecina Plazuela del Conde de Barajas donde, en el actual número 7, vivió hasta 1936  María Zambrano , plaza en la que yo también tuve largas charlas sobre cine con el novelista español Jesús Férnandez Santos.

casa donde vivió María Zambrano (Plaza de Conde de Barajas)

Estas plazuelas irregulares, escondidas, guardan profunda historia. En este espacio vivieron el barón de Riperdá, ministro de Felipe V, el comisario general de Cruzada de Fernando Vll o el general Espartero en 1854. Aquí estuvo el palacio del Conde de Barajas, que dio nombre a esta Plaza, y que fue el dueño de la mayor parte de las casas de la zona. Aparece ya en los célebres planos de Texeira y Espinosa y el aire calmo de agosto que roza los árboles me lleva poco a poco a cruzar los siglos y asomarme a esta tienda de olores, en el número 4, que es «Taller Puntera«. Está la ventana abierta y asoman los colores de esta tienda de trabajo con piel, las pieles acabadas de los bolsos y de las agendas.

escaparate de Taller Puntera.-Plaza Conde Barajas, 4

Trabaja una dependienta al fondo. Entra mi cámara, y entro tras ella. El tacto suave de las pieles me hace abrir unos blancos cuadernos. En Mi Siglo he hablado muchas veces de su magia. Repaso estas páginas inmaculadas, aún sin escribir. Luego miro hacia afuera, hacia la calle,  hacia tantos  sucesos ocurridos en Madrid.  Alguien en estos cuadernos seguirá escribiendo la Historia.

(Imágenes.-Madrid, agosto 2009.-: 1.-Plaza del Conde de miranda/ 2.-Plazuela del Conde de Barajas/3.-casa, en el número 7, en la que vivió María Zambrano/4.-taller de trabajo con piel en el número 4.-fotos JJP)