TODOS ERAN MIS HIJOS

«¿Qué habrías hecho  – le preguntó Josh Greenfeld para The New York Times Magazine en 1972 a Arthur Millersi «Todos eran mis hijos» no hubiera tenido éxito?»- Y el dramaturgo contestó: » No tengo ni idea. Probablemente. habría seguido adelante a pesar de todo. También puede que no lo hubiera hecho, porque soy capaz de hacer un montón de cosas. Por ejemplo, habría trabajado de carpintero. Un buen carpintero gana hoy en día más que el noventa y cinco por ciento de los miembros del gremio de autores«. Pero no era la carpintería tradicional sino la carpintería de sus obras la que más llamaba la atención a Miller: estudiar la técnica del teatro, profundizar en las actitudes sociales, en los procesos de solidaridad y de culpabilidad humanas, en los conflictos polarizados en catarsis. «Me encanta – confesaba– alterar la estructura dramática y darla forma de nuevo. Y me gusta actuar mientras escribo. Quiero decir que yo soy todo el elenco, interpreto todos los papeles. (…)  Me gusta sentarme allí, cambiar una línea y ver cómo se produce una explosión que no habría existido si esa línea no se hubiera cambiado».  En «Todos eran mis hijos» – ahora celebrada una vez más en los escenarios de Madrid – se presenta el caso de un fabricante responsable de la pérdida de una serie de aviones y de vidas por haberles suministrado material defectuoso: el microcosmos de una familia que se enriqueció con la guerra  despreciando las vidas humanas. Como se ha recordado en la Historia del Teatro esta obra, galardonada por el Círculo de Críticos de Nueva York,  muestra cómo los valores están falseados y adulterados, la regla no es amar al prójimo sino despojarle y en el centro de esa situación la idea de que nadie puede hacer personalmente responsable de un delito al protagonista porque este delito ha adquirido ya carta de naturaleza entre la gente civilizada.

Elia Kazan dirigió esta pieza teatral en 1947 y Miller en su autobiografía «Vueltas al tiempo» (Tusquets) cuenta que aquel hombre bajo y macizo dejaba que los actores fuesen ellos mismos durante la representación y recurría más a las insinuaciones que a las órdenes, se retiraba con cada actor respetándole mucho, dejando que se entusiasmara con sus propios descubrimienntos, sonriendo casi siempre y diciéndole lo menos posible. El idilio al sol en la pequeña ciudad que aquí aparece se nubla pronto con las entrelazadas tensiones y es su esencia trágica la que perdura. Cuando treinta años después, en 1977, Arthur Miller fue a Jerusalén y vio allí una representación de su obra tenía a su derecha al presidente de Israel, Ephraim Katzir, y a su izquierda al primer ministro, Yitzhak Rabin. Cuenta Miller que» los aplausos al final de la representación no parecieron disipar la cualidad casi religiosa de la atención dispensada por el público y pregunté a Rabin a qué pensaba que se debía aquello. «A un problema que sufrimos en Israel: los jóvenes están en el frente, mueren en el aire y en tierra, mientras que los que se quedan amasan grandes fortunas».

Hay un teatro que atraviesa siempre las épocas. Conmueve en 1947, conmueve en 1977 y conmueve en 2010, más de sesenta años después. Es el teatro que tantas veces pone en pie a la vida.

(Imágenes:- 1.-Arthur Miller.-amer-lit-puritain- texbook wikispace/2.-Elia Kazan.-elpais.com/ 3.-Tenesse Williams, Elia Kazan y Arthur Miller.-elmundo.es)



MÚSICA Y TRINCHERAS

«Esta ha sido una semana de alta intensidad literaria en Jerusalénleo hace pocos días en El País -. Israelíes y palestinos han celebrado sendos festivales literarios que han contado con el apoyo o participación de grandes escritores como Paul Auster, Henning Mankell, John Berger o Jonathan Safran Foer. Los certámenes se han celebrado al mismo tiempo y en la misma ciudad. No ha habido sin embargo ni una mención, ni un atisbo de colaboración entre unos y otros. Autores y festivales se han dado la espalda. Henning Mankell explica el porqué a este diario. «Sí, claro esto va de literatura, pero participar en un festival o en otro es una decisión política. Espero que algún día haya un solo festival, pero me temo que eso va a llevar tiempo«. Algo parecido piensa Tsila Hayun, la directora artística del festival israelí. «No hay que ser inocente. Está claro que los autores que vienen a Israel están lanzando un mensaje político. Aún así, me deprime que dos festivales se celebren en la misma ciudad, a pocos metros de distancia y seamos incapaces de hablarnos»

Mankell es uno de los que ha participado en el tercer festival palestino de literatura y dice haber rechazado invitaciones israelíes en ediciones anteriores porque asegura que lo que le interesa es que «se escuche la voz de los palestinos«. Cerca de una veintena de escritores han recorrido con él Cisjordania. En Nablus, Ramala, Hebrón o en Jenín han leído sus obras y han impartido talleres a los universitarios palestinos. «Muchos escritores creen que saben algo del conflicto hasta que llegan aquí. Verlo es otra cosa«, asegura la escritora británica Victoria Brittain y una de las organizadoras del festival. Ella dice que se enteró de que se celebraba el certamen israelí al mismo tiempo ya en Jerusalén y le parece casi lógico que unos y otros se hayan ignorado. «Muchos intelectuales palestinos están aislados y los checkpoints y controles limitan sus movimientos, así que se trata de ir a donde están ellos«.

La política, omnipresente

En el lado israelí, decenas de escritores han conversado entre ellos y ante el público durante cuatro días acerca de literatura, cine y creatividad. La política, omnipresente en esta parte del planeta, se coló también en muchas de las sesiones. El escritor israelí Amos Oz, ameno contador de historias, habló de cómo los habitantes de Jerusalén viven «obsesionados con un pasado que glorifican«, y cómo mirar atrás dificulta cualquier solución de futuro. David Grossman charló con Paul Auster de literatura, amistad y también de política en la sesión estelar del festival. Grossman consideró a su país, Israel «un Estado suicida. Vemos hacia dónde nos dirigimos y aún así continuamos caminando en esa dirección». Auster tampoco ofreció una descripción muy alegadora de las sensaciones que se lleva de su viaje. «La gente está agotada de tanto conflicto. Algo tiene que cambiar«, estimó.

El pesimismo sobre la situación en Oriente Próximo y la falta de perspectivas alentadoras ha sido uno de los puntos de acuerdo entre los escritores de uno y otro festival. «Tal vez no sería mala solución volver a estar bajo el dominio del mandato británico«, llegó a bromear Oz durante la sesión inaugural del festival israelí. Aún así, y a pesar de que la segregación literaria no supone sino un reflejo de la falta de comunicación entre israelíes y palestinos; las lecturas, conciertos y charlas sosegadas produjeron esta semana en Jerusalén un atisbo de normalidad poco frecuente en esta ciudad».

¿Pueden o no pueden entenderse alguna vez a través de la cultura palestinos e israelíes? Sobre esto – concretamente sobre la paz y la música – publiqué hace poco el siguiente artículo que hoy reproduzco en Mi Siglo:

Said y Barenboim, o la Música de la Paz

La música y las artes reúnen muchas veces opiniones encontradas en política, funden pasiones que parecerían distantes, abrazan a contrarios y anudan amistades. Hay muchos ejemplos de ello, pero quizá uno de los más relevantes en los últimos años haya sido la amistad que se profesaron durante mucho tiempo el excelente compositor y director judío Daniel Barenboim y el destacado ensayista y profesor palestino Edward W.Said.

Edward W. Said, fallecido en 2003, a los 67 años de edad, era cristiano palestino, nacido en el Líbano y educado en Jerusalén y en El Cairo, lo que ya indica una extraordinaria mezcla cultural y geográfica. Daniel Barenboim, por su parte, es músico argentino de familia judía de origen ruso, nacionalizado israelí y español y la primera persona del mundo con ciudadanía israelí y palestina. Gran pianista, la intensidad sonora emanando de las teclas, la suave y decidida presión de los dedos en su dinámico recorrido, ha hecho que su instrumento musical se abra instantáneamente a otros instrumentos pacificadores, ampliando los lazos gracias a la creación que en 1999 hicieran Said y Barenboim con la Orquesta del Diván Este-Oeste, en la que jóvenes músicos de talento, tanto de origen israelí como de origen musulmán, se unían para tocar en torno a la paz.

Esa tecla, esa pequeña palanca colocada en el teclado del piano y que a la presión de los dedos acciona el mecanismo que provoca la nota deseada, hizo, con su negritud y su blancura a la vez, que surgiera una profunda amistad. Amistad hecha música, amistad sin muros, amistad sin el menor recelo, entrañable amistad.

Edward W. Said, gran crítico literario – uno de sus mejores libros es “El mundo, el texto y el crítico” (Debate), otro el titulado “Sobre el estilo tardío”.-Música y literatura a contracorriente (Debate) -, se propuso relacionar unas culturas con otras, despreciando el provincianismo y la insularidad. Realizó una extraordinaria carrera en Estados Unidos y fue un árabe crítico con Occidente y defensor de la causa palestina, que vivió y trabajó en Occidente. Lector de literatura occidental y activo promotor de la literatura no occidental, fueron famosas sus clases en la Universidad de Columbia, Nueva York, como profesor de literatura inglesa y comparada donde explicó y desbrozó de manera magistral la novelística inglesa del siglo XlX. La principal obra de Said, “Orientalismo” – también “Cultura e Imperialismo” – presentaba un certero análisis de la costumbre occidental sobre la construcción de una imagen “exótica” del Oriente musulmán para de este modo dominarlo mejor.

Edward W. Said, al hablar del gran compositor e intelectual canadiense Glenn Gould, muerto en 1982 cuando contaba cincuenta años, cita a su amigo Daniel Barenboim como una de las figuras fundamentales de la música junto a Maurizio Pollini, Elliott Carter, Harrison Birtwistle, György Ligeti y Oliver Knussen. “Glenn Gould – recordaba Said – es uno de los pianistas más destacados de la historia y alcanzó un  nivel técnico igual al de Michelangeli, Horowitz, Argerich o Barenboim”.

Esta precisión del palestino Said iba unida a su profunda amistad con el judío Barenboim, ambos se acercaban tanto al piano como a la orquesta para tocar la paz y el sonido neutro y robusto de ese piano pacífico, nacido por la presencia de armónicos graves, obtenía en el arco del mundo unas coloridas y brillantes sonoridades que dejaban asombrados a cuantos no creían en la potencia de la serenidad ni en los anhelos del sosiego humano. Pero eso ocurre cuando dos espíritus conciliadores se unen. Las vibraciones de las guerras producen exaltaciones en el tímpano de los hombres y así su aparato auditivo es herido por ráfagas de fusilamientos tenebrosos y por escaramuzas crueles de odios e  inclemencias. Es el piano de la armonía y del perdón el que levanta en el aire una melodía única, cercanos sonidos de notas graves,  apaciguamiento de notas agudas, composición que mantiene un equilibrio de paz, paz que a su vez se convierte en música».

(Imágenes.- 1.-Jerusalén.-wikipedia/ 2, 3 y 4 fotografías publicadas por Alenarterevista)

EDAD Y SABIDURÍA

rostros.-33885.-por Marcel van Eeden.-2009.-Galerie Michael Zink.-artnet

«¿Se vuelve uno más sabio con la edad? ¿Y si la edad y una salud precaria no dan lugar a la serenidad de la madurez?». Estas preguntas se las hace el gran crítico literario Edward W. Said, nacido en Jerusalén en 1935 y muerto hace seis años. En su obra póstuma «Sobre el estilo tardío» (Debate), Said alude a tres edades del artista: una primera edad, que es la de un proyecto de creación o de descubrimiento de un mundo nuevo; un segundo momento, que significa la continuidad en la obra; y un momento tercero, que es en el que Said se detiene más: el último periodo de la vida o decadencia del cuerpo:»el deterioro de la salud – dice – u otros factores que, incluso en el caso de una persona joven, dejan entrever la posibilidad de un final prematuro«. El gran ensayista palestino analiza de forma más detallada este momento ya que es el que más le afectaba personalmente, aquejado como estaba de una grave enfermedad que le llevó a su final. Es esa edad tercera en la  que Said ve luces y  sombras ante lo que se ha dado en llamar el «estilo tardío«. Las últimas obras de Ibsen, por ejemplo, recuerda Said, no transmiten precisamente serenidad; dejan entrever la imagen de un artista furioso y trastornado, provocando más ansiedad, dejando al público más perplejo y descolocado de lo que estaba antes.

Giuseppe Verdi.-1.-wfc.no.-Generic Concerts

Sobre la enfermedad y el arte ya escribí en Mi Siglo:  Klee y Matisse, entre tantos otros. También sobre los cuadros últimos que muchas veces resumen una vida colmada. Pero aquí Edward Said evoca nombres variados: un «Edipo en Colono» de Sófocles, por ejemplo, en donde el retrato que se hace del héroe anciano es el de un hombre que ha conseguido una santidad extraordinaria; un «Otelo» o un «Falstaff» de Verdi, obras de sus últimos años, que no rezuman un espíritu de sabia resignación, sino » una energía renovada y casi juvenil, una apoteosis de fuerza y creatividad artística». Por su parte, Rembrandt, Bach, Wagner, coronan en sus obras tardías una vida entera de esfuerzo, y en cambio -comenta Said – en lo que se ha llamado «el tercer período de Beethoven (las cinco últimas sonatas para piano, la Novena Sinfonía, la «Missa solemnis«, los seis útimos cuartetos para cuerda, las diecisiete bagatelas para piano), se percibe el momento en que el artista, a pesar de ser dueño absoluto de su medio, abandona la comunicación con el orden social establecido y alcanza una relación contradictoria y alienada con él».

Thomas Mann.-1.-libraries.uc.edu

«El arte de Beethoven, y de las templadas regiones de la tradición – se lee en el «Doktor Faustus» de Thomas Mannse elevó, ante los ojos asustados de sus contemporáneos, a esferas que son del exclusivo dominio de la Personalidad, de un yo aislado dolorosamente, aislado incluso del mundo sensorial por la pérdida del oído, príncipe solitario de un reino espiritual, libre de extraños testigos, incluso los más benévolamente dispuestos, cuyos pavorosos mensajes sólo por excepción y en contados momentos eran comprendidos«.

Cuando se llega a esa edad tercera, que a veces coincide con la sabiduría primera, puede alcanzarse también lo que Said comentó de Brahms en otro libro suyo, «Elaboraciones musicales«: a esa edad – dijo – «siguen existiendo el placer y la intimidad y puede lograrse, como consiguió Brahms, «la música de su música«, la música íntima que perdura cuando se han hecho todas las concesiones a la política y la economía de cualquier arte mundano«. 

Picasso.-2.-auorretrato 30-6-1972.-elcalamo.cvom

A esa edad igualmente el rostro del artista se atreve a acercarse ante el espejo y el espejo le transmite en pintura lo que él no quiere ver de su rostro. El 30 de junio de 1972 Picasso pintó lo que podría considerarse su último autorretrato. El célebre ojo de Picasso permanece aquí fijo, taladrando el fin de una vida. No es una creación casual, y así lo ha reconocido Valeriano Bozal en un extraordinario ensayo, «Picasso clásico. La pintura del viejo» («El realismo«) (Fundación Mafre). Reonocemos la consistente bóveda craneana  de Picasso, sus ojos poderosos, su nariz, los labios y el mentón, y todo ello impresiona por su «deformidad». «El tiempo, como decrepitud física, se impone aquí en todos los ámbitos que a él pretendían escapar – dice Bozaly que durante tantos años parecían haber escapado (…) Revela ahora lo que guardaba en su interior: pudo expulsarlo todo menos la temporalidad que en él anidaba«.

Sabiduría y edad. Seguramente lo más difícil sea ajustar en cada momento la sabiduría a la edad y ,sobre todo, aprender bien pronto en qué consiste la sabiduría.

(Imágenes:.-1.-Marcel van Eeden.-2009.-Galerie Michael Zink.-artnet/.-Giuseppe Verdi.- wfc.no.-/ 3.-Thomas Mann.-libraires. uc.edu/ Picasso.-autorretrato del 30-6-72.- Fuji Television Gallery.-Tokio)

DESPACHOS Y MÚSICA

Cuando leo que Daniel Baremboim decora de modo especial su camerino en la Staatsoper, en Berlín, y  tal como dice el relato periodístico, » él se reserva una gran butaca de cuero negro, reclinable con un dispositivo cuyo manejo lo entretiene a todas luces. Venga de la gran araña o del exterior, la luz del camerino tiene una cualidad dorada, como el brillo que reflejan las grandes fotos de Jerusalén en las paredes» El País«), me viene a la memoria cómo decoraba a su vez Stravinski su ambiente personal en cada sitio que ocupaba hasta lograr una evocación de intimidad, un reflejo cálido de su vida pasada. Como dejé escrito  hace ya algún tiempo, « Stravinski construye su propio ambiente esté donde esté: extrae de su maleta litografías, que coloca en lugar de las ilustraciones triviales de los hoteles; coloca en su mesita de noche – en sus tiempos de enfermedad – plumas, cartapacios de música, pinzas, secantes, un reloj de la época de los zares y la medalla de la Virgen que el compositor lleva al cuello desde su bautismo». («El artículo literario y periodístico«, págs 303-304) . Es decir, crea su atmósfera particular. Ahí compone y ahí se concentra.

No es sólo la música la que rodea a los despachos creadores. Es una vida de recuerdos, retazos que viajan con uno para obtener ese tono de confortable serenidad que, en el caso de Stravinski, le llevó a decir a sus ochenta y cinco años: «Simplemente quiero continuar tratando de hacer mejor aquello que he hecho siempre, y esto a pesar de que las estadísticas me digan que debo ir cada vez peor. Y quiero hacerlo en este mismo «Identikit«, tan ajetreado, pero que ha alcanzado tan larga vida. Tengo que rehacerme a mí mismo, dice el poema de Yeats«.

Tuve la fortuna de conocerle en Roma, el 13 de junio de 1964, sentado junto al compositor Malipiero y a Milhaud. En una butaca especial, en la misma fila, escuchaba la «Sinfonía de los Salmos» con todos nosotros el Papa Pablo Vl. Luego le ví salir hacia la calle con la flexibilidad de su mente pensando en inglés, alemán, italiano y francés, pero sobre todo en ruso, quizá con fragmentos de textos desperdigados en sus bolsillos: música compuesta en agendas, márgenes de periódico, dorsos de menú, programas, trozos de servilleta, que luego iría pegando a las páginas de su cuaderno convenientemente ordenado y numerado con lápices de colores, de tal modo que esa agenda personal de inspiración le sirviera creadoramente como un continuo collage.

(Imagen: Stravinski, retrato por Jacques-Emile.-image.guardian.con.uk)