CIUDAD EN EL ESPEJO (11)

 

CIUDAD  EN  EL  ESPEJO  (11)

“Pero él no está aquí para asombrarse sino para discernir, para descubrir. Si alguien entrara ahora con nosotros en esta salita de consulta del sanatorio del doctor Jiménez al final de la madrileña calle de Menéndez y Pelayo, advertirá que don Pedro Martinez Valdés, con su bata blanca y sus gafas de concha, su gran espalda apoyada contra el respaldo del sillón, permanece atento al sufrimiento. Estudió los pliegues del aburrimiento en los seres humanos, intentó conocer lo que es la angustia expectante, también los complejos, esas vueltas y revueltas que suelen dar las distintas conciencias, el carácter de los conflictos, lo que algunos llaman las deficiencias del espíritu, se examinó y obtuvo brillante nota hace muchos años respecto a la frustración existencial, se asomó al pozo en que se hunde la imagen del hombre. Qué es, se pregunta muchas veces cuando está solo, el inconsciente colectivo, cómo atraparlo, de qué modo ver la luz al otro lado de su sombra, cuáles son las mordeduras de los instintos, y sobre todo, cómo abrazar de modo apasionado la libertad humana dejando tan suelto su abrazo que ella quede libre, y así humanidad y libertad se hermanen siempre, qué métodos para aplicar todo esto son los apropiados. Hay tantas cosas en los libros, tantas en la mente, las mentes son tan diversas, la vida luego enseña lo que las letras no dijeron, por ejemplo, que las neurosis no marchan nunca solas, no son singulares, hay neurosis dominicales y neurosis que asoman su cabeza por el alba de días como éste, hubo, y seguirá habiendo neurosis de guerra, las paces también propician neurosis propias, existe el nihilismo en este tiempo de fin de siglo, danzan locas por los vericuetos del cerebro en los hombres las obsesiones más dispares, se escondió el vientre de muchos siglos, el placer y los placeres, pasaron anteriores épocas de psicoanálisis y se prolongan, turbias o claras, eficaces o engañosas, las diversas terapias tan distintas, se alzan tan variadas las psicologías que una llámase analítica , otra de altura, hay una más que denominan profunda, otra aún individual, por fin la psicología psicosomática, y un hermano extraño, quizá bastardo, el psicologismo, y si se sigue en este despacho del sanatorio del doctor Jiménez con el índice del dedo del recuerdo y de la ciencia la tabla de todas las materias, alcanzaremos las psicosis, y luego la psicoterapia dirigida al hombre, porque a quién sí no va a estar dirigida la psicoterapia sino a un humano, y poco a poco nos adentraremos en el racionalismo y con un paso más serio en la razón del ser, y después no olvidaremos nunca, no podrá olvidar el doctor Valdés, la religión, el re-ligare, la relación con Dios. Dios que creó Madrid, y España, y el mundo, y creó la vida de don Pedro Martínez Valdés y la existencia de Lucía Galán Domínguez, y la mantiene y la conserva cada segundo, a pesar de que esta belleza de las negras cerezas en los ojos quiera morirse.

 

 

Pero lo que el doctor Valdés busca en esos ojos de Lucía en cuanto la ve, o mejor aún dentro de esos ojos, en la cavidad de su ser, lo que don Pedro Martínez Valdés indaga en los enfermos, por eso se hizo médico, por ello es psiquiatra y de este modo se encuentra como pez en el agua en este despachito de la consulta, lo que intenta extraer del fondo de los pacientes es el sentido o la carencia de sentido, que de todo hay, respecto a la responsabilidad de la existencia, qué responsabilidad tiene el enfermo, y el hombre mismo, el hombre sano, es que acaso está ausente el individuo de esa responsabilidad, cómo inflamar esa llama de lo responsable, cómo despertar ese pálpito, qué se puede resucitar en lo que parece casi ya moribundo, qué hacer, cómo hacer, cuál es la fórmula más eficaz.

Hay una sensación de falta de sentido  en muchas vidas de Madrid y del mundo, se huye como se puede y en cuanto se puede del sentido del dolor, quién puede señalar hoy, en estos tiempos, cuál es la brújula personal que marca el rumbo para dar  sentido a la vida, cuántos sueños vagan a tientas entre las sombras dormidas de los seres humanos, cuántas sugestiones disfrazadas de sueños, qué imágenes tan grandiosas del super- yo en el recinto de los individuos cuando estos se crecen, qué variadas técnicas para los disimulos y las simulaciones sintiéndose a sí mismos, cuántas transfusiones  de ideas falsas, cómo contar todos los traumas psíquicos que existen si quedan esparcidos y pulverizados en los campos salvajes de los seres que todo lo esconden, que incluso se esconden dentro de ellos mismos, envueltos en una capa negra de mutismo o de interrogación continua, como eso suele hacer Lucía Galán Galíndez, esta belleza de veinte años que ahora mira al doctor Valdés, qué tipo de vacío hay en ella, acaso vacío existencial, se dice el médico, y de qué tipo será ese vacío, cuáles son los valores de Lucía Galán Galíndez  si es que ella tiene escala de valores, cuántos son ellos, en qué orden quedan establecidos los escalones, quizá guarda en su fondo una voluntad de dominio, anida en esta jovencísima mujer una voluntad de placer, tal vez se puede definir en Lucía su voluntad de sentido.

Pero pasa en este momento Sor Benigna, rápida, con cierto nerviosismo, y al lado de la puerta del despacho, se asoma un instante y dice:

—Doctor, en cuanto pueda tiene que ver a Luisa Baldomero.»

José Julio Perlado

(continuará)

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

(Imagen —Jasper Johns)

 

 

ESCRIBO COMO TODO EL MUNDO

 

 

“Escribo más o menos como todo el mundo, creo. Intento escribir con regularidad. Cada día me cuesta arrancar. Si consigo dejar una línea o unas pocas palabras que me ayuden a retomar el hilo, va un poco mejor. A veces el día va bien. A menudo, no. Me he resignado a la certeza de que lo que escriba me decepcionará. Escribo cuando no me apetece, pero no cuando me asquea. Creo que escribo para cierto tipo de persona – no voy a definir exactamente quién, aunque tal vez sea una mujer -, pero no para todo el mundo. Para una mujer inteligente, como dijo Bábel.

Así va confesando su tarea  y sus modos de trabajar James Salter enEl arte de la ficción”. “ Escribo a mano -continúa-, con un bolígrafo. Luego lo mecanografío con una máquina eléctrica. Podría usar un ordenador portátil, pero me gusta el sonido, ligeramente desacompasado, de las teclas. Tecleo con dos dedos. De hecho, de algún modo estoy componiendo. Escucho las palabras a medida que las escribo, o las cadenas de palabras. Me gusta volver una y otra vez sobre la cadencia que me conduce a las siguentes frases. A veces escribí un poco acerca de lo que me propongo escribir, unas palabras que abran el camino, y que quizá incluso decida incluir, pero todo está en suspenso.

 

 

(…) No siempre escribes en tu escritorio. Lo haces en otros sitios y te llevas el libro a cuestas. Te acompaña, lo tienes en la cabeza a todas horas, lo repasas, atento a posibles conexiones. Se convierte en tu principal compañero, en el sentido literal de la palabra, puedes hablarle en voz baja. Se convierte en tu único compañero. La escritura puede prolongarse diez días, como en el caso de Georges Simenon, o semanas, o meses, o años. Le pasa lo mismo a todo el mundo.”

 

 

(Imágenes- 1- Alexander Calder/ 2-Sigmar Polke – 2008/ 3-Jasper Johns)