VIAJES POR EL MUNDO (36) : LAS ANTILLAS

 

 

“En las Antillas — cuenta José Zorrilla en sus “Recuerdos del Tiempo Viejo” — se respira con su caliente atmósfera el ambiente de la pereza, y se engendran en el corazón y en el espíritu el amor al ocio y el prurito de los deleites. Las islas son  los oasis del desierto del mar: a ellas se llega harto y entumecido del encierro del barco y de la falta de ejercicio, y se goza  con ansia la luz, la anchura y la libertad. Aquellos oasis brindan a los que pasan por ellos todos los placeres de los climas cálidos y todos los que ofrece al europeo los diferentes frutos, los distintos manjares, las mezcladas razas que en ellas habitan. Éstos les ofrecen, sin reserva, todo a cambio del oro de que suponen  repletos los bolsillos de los que allí arriban; y a los que allí por vez primera ponen los pies, les arrastra la curiosidad a ver y a gozar aquel todo que aún les desconocido.

Allí vi y admiré por primera vez el plátano, razón vegetal y palpable de la innata holgazanería de aquellas razas. Abanicos sonoros y ondulantes de la selva, aquellos árboles parece que arrullan el brote y crecimiento del racimo de su fruto, como las criollas a sus hijuelos con el monótono y sentido ritmo de sus apasionados cantares; el racimo brota en la parte superior del tronco, cobijado a la sombra de su penacho; cada uno de sus granos viene envuelto en una sólida, estriada y luciente cubierta, que del sol, del polvo y del rocío le guarece mientras pueden dañar a su primera vegetación; luego esa corteza se abre, se desprende de él y sobre él poco a poco se arrolla, conforme del sol, del aire y del rocío va necesitando, hasta que de él se desprende seca, cuando ya por sí puede nutrirse del rampojo a que cada fruto viene asido; y según el inmenso racimo va madurando, el tronco se va doblando hasta depositarla suavemente en manos del hombre, que puede dormirse a su sombra, seguro que la bajada de la fruta le despertará viniéndosele a la boca y sin que  necesite tampoco cultivar el árbol, que por sí solo brota otro pie al lado del que se cae, y a quien abona, beneficia  y nutre su propio despojo, su tronco filamentoso y sus hojas.”

 

 

(Imágenes—1- Sir Kyffin Williams/ 2- Charles Woodbury)

PÁJAROS Y PÁJAROS …

 

 

“No sólo son pájaros los que provocan ruidos. Ningún ojo humano puede seguir los desplazamientos periódicos del charrán ártico que ya abandonó sus colonias del Norte avanzando el verano y voló dieciséis mil kilómetros para alcanzar mares que bañan el continente antártico, y a la vez perseguir al babolink —criado en campos de tréboles de Norteamérica —, y, si tenemos suerte de que sea del Noroeste, llegará hasta Argentina, no vía México, sino tocando el Atlántico (un salto en Miami, otro en Cuba, el tercero en Jamaica), para, surcando el mar de las Antillas, entrar con plena fuerza por Maracaibo, atravesar Venezuela, rozar el brasileño Mato Grosso y doblar por Asunción, en Paraguay, y abandonarle ya en su impulso último, Argentina abajo, por el Este, aún doblándose otra vez cerca del Río Negro y Santa Cruz, hasta perderse descansando quién sabe dónde, al Sur, no lejos de San Valentín, ya en Chile, en la médula espinal que recorre América, casi al filo del mar, sobre el Pacífico, donde van cayendo —isla a isla —las costillas de tierra, a flotar en el mar.

 

 

Dejo volar la imaginación con las cigüeñas  y golondrinas de mar real que tengo presas en la pluma, y a las que suelto junto a gaviotas y rayadores, para que algunas vayan al océano Atlántico, y desde Groenlandia, por el mar de Noruega y el del Norte, acercándose y alejándose del cabo Ortega, acercándose y alejándose del cabo Finisterre, tomando distancias respecto a Portugal…, pasan por Funchal, por la isla de Madera, alejándose de Mauritania, de Senegal…, hunden su batir de alas  en el corazón Atlántico, se mezclan con las golondrinas de mar que vienen de la Bahía de Hudson, de la península de Labrador, de Toronto —alas blancas, alas negras, planeando horizontales, sin dar aletazos durante largo tiempo …, aves de alas grandes y anchas, que utilizan las corrientes térmicas…; aves planeadoras que se desplazan de una corriente térmica ascendente ( perdiendo unos momentos de altura), y volviéndola a ganar una vez alcanzada la otra corriente…;

 

 

amplias aves de alas que parecen quietas mientras planean, para pasar a un vuelo batido, en donde el propósito está en conseguir la propulsión hacia delante, impulsadas hacia arriba y manteníéndose en el aire gracias a la extrema ligereza  de sus cuerpos y a su sabiduría para disfrutar las corrientes que producen las olas, los embates del viento, y las variaciones de ese mismo viento, del que se dejan empujar cuando él está a favor y su velocidad disminuye, y le resisten cuando él cambia de orientación y toma dirección contraria, y aumenta, a su vez, velocidad…, y así en medio del Atlántico, cruzándose con las golondrinas que vienen de Terranova, unas camino de Sudáfrica,  hacia el Cabo de Buena Esperanza…, otras — las golondrinas de mar — acercándose a Bahía Blanca, al golfo de San Jorge, separándose de Bahía Grande y tocando casi, sin rozar, Tierra de Fuego o las islas Falkland…”

José Julio Perlado —“Contramuerte”

 

 

(Imágenes —1-John James Audubon/ 2-Sonja Braas/ 3-zack Seckler/ 4-Youssef Nabil- 2011)