OLORES INFANTILES, OLORES FAMILIARES

«A las albas de mi niñez – cuenta Eugenio D`Ors en sus Confesiones y recuerdos«-, van ligados dos olores. El primero es el olor de zanahorias descompuestas. Yo nací en lo más céntrico de la ciudad, cuyo urbanismo iba, poco después, a transformarse tanto, en la casa número 3 de la calle Condal, en la inmediatez de la Puerta del Ángel, cuyas murallas desaparecieron.(…) Los bajos de aquella casa, cuyo primer piso ocupaba el consultorio médico de mi padre y en cuyo entresuelo vivía mi abuelo igualmente, han conservado, hasta fecha muy cercana al día de hoy, (este texto de D`Ors es de 1950, publicado en «Correo Literario»), dos tiendas, además de un cuchitril de portero. En la portería actuaba, hacia la época de mi venida al mundo, un zapatero remendón; años transcurridos, el ocupante pasó a ser un relojero. Una de las tiendas se dedicaba al comercio de libros rayados. Pero la otra tienda siguió intacta. Era una vaquería. (…) El olor del pienso vacuno no había manera de suprimirlo. Para perderlo de olfato dio ocasión un cambio de domicilio, que se transportó, hacia los dos años de mi vida, a la calle de San Pablo, señoril y hasta entonada aún. Allí, el olor que se respiró fue muy otro. Frente al número 15 se abrían los almacenes del papel de fumar Valadia. Una esencia picante y característica llegaba hasta nuestros balcones, cuando estaban abiertos, y acompañaba nuestros primeros pasos por la calle. Entrambos olores, el del pienso de zanahorias y el del papel de fumar, dan un fondo común de paisaje olfativo a los recuerdos de mi primera infancia».

Son los olores muchas veces compañeros de las visiones, y éstas de las audiciones y del gusto, y todas ellas también del tacto, y así los primeros pasos de los sentidos en muchos niños que un día quizá lleguen a ser escritores quedan impresos en sus mentes y al fin no tendrán más remedio que volcar todo ello sobre un papel. Si se considera memorable la secuencia de Proust cuando escribe «en cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado de tila que mi tía me daba (…), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres…», este sabor nos está abriendo las puertas de las reminiscencias y nos empuja a grandes tiempos de espacio y de novela. Pero el olfato siempre estará presente también. Olor proustiano de habitaciones cerradas – de dormitorios, de pabellones de caza, de recintos en los Campos Elíseos-, olores igualmente de espinos,», retenidos en sus elementos untuosos y densos», dirá Proust, olores en la avenida de las Acacias » cuyos perfumes, que irradiaban en derredor, hacían sentir de lejos la proximidad de una potente y suave individualidad vegetal«: blandura, unción, densidad, pesantez de tantos olores diversos y mezclados, modalidades sustanciales de aromas volátiles que se expanden en un espacio aéreo.


Siempre pues hay olores en las vidas, también en las literaturas.

Gil de Biedma, en «Retrato del artista en 1956«, desgrana los olores que le acompañaron:

«El olor a cuerpo y a prendas miserables. Los vagones del metro. Madrid: carne recalentada y ropa de difunto y un deje de grasa de chorizo, para fijar el aroma igual que el barniz una pintura. Londres: lana húmeda, chocolatinas baratas, cocina de manteca rancia, fish and chips, verduras tristes. París: sé que tiene un olor, pero se escapa.

(…)

Olor a escarcha y fuego de leña verde, pavesas en el aire. La Nava, años de la guerra civil, camino de la escuela en las mañanas.

Cocido y cuero recién curtido: Salamanca«.

 Olores retenidos. Olores conservados. Olores siempre.

(Imágenes:- 1.- John Singer Sargent.- 1885-1886.-Tate Gallery.-Londres/ 2.-Valentín Aleksándrovich Seróv.-Mika Mo Morozov.-1901.-State Treytakov Gallery.-Rusia/ 3.-Brassaï -Quai des Orfévres.- 1930-1932)

ENCENDÍAMOS PALABRAS

«Mirad:

somos nosotros.

Un destino condujo diestramente

las horas, y brotó la compañía.

Llegaban noches. Al amor de ellas

nosotros encendíamos palabras,

las palabras que luego abandonamos

para subir a más:

empezamos a ser los compañeros

que se conocen

por encima de la voz o de la seña».

Jaime Gil de Biedma: «Amistad a lo largo» (1959), en «Compañeros de viaje»(1952-1959)

 Café. Palabras. Amistades.

 «La tertulia no tenía prisa ni inquietud – escribe Ramón Gómez de la Serna -.(…) Y en ese medio azulado, la improvisación es ágil, y nos queremos acordar después de lo que hemos dicho, favorecidos por esa agilidad que da el agua propicial a los movimientos y a los desperezos frenéticos de la imaginación. Sólo en un grande hombre que posee las llaves de las grutas maravillosas ha podido permitirnos ese goce de la levitación.

Los que entrábamos los primeros encontrábamos aún revoloteando palabras del día anterior, alegres en su remanso inviolable» («Automoribundia», 1948)

Amistades. Café. Palabras.

Ahora, en un extraordinario número monográfico, la Revista «Insula«, junio 2008, evoca,  bajo la excelente coordinación de Laureano Bonet, todas aquellas amistades, los cafés donde se encendían las palabras.