ESTAMPAS DE TOLSTOI (3) : INTIMIDADES

«Con los pequeños (sus propios hijos o los hijos de sus hijos) – cuenta Francois Porché en su  «Retrato psicológico de Tolstoi» – le gustaba bastante jugar, cuando estaba de buen humor. Bailar la «danza de Numidia» alrededor de una mesa para celebrar la partida de algún huesped inoportuno; o bien, al final de una jornada de trabajo, sentar a Vánichka y a Sacha en una canasta vacía, taparla y arrastrarla por los cuartos para que adivinaran en qué habitación se encontraban».

«Eran juegos que gustaba hacer de buen grado, pero que podían corresponder tanto a un deseo egoísta de tranqulidad personal como a un amor particular por la infancia».

«Una noche de febrero de 1895 – recuerda a su vez Daniel Gillès en su «Tolstoi» -, estalló en Moscú una de esas escenas violentas y penosas que Sonia hacía a su esposo.(…) Como León, muy sulfurado ( en relación con su relato «Dueño y servidor» que él había prometido a la revista «El Mensajero del Norte» en vez de reservárselo para «El Mediador«) hablaba de abandonar el hogar conyugal, ella se le adelantó y, en plena noche, en camisón de dormir, con los pies desnudos en las zapatillas, se precipitó a la calle. León, medio vestido, corrió tras ella, la alcanzó, la agarró por el brazo y consiguió, no sin esfuerzo, porque ella se resistía y tropezaba en la nieve, volverla a casa».

«Al día siguiente por la tarde, la querella volvió a encenderse, y Sonia, arrojando esta vez las pruebas que estaba corrigiendo, se lanzó a la calle y, resuelta a dejarse morir de frío en el bosque, se dirigió hacia el Monte de los Gorriones. Esta vez fue su hija Macha quien la obligó a volver a casa. Sonia pasó allí dos días sumida en el abatimiento y en la postración; luego fue bruscamente asaltada por su idea fija; llamó a un coche de caballos y se hizo conducir a la estación de Kursk. Sergio y Macha, que se habían lanzado en su seguimiento, la alcanzaron en el instante en que pagaba al cochero. La volvieron a conducir una vez más a casa».

«Sonia tuvo que meterse en cama – sigue contando Gillès -, y en ella permaneció durante semanas; los médicos consultados prescribieron quién agua de Vichy, quién bromuro. Pero entre tanto Tolstoi había capitulado. «Entró en la habitación – escribió su mujer – , se inclinó ante mí hasta dar con el suelo, se puso de rodillas, me hizo juramentos y me suplicó que lo perdonase«. Y ella lanzaba este grito de triunfo : «¡»El Mediador» y yo hemos obtenido «Dueño y servidor«, pero a qué precio!». En cuanto a Tolstoi, él se sentía casi feliz por haberse doblegado. «Dios ha venido en mi ayuda – confiaba en su «Diario» -; se ha manifestado en mí por la voz del amor…Sentir amor por ella; me ha bastado eso para comprender sus móviles. No he tenido necesidad de excusarla; no había ya nada que excusar«.

Peleas matrimoniales, trifulcas familiares, temperamentos, explosión, desgarros, reconciliaciones.

Intimidades que revelan vidas.

(Pequeña evocación a los cien años de su muerte: 1910-2010)

(Imágenes:- con mi agradecimiento a mi buen amigo, el periodista y corresponsal Daniel Utrilla que, desde Moscú, me ha guiado hacia estas fotografías:-1.-Tolstoi con su nieta Tatiana.-1909.-Ria «Novosti».-rian.ru/2.-Tolstoi con sus nietos Sonia e Ilia.-1909.-Ria «Novosti».-rian.ru/3.-Tolstoi discutiendo un manuscrito con su esposa Sonia.-1909.-Ria «Novosti».-rian.ru/4.-Tolstoi con su esposa Sonia.-1908.-Ria «Novosti».-rian.ru/5.-Tolstoi con su esposa Sonia.-puskinmuseum.ru)

ESTAMPAS DE TOLSTOI (2) : EL BOLSO DE ANA KARENINA

¿Qué contiene el bolso de Ana Karenina?, se pregunta con Nabokov la profesora Anna Caballé. A su vez el argentino Ricardo Piglia se interroga e intriga sobre la pequeña linterna que lleva en el tren la heroina de Tolstoi. Son  los reveladores detalles de los que ya hablamos en Mi Siglo tanto en la literatura, la pintura o el periodismo. El detalle preciso cuya importancia siempre la consideró decisiva Flannery O`Connor. «Abrió con sus manos pequeñas y ágiles el saquito rojo – se lee en el capítulo 29 de la primera parte de la novela rusa -, sacó un almohadón que se puso en las rodillas y, envolviéndose las piernas con la manta, se arrellanó cómodamente. Le pidió a Aniuska la linternita que sujetó en el brazo de la butaca y sacó de su bolso un cortapapeles y una novela inglesa».

Ana Karenina se dispone a leer. Y Ricardo Piglia en «El último lector» (Anagrama) se acerca hasta esa linterna que ilumina la realidad y la ensoñación de la lectura, la entrada en lo irreal y en la ilusión de un libro cuyas páginas alumbra esta mujer con su propia luz. Los detalles han hecho siempre viva la literatura y gracias a ellos casi se la puede tocar. Alexandra Tolstoi en Una vida de mi padre (Sudamericana) habla de que el gran novelista ruso necesitaba saber – para su Guerra y Paz – que Napoleón tenía manos cortas y gruesas, que durante la batalla de Borodino estuvo resfriado y que era mal jinete. Tenía también que saber que el general Kutuzov era hombre muy impresionable y que de vez en cuando le gustaba soltar palabrotas rusas, así como que le costaba mucho subir al caballo. De todo ello quiso documentarse Tolstoi al detalle, como igualmente se  fijó en la importancia de los apellidos de sus personajes: «Rostov» empezó llamándose «Prostov» en sus primeras versiones pero Tolstoi le quitó una letra ya que ese apellido le iba muy bien a la familia que había imaginado.

Entonces, ¿qué llevaba dentro de su bolso la heroina de Tolstoi? Anna Caballé en «El bolso de Ana Karenina» (Península) alude a lo que Nabokov comentaba en su Curso de Literatura Rusa (Bruguera) : «al fino pañuelo de batista que había servido para enjugar sus lágrimas antes de salir de casa de su hermano, hay que añdir – dice Caballéuna pequeña almohada para apoyar la cabeza, la redecilla que protegerá su peinado durante la noche, una novela inglesa con las páginas todavía por abrir y un abrecartas. ¿Es un inventario completo? La respuesta es imposible (ah, el misterio del bolso de las mujeres…), pero no parece que lo sea: cabe suponer también un pequeño recado de escribir (dada la frecuencia de las notas que se envían los personajes a lo largo de la novela), una linterna para poder leer sin molestar al resto de los viajeros, un  espejo de bolsillo y los indispensables artículos para la toilette de una dama«.

Estos son los detalles que se desperdigan, siempre precisos y muy desmenuzados, en toda la obra de Tolstoi. Detallles que él perfilaba, luego recomponía, después tachaba a lo largo de sus páginas de creación. Ilia Tolstoi, en «Tolstoi en la intimidad«(Futuro) cuenta cómo trabaja su padre cuando revisaba « Ana Karenina«: «en los márgenes aparecían primero los signos de corrección, la puntuación, las letras omitidas; después mi padre cambiaba palabras, luego frases enteras. Tachaba una línea, agregaba otra; las hojas de pruebas terminaban por estar abigarradas y, en ciertos lugares, quedaban tan negras, que no era posible volver a entregarlas en ese estado, puesto que nadie, salvo mamá podía descifrarlas. Mamá pasaba noches enteras recopiando esas correcciones. Por la mañana, las hojas cubiertas por su escritura fina y legible, estaban cuidadosamente plegadas sobre su escritorio esperando el momento en que «Liovochka» se levantara para enviar las pruebas al correo».

Ahí estaban, retocados y corregidos durante el día, vueltos a corregir y a retocar por la noche, esos detalles tan necesarios para describir la existencia: objetos ocultos en el fondo del bolso de Ana Karenina,  manos gruesas de Napoleón o palabrotas que soltaba el general Kutuzov al subir torpemente al caballo.

(pequeña evocación a los cien años de la muerte de Tolstoi: 1910-1010)

(Imágenes:-1.-Greta Garbo en el papel de Ana Karenina, película digida por Clarence Brown en 1953.-elpais.com/2.-Tolstoi arando.-por Repin.-wikipedia/3.-Troubetzkoy esculpe a Tolstoi el 23 de agosto de 1899.-Museo estatal de Tolstoi)

ESTAMPAS DE TOLSTOI (1)

«Por la mañana – recordaba Ilia Tolstoi, uno de los hijos del escritor -, mi padre salía de su habitación, que estaba en el primer piso, en el extremo de la casa, y en bata, con la barba despeinada, bajaba a vestirse. Volvía a salir de su despacho fresco, dispuesto, vestido con una blusa gris, e iba a tomar café a la sala, donde estábamos ya todos para desayunar. Cuando no había visitas no se quedaba mucho con nosotros. Llevaba un vaso de té y se volvía a su despacho; pero si se reunían algunos amigos, empezaba a conversar, se entusiasmaba y no podía decidirse a marcharse. Con una mano en el cinturón y en la otra su portavasos de plata con el vaso lleno de té, se quedaba cerca de la puerta, durante una media hora sin advertir que el té se enfriaba, y hablaba sin cesar. Sin saber por qué, en ese momento la conversación se ponía siempre particularmente interesante y animada».

Es el gran escritor ruso retratado en su gran casa, observado en familia, y cuya filial evocación aparece en «Tolstoi en la intimidad» (Futuro). Éste es el personaje tratado por Steiner en su «Tolstoi o Dostoievski» , lo épico frente a lo dramático, teórica división del fluir de la existencia que algunos estudiosos y críticos desean hacer. ¿Cuánta parte de nuestra vida es épica y cuánta dramática? A veces las meras cuestiones diarias levantan su épica desde el suelo si adquieren pulso de eternidad y a veces esas mismas cuestiones se desgarran en dramatismos irremediables. Retablo de la vida continua y fragmentada en Tolstoi, fluir de esa vida y del tiempo, finales abiertos, omnisciencia como narrador. «Cuando escribo – le había dicho Tolstoi a Gorki – frecuentemente tengo piedad de mis personajes y entonces yo les presto cualquier buena cualidad, o le aumento una buena cualidad a otros, para que en comparación el otro no aparezca demasiado negro».

«El despacho de papá – cuenta Ilia en sus recuerdos– está dividido en dos por grandes armarios llenos de libros. Para que no se caigan, estos armarios están sostenidos por medio de grandes travesaños de madera, entre los cuales se colocó una puertecita de abedul. Detrás de la puerta estaba la mesa escritorio de papá y su gran sillón antiguo, semirredondo. En las paredes se ven cuernos de ciervos traídos del Cáucaso y una cabeza de reno disecada. En esos cuerpos mi padre acostumbraba a colgar su toalla y su sombrero. En la pared, al lado, están los retratos de Dickens y Schopenhauer«.

Aquí trabajaba el hombre que consideraba el teatro como algo artificial mientras la vida y el campo eran para él algo natural y real, una vida que animaba todas sus obras, la alegría de la «visión homérica» y la armonía entre el hombre y el mundo. Aquí trabajaba el hombre que intentaba dominar sus estados de ánimo. «No tienes idea – le decía a su hijo Ilia – de lo que puede un estado de ánimo. Por ejemplo, uno se levanta fresco y dispuesto, con la mente clara; se comienza a escribir: todo va bien, todo marcha. Al día siguiente se relee, y hay que tacharlo todo porque falta lo principal. No hay imaginación ni talento, ni ese «algo» sin lo cual toda nuestra inteligencia no sirve para nada. Sucede también que uno se levanta mal dispuesto, con los nervios tensos; parece que, a pesar de todo, se puede trabajar. En efecto, se escribe bien, afluyen las imágenes, y toda la inventiva que uno quiere. Se relee una vez más: tampoco aquello vale nada. Está torpemente escrito; la inteligencia no ha hecho nada. Las cosas no marchan más que cuando la imaginación y la inteligencia andan a la par. Apenas una de las dos se impone, todo está perdido. No hay más que abandonar lo hecho y comenzar de nuevo».

(Pequeña evocación a los cien años de su muerte: 1910-2010)

(Imágenes:-1.-Tolstoi descansando en el bosque.- 1891-Repin.-Galería estatal.-wikipedia/ 2.Tolstoi trabajando en Yasnaia Poliana.-1910.- B. Meshkov.-wikipedia/ 3.-Yasnaia Poliana.-wikipedia)