VIAJES POR EL MUNDO (3) : UN TEATRO EN PARÍS

 

baile- danza.-5gyu.-Ximo Lizana

 

«Recuerdo ahora aquel teatro de París a media mañana, el patio de butacas vacío, los lujosos palcos desiertos, algunas luces, sin embargo, encendidas a pesar de la hora, no todas las arañas iluminadas, pero sí aquí y allá, desperdigadas, unas luces que hacían resaltar los dorados azules y las alfombras elegantes de los pasillos, y yo allí, sentado y solitario, en la cuarta fila del patio de butacas, situado en el centro, intrigado más que fascinado por aquel único bailarín que estaba ocupando el escenario, un gran escenario semivacío, siguiendo los movimientos de sus brazos y de sus manos, aquel bailarín espigado, de tez oscura, un flequillo remoloneando su frente, pero sobre todo, lo que más atrajo mi atención fueron su cintura y sus pies, sus manos en el aire, revolvía el aire, las palmas abiertas golpeándose rodillas y muslos, chasquidos, dedos sueltos ; calzaba estrechas botas puntiagudas y al bailar iba levantando espacios de polvo con el repicar de su taconeo en la madera, sonaba y resonaba la madera bajo las plantas de sus pies y las puntas de sus botas, se le veía repetir, ensayar, repetir, se corregía, no parecía contento con sus logros, estaba sudoroso y excitado con su simple pantalón vaquero y su torso desnudo, se erguía y doblaba y giraba, se inclinaba y se expandía al compás de la única guitarra desgarrada en un rincón, al aire de unas palmadas dadas desde la sombra, entre cortinas, sobre una silla.

Siempre me han interesado los ensayos. Los ensayos, los haga quien los haga, siempre son tentativas, esfuerzos continuados, uno parece que no sabe a dónde va y sin embargo los ensayos siempre marchan hacia un fin de manera constante, con tenacidad ciega, persiguen recomenzar una y otra vez, reemprender, superarse. En los ensayos se visten ropas informales en un clima de intimidad y de soltura y allí nadie nos ve porque sólo nos vemos nosotros».

José Julio Perlado  (del libro inédito «Relámpagos»)

(Imagen.-Ximo Lizana)

UNA FOTOGRAFÍA

  fotografía-byyu- Mark Elliot

 

  Cuando se contemplan esas fotografías de juventud en las que aparezco yo con mi primer traje de adolescente, la mano izquierda, que así me la ha colocado el fotógrafo, sobre el hombro de mi madre, la vida, como todas las vidas, aún no ha aparecido en el horizonte, como no ha aparecido tampoco la vida en la existencia de A., la que será mi mujer, que más que fotografiada queda dibujada en ese otro retrato suyo, realizado con un lápiz negro, muy cuidado, en el que el dibujante ha ido ensombreciendo su pelo, ha retocado su cuello de once o doce años y ha colocado una cinta blanca en lo alto de su cabeza de muchacha. Ahora las dos imágenes tras cristales distintos reposan sobre uno de los muebles del comedor, sobre una repisa con otras tantas fotos de familia, y esas imágenes puras de juventud han llegado hasta aquí a través de mil avatares, sin conocerse al principio, entrelazándose después, y siendo año tras año responsables de todas esas otras fotos familiares que se extienden sobre muebles, pero también sobre campos, arboledas, o sobre aquel banco en el que estamos con nuestros hijos junto al mar. Esas dos estampas de juventud son el germen de todo ello. Pero yo miro ahora al fotógrafo de pie, estoy al lado de mi madre, me han colocado junto a mi madre sentada y luciendo aquella melena rubia que ella tenía por aquellos años, cuando aún gozaba de salud,  y también me han querido colocar casi en la esquina respecto a la posición de mis hermanos y algo lejos de mi padre situado al otro lado. Imagino que el fotógrafo dio unos pasos atrás para esconder su cabeza bajo el paño negro de ocultación que se usaba aquellos años para retratar y que con la mano en el aire, echado su cuerpo hacia delante y acompañándose con la voz, nos iba retocando las posturas, situándonos las manos, pidiendo una sonrisa – todos estamos serios – y dando al fin al flash, al relámpago que inmortalizara aquel momento.

El momento quedó inmortalizado y la vida se situó delante de mí prácticamente sin haberla vivido como también estaba la vida de A., la que sería con el tiempo mi mujer, y ella se levantó con sus once o doce años de la silla en que había posado. Debió de realizarse ese dibujo en la primera vivienda que tuvieron sus padres en Madrid o quizá en una vivienda del sur, no lo sé bien. A. me entregó años más tarde aquel dibujo y no me dijo más. Ella en cuanto concluyó el dibujo se refugiaría muy posiblemente en la conversación con sus hermanas y yo, en una ciudad distinta, casi con toda seguridad y al terminar aquella sesión fotográfica, me desabrocharía el botón superior de mi camisa blanca que me estaba apretando el cuello y acaso me fuera a leer un poco al volver a casa, porque en aquella época, a los trece o catorce años, yo leía ya muchísimo».

José Julio Perlado  ( del libro inédito «Relámpagos«)  

 

fotografía-nuun-Astrid Kirchherr  

(Imágenes.-1. -Mark Elliot/ 2. Astrid Kirchherr)