CARTELES DE TOULOUSE – LAUTREC

 

“La excepcional belleza y eficacia de sus carteles para el “Moulin Rouge”, “Aristide Bruant”, “Le Divan Japonais” – escribía A. M. Brizio – , la afición a la línea y al arabesco, tan difundida en el arte parisiense de la época, alcanzan en Toulouse – Lautrec un particularísimo acento de animación, elegancia, rápida síntesis y una crudeza de caracterizacíón que no llega a hacerse crueldad porque permanece como suspendida en un rápido instante de aparición y diversión.”

Se abre ahora en Madrid una exposición sobre sus carteles. Estampas célebres, figuras permanentes.

 

 

Los seis colores: amarillo, malva, azul, rojo, verde claro y negro del cartel “Aristide Bruant” , de 1892, fueron fijados en las calles de París. “May Belfort”, de 1895, en el que aparece la cantante con un gato en brazos reúne cuatro colores : amarillo, rojo, verde y negro. “May Milton” fue realizado para la artista en ocasión de una “tournée” por los Estados Unidos y en Francia fue publicado en “Le Rire”, el 3 de agosto de 1895 y presentado en la exposición de Reims, en 1896.

 

 

En el verano de 1895 Toulouse -Lautrec embarca en Le Havre , en  el “Chili”. Allí descubre a una pasajera de la que se enamora, la pasajera del camarote  54, y la observa con la esperanza de entablar amistad.  Esta pasajera se dirigía a Dakar y el pintor la sigue hasta Lisboa. Según todos los documentos, la litografía en color fue, al parecer, realizada de memoria. Seis colores aparecen en ella: amarillo, ocre, rojo, azul, gris, azul oscuro. Henri Perruchot, en la “Vida de Toulouse- Lautrec”, anota que para ese viaje el pintor había comprado cajas de vinos finos, oporto, aceite de oliva, y quería convertir la travesía en un crucero gastronómico. Es en uno de esos momentos del viaje cuando descubre a una mujer que, para él, es gracia pura. La mira desde lejos, queda impresionado. En el puente, dibuja a la pasajera del 54 ; para  Toulouse Lautrec una figura de ensueño, lo que él llamará la “dulzura de vivir”.

 

 

(Imágenes -1- Aristide Bruant/ 2-Diván japonais/ 3- May Belfort- christopher Clark fine art/ 4-  la pasajera del 54 – pinterest)

PALETA Y VIDA EN RENOIR

«La paleta de Renoir estaba limpia «como una tacita de plata» – recuerda uno de sus hijos y de él he hablado ya en Mi Siglo Era una paleta cuadrada – evocaba Jean, el gran director de cine – que encajaba en la tapa de la caja, que tenía la misma forma. En una de las salserillas dobles ponía el aceite de linaza solo, en la otra una mezcla de aceite de linaza y de esencia de trementina, a partes iguales. En una mesa baja, al lado del caballete, había un vaso lleno de esencia de trementina en el que enjuagaba el pincel casi después de cada aplicación de color. En la caja y encima de la mesa había unos cuantos pinceles de recambio. Sólo usaba dos o tres a la vez. En cuanto empezaban a estar muy gastados, o chorreaban, o por la razón que fuere, no le permitían ya un toque de precisión absoluta los tiraba. Exigía que se destruyesen los pinceles viejos, por si se volvía a topar con alguno mientras trabajaba». Y ahora, al acercarnos a estos cuadros que se exponen actualmente en el Prado, esa paleta limpia de Renoir nos sigue revelando confidencias. «Sitúo mi tema como quiero – le decía a Walter Pach en 1908 -, después me pongo a pintar, como haría un niño. Quiero que un rojo sea sonoro y resuene como una campana; si no, voy añadiendo rojos y otros colores hasta conseguirlo. Esos son todos mis trucos. No tengo reglas ni métodos; quien quiera puede examinar lo que uso o mirar como pinto – verá que no hay secretos (…) ¿Quiere usted que le diga cuáles son para mí las dos cualidades del arte? Tiene que ser  indescriptible e inimitable…La obra de arte tiene que apoderarse de uno, envolverle, transportable. Así el artista puede expresar su pasión; la corriente que emana de él es lo que transporta a su pasión».

Paleta y vida en Renoir, también paleta y decrepitud, también paleta y enfermedad.  En 1912, tres años después de la conversación con Pach, cuando la salud del artista estaba empeorando y llevaba dos años sin ponerse en pie, se encontraba como siempre sentado ante el caballete y preparándose para empezar a pintar. «Tenía la paleta bien limpia en las rodillas – cuenta nuevamente su hijo Jean -. El médico alzó a mi padre del sillón. Volvía a ver las cosas desde el ángulo de una persona que tiene los ojos al mismo nivel que los demás hombres. Y miraba a su alrededor con gran satisfacción. El médico lo soltó. Mi padre, dependiendo ahora sólo de sus fuerzas, no se cayó. (…) Entonces el médico ordenó a mi padre que anduviese. (….) Mi padre dio otro paso, y luego otro; y parecía que iba quebrando los hilos del destino. (…) Mi padre dio la vuelta al caballete y regresó a su silla de inválido. Aún de pie, le dijo al médico: «Renuncio. Me exige toda mi voluntad y ya no me quedaría voluntad para pintar. La verdad es que – e hizo un guiño malicioso – si tengo que escoger entre andar y pintar, prefiero pintar«. Volvió a sentarse y nunca más se levantó».

Si esto lo evoca Jean en «Renoir, mi padre» (Alba),  Ambroise Vollard por su parte escucha las confidencias del artista recordando que » no pensaba más que en su pintura y había acabado resignándose a sus manos que se cerraban, a sus piernas que se agarrotaban un poco más cada día. «¡ A fin de cuentas- decía el pintor -. soy un hombre con suerte!». «Débil y viejo ya – resume Perruchot al hablar de su vida -, lejos de de corromper y destruir su genio de artista, de reducirlo a la suerte común, a la inercia de la decrepitud, le ha permitido un supremo avance en el corazón de la realidad».

«Blanco de plata, amarillo de cromo, amarillo de Nápoles – describía el propio Renoir la composición de su paleta -, ocre amarillo, tierra de Siena natural, bermellón, laca de granza, verde veronese, verde esmeralda, azul de cobalto, azul ultramar, cuchilla de paleta, rascador, esencia de trementina, lo preciso para pintar. El ocre amarillo, el amarillo de Nápoles y la tierra de Siena no son sino tonos intermedios de los que se puede prescindir puesto que se pueden hacer con los otros colores. Pinceles de marta, brochas planas de seda».

(Pequeña evocación al inaugurarse en Madrid la exposición «Pasión por Renoir«)

(Imágenes:-1.-autorretrato.-1899/ 2.-Pére Fournaise fumando en pipa.-1875.- Williamstrown Sterling and Francine Clark Institute/ 3.-En el concierto.-188o.-Wililamstown, Sterling and Francine Clark Art Institute)

JUGADORES DE CARTAS

«Se quedaba parado ante «Los jugadores de cartas«, atribuido a Le Nain.

-«Así me gustaría pintar a mí…», decía Cézanne.

Me llevaba con frecuencia ante ese cuadro en el que unos soldados de un cuerpo de guardia -uno viejo; otro muy joven y rubio, en postura afectada -están acabando una partida». Así lo cuenta Joachim Gasquet en «Cézanne. Lo que ví y lo que me dijo» (Gadir). » Durante toda su vida – añade – quería sentar en una alquería del Jas, bajo la campana de la chimenea común, en torno a una botella y en sillas rústicas, a unos rústicos jugadores de cartas. (…) Toda la humilde gloria del Jas, toda el alma virgiliana del pintor dialogan en esa pintura para siempre».

Cézannedice por su parte Henri Perruchot al relatar su «Vida»  (Hachette) -, no va a buscar lejos sus modelos: son en general los aldeanos de la granja del Jas, sobre todo uno de ellos, el jardinero Paulet, a quien llaman el tío Alexandre. Su paciencia para soportar, inmóviles y silenciosos, largas poses, colma al pintor. Cézanne ante ellos se anima, se hace expansivo y viviente». Elige al principio una tela de grandes proporciones, con cerca de dos metros de extensión. Pinta en ella cinco personajes: tres de ellos jugando, mientras que los otros dos miran. Pero pronto empieza de nuevo de otra forma. «Toma telas más pequeñas. Reduce el número de personajes, pasando a cuatro, luego a dos. Suprime lo que no es primordial. Se esfuerza en la línea, en el color, en la arquitectura del conjunto, hacia una sobriedad, hacia una sutileza que parecen, una vez adquiridas, divinamente fáciles, pero que jamás se obtienen sino al precio de laboriosas paciencias y de obstinados recomienzos».

Pero las cartas siguen su curso. También sigue su curso la suerte, igualmente la habilidad en las manos, la simulación, la provocación, el desdoblamiento de personalidad en el jugador, ése que finge una aparente seguridad , también el cálculo, el arrojo. Vuelan las múltiples combinaciones ante la mesa, se arrrojan astutamente los naipes y se vuelven a recoger con presteza entre muecas y guiños: todo eso lo estudió muy bien Roger Caillois en su «Teoría de los juegos« (Seix Barral).

El fotógrafo canadiense Jeff Wall ,  por su parte, que suele realizar fotografías manipuladas, creó esta escena en 2006, en «Cézanne y más allá» (Museo de Arte de Filadelfia) , como homenaje al francés. Quiso con ella demostrar que la influencia del gran artista ha perdurado durante más de un siglo, convirtiéndose – dijo – en «el maestro de todos nosotros«, como Matisse señaló.

Céanne absorto ante Le Nain.

Jeff Wall absorto ante Cézanne.

El juego continúa.

(Imágenes:- 1.-jugadores de cartas.-Le Nain/.-2.-jugadores de cartas.-Cézanne/ 3.-jugadores de cartas.-Jeff Wall.-«Cézanne y más allá».- TIME)