LA ÚLTIMA VEZ QUE VIVÍ EN PARÍS

No la última vez que lo vi – lo he visto después muchas veces -, sino la última vez que viví en la ciudad, a punto ya de dejarla, como escribí entonces, el 1 de abril de 1970, en ABC:

«París, nueve de la noche, siete de la tarde, abril, marzo, domingo, sábado, martes… Dos años traspasados por París, años envueltos en papel parisiense, mojados en  tintas de del río de París, tocados con  teclas de una máquina por cuya cinta había ido pasando un París azul indefinible, interminable. Capital

sin tiempo en el espacio, me has seguido, te vas; ciudad sin espacios de tiempo, te seguiré, me voy. Despego de la piel de París sobrevolando manchas, veinte distritos, colina de Montmartre de la memoria, orilla izquierda del entendimiento, cuarto de Auteuil de la voluntad. Una conversación de años cruza ahora ese puente del Sena; viene un olor a gas de la Sorbona, un sabor a lágrimas llega del bulevar de L´Hopital. Es entonces cuando mis recuerdos corren. Hace dos años mis recuerdos aprendieron a andar : entré por el ojo del

puente de Saint – Cloud a la hora en que Gabriel Marcel acogía el gran premio de la Villa, en los días en los que un consejo de ministros concedía a la muerte una definición legal; me voy ahora con el cadáver de Adamov, mientras Beckett dialoga con silencios y cuando Mauriac relata cómo un hombre da a luz a su propia agonía.

Hechos de París intensos: horas igual que años, años como días. Mayo de 1968, mes en incendio: humo envuelto en gritos, tos que ahoga los pulmones de Francia, una fiebre ascendiendo, el vahído levantado por ese mal de la mar que se esconde en la tierra. Más tarde, durante mese de convalecencia, en semanas de párpados cerrados, la desconfianza se irá meciendo al vaivén del

sopor. Hechos de París veloces: se trasplantan corazones en Medicina; se trasplantan ambiciones en política. De las elecciones legislativas a las elecciones cantonales, un arco tiende una sombra de noticias. He ahí esa noche del 27 de abril de 1969 de la que Charles De Gaulle se lleva en parte su secreto; he ahí unas elecciones presidenciales colocando a Francia a la entrada de nuevos caminos. Es el periodismo en París, el periodismo de la noticia ardiente, hirviente; no bien se ha pasado la hoja de la actualidad del día, que otra hoja aparece, un hecho mata al otro, las luces cambian, salta el rompecabezas: es el vértigo. Es el tiempo alado, un calendario sin aliento.

Años en París. La larga mancha en piedra que esculpiera Rodin para Balzac, me sigue, me asalta… En la isla de San Luis resuenan pasos de Claudel andando cada mañana a Notre-Dame…, se alza un telón al otro lado del río, y del espacio, pendiendo de un clavo invisible, el cuerpo de Gerardo de Nerval… Rueda el círculo de la geografía, gira la rueda histórica de la ciudad…: suenan instrumentos de música cerca de la Estación de Saint- Lazare, viene un hondo silencio desde el Bois de Boulogne, llega un olor que nace en Montparnasse

Y luego el río, los ríos de libros que van bajando al costado del Sena… Es la rueda, los ríos, es el libro: libros que van formando el río y montan sus lomos unos contra otros, láminas de páginas, aguas invadidas de letras…Es Paris, el Sena de palabras y cuantas historias se va llevando el Sena. Capital sin espacio, te he seguido, te vas. Ciudad sin tiempo, me seguirás, me voy».

José Julio Perlado.-ABC.-1 de abril de 1970.

(por cortesía del Archivo de ABC)

(Imágenes.- 1.-Willy Ronis/ 2.-Brassai.-1935/ 3.-Göksin Sipahioglu/ 4.-Jeanloup Sieff.-1975.-Café du Flore/ 5.-Jealoup Sieff.-1954/ 6.-Brassai,.1945)

RILKE Y RODIN

«Se percibe lo que inspiró a  Rodin al modelar esta cabeza, la cabeza de un hombre envejecido y feo, cuya nariz quebrada contribuía a intensificar aún más la torturada expresión del rostro (…) – dijo Rilke en una conferencia sobre el escultor escrita en 1903 -: no hay en esa cabeza una línea, un contorno, una intersección, que Rodin no haya previsto y querido. Uno cree sentir, cómo algunos de estos surcos aparecieron antes y otros después; cómo entre esta y aquella grieta que recorre los rasgos, yacen años, años de miedo; uno sabe que de las marcas de ese rostro, algunas fueron grabadas lentamente, como dudando; otras, dibujadas primero con suavidad, e intensificadas por una costumbre o un pensamiento que siempre volvía. Y se reconocen esas profundas mellas que tenían que haber surgido en una noche, como cavadas por el pico de un pájaro en la frente despierta de un insomne».

Se publica ahora esta conferencia, acompañada de la que pronunciara en 1907, también sobre el escultor, en «Auguste Rodin» de Rainer María Rilke (Montesur). «Estoy en París… – le escribe Rilke a su mujer en agosto de 1902 – Soy una sola Espera». Dos meses antes Rilke anuncia a Rodin que desea consagrarle una monografía. Para el poeta es «una vocación interior, una fiesta, una alegría, un grande y noble saber«. Con una asignación de 200 francos al mes, Rilke  vive como secretario particular del escultor desde septiembre de 1905 a mayo de de 1906. ¿Qué aprende de él? Entre otras cosas, algo fundamental: trabajo y paciencia: «vivir, tener paciencia, trabajar», dice Rilke en una carta. Describe la mirada de Rodin, cuando éste trabaja, como si atravesara el aire como un hilo; es capaz de una inmovilidad de piedra cuando sus ojos se detienen en las cosas; sus manos dice- están hechas para tomar con fuerza, para hacer gestos que creen cosas y les den su forma; entraba en su taller con una regularidad invariable y, durante años, no se acostó sin antes haber realizado lo que había imaginado durante la jornada; nunca dejó de rehacer sus obras y, a veces, como en el caso de La Puerta del Infierno, las destruía para rehacerlas de manera más conforme con su visión; en los conciertos, Rodin – cuenta Rilke – se mantiene sentado «con el busto erguido, algo inclinado hacia adelante, las manos reposando apenas sobre las rodillas, como hecho de una pieza, sin miradas para el mundo exterior y semejante en todo a una cosa bajo la lluvia».

Rilke, al conocer a Rodin, descubrirá también el aspirar perpetuamente a «lo abierto» y  la alegría. «Este sabio y este grande – dice en otra carta – sabe encontrarla, una alegría inefable como esas alegrías de niño que uno recuerda (…) Las cosas más pequeñas vienen a él y se le muestran; una castaña que encontramos, una piedra, una concha en la arena, todo habla como si hubiera estado en el desierto y hubiera ayunado y meditado». Pero sobre todo, la paciencia y el trabajo: «permanecer en mi trabajo, poner toda mi confianza en él y solamente en él, esto es lo que aprendo en su grande ejemplo, dado con grandeza, – confiesa en otra nueva carta – como aprendo de él la paciencia; mi experiencia, es verdad, me repite sin cesar que no debo contar con muchas fuerzas; quiero, en consecuencia, tanto tiempo como sea posible, no hacer dos cosas, no separar provecho y trabajo, sino, por el contrario, tratar de hallar el uno en el otro mediante un solo esfuerzo concentrado».

Hace ahora cuarenta años, en París, paseando por el Museo Rodin, evoqué al escultor. Tiempo después, leyendo el gran estudio de  Angelloz sobre Rilke (Sur), logré avanzar más en el conocimiento del poeta.

(Imágenes:- 1.- Rodin: «El hombre de la nariz quebrada»/ 2.-Rainer María Rilke.-wikipedia/ 3.-«Los burgueses de Calais».-wikipedia)