HABLAR Y CALLAR

«¿Es posible viajar un día para ver a un amigo, llegar y no hablar?» – se pregunta el historiador Peter Burke en «Hablar y callar» valorando el silencio -» Porque el motivo era ver al amigo, no hablar de uno u otro asunto«. Burke recuerda el libro «Portrais of «the Whiteman» del sociólogo- lingüista Keith Basso sobre el silencio de los apaches, tribu a la que no le gusta hablar mucho. Y evoca también que en la época de mayor éxito del dramaturgo Harold Pinter todos consideraban que, en su teatro, los silencios eran más importantes que las palabras. «Cuatrocientos versos – dice a su vez Steinerconcluyen la Alcestes de Eurípides, donde la heroína permanece de pie sin decir una sola palabra. La explicación técnica exige que sólo haya habido dos actores en el escenario. ¡De acuerdo! Pero ella no tenía que decir una sola palabra a su indigno marido al regresar de las tinieblas».

Prolongados, elocuentes silencios en Beckett, silencios en Pinter, silencios en cierta música moderna…

Maeterlinck decía que «usamos una gran parte de nuestra vida rebuscando los lugares en que no reina el silencio. Cuando dos o tres hombres se encuentran, no piensan sino en desterrar al invisible enemigo; porque ¿cuántas amistades ordinarias no tienen más base que el odio al silencio?». Entonces tendremos que volver a la referencia de Burke: a ese amigo que va en busca de su amigo para verlo solamente, no para hablar de nada. El silencio hilvanará todas nuestras conversaciones aparentemente desaparecidas, el eco de los eslabones de una amistad profunda. Estaremos entonces felizmente lejos de la polución de las pantallas, del tintineo de los móviles, del murmullo de los transistores. Los pasos del silencio nos irán poco a poco alejando de esa atmósfera certeramente dibujada por Steiner: «hablamos en exceso, con demasiada ligereza, volvemos público lo que es privado, convertimos en clichés de falsa certeza lo que era provisional, interino, y por consiguiente vivo en el hemisferio oscuro de la palabra. Vivimos en una cultura que es, de manera creciente, una gruta eólica del chismorreo; chismes que abarcan desde la teología y la política hasta una exhumación sin precedentes de las cuitas personales. ¿Y dónde está el silencio necesario para escuchar esta metamorfosis?«.

Vienen y van, mientras tanto, disueltas espumas de conversaciones que apenas rozan el silencio de la playa.

(Imágenes:-1.-Rodney Smith.-all-art-org/2.-costa de Normandía.- foto Fabrice Malzieu.-yelowkorner.com)

LA HABITACIÓN

harolld-pinter-keith-allen-y-lindsay-duncan-en-la-habitacion-foto-stpehanie-berger-for-the-new-york-times

«Dos personas en una habitación. Habitualmente – confesó Harold Pinter – doy vueltas a esta imagen de dos personas en una habitación. Se levanta el telón y pienso que la situación propone preguntas muy potentes: ¿qué les va a ocurrir a estas dos personas en la habitación? ¿Va a abrirse la puerta? ¿Va a entrar alguien?».

Es el principio del proceso de escritura en la mente de este dramaturgo inglés. Sentados en el patio de butacas esperamos – como el dramaturgo espera – a que se abra una puerta y entre siempre alguien en nuestra vida o en nuestro día, alguien que posiblemente incidirá en cuanto estamos haciendo, quizá haga variar decisivamente nuestra existencia.harol-pinter-4-en-1999-the-new-york-times

«La habitación» – recordó  Harold Clurman en «Teatro contemporáneo» (Troquel) -no está pensada para ser entendida. Está pensada como algo para sentir. En ella ( hablaba de la obra que Pinter escribió en 1957) todo es diversión, tontería y espanto. La diversión resulta del lenguaje usado por la gente ordinaria que se amontona en una habitación miserable en una pensión anónima de un barrio no descrito de Londres. Esta habitación, que debería inspirar claustrofobia ( y neumonía), es una especie de húmedo escondite del horror de las calles. Pinter es un experto en el registro de la inanidad que marca la chismografía del inglés pobre. Su repetitiva monotonía e ineptitud empieza haciéndonos reir y termina provocando escalofríos».

Estos escalofríos – entre risas o sonrisas – se han entrelazado siempre en su obra. Premio Nobel en 2005, el autor de «El cuidador» (1961) acaba de fallecer.

 Pequeño homenaje en Mi Siglo a su memoria.

(Imágenes: Keith Allen y Lindsay Duncan en «La habitación«, de Harold Pinter.-foto :Stephanie Berger for The New York Times/ Harold Pinter en 1999.-The New York Times)