
Varias veces en Mi Siglo he hablado de mi abuelo el escritor, mi abuelo el Premio Nobel.
«Mi abuelo me enseña la máquina de registrar miradas.
Como es Premio Nobel de Literatura tiene un cuarto especial para él, la habitación donde piensa, y allí me abre una pequeña cajita de plata que está sobre su mesa.
–¿Ves? –me enseña Dante–. Esta cajita contiene todas las miradas que tengo.
Deja la tapa abierta y efectivamente, empieza a llenarse de miradas la habitación. Yo nunca creí que las miradas tuvieran alas, pero los párpados de las personas parecen murciélagos y baten aquí y allá sus pestañas hasta posarse, por ejemplo, en el aire del cuarto. El cuarto de mi abuelo, y luego el pasillo, y después el comedor, e incluso la terraza, se llenan de miradas igual que si fueran palomas o gaviotas.
–¡Dante –le grita mi madre–, ahora no me pongas tantas miradas aquí, que estamos limpiando y hay que abrir las ventanas y Blasa se asusta!
Mi abuelo obedece. Deja tan sólo en el aire una mirada intensa, la de una actriz a la que él quiere, una mirada de Greta Garbo que se queda viva, observándonos fijamente, con sus pupilas como peces dilatados.
–¿Esto no te dará miedo, eh Juan? –me dice mi abuelo riéndose– ¡Hay que ser valiente!
–No, no me da ningún miedo, abuelo –le contesto animándome.

Greta Garbo parpadea como una mariposa en la cuenca de su ojo, en el valle de sus pestañas rizadas.
–Esta mirada de Greta Garbo es auténtica –me explica mi abuelo orgulloso–. La gente cuando viene aquí y ve esa mirada cree que es falsa o que es una copia, pero no. Es original. Es una Greta Garbo auténtica. Vale una fortuna.
Greta Garbo continúa observándonos misteriosamente. Su mirada nos sigue por el pasillo, mientras andamos. Al doblar la esquina e ir hacia el comedor nos espera la gran mirada en el aire de Charles Chaplin, una mirada entristecida por una sonrisa.
–Esta también es auténtica. De las primeras miradas que tuve –me comenta mi abuelo al pasar.
Se le ve orgulloso de su colección. Parece mentira que en una pequeña caja de plata quepa un invento tan fabuloso. Ha viajado por el mundo con esta cajita y cuando se ha cruzado con una mirada enigmática, con unos ojos celosos, con unas pupilas con agujas de venganza, con un mirar melancólico, aterciopelado o dulzón, con una mirada violeta o unos ojos de mar, salados y bañados en lágrimas, cada vez que el ojo humano al pasar quiso dejar una huella fugitiva en Dante Darnius, mi abuelo no desaprovechó nunca la ocasión, y abriendo furtivamente su cajita, registró y grabó al instante aquella mirada y se la llevó viva a casa para aumentar su colección.
–Aquí vienen gentes de todas partes a ver esto –me dice vanidoso, saliendo a la terraza–. ¿Y sabes por qué?
–No.
–Porque no se lo creen.
Y luego, cogiéndome de la mano y bajando las escaleras hacia el jardín, me añade casi en confidencia, con una sonrisa:
–Un día esta colección será para ti.
No sé. No me convence. Me asustan un poco tantas miradas en la terraza, a cielo abierto, tapando las nubes. Prefiero la sencillez del sol, la claridad del día lavado, esta flor –¿qué es esta flor?
–¿Qué es esta flor, abuelo?
–Un lirio soberbio –me contesta el Premio Nobel.
Me quedo mirando esta flor perfumada de color blanco rosa manchada de rojo intenso, los bordes ondulados, caracoleados.
Y luego me paro –hago parar a mi abuelo– ante el estanque, y veo la anaranjada plateada de unas escamas ondulantes, la aleta de rojo rubí de este pez que nada entre azules.
–¿Y este pez, abuelo? ¿Cómo se llama?
–Es el pez soldado –me dice Dante–. ¡Pero vamos! –me tira de la mano para que ande–, ¡mira estas miradas, Juan! ¡Mira cuántas miradas!
Está todo el jardín tan lleno de miradas, pestañeando vivas, observándonos cómo vamos y venimos y lo que hacemos, que yo no digo nada, pero me asusto.
Entonces hago uno de esos trucos que tenemos escondidos los niños. Vuelvo a pararme ante otra flor. Es un marrón oscuro, amarillo y violeta manchado de púrpura. ¿Se ha tostado esta flor? ¿Alguien la ha quemado? ¿Qué es esta flor?
–¿Qué es esta flor, abuelo? –le pregunto.
–Se llama pensamiento –me dice Dante.
«Pensamiento, pensamiento», me digo mientras la miro.
–¡Vamos! –me sigue tirando de la mano mi abuelo intentando arrancarme del sitio– ¡Pero mira cuántas miradas alrededor!
No me muevo. No levanto la vista de este pensamiento.
–¿Pero qué haces? –oigo su voz.
Estoy terco, sabiendo esperar.
–¿Quieres decirme qué haces?
Aún hay que esperar un poco más. Siempre se debe esperar.
Luego digo, mirando a la flor:
–Estoy pensando, abuelo, en este pensamiento».
José Julio Perlado : (del libro «Nosotros, los Darnius«) (relato inédito)
(Imágenes:- 1.-Greta Garbo/ 2.-Greta Garbo.-elmundofree)