EL AMOR ME ESPOLEA

“Amor a un tiempo me espolea y frena — dice Petrarca en su ”Cancionero’ — me asegura y me espanta, arde y enfría,
mima y desdeña, llama y se desvía, ora me da esperanza y ora pena,
y me eleva o me arrastra, y me encadena donde el vago deseo se extravía,
y su sumo placer es agonía,
¡de error tan singular mi alma está llena!”

(Imagen —Russell Ball- Greta Garbo- 1925)

MUJERES DE CINE

 

Ahora que es tan difícil ir al cine, vienen las mujeres del cine hasta la pluma del escritor y psicoanalista francés J.- B. Pontalis:

Romy Schneider, sus ojos que sonríen, su inmensa tristeza que no puede ocultar.

 

Anouk Aimé, inolvidable en “Lola de Nantes”

 

Kim  Novak en “Picnic”

 

 

 

Maria Schell, sus ojos claros, pero demasiado santa, demasiado víctima.

 

Julianne Moore, en todos sus films, no solamente en “Las Horas”. Su ternura, su desesperanza.

 

Katharine Hepburn, por su vivacidad, su ironía, pero con un cuerpo demasiado anguloso.

 

 

 

(Imágenes— 1- Michele Morgan – Ernest Bachrach- 1940/2- Greta Garbo – Russel Ball- 1925/ 3- Katharine Hepburn)

SOBRE EL MIEDO ESCÉNICO

 

cine-ggbbu-mujer-rostros- Greta Garbo- Clarence Sinclair Bull

 

Ahora que se vuelve a hablar del miedo escénico, se escuchan las palabras de Greta Garbo en 1929 que fue narrando Mordaunt Hall al entrevistarla: «Aunque nunca había hecho teatro, un amigo suyo le pidió que actuase en «Resurrección», cuando aún estaba en Estocolmo. Ella, en un momento de irreflexión, había consentido en hacerlo.

Llegó incluso a memorizar el papel y estudiar al personaje. Tenía confianza en sí misma, pero la noche anterior al ensayo general con vestuario había empezado a ponerse nerviosa y no había logrado pegar ojo. Llamó a su amigo para pedirle que fuese a verla y le dijo que no le iba a ser posible actuar. No había conseguido dormir. Ni los ruegos ni las protestas consiguieron hacerle cambiar de opinión. Sencillamente, se sentía incapaz de ponerse delante de unas candilejas.»

 

cine-riijj--Greta Garbo- Clarence Sinclair Bull

 

«Uno de los casos más sonados de miedo escénico- se ha recordado estos días en la prensa – fue el de Barbra Streisand, que en el año 67, durante una presentación en vivo, era tal su miedo, que olvidó la letra de su canción. Tuvieron que pasar 27 años para que volviera a salir a un escenario tras superar esa fobia a cantar ante una multitud.

Otro de los grandes artistas que ha sufrido en algún momento de su carrera el miedo escénico es Robbie Williams, que en 2009 paralizó su gira por el pánico escénico que lo paralizaba. Según dijo Williams en una radio británica, el miedo le hizo decir que no a una gira mundial. “Tengo un enorme pánico escénico, horrible, horrible. Se vuelve cada vez peor a medida que envejezco”. Dos años y medio después, Williams volvió a subirse a un escenario.»

El miedo escénico prosigue. A veces es una sombra que atenaza a los actores.

 

teatro-nnnggo-Everett Shinn- mil novecientos seis

 

(Imágenes.- 1 y 2 -Greta Garbo por Clarence Sinclair Bull/ 3.-Everett Shinn- 1906)

 

LOS «PAPARAZZI»

fotografía-rrfiih- paparrazi- Greta Garbo en el club Saint Germain- París- mil novecientos cincuenta y dos- foto Georges Dudognon

«Una tarde en Via Veneto – contaba Federico Fellini – me quedé fascinado observando a un grueso señor con bigote negro que bebía agua mineral, sentado en una mesita del café de París, disfrutando del fresco en compañía de una especie de diosa Pomona; era el ex-rey de Egipto, Faruk. Observé el movimiento de los fotógrafos alrededor de su mesa y me di cuenta de que disparaban flashes cada

fotografía-eectt -Marlène Dietrich con un fotógrafo en el aeropuerto de Orly- París mil novecientos setenta y cinco- foto Daniel Angeli

vez más cerca, para irritarle. Al final, Faruk dio un salto y se levantó enfadado, la mesita se volcó y empezó a llegar gente en su ayuda, mientras que los flashes se multiplicaban.

Pasé varias veladas con los fotógrafos de via Veneto (….) para que me revelaran los trucos de su profesión. Cómo cercaban a la presa,  intentando

fotografía-rrdv-paparrazi- fotógrafos espeando a Anita Ekberg- mil novecientos cincuenta y ocho- Centro Pompidou de Metz

ponerla nerviosa, cómo preparaban los reportajes hechos a la medida para las distintas revistas. Eran historias divertidísimas, de largas esperas, de fugas rocambolescas, de dramáticas persecuciones. Una noche incluso quise invitar a cenar a todos los fotógrafos que me encontré y he de admitir que, lanzados

fotografía-rrrnu--paparazzi- Diana y Marilyn- dos mil- Allison Jackson

por los alcoholes del vino, me contaron también patrañas».

fotografía-rrfn-paparazzi -Centro Pompidou de Metz

Susan Sontag, al hablar también de los paparazzi en «Cien años de fotografía italiana», quiso evocar a esa «jauría de periodistas, paparazzi, de pie, densamente apiñados, agobiados, que empujan, toman sus imágenes a la fuerza. (¿Hay alguna suerte de justicia en el hecho de que la palabra internacional para designar a los fotógrafos depredadores que asaltan a sus célebres objetivos sea italiana?) »

fotografía- eewws- Woddy Allen en las Tullerías- París- octubre mil novecientos noventa  y cuatro- foto Pascal Rostain- Buno Mouron

Ahora, muchos de esos enfoques y ángulos que dieron la vuelta al mundo en distintas revistas se reúnen en el Centro Pompidou de Metz ofreciendo en un amplio abanico sus exclusivas.

(Imágenes.-1.-Greta Garbo en el club St Germain- 1952- Georges Dudognon/ 2.-Marlene Dietrich ante un fotógrafo en el aeropuerto de Orly- 1975- Daniel Angeli/3.- esperando a Anita Ekberg- 1958- Centro Pompidou de Metz/ 4.-Diana y Marilyn.-2000- Allison Jackson/ 5.- Jaqueline Onassis- 1971- Ron Galella/ 6.- Wody Allen en las Tullerías- 1994- Pascal Rostain)

ESTAMPAS DE TOLSTOI (2) : EL BOLSO DE ANA KARENINA

¿Qué contiene el bolso de Ana Karenina?, se pregunta con Nabokov la profesora Anna Caballé. A su vez el argentino Ricardo Piglia se interroga e intriga sobre la pequeña linterna que lleva en el tren la heroina de Tolstoi. Son  los reveladores detalles de los que ya hablamos en Mi Siglo tanto en la literatura, la pintura o el periodismo. El detalle preciso cuya importancia siempre la consideró decisiva Flannery O`Connor. «Abrió con sus manos pequeñas y ágiles el saquito rojo – se lee en el capítulo 29 de la primera parte de la novela rusa -, sacó un almohadón que se puso en las rodillas y, envolviéndose las piernas con la manta, se arrellanó cómodamente. Le pidió a Aniuska la linternita que sujetó en el brazo de la butaca y sacó de su bolso un cortapapeles y una novela inglesa».

Ana Karenina se dispone a leer. Y Ricardo Piglia en «El último lector» (Anagrama) se acerca hasta esa linterna que ilumina la realidad y la ensoñación de la lectura, la entrada en lo irreal y en la ilusión de un libro cuyas páginas alumbra esta mujer con su propia luz. Los detalles han hecho siempre viva la literatura y gracias a ellos casi se la puede tocar. Alexandra Tolstoi en Una vida de mi padre (Sudamericana) habla de que el gran novelista ruso necesitaba saber – para su Guerra y Paz – que Napoleón tenía manos cortas y gruesas, que durante la batalla de Borodino estuvo resfriado y que era mal jinete. Tenía también que saber que el general Kutuzov era hombre muy impresionable y que de vez en cuando le gustaba soltar palabrotas rusas, así como que le costaba mucho subir al caballo. De todo ello quiso documentarse Tolstoi al detalle, como igualmente se  fijó en la importancia de los apellidos de sus personajes: «Rostov» empezó llamándose «Prostov» en sus primeras versiones pero Tolstoi le quitó una letra ya que ese apellido le iba muy bien a la familia que había imaginado.

Entonces, ¿qué llevaba dentro de su bolso la heroina de Tolstoi? Anna Caballé en «El bolso de Ana Karenina» (Península) alude a lo que Nabokov comentaba en su Curso de Literatura Rusa (Bruguera) : «al fino pañuelo de batista que había servido para enjugar sus lágrimas antes de salir de casa de su hermano, hay que añdir – dice Caballéuna pequeña almohada para apoyar la cabeza, la redecilla que protegerá su peinado durante la noche, una novela inglesa con las páginas todavía por abrir y un abrecartas. ¿Es un inventario completo? La respuesta es imposible (ah, el misterio del bolso de las mujeres…), pero no parece que lo sea: cabe suponer también un pequeño recado de escribir (dada la frecuencia de las notas que se envían los personajes a lo largo de la novela), una linterna para poder leer sin molestar al resto de los viajeros, un  espejo de bolsillo y los indispensables artículos para la toilette de una dama«.

Estos son los detalles que se desperdigan, siempre precisos y muy desmenuzados, en toda la obra de Tolstoi. Detallles que él perfilaba, luego recomponía, después tachaba a lo largo de sus páginas de creación. Ilia Tolstoi, en «Tolstoi en la intimidad«(Futuro) cuenta cómo trabaja su padre cuando revisaba « Ana Karenina«: «en los márgenes aparecían primero los signos de corrección, la puntuación, las letras omitidas; después mi padre cambiaba palabras, luego frases enteras. Tachaba una línea, agregaba otra; las hojas de pruebas terminaban por estar abigarradas y, en ciertos lugares, quedaban tan negras, que no era posible volver a entregarlas en ese estado, puesto que nadie, salvo mamá podía descifrarlas. Mamá pasaba noches enteras recopiando esas correcciones. Por la mañana, las hojas cubiertas por su escritura fina y legible, estaban cuidadosamente plegadas sobre su escritorio esperando el momento en que «Liovochka» se levantara para enviar las pruebas al correo».

Ahí estaban, retocados y corregidos durante el día, vueltos a corregir y a retocar por la noche, esos detalles tan necesarios para describir la existencia: objetos ocultos en el fondo del bolso de Ana Karenina,  manos gruesas de Napoleón o palabrotas que soltaba el general Kutuzov al subir torpemente al caballo.

(pequeña evocación a los cien años de la muerte de Tolstoi: 1910-1010)

(Imágenes:-1.-Greta Garbo en el papel de Ana Karenina, película digida por Clarence Brown en 1953.-elpais.com/2.-Tolstoi arando.-por Repin.-wikipedia/3.-Troubetzkoy esculpe a Tolstoi el 23 de agosto de 1899.-Museo estatal de Tolstoi)

MIRADAS DE GRETA GARBO

Varias veces en Mi Siglo he hablado de mi abuelo el escritor, mi abuelo el Premio Nobel.

«Mi abuelo me enseña la máquina de registrar miradas.

Como es Premio Nobel de Literatura tiene un cuarto especial para él, la habitación donde piensa, y allí me abre una pequeña cajita de plata que está sobre su mesa.

–¿Ves? –me enseña Dante–. Esta cajita contiene todas las miradas que tengo.

Deja la tapa abierta y efectivamente, empieza a llenarse de miradas la habitación. Yo nunca creí que las miradas tuvieran alas, pero los párpados de las personas parecen murciélagos y baten aquí y allá sus pestañas hasta posarse, por ejemplo, en el aire del cuarto. El cuarto de mi abuelo, y luego el pasillo, y después el comedor, e incluso la terraza, se llenan de miradas igual que si fueran palomas o gaviotas.

–¡Dante –le grita mi madre–, ahora no me pongas tantas miradas aquí, que estamos limpiando y hay que abrir las ventanas y Blasa se asusta!

Mi abuelo obedece. Deja tan sólo en el aire una mirada intensa, la de una actriz a la que él quiere, una mirada de Greta Garbo que se queda viva, observándonos fijamente, con sus pupilas como peces dilatados.

–¿Esto no te dará miedo, eh Juan? –me dice mi abuelo riéndose– ¡Hay que ser valiente!

–No, no me da ningún miedo, abuelo –le contesto animándome.

Greta Garbo parpadea como una mariposa en la cuenca de su ojo, en el valle de sus pestañas rizadas.

–Esta mirada de Greta Garbo es auténtica –me explica mi abuelo orgulloso–. La gente cuando viene aquí y ve esa mirada cree que es falsa o que es una copia, pero no. Es original. Es una Greta Garbo auténtica. Vale una fortuna.

Greta Garbo continúa observándonos misteriosamente. Su mirada nos sigue por el pasillo, mientras andamos. Al doblar la esquina e ir hacia el comedor nos espera la gran mirada en el aire de Charles Chaplin, una mirada entristecida por una sonrisa.

–Esta también es auténtica. De las primeras miradas que tuve –me comenta mi abuelo al pasar.

Se le ve orgulloso de su colección. Parece mentira que en una pequeña caja de plata quepa un invento tan fabuloso. Ha viajado por el mundo con esta cajita y cuando se ha cruzado con una mirada enigmática, con unos ojos celosos, con unas pupilas con agujas de venganza, con un mirar melancólico, aterciopelado o dulzón, con una mirada violeta o unos ojos de mar, salados y bañados en lágrimas, cada vez que el ojo humano al pasar quiso dejar una huella fugitiva en Dante Darnius, mi abuelo no desaprovechó nunca la ocasión, y abriendo furtivamente su cajita, registró y grabó al instante aquella mirada y se la llevó viva a casa para aumentar su colección.

–Aquí vienen gentes de todas partes a ver esto –me dice vanidoso, saliendo a la terraza–. ¿Y sabes por qué?

–No.

–Porque no se lo creen.

Y luego, cogiéndome de la mano y bajando las escaleras hacia el jardín, me añade casi en confidencia, con una sonrisa:

–Un día esta colección será para ti.

No sé. No me convence. Me asustan un poco tantas miradas en la terraza, a cielo abierto, tapando las nubes. Prefiero la sencillez del sol, la claridad del día lavado, esta flor –¿qué es esta flor?

–¿Qué es esta flor, abuelo?

–Un lirio soberbio –me contesta el Premio Nobel.

Me quedo mirando esta flor perfumada de color blanco rosa manchada de rojo intenso, los bordes ondulados, caracoleados.

Y luego me paro –hago parar a mi abuelo– ante el estanque, y veo la anaranjada plateada de unas escamas ondulantes, la aleta de rojo rubí de este pez que nada entre azules.

–¿Y este pez, abuelo? ¿Cómo se llama?

–Es el pez soldado –me dice Dante–. ¡Pero vamos! –me tira de la mano para que ande–, ¡mira estas miradas, Juan! ¡Mira cuántas miradas!

Está todo el jardín tan lleno de miradas, pestañeando vivas, observándonos cómo vamos y venimos y lo que hacemos, que yo no digo nada, pero me asusto.

Entonces hago uno de esos trucos que tenemos escondidos los niños. Vuelvo a pararme ante otra flor. Es un marrón oscuro, amarillo y violeta manchado de púrpura. ¿Se ha tostado esta flor? ¿Alguien la ha quemado? ¿Qué es esta flor?

–¿Qué es esta flor, abuelo? –le pregunto.

–Se llama pensamiento –me dice Dante.

«Pensamiento, pensamiento», me digo mientras la miro.

–¡Vamos! –me sigue tirando de la mano mi abuelo intentando arrancarme del sitio– ¡Pero mira cuántas miradas alrededor!

No me muevo. No levanto la vista de este pensamiento.

–¿Pero qué haces? –oigo su voz.

Estoy terco, sabiendo esperar.

–¿Quieres decirme qué haces?

Aún hay que esperar un poco más. Siempre se debe esperar.

Luego digo, mirando a la flor:

–Estoy pensando, abuelo, en este pensamiento».

José Julio Perlado : (del libro «Nosotros, los Darnius«) (relato inédito)

(Imágenes:- 1.-Greta Garbo/ 2.-Greta Garbo.-elmundofree)

ROSTROS

«El rostro humano es una cosa más perceptible y corporal, pero más compleja, variable y vital que las demás cosas» – recordaba yo hace poco en un artículo -. El rostro humano – se ha comentado al estudiar el Alto Renacimiento y el Barroco – es más importante, bello y poderoso que las cosas. Por fin – se concluyó en la época moderna – el rostro es más cambiante, inestable, perecedero pero siempre más vital y espiritual que las cosas.

Ahora que se cierra en estos días una excelente exposición en el Prado sobre «El retrato del Renacimiento», el rostro dentro del retrato permanece más que nunca  con nosotros, se cruza en nuestras calles y nos aborda y lo abordamos diariamente intentando desvelar su esfinge. A a su vez el retrato sigue abriendo debates, opiniones y polémicas.  Robert Rosenblun, al comienzo de un catálogo titulado «Los hechos contra la ficción»  en la exposición itinerante «Retratos públicos, retratos privados 1770-1830«,   aseguraba que «el retrato se ha convertido en el siglo XX en un género amenazado. Los análisis convencionales de la evolución del arte moderno han sentenciado que a los impresionistas les resultaba hasta tal punto indiferente la gente que pasaba delante de sus ojos que no dudaban en pulverizar su identidad mediante manchas de luz coloreada. En cuanto a Cézanne, se daba por supuesto que cuando representaba una y otra vez a su infinitamente paciente esposa, Hortense, por completo insensible a los rasgos o la personalidad de ésta, no veía en ella más que el equivalente inerte de las manzanas o los melocotones que se esforzaba en pintar. Las revoluciones artísticas del XX habrían supuesto, por su parte, un eclipse del retrato aún más completo. ¿A quién se le ocurriría encargar un retrato a Mondrian o a Rothko? Incluso a los gigantes con los pies más en la tierra del arte moderno supondría un grave riesgo hacerles una proposición semejante. Matisse era muy capaz de disolver un modelo en el color y Picasso en una montaña cristalina. El retrato parecía recular hacia un pasado hacía mucho revolucionado, constituyendo un género evocador para ricos y vanos mecenas, así como propio de artistas poco inquietos que habían elegido la viciosa vía comercial en vez de la virtud estética».

Pero estas frases de Rosenblun, que fueron luego convenientemente matizadas por él, marcharon luego paralelas  a la gran exposición «El espejo y la máscara. El retrato en el siglo de Picasso» que se celebró en 2007 en el Museo Thyssen de Madrid.  El retrato en la pintura moderna destacó entonces con su potencia y  colorido. El rostro siempre fascina, y el retrato lo enmarca. La fotografía a su vez reta también al rostro y el rostro no puede sustraerse a ella. Ni los ojos fijos de Gloria Swanson  en 1924 , ni la mirada alejada de Greta Garbo en 1928 observando algo y sin querer observarnos a nosotros y permitiendo ser observada.

El misterio del rostro permanecerá siempre. Esconde algo que ni siquiera el rostro conoce. Pinceles y cámaras se acercan presurosos, procuran recogerlo y no siempre lo consiguen porque muchas veces el rostro escapa.

(Imágenes: «Gloria Swanson», 1924.-foto: The Museum of Modern Art/ Retrato por Alexei von Jawlensky.-artdail.org/ «»Greta Garbo», 1928.-Edward Steicher.-foto: Conde Nast Publications.-The New YorkTimes)