ELOGIOS AL PASEO DEL PRADO


Nuevos elogios al Paseo del Prado y al Retiro llegan ahora del extranjero. Patrimonio mundial lo califican desde la Unesco, Paisaje de luz. Mesonero, en su “Manual de Madrid” nos cuenta que “a la cabeza de todos los paseos de Madrid se coloca naturalmente el del Prado, célebre en los tiempos antiguos por las intrigas amorosas, los lances caballerescos y las tramas políticas a que daba lugar su inmediación a la corte casi permanente en el Retiro, y lo desigual e inmenso de su término. Pero todo cambió de aspecto bajo el reinado del gran Carlos lll, quizás por la influencia del ilustrado Conde de Aranda que supo arrostrar graves dificultades, y transformar este sitio áspero y desagradable en uno de los primeros paseos de Europa. Hubo para ello que allanar el terreno, plantar una inmensa multitud de árboles, proveer a su riego y adornarle con primorosas flores, llegando a conseguirlo todo a despecho de los espíritus incrédulos. Entre las muchas trazas que se dieron para este paseo, fueron preferidas las del capitán de ingenieros don José Hermosilla en las que sacó todo el partido posible de la irregularidad del terreno y de los límites que le señalaron. Un gran paseo muy ancho y otros a cada lado plantados de árboles altos y frondosos corren toda la extensión, el primero destinado a los coches, y los otros a la gente de a pie. Todo el paseo, además de las vistas de sus lados, formados por notables edificios, jardines y calles principales que desembocan en él, está adornado con bancos de piedra y ocho bellas fuentes.

La luz de Madrid que pintara Velázquez ilumina hoy este paisaje de luz. Por la noche, es de nuevo la luz que acompaña a Goya la que deja brillante el silencio del Paseo.

(Imagen—dibujo de Mingote)

EN TORNO A LOS TOROS


Ahora que vuelven ( o no vuelven, eso nunca se sabe) las corridas de toros, sí en cambio vuelven las prosas que los acompañaron, algunas prosas históricas y pintorescas, como ésta recogida en el “Memorial Histórico Español” de Madrid, en 1784:

“Todos los años— se lee en este documento del siglo XVlll – da la Real Junta de Hospitales vestidos completos a los toreros de a pie, y picadores de vara larga, que los estrenan en la primera corrida que se ejecuta luego que la Corte se restituye a esta Villa desde el stiio de Aranjuez, lo que se verificó este año en la del día 5, en la que, según es costumbre, salieron por la tarde antes de empezar la fiesta, hecho el despejo por la Caballería, a pasear la Plaza las cuadrillas de toreros de a pie en dos filas, después los picadores a caballo, y luego los mozos de la caballeriza que llevaban de la brida a los caballos de la regalada, primorosamente enjaezados, detrás de los cuales seguían montado a caballo, vestido a lo Turco ridículamente, el Mozo mayor de la caballeriza, que con sus correrías, gracejo y gestos, causó al pueblo mucha complacencia. Después de esta comparsa seguían las mulas que sacan a los toros de la Plaza, adornadas con primorosos penachos y gallardetes, las que conducían tres Mozos vistosamente vestidos al uso de los Caleseros : en esta disposición se presentaron delante del balcón del Sr. Corregidor a quien cumplimentaron y después dieron una vuelta alrededor de la Plaza saludando al pueblo hasta que llegaron a la puerta por donde habían entrado, retirándose los sobrantes para que empezase la fiesta. Los vestidos de la primera cuadrilla eran de gusanillo de seda de color de sapo, y capas de sempiterna azul, y los de la segunda de gusanillos de color azul, y capas encarnadas, pero todos con ojales de ojuelo de plata brillante, charreteras y botones de lo mismo: las casaquillas de los picadores de gusanillo de color de sapo, y las chupas de color de rosa, guarnecidas de galones de plata brillante; y lo mismo los vestidos de las dos primera y segunda espadas, todos con sombreros chambergos, medias y redecillas de seda.”

(Imágenes—1- Goya- escenas de toros 1824- museum syincicate/para

LA “QUINTA DEL SORDO”

 

“…  Conocía que los responsables del Museo del Prado se habían propuesto desde hacía muchos años reproducir en la medida de lo posible algo que realmente era muy difícil conseguir: la disposición y ubicación que las llamadas “pinturas negras” habían tenido en la denominada “Quinta del Sordo”, la casa de ladrillos de adobe que Goya, con setenta y tres años, había comprado en febrero de 1819 por sesenta mil reales en un terreno ascendente sobre el río Manzanares, en el lado Oeste de Madrid. A mí siempre me había intrigado aquella casa, había leído varias cosas sobre ella, y creo que hasta sentía una extraña atracción hacia aquella Quinta situada cerca del Paseo de Extremadura, al sudeste del camino de la ermita de San Isidro, allí donde en tiempos había existido un sendero rodeado de árboles, entre ellos unos álamos plantados hacía casi medio siglo y que conducían a la vivienda del pintor rodeada de su jardín de moreras, peras, albaricoques, membrillos y doscientas sesenta parras que florecían en la finca situada sobre una colina y desde la que Goya podía divisar perfectamente el Palacio Real, San Andrés y todo Madrid hasta la montaña del Príncipe Pío. Sabía también que entre aquellos muros, incluso de un modo realmente físico encima de ellos, es decir, sobre aquellas paredes de las dos salas grandes de la casa que él quiso decorar, Goya había realizado directamente al óleo y sobre el muro una serie de pinturas para mí fascinantes y de difícil interpretación y las había pintado únicamente para sí mismo, reflejando su mundo interior. Tanto me había intrigado aquella Quinta y tantas vueltas le había dado a su emplazamiento que en meses anteriores a aquella visita que ahora estaba realizando al Museo, había querido perderme un día por esa zona de Madrid cercana al paseo de Extremadura, paseando despacio durante una hora o dos, no lo podría fijar con precisión, y haciéndolo sin rumbo fijo a través de una serie de calles, por ejemplo la de Caramuel, o la de Antonio de Zamora, la de doña Urraca, doña Berenguela, cardenal Mendoza y Juan Tornero, parándome a propósito en esquinas y en puertas de comercios para observarlo todo desde allí a mitad de mañana, en un intento inútil por resucitar detrás de aquel mundo moderno un ambiente que ya había sido consumido por el tiempo. Yo sabía que precisamente entre la calle de Caramuel y la de Juan Tornero, ahora ocupadas por automóviles y viandantes que me rodeaban e iban de un sitio para otro, había estado situada la “Quinta del Sordo”, única construcción existente cuando Goya compró el terreno, y que sobre aquellos lugares se habían levantado las dos plantas de la casa con sus habitaciones centrales comunicadas por una sencilla escalera. Y ahora me venían otra vez a la memoria las dos habitaciones de la “Quinta del Sordo” y las comparaba con éstas del Museo, recordando haber leído en algún lugar que, a causa de los dos ventanucos de la sala de la planta baja de la Quinta, la luz para Goya había sido casi con toda lógica un instrumento esencial: se decía, por ejemplo, que con toda seguridad el pintor había trabajado por las noches en aquella sala de la planta baja ayudándose a la luz de unas velas mientras que en la sala del primer piso había sido en cambio la luz del día de Madrid la que, entrando por los dos amplios balcones que la casa tenía, había dado otras tonalidades a las pinturas. Por eso cuando me fui acercando dentro de aquel espacio íntimo del Museo a aquellas escenas de Goya en las que dominaba el negro y unos tonos pardos y fríos, tampoco me extrañó descubrir en muchas de ellas, al observarlas con mayor atención, el amarillo, los ocres, azules y rojos, los carmines y aún unos ligeros toques de verdes. No todo era negro, pues, en las “pinturas negras”. Me sorprendió, por ejemplo y de repente, al girar la cabeza hacía la izquierda nada más entrar en una de las salas, la composición pictórica de un “Perro”, o lo que sería más adecuado definir, una enorme masa de un gris amarillento, una gran zona lisa y vacía de espacio en la que asomaba en su base inferior la pequeña cabeza de un perro, una cabeza perfectamente dibujada con aquella precisión que Goya tenía para plasmar animales, un perro que estaba surgiendo de una masa amorfa, emergiendo de algo parecido a un talud pero que ni siquiera podría decirse que fuera arena, un perro, o cabeza de perro que no se sabía bien si se estaba hundiendo o intentaba escapar, que podía estar pidiendo socorro o piedad, pero que esencialmente transmitía angustia…”

(en el 275 aniversario del nacimiento de Goya)

José Julio Perlado

( del libro “Los cuadernos Miquelrius” – Memorias)

TODOS  LOS  DERECHOS RESERVADOS

 

(Imágenes—1- Goya- Wikipedia/ 2- Goya- perro semihundido- museo Del Prado)

VISIÓN DE ESPAÑA (3) : MADRID

 

“Madrid, tienes moriscas las entrañas.

Fuiste corte y no fuiste cortesano.

Y si villa, no ha sido por villano

que capitalizaste las Españas.

Todo lo peregrinas y lo extrañas

desde tu aldeanismo castellano:

que Lope hizo gatuno y sobrehumano

teatro de invisibles musarañas.

A la luz que tus aires aposenta

Cervantes le dio voz, Velázquez brío,

Quevedo sombras, Calderón afrenta

rodeando las llamas tu vacío.

Y Goya con su sutil mano violenta

máscara de garboso señorío.”

José Bergamín —“Madrid, tienes  moriscas las entrañas” —“(Tres sonetos a un Madrid, viejo y verde” (1961)

 

 

(Imagenes—1-Arcó de cuchilleros -foto JJP/ 2-palacio de Oriente -1887- donado por Santiago Saavedra – archivo Saavedra)

CIUDAD EN EL ESPEJO (19)

“Después de pasar cinco años, sería hacía mil novecientos setenta y cinco o setenta y seis, el cocinero de “Nebraska” le empezó a meter a escondidas en un paquete, que  a propósito  Onofre Sebastián  llevaba, sobras de pollo desmenuzado y algo de atún fresco, pequeñas muestras con zumos, y en Navidad, el dueño de la cafetería comenzó a regalar a cada empleado antiguo una botella grande de champagne. Amparo Miranda, Araceli Frutos que vivía en los aledaños de Pozuelo, Juanita Miranda llamada “ la andaluza”, Charo Pérez González, vecina de Alcalá de Henares, una sobrina de uno de los porteros mayores del Prado a la que apodaban  Ceci y cuyo nombre era Cecilia Villegas, Eugenia Fernández,, separada de un militar y Luisa Suárez, viuda y con dos hijos, formaban un equipo conjuntado, y los lunes, a las horas en que nadie lo esperaba, las ciudades son así, siguen su vida, hay existencias múltiples y aparentemente desordenadas, las siete mujeres, con sus batas azules y unas zapatillas que ningún ruido hacían, formaban grupo compacto y uniforme y divididas en  secciones, de siete en siete, salían del sótano, donde se guarda el llamado Tesoro del Delfín, no miraban siquiera las  vasijas de piedras duras y de cristal de roca, las tenían muy vistas, el Gran Delfín Luis, hijo de Luis XlV de Francia y padre de Felipe V, había muerto en 1712, y de herencia en herencia, tal y como sucede en las familias encumbradas y aun en las pobres y míseras con esos cachivaches sin importancia que generan peleas entre hermanos y primos y cuñadas y hacen falta la firmeza y la paz de los notarios y aun la paciencia de los conciliadores, el Tesoro del Delfín, decíamos, cómo es la historia y qué sorpresas no sólo trae sino que también lleva, se quedaba a un lado mientras las mujeres pasaban, eran piezas que viajaron a La Granja en 1724 y volverían a París en 1813, cuando la invasión francesa a España, y que a punto estuvieron de quebrarse dadas las pésimas condiciones de embalaje, vasos tallados y servicios muy distintos de mesa, de aquellas mesas antiguas de los reyes en las que las discusiones y los pactos de los ojos sumisos se enarbolaban como estandartes o se vencían como banderas desgarradas.

 

Habían subido la mañana anterior al suceso las siete mujeres de uno de los sótanos del Prado dirigidas por Juanita Miranda, “la Andaluza”,  a la misma hora en que el rubio Onofre Sebastián empezó a bostezar entre las mesas de “Nebraska” y acudió con sus ojos pillos y su media sonrisa, como si se riera por dentro de la Gran Vía, a la primera mesa que quedó ocupada, Tortel, croisant, ensaimada, caracola, napolitana, tostada, repitió Onofre mirando al tendido, hacia la luz de mayo que sesgaba la calle, su cuadernillo de apuntes en la mano y el gesto entre atento y displicente, una sola mirada le bastaba para calificar al cliente. Habían subido las siete  mujeres de la limpieza al  mando y a las órdenes de “la andaluza” y el Prado se había llenado de fantasmas activos con batas azules y zapatillas silenciosas, arrastrando ruedas de máquinas modernas que aspiraban de los suelos el polvo del pisar de los turistas. Los lunes estaban dedicados especialmente al pulimento y brillo de las salas, y Juan Luna Cortés, que nunca podría adivinar el ingreso de su amigo Ricardo Almeida García  en un  sanatorio de Menéndez y Pelayo, se quedó ese martes ocho de mayo en el extremo de una de las salas y vio una vez más lo que nadie en Madrid veía. Estaba Rubens con sus carnes desnudas y desbordadas colgado cerca de Van Dyck y había quedado a un lado la escuela holandesa y aun el Goya negro, sus negras y amarillas pinturas junto a los dibujos y bocetos mientras avanzaba el coche azul de Begoña Azcárate por la calle Mayor a la altura de la calle de Luzón, todas o casi todas las ciudades de España tienen una calle Mayor que las corta y quedan truncadas igual a una herida rosada que las dividiera, y muchas calles mayores de España no son ya tan mayores, son medianas e incluso enanas, se llaman así tan sólo por hábito y costumbre, en los pueblos perdidos bajo el sol castellano y en páramos de Aragón o de Andalucía que calientan la cal de las paredes hasta dejarlas ardientemente lívidas, hay calles que se llaman mayores y en cambio son cortas y estrechas, apenas una sombra de tejas sobre  puertas dejan caer muy leve respiro en cierto atardecer. Pero este martes de mayo en la calle Mayor  madrileña a la altura de la calle de Luzón, curvada travesía que comenzaba y sigue comenzando en la llamada Mayor y termina en la que se denomina de la Cruzada, rayos en punta de singular luz traspasaron de parte a parte el tiempo y penetraron entre mapas y planos.

 

 

Atravesaba aquel coche azul de Begoña el distrito Centro de Madrid y lo hacía a finales del siglo XX, mientras las ojeras profundas de Juanita Miranda  “la andaluza” se habían hecho el lunes anterior más  cárdenas, casi cavernosas, conforme dirigía la limpieza del Prado. Pequeña e incansable, infatigable, se daba cuenta del trabajo, pensaba en Ramiro Vázquez, su marido, cazador y pescador, y no se fijaba en la hora. Aunque la hora de las doce de ese martes, como cualquier día de la semana, entró en Madrid uniendo lentamente sus agujas y lo que nadie contaría en ese mediodía de mayo cruzó por la mente de Sor Benigna y de Sor Prudencia, las dos monjas del sanatorio psiquiátrico, pero la hora también entró como suave flecha en el pensamiento de muchas gentes, mujeres y hombres, que se recogieron en sí un momento, el mediodía en Madrid a finales del XX parecía pagano y era sólo apariencia, en ese segundo en punto de las doce la Virgen de Atocha, la advocación de la Almudena y la llamada de la Paloma recibían pensamientos y sentimientos, oraciones y labios que las pronunciaban. España, a pesar de sus avatares, era país religioso y cristiano, había una lucha entonces por devastar sus costumbres de siglos y otras por renovarlas y reedificarlas , quién ganaría a quién, cuántos y cuáles emplearían ejércitos invisibles, qué sería más eficaz, el hedonismo o el cristianismo español, acaso lo moderno era olvidarse de ser hijo de Dios, es que acaso lo antiguo era enviar recuerdos a las Vírgenes madrileñas, las doce del mediodía como en cada jornada en la Villa de Madrid y en toda su historia repartía sus oraciones al cielo y las avemarías de todos los tiempos se abrieron como brotes del corazón y del cerebro, la voluntad es quien rige y vence a la pereza y domina al humano  olvido, y en medio de los automóviles y de las prisas, entre gentes y vehículos, en el fondo de oficinas y de despachos, cruzando calles y haciendo altos con el pensamiento, comenzaron a volar avemarías cuyos cuerpos se forman con palabras seculares y divinas, y las palabras fueron a cobijarse en la eternidad, pero antes rozaron en el tiempo la historia de Madrid y cruzaron en espacios lejanos y pasados la Virgen de los Remedios, la de la Soledad, aquella otra del Buen Suceso, aun cuando sobre todo Madrid guardaba quizá en lugar primero, discusiones había sobre ello, la Virgen de Atocha, algunos creían que tal nombre provenía de la hierba tocha o  atocha,  por haber gran abundancia de ella en el lugar donde se levantó la antigua ermita, campo que decía llamarse del Atochar o de los Atochares. Fueron segundos, algún minuto quizá, fulgores de tiempo clavados en relojes de muñecas que elevaron el instante de su oración apenas perceptible en tanto tráfago y murmullo. Reyes y monarcas habían venerado a vírgenes madrileñas, y desde Felipe lll y Felipe V, que este último al llegar a Madrid había hecho pública su devoción a la Virgen de Atocha, la Corte, los sábados, con todo su aparato de magnificencia y poderío, Cortes que parecen y reaparecen, y al fin desaparecen creyéndose soberbias al inicio y siendo tiernamente humildes, rezaban la salve ante la advocación  de esa  Virgen de Atocha, mientras por todo el mapa de la capital de España, quedaban nombres como el de la Virgen del Milagro, o aquella célebre y famosa de la Almudena a la que tanto se encomendó, embarazada como estaba de la infanta doña Margarita,  la primera esposa de Felipe lV, doña Isabel de Borbón, embarazada, sí, de aquella infanta que preside el centro del cuadro de Velázquez, “ las Meninas” , que se hundían y a la vez ascendían en el interior del cerebro de aquel guía del Prado, Ricardo Almeida García.”

 

José Julio Perlado.- “Ciudad en el espejo”

(Continuará)

TOOS   LOS   DERECHOS   RESERVADOS

 

(Imágenes- 1- – Rachel Davis/ 2- Nenad Bacanovic)

HORAS EN EL MUSEO DEL PRADO

 

 

”Yo vengo aquí porque no veo, me doy cuenta de que no sé ver, de que pocas veces he visto algo”, decía María Zambrano  en “Una visita al museo del Prado”. Estos días se plantean sugerencias sobre lo que conviene ver en el espacio de una hora dentro del Museo. Tarea difícil y muy personal. En 1922, Eugenio D’ Ors publicó su célebre libro “Tres horas en el Museo del Prado”. En uno de sus prólogos, el dedicado a la undécima edición, en los años cuarenta, señalaba que “el Prado ha mejorado mucho, justamente  como consecuencia de haberse transformado poco”. Hace ya casi veinte años se evocaban una vez más los impresionantes tesoros que guardaba el Museo. Sólo de pintura española, así lo indicaba Gustavo Torner, el Prado tiene 23 cuadros de Zurbarán, 40 de Murillo, 52 de Ribera, 35 de El Gredo, 120 de Goya y 51 de Velázquez. En pintura flamenca parece ser que en el Prado hay más que en el resto del mundo, incluido Flandes. En total, 238 cuadros.

 

 

Sánchez Cantón en sus “Itinerarios de arte” recordaba también que el Prado “ no es un tesoro arqueológico, testimonio del pasado, inoperante fuera de la erudición, inteligible no más que por el docto, sino fuente viva de enseñanzas y de goces. Porque la sensibilidad de quienes no somos pintores puede explayarse en sus salas por el campo de la belleza plástica. Hay museos más completos; cada día son más los que piensan que ninguno aventaja al nuestro en riqueza estética”.

¿Cómo aprovechar entonces el valor de una hora dedicada a la contemplación?

 

 

(Imágenes-1-Velázquez- Pablo de Valladolid – museo del Prado / 2- Tiziano -1566– – autorretrato- Museo del Prado/ 3- Velázquez- Francisco Lezcano- Museo del Prado)

BARJOLA Y LOS PERROS

 

:

 

“Recuerdo cómo iba a mi lado caminando aquel día de 1980 el pintor extremeño Juan Barjola que una vez más insistía en llevarme hasta su taller, en la calle Amalarico, para que lo conociera. Yo le observaba a mi lado, observaba su largo cráneo, su bigote poblado, sus ojos apagados, casi sumisos. De vez en cuando, cruzaban por la acera, chocando casi contra nuestras piernas, olvidados y perdidos, unos perros. “De pequeño, me iba diciendo Barjola al mirarlos, yo dibujaba perros; el perro es un animal maravilloso que sufre mucho en soledad. La mirada de un perro cuando está enfermo, me decía el pintor, es una mirada triste, es una auténtica realidad. Generalmente, de pequeño, a mí lo que más me atraía era dibujar perros tal vez por ser los animales más humanizados”. Después hacía una breve pausa, caminábamos otro poco más, y Barjola proseguía : “Yo al principio viví en la Gran Vía, luego en Lavapiés . Después vine para acá. Pero todo esto está desconocido. Aún no hace mucho era casi una comunidad de chabolas”. Luego, recuerdo, que después de dar muchas vueltas por las calles entramos en aquel estudio suyo de tres metros por dos y medio y de pronto, nada más entrar, descubrí a diez criaturas colgadas en las paredes. Eran más o menos diez cuadros con ojos, bocas y cuerpos distorsionados.

 

 

Barjola me acercó una silla y me senté en ella, él se sentó a mi lado y enseguida me preguntó si yo estaba cómodo. Luego añadió : “este cuarto es estrecho pero tiene sabor. Aquí trabajo cuatro horas, muy pausadamente. Y el resto voy a recaudar datos para mi pintura, los encuentro por la calle, en el cine, en los libros”. Aquellas diez criaturas seguían mirándonos y yo observaba al padre de las criaturas cómo las contemplaba y también a sus hijos que rodeaban al pintor del paciente mirar y que mostraba tanta mansedumbre. “ A mí, continuaba Barjola sentado a mi lado, me gusta más el fondo que la forma, no creo que un pintor sea profundo por muy bellas que sean sus formas si su arte no tiene un mundo lleno de contenido. Por eso precisamente, por ser profundo el fondo y no la forma, Goya, proseguía diciéndome Barjola, adquiere cada día más vigencia. Si nos fijamos en sus aguafuertes y en sus dibujos, vemos que son concretísimos: en ellos está lo dramático y lo social”. En determinado momento me levanté y quise acercarme más a las pinturas para observarlas mejor. Barjola se levantó también de la silla y se puso a mi espalda. “ Lo difícil del arte, me seguía diciendo el pintor, es definir, y que esa definición atraiga siempre por su expresividad, su mundo dramático”. Me impresionó cómo destacaba allí entre todas las pinturas una “Tauromaquia”, la violencia de unos rojos sangrantes de picador con su cuerpo curvado pinchando a un toro negro. Y las manchas. Las posturas difíciles. Los amarillos, los rojos, los amplios horizontes extremeños, los marrones fríos y calientes de descampados de Madrid. Y sobre todo los perros. Especialmente unos perros descarnados ladrando a la luna. Sí, recuerdo aquella tarde, las dos sillas en el estrecho taller y los perros ladrando más allá de las paredes, ladrando a la luna con sus bocas abiertas, con los dientes blancos y separados, los cuellos estirados, unos perros lastimeros, solitarios, retorcidos, recuerdo aquella tarde en el taller del pintor  y el ladrido de los perros.”

José Julio Perlado – (del libro “Relámpagos”)- ( texto inédito)

 

 

(Imágenes – 1- Juan Barjola/ 2- Zdzislaw Bekinski/ 3- “Tauromaquia” – Barjola)

VIEJO MADRID (67) : LAS BOTILLERÍAS Y LOS CAFÉS

 

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«El café desciende en línea recta de la botillería. ¿Quién no recuerda el carácter y la fisonomía de estos establecimientos tradicionales, en que sólo se hacía café para algún que otro aficionado, y se servían sorbetes en determinadas estaciones?  La botillería – escribía Becquer en su «Madrid moderno»  – era un lugar de paso; alguna manola, invitada por un majo de los que reprodujo Goya, solían entrar a refrescar, después de la corrida de toros en que habían admirado a Pepe-Hillo; algún politicón rancio o tal cual poeta confeccionado de ovillejos entraban a leer el «Mercurio» o a departir acerca del mérito de las novedades teatrales antes de ir al corral de las comedias. Las personas algo encopetadas se hacían llevar a sus casas las bebidas las noches de saraos, y la multitud no había adquirido la costumbre de pernoctar en los cafés. El mobiliario y el fondo de la botillerīa se armonizaba con sus concurrentes, como el fondo de un buen cuadro con las figuras que lo componen.

(…) Más tarde fue creciendo el anhelo de sociabilidad, de esa sociabilidad cómoda y barata que se realiza en estos establecimientos y comenzaron a multiplicarse, y el espíritu de especulación se fijó en el negocio. Los veladores de mármol sustituyen a las mesas de pino; el gas, al aceite; donde estaba el reloj de cuco y figuras de movimiento campea una esfera magnífica; el lujo no se detiene y llega a la prodigalidad; se multiplican las luces, se agrandan hasta la exageración los espejos; el oro, casi en profusión lastimosa, chispea por todas partes; unos tratando de sobrepujar a los otros, llegan al límite extremo, porque no cabe ya más en esa senda de riqueza sobrecargada y de dudoso gusto. La multitud sigue con interés estas evoluciones; hoy admira un café nuevo, mañana celebra otro; pero de día en día son mayores sus exigencias. En este punto, lo que comenzó por necesidad vulgar de comodidades y ostentación, se convierte en exigencia de un gusto más delicado. El Café de Madrid fue un paso dado en este camino; pero la diversidad de artistas que en su decoración tomaron parte y la falta de unidad en el conjunto hacen que aquella tentativa fuese más digna de alabanza por la intención que por el resultado».

 

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(Imágenes.- 1. botillería- Hemeroteca B N E/ 2.- el antiguo café de Levante- ABC es)

EL ARTE DE VER

arte.-tybj-Charles Willson Peale.-el artista en el museo.-1822

«Los que creen que pinto demasiado deprisa – señalaba Van Gogh – me miran demasiado deprisa.» Sobre esta excesiva prisa al contemplar el arte quiso reflexionar el gran historiador Ernst Gombrich en una interesante conversación con el periodista francés Guy Sorman : «En muchos museos faraónicos de los tiempos modernos – decía – millones de visitantes se apretujan, empujados por un «esnobismo de masas», pero no ven nada. Si no ven nada, es porque resulta imposible contemplar un cuadro en treinta segundos, imposible ver cien en una hora. Es demagogia pretender que un espectador, sin ninguna preparación, puede experimentar la impresión de su vida porque de repente se ve enfrentado a una

arte.-43ddcc.-museos.-Robert Vanderhorst

obra maestra. No es absolutamente imposible – insistía Gombrich -, pero la posibilidad es rarísima. Por regla general, la comprensión de una obra de arte pasa por una educación artística previa. El arte de ver se aprende, tanto para el espectador como para el pintor. Sin educación, se excluye casi la posibilidad de que se pueda  establecer la diferencia entre un buen cuadro y uno malo. Es falso creer y hacer creer que se entra en un cuadro como en una estación. Cuanto más desarrollados estén la cultura artística del espectador, su conocimiento del autor, de su tiempo, de sus intenciones, más estará en condiciones de apreciar un

arte.- ttynn.- Migue Angel Buonarroti.- estudio de cortinas

cuadro o una escultura. La mirada sobre una obra puede ir desde el grado cero al infinito. Malraux trató de convencernos de que, mediante la obra de arte, podíamos entrar en contacto inmediato con cualquier civilización, pasada o exótica. Pura fantasía – recalcaba Gombrich -. Podemos en rigor comprender – con un mínimo de educación – un autorretrato de Rembrandt, pero una máscara negra nos es, a priori, incomprensible.»

pintores.-tvvb.-Rembrandt.-autorretrato

Sobre las grandes exposiciones – y sobre el mundo que las rodea – se han hecho descripciones excelentes: «a muchos kilómetros por encima de nosotros – relata, por ejemplo, Francis Haskell en «El museo efímero» (Crítica) – los aviones vuelan por el cielo cargados de Tizianos y Pousssins, Van Dyks y Goyas. Mientras tanto, en tierra, los conservadores de los museos y galerías de Europa y los Estados Unidos supervisan el traslado de las pinturas que habitualmente cuelgan de sus salas hacia inaccesibles y abarrotados almacenes y redactan afanosamente largas etiquetas explicativas. Los contables calculan el déficit aproximado del presupuesto de ese año y lamentan el fracaso de las

arte.- 4rtt.- arquitectura.- Leonardo da Vinci.- estudio de la cabeza de un apóstol

negociaciones por el Monet o el Van Gogh, mientras que los impresores hacen horas extraordinarias para cerciorarse de que los voluminosos catálogos estarán listos según lo previsto, los conserjes de los hoteles aceptan con entusiasmo, o rechazan con pesar, un gran número de reservas imprevistas, y los académicos dan los últimos retoques a los discursos que en breve leerán al inevitable auditorio.»

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Es todo el universo del mirar y el admirar, la gran cita para contemplar, pero ese arte de ver y de aprender a ver nos lleva también a otras consideraciones, como las que John Berger ha querido recordar: » el modo de ver del pintor se reconstituye a partir de las marcas que hace sobre el lienzo o el papel. Sin embargo, aunque toda imagen encarna un modo de ver, nuestra percepción o apreciación de una imagen depende también de nuestro propio modo de ver”.

paisajes.- 44ffn.- japón.- Suzuki Harunobu.- 1725- 1770.- Museo Metropolitano de Arte

Imágenes.- 1.-Charles Wilson.-el artista en su museo.-1822- wikipedia/ 2.-Robert Vanderhorts/ 3.-Miguel Angel Buonarroti– estudio de cortinas/4.-Rembrandt- autorretrato/ 5- Leonardo Da Vinci- estudio de la cabeza de un apóstol/ 6.- arte turco-1600/ 7.-Suzuki Harunobu– Museo metropolitanos de arte)

CANALETTO EN SOLEDAD

Canaletto- bb- Entrada al Gran Canal  y la iglesia de Santa María de la Salud

«Toda Venecia gritaba de color demasiado cerca de él – señala Luigi Dami al hablar de la pintura italiana del Seicento e Settecento -, y Canaletto halló allí el vehículo de la luz, que a veces se estanca en el aire, prisionera de vapores húmedos, como un velo entre nosotros y la visión de las cosas. La vida de las piedras rubias, bajo la luz, sobre la extensión de las aguas, entre salsedumbres de mar y respiración de la laguna, fue el tema dominante de su pintura. Sus pastas llevadas al grado de sutileza de una epidermis, y como ella porosas, como ella sedosas incluso en las rugosidades apenas surcadas por el pincel, llenaron como tejidos vivos los recuadros de los telares de dibujo. Pero para las cosas menudas que la perspectiva no encuadra en sus rasgos – una góndola que se desliza, un pordiosero en un escalón, un mástil que oscila, una vela que se afloja, un puente derrumbado -, encuentra acentos de briosa desenvoltura que admira si no hemos reparado en lo que hay de vivido y contenido en el aplanamiento y chatura de sus escenarios de casas.»

Canaletto-cc- a solas con Canaletto- elmundo.es

Toda una prosa que envuelve a la crítica y que va y viene por la superficie de la pintura, va y viene por el agua de los canales en una Venecia tantas veces retratada por el arte. Ahora – mirando a Canaletto – se puede contemplar en Venecia y en soledad  (hasta el 27 de diciembre) su gran cuadro «La entrada al Gran Canal, con la iglesia de la Salud» que pintara en 1744. Todos los enfoques, todos los ángulos. pueden admirarse en un momento único. Es la Venecia actual como fondo de la Venecia de siempre. «Toma el vaporeto que recorre el Gran Canal – nos aconseja Tiziano Scarpa en «Venecia es un pez» (Minúscula) -, por si no bastaran los cuatro kilómetros de palacios que flanquean la S formada por el agua, al final el canal desemboca en Bacino San Marco. Acabas de dejar a tus espaldas la basílica de Santa María de la Salud..», y allí, ante la iglesia y entre las aguas el ojo de Canaletto dispone las grandes masas de sombra y de luz.

Contemplar un cuadro en absoluta soledad es una experiencia inolvidable. Recuerdo hace años (con motivo de estar preparando un libro) haber entrado de noche – tras laboriosos permisos correspondientes – en el Museo del Prado. Visité a Goya de diez a once de la noche, con el museo vacío. Me acompañaba únicamente un conserje que me iba iluminando las salas y me dejaba contemplar. Era la pintura y yo en un largo instante de silencio total. Algo que nunca olvidaré.

http://www.canalettovenezia.it/

(Imágenes:- 1.- Canaletto.-«La entrada al Canal Grande, con la iglesia de la Salud».-1744.-Castillo de Windsor, colecciones reales/ 2.- el cuadro de Canaletto tal como está actualmente colocado en Venecia.- elmundo.es)

CONTRA LAS NATURALEZAS MUERTAS

pájaros.- 4dt66.- John James Audubon

«He visto una luz posada sobre la línea en que respira un pájaro

y he visto al niño cuya palabra azul nombra el canto en cuya respiración

lo que dibujo es pájaro de Persia, pájaro de piedra, pájaro de Perse.

He visto a los pájaros que emigran,

a los pájaros de tinta que salen de los túneles y vuelan al papel del cielo,

y allí a semejanza de su voz permanecen en el entorno de los ángeles.

animales.-uubbbggy.-pájaros.- Roelandt Svery.-detallle de El Paraíso.-1618

He visto pájaros conmovidos por la irrealidad del blanco

entrar en los papeles del invierno donde vive la tempestad de Turner.

Y he visto en lo que he visto la misericordia real de lo imaginario,

pájaros dibujados por la mano zurda de los naturalistas,

pájaros rojos

descendiendo sobre el trigal de los concilios, pájaros de las limosnas

y pájaros de la importancia sobre los grandes silencios de la duración.

pájaros.- Edward Julio Detmold.- 1917

He visto pájaros en los lienzos donde permanecen para siempre los gritos,

pájaros de Munch, en las barandillas de la cabeza de Edward,

pájaros de Goya en la madrugada de los fusilados

donde ladran sus lámparas heridas los perros de la consolación.

En todo lo que he visto me han visto los pájaros, en Versailles

los pájaros que a Versailles llevan una gota de ámbar antiguo,

los diminutos pájaros de las constelaciones que encienden fogatas

en las islas de Patinir, los que beben las gotas de brea en las alambradas

y hacen florecer el laurel de las interrogaciones en los jardines de Klee.

animales.-45vvb.-pájaros.-Philipp Dornbierer.-grafiti.-cartel de la exposición Graftk 12 en Zurich

He visto a esos pájaros, he pintado esos pájaros hasta adentrarlos en mí,

hasta anidarme con ellos en los espacios futuros de lo que ha de ser verdadero.

He visto lo que nunca se sabe de un pájaro, el mapa que llevan en el pecho,

el silabario de las conversaciones entre los muertos y las estrellas,

he visto a todos los pájaros del universo sobre el tejado de albahaca de las sinagogas,

a los pájaros durmientes que brotan de violín de nieve de Chagall.

animales.-56hhn.-pájaros.-John James Audubon

He pintado esos pájaros, les he puesto saliva de Ana Karenina para que respiren en el amor,

les he dado migas de linterna para que busquen a Mandelstam.

La necesidad de los pájaros cruza cada mañana el horizonte de mis bastidores,

van hacia la Meca a teñir de amarillo las alcobas de la tiniebla,

cruzan las estepas de Mongolia con una pestaña de caballo en el pico.

animales.-9hhtub.-pájaros.-Louis le Brocquy.-1984

Los pájaros que he visto viven en los lienzos de lino, traen semillas de violetas

en el corazón, guían de regreso a la felicidad los trenes con destino a Liberia.

Los pájaros que digo dicen palabras al oído, van a Pekín y se acuestan con el emperador.,

van a Roma y escriben los epitafios de quienes no han nacido para morir.

pájaros.-77vvii.-Arlene Slavin.-1979.-artnet

He visto pájaros en el Louvre y he visto pájaros en la aldea donde nació mi padre,

pájaros zen y pájaros sufís, pájaros sobre la cruz de Tapies

y solitarios pájaros destinados a la salvación por San Juan de la Cruz.

animales.-998n.-pájaros.-Seitei Watanabe- 1851.1918

He pintado abismos, esferas, laberintos, he dibujado seres y consultado manchas,

he visto lo que he visto: adiós naturalezas muertas, bienvenidos pájaros.»

Alexandra Domínguez.– «Contra las naturalezas muertas»

animales.-tybhh.-pájaros.-primavera.-Helen M Turner

(Imágenes.- 1.- John James Audubon/ 2.-Roelant Savery.— detalle de «El Paraíso»- 1618/ 3.- Edward Julio Detmold.- 1917/ 4.- Philipp Dormbierer./ 5.- John James Audubon/ 6.- Louis Le Brocquy.- 1984/ 7- Arlene Slavin.-/ 8.-Shotei Watanade./ 9.- Helen M Turner.– The Atheneum)

MISTERIOS DE LA CREACIÓN

«Echemos un vistazo sobre los manuscritos de Beethoven explicaba Stefan Zweig en una conferencia pronunciada en Buenos Aires en octubre de 1940 -¡ Qué contraste tan sorprendente nos ofrecen! (…) He aquí, primero, sus anotaciones de bolsillo, que siempre llevaba consigo en sus amplios faldones y en los que de vez en cuando trazaba unas cuantas notas con un gran lápiz grueso – un lápiz como, por lo demás, sólo suelen usarlo los carpinteros. Le siguen otras notas que no tienen relación alguna con las anteriores; en esos libros de trabajo de Beethoven todo forma un caos tremendo; es como si un titán hubiera tirado bloques montañosos, impulsado por la ira. (…) Los contemporáneos nos han dado noticias claras sobre su modo de trabajar. Corría horas enteras a campo traviesa, sin fijarse en nadie, cantando, murmurando, gritando salvajemente, ora marcando el ritmo con las manos, ora lanzando los brazos al aire en una especie de éxtasis; los campesinos que de lejos le veían le tomaban por un loco y le esquivaban con cuidado. De vez en cuando se detenía y registraba con el lápiz unas cuantas de esas notas, apenas legibles, en su cuadernillo de apuntes. Luego de haber llegado a su casa, se sentaba a su mesa y trabajaba y componía poco a poco esas ideas musicales aisladas. En tal estado surgía otra forma del manuscrito, hojas de un tamaño mayor generalmente escritas ya con tinta y en que se presenta la melodía con sus primeras variaciones». 

Así va adentrándose Zweig en los recovecos de «El misterio de la creación artística» (Sequitur) analizando a célebres y variados artistas.  Stefan Zweig, en ese largo mes que pasa en Buenos Aires, sin que el escritor, adulado y aplaudido encuentre las satisfacciones del amor propio de otras veces, quiere penetrar en ese mundo que él define así :» de todos los misterios del universo, ninguno más profundo que el de la creación». «Schubert – comenta por ejemplo -podía estar sentado con unos amigos en una habitación, hojear un libro y encontrar en el mismo una poesía, levantarse de pronto, dirigirse a una pieza contigua y volver al cabo de diez o quince minutos (…); se sentaba entonces al piano y tocaba para los amigos la canción que acababa de componer, uno de aquellos lieder que aún hoy se cantan en todos los países».

La mirada divulgadora y precisa de Zweig nos recuerda también que «Leonardo dedicaba a un solo cuadro, su Monna Lisa, dos o tres años, una sola hora o dos por día, y algunos días ninguna, porque deseaba reflexionar primero sobre cada detalle, cada matiz. Holbein y Durero trazaban bosquejos al lápiz y medían la tela con el compás antes de colocar el primer trazo de color, y necesitaban meses enteros para concluir un cuadro, que no por ello era más perfecto que uno de Goya o de Frans Hals, quienes en pocas horas retenían de modo inolvidable la imagen del ser humano».

«No basta que el artista esté inspirado para que produzca. – concluye el escritor austriaco – Debe, además, trabajar y trabajar para llevar esa inspiración a la forma perfecta. La fórmula verdadera de la creación artística no es, pues, inspiración o trabajo, sino inspiración más trabajo, exaltación más paciencia». Cuestiones que en más de una ocasión han aparecido en Mi Siglo.

(Imágenes.-1.-Steef Zoetmulder.-1944/ 2.-Robert Motherwell.-1960/ 3.-Bill Brandt.-1948/ 4.-The Faience violin.- One of the Masterpieces of  Rouen Faicence.-foto Petiton.- Rouen Museum)

CAFÉS Y PALABRAS

No hace muchas semanas he participado en un Simposio en Andalucía – concretamente en Jaén – sobre la figura humana y literaria de José Ortiz  de Pinedo, mi abuelo materno, y sobre toda la época de la novela y el cuento español a principios del XX, y allí evoqué, entre otras cosas, ese reino de las tertulias inolvidables, el recinto de los cafés y las palabras.

» Interesantes aportaciones – recordé en mi intervención – sobre aquella actividad de los cafés de la capital de España se han ido publicando a lo largo del tiempo, como, por ejemplo, “Las tertulias de Madrid” de Antonio Espina (en la que se habla, entre otros, de un amigo de mi abuelo, Emilio Carrere, en sus reuniones en el Café Varela, en la calle de Preciados esquina a la de las Fuentes) o, ya más recientemente, el volumen de Miguel Pérez Ferrero, “Tertulias y grupos literarios”.

«Por mi parte, respecto a los cafés, recuerdo perfectamente – como anécdota que me quedó muy marcada – cómo un día le pedí a Ortiz de Pinedo – era el año 1956 -conocer El café Gijón y allá fuimos los dos, abuelo y nieto. Yo esperaba que él, como escritor, me mostrara el ambiente cálido y literario de las tertulias, pero mi abuelo – desconozco por qué – eligió para verlo la primera hora de la mañana. Estaba el café recién abierto, las mesas vacías, las sillas apartadas, las limpiadoras ejerciendo su oficio. Entramos, y desde el umbral me dijo cariñosamente: “Éste es “El café Gijón«, salimos, y ya no conseguí ver más. Luego, lógicamente, he vuelto por “El Gijón muchas veces, en alguna ocasión me he encontrado allí con escritores, aunque nunca he asistido a las tertulias. Pero no se me olvidará, sin embargo, aquella mañana en que me asomé con mi abuelo, José Ortiz de Pinedo, ante El Gijón” vacío».

Café y palabras. Palabras y cafés. Varias veces he hablado en Mi Siglo de ambas cosas: la revolución de las cucharillas removiendo los posos de las conversaciones, las tazas repletas de opiniones, los camareros solícitos, el griterío del mundo alrededor..

.El mejicano Alfonso Reyes en su interesante libro «Tertulia de Madrid» (Austral) evoca – como han hecho tantos otros – la famosa tertulia de «Pombo» en la que Ramón Gómez de la Serna «se sienta, rodeado de los suyos, junto a una mesa que tiene las delicadas proporciones de un ataúd. Desde allí ve desfilar el tiempo, ve pasar a la Muerte disfrazada de camarero, ve pasar a Goya, a la de los ojos coléricos y al de la barba despeinada. De banquetes de tiempo en tiempo – banquetes organizados por la comisión R. G. de la Serna, Ramón G. de la Serna, Ramón Gómez de la S.. etc. etc -, publica proclamas. Lleva un registro en que firman todos los tertulianos. Es una de las últimas tertulias, y los guías la muestran a los forasteros (desde lejos) como una supervivencia«.

Pero ha habido innumerables tertulias. Testimonios menores pero verídicos recuerdan la tertulia del Café Español, frente al Teatro Real, tertulia de estudiantes y de aficionados a las letras y en cuyo café tocaba el piano un ciego, y cuando cerraba sus puertas, los dueños del establecimiento permitían entrar en la casa, donde se jugaba al mus y al amanecer se comía una tortilla. Tertulias como las del Café Regina, o la del Lyon d´Or, la del Levante o la del Café del Prado, en una de cuyas mesas escribía frecuentemente Jardiel Poncela. Tertulias itinerantes, como la que comenzaba en el Café de Platerías y terminaba en el Café Puerto Rico.

Conscientemente quedan muchas por enumerar. Díaz Cañabate escribió «Historia de una tertulia«, Ricardo Baroja pintó varias de ellas con su pluma y Pérez Ferrero, entre otros, paseó sus páginas por aquellos cafés llenos de palabras, palabras en «Cruz y Raya», palabras en «La Gaceta«, palabras en Lhardy, en el Café Europeo, palabras en el Café de Madrid, en la Cervecería Inglesa o en el Café de la Montaña

Cafés y palabras, palabras con sorbitos de café, café y espuma de palabras…

(Ante la aparición de un nuevo libro: «Los cafés históricos«, de Antonio Bonet Correa)

(Imágenes:- 1.-café A Brasileira.-Lisboa.-elpais. com/ 2.-interior del Café Spert.-Viena.-1890.-elpais.com/ 3.-Henri Gervex.- escena de café.-1877.-Institute of Arts Detroit,.Francia.-elpais.com/ 4.-Benjamín Jarnés, Humberto Pérez de la Osa, Luis Buñuel, Rafael Barradas y Federico García Lorca.-1923.-elpais.com/ 5.-Emile Wattier.- café de París.-1820/ 6.-foto de familia del personal de un café parisino.-1900.-elpais.com)

VIEJO MADRID (14) : LUCES DE BOHEMIA

Me detengo en ese madrileño Pasadizo de San Ginés, ante la placa que recuerda a Max Estrella.

Hasta aquí me llegan las frases de «Luces de bohemia«:

«DON FILIBERTO.-Citaba mi defiición del periodismo. ¿Ustedes la conocen? Se la diré, sin embargo. El periodista es el plumífero parlamentario. El Congreso es una gran redacción, y cada redacción, un pequeño Congreso. El periodismo es travesura, lo mismo que la política. Son el mismo círculo en diferentes espacios». ( Escena séptima)

«DORIO DE GADEX.-Voy a escribir el artículo de fondo, glosando el discurso de nuestro jefe: «¡Todas las fuezas vivas del país están muertas!», exclamaba aún ayer en un magnífico arranque oratorio nuestro amigo el ilustre Marqués de Alhucemas. Y la Cámara, completamente subyugada, aplaudía la profundidad del concepto, no más profundo que aquel otro: «Ya se van alejando los escollos». (Escena séptima)

«MAX ESTRELLA.-El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato

DON LATINO DE HISPALIS.-¡Estás completamente curda!

MAX.-Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.

DON LATINO.-¡Miau! ¡Te estás contagiando!

MAX.-España es una deformación grotesta de la civilización europea.

DON LATINO.-¡Pudiera! Yo me inhibo.

MAX.-Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.

DON LATINO.-Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.

MAX.-Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.

DON LATINO.-¿Y dónde está el espejo?

MAX.-En el fondo del vaso.

DON LATINO.-¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!

MAX.-Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.

DON LATINO.-Nos mudaremos al callejón del Gato«.(Escena duodécima)

(Zamora Vicente, en «La realidad esperpéntica» (Aproximación a «Luces de bohemia«) (Gredos) recuerda que «el contorno de Valle era una España caduca, enfermiza, sin arraigo ni ética (…), esa España está vista a través de una lágrima (excelente y bien explicable espejo cóncavo) o estrujada entre los dedos. Y de ahí lo resultante: esquinadas aristas, maltrecho proceder, pérdida de la solemnidad y del engolamiento, marcha hacia la nada total  (…) Queda, pues, claro que Valle -Inclán somete a una revisión el paisaje todo de la vida nacional«.)

Así me detengo, en el madrileño Pasadizo de San Ginés, ante la placa que recuerda a Max Estrella, escuchando las frases de «Luces de bohemia«.

(Imágenes: 1.-Pasadizo de San Ginés.-foto JJP/ 2.-Valle- Inclán, la actriz María Banquer y Julio Romero de Torres.-foros elpais/ 3.- portada de «Crónica»  12 de junio de 1932.-fondos del Ateneo de Madrid)

FASCINACIÓN DE «LAS MENINAS»

«Supongamos que alguien quiere copiar pura y simplemente Las Meninasle dijo Picasso a su amigo Sabartés -, llegaría un momento en que si fuese yo quien lo hiciera, me diría: «¿qué pasaría si pusiera este personaje un poco más a la derecha o a la izquierda?». Y trataría de hacerlo a mi manera, sin preocuparme de Velázquez. Esta tentativa me llevaría sin duda a modificar la luz o disponerla de otra forma, puesto que habría cambiado de sitio un elemento. Asi, poco a poco, lograría hacer un cuadro, Las Meninas, que sería detestable para cualquier pintor especializado en copiar y no serían Las Meninas tal como aparecen en el cuadro de Velázquez: serían Las Meninas del que lo hiciera».

Esa tarea de realizar sus propias Meninas la emprende Picasso desde el 17 de agosto al 30 de diciembre de 1957 en su casa de «La Californie«, consagrando cuarenta y cuatro pinturas al tema de Velázquez.

«Velázquez está visible en el cuadro –le explica Picasso hablándole de Las Meninas a Roland Penrosse – cuando en realidad no debería estarlo puesto que le vuelve la espalda a la infanta del primer término que tiene por modelo. Está delante de un gran lienzo en el que parece estar trabajando, pero como se ve solo el reverso del cuadro, no podemos ver lo que pinta. En realidad, está pintando al rey y a la reina de quienes vemos la imagen reflejada en el espejo al fondo de la habitación. Sin embargo, el hecho de que los veamos implica que ese rey y esa reina no miran a Velázquez sino a nosotros. Y las meninas se han agrupado en torno al pintor no para posar, sino para mirar el retrato del rey y la reina, y como éstos, nosotos, espectadores, estamos detrás de ellas».

El 2 de octubre de 1957 Picasso pinta estas Meninas.

Les dio una personalidad propia, transformó el lenguaje de los signos y hasta el flemático perro de Velázquez se convirtió en el perro que hacía poco el fotógrafo David Duncan le había regalado.

Veinticuatro horas después – el 3 de octubre de 1957 Picasso pinta estas otras Meninas.

«La realidad es más que la cosa propiamente dicha – le diría a Penrose, y así lo cuenta éste en la biografía del pintor -.Yo siempre busco la suprarrealidad. La realidad reside en la forma en que ves las cosas. Un loro verde también es una ensalada verde y un loro verde. Aquél que sólo hace de ello un loro reduce su realidad. El pintor que copia un árbol queda ciego ante el árbol real. Yo veo las cosas de otra manera. Una palmera puede convertirse en un caballo. Don Quijote puede incorporarse a Las Meninas«.

Picasso pinta casi cada día unas Meninas distintas. Pinta aparte el grupo de la infanta y sus meninas, el perro y el hombre de la capa, luego la infanta sola. El 6 de septiembre deja Las Meninas por las palomas, el palomar y la vidriera del balcón abierta, el jardín, el mar y el cielo, que son los motivos de su creación. Y el día 14 vuelve otra vez a su serie de Las Meninas con 19 estudios sucesivos que acabará en diciembre.

Es la fascinación por un mismo tema. Las variantes de una fascinación. Siempre han existido fascinaciones y de algunas de ellas hablé ya en Mi Siglo. Pero ahora el Museo del Prado – dentro de ese mundo de las fascinaciones – presenta diversas Meninas.

Las de Picasso:

Las de Goya:

También las de Richard Hamilton:

Y al final siempre vuelve a plantearse la misma pregunta: ¿qué está pintando Velázquez?.

Uno se acerca al misterio de esta pintura y cada pintor se acerca también a ella intentando descubrirla, intentando pintarla, como hiciera Picasso, como hiciera Goya, como hiciera Hamilton, y como hicieran muchos.

(Museo del Prado.-«Las meninas de Richard Hamilton».-hasta el 30 de mayo de 2010)

(Imágenes: 1.- Meninas de Picasso.-17-8-57/ 2.-Las Meninas de Velázquez.-wikipedia/3.-Meninas de Picasso.-2-10.57/4.- Meninas de Picasso.-3-10-57/5.-Meninas de Picasso- 1957.-Barcelona.-Museo Picasso-16- 8-57/ 6.-Meninas de Goya.-preparado a lápiz.-1778.-colección particular/ 7.-Meninas de Richard Hamilton.-1973.-colección del artista)

TAURINOS Y ANTITAURINOS

«Yo quería ver a Belmonte en otro ambiente de más calma que el de Sevilla, en donde a diario se riñen las más tremendas batallas boquilleras con, de, en, por, sin, sobre el novillero de Triana; y me vine a Barcelona, en donde si es verdad que el público es tan impresionable o acaso más impresionable que en cualquier otra parte por ser menos entendido, es también menos aficionado y no se preocupa de toros y toreros más que mientras está en la plaza.

En Barcelona no hay belmontistas y antibelmontistas que le sugestionen a uno; ni más bandos que los dos en que la población se ha dividido con motivo de la cuestión del negocio de las aguas de Dos Ríus, a saber: los concejales y los vocales asociados que son dosriusistas, y el resto de la población, que son unos cientos de miles de almas, que constituyen el partido antidosriusista. Y no les hable usted de otra cosa.

Pero hétenos en la plaza.

Hemos llegado un poco tarde, y cuando, a viva fuerza, nos vemos en el callejón, el malagueño Larita, materialmente metido en la cuna, está realizando una de las faenas más apretadas que yo he visto en mi vida. ¡Vaya un tío fresco! El público se harta de aplaudir al muchacho, que a su vez se harta de adornarse, y torea con más seriedad que le habíamos visto en Madrid.

Pero yo no he venido a la plaza vieja de Barcelona a hacer la revista de esta corrida, sino a decirles a ustedes, aunque no les importe mucho, mi opinión respecto a Juan Belmonte. (….) Indudablemente, en todo este alboroto que se ha armado tiene una gran parte la simpatía del chiquillo. La figurilla delgadilla, esmirriadilla, desgarbadilla, no puede ser menos torera; feo también lo es el chico, y, sin embargo, tiene a manta, qué quieres, la simpatía. (…) Ni en Sevilla, ni en Madrid, ni en Valencia, ni en otro público menos impresionable hubiera producido tanto efecto esta faena pura, simple y sencillamente efectista, desarrollada toda en pases de «entra, torito», sin mandar una sola vez.  Pases de guardabarrera, trinchera, pecho, con la derecha, dos molinetes con ambas manos, muy valientes ambos, y ni un natural. El toro entraba solo a la muleta en cuanto la veía; el torero limitábase a alzar el brazo y dejarlo pasar; el toro seguía su camino, y como era muy bravo y muy noble, cuando se encontraba con que por allí no había gente, volvíase el solito de su bueno, en busca de su enemigo, y éste, al verle venir, le volvía a invitar:

-Pasa, torito.

Y el toro pasaba y se iba y volvía solo».

 (Crónica de «Don Pío» (Alejandro Pérez Lugín): ·Mirant les agullas» en «La Tribuna«, de Madrid, 1913) (Taurus)

«Ahora, he aquí el edificante castigo: seis o siete puyazos en los brazuelos, morrillo y cercanías; noventa lances de capa, en los que las vértebras, cuernos y músculos sufren martirios imponentes al dilatarse, contraerse y moverse sin hallar oposición, en redondo, en semicírculo, de frente, cuarteando, etc; seis u ocho pinchos de banderillas y, por fín, nuevos trasteos de muleta y un pinchazo en hueso, una estocada en el lomo, un descabello, otro descabello, dos estocadas más y lances nuevos de capa en todos los sentidos o puntos cardinales.

Este nobilísimo toro antes de ser martirizado era un bello animal, una fiera poderosa que no se hubiera atrevido a hacer daño a no iritarla nosotros. Su destino era ayudarnos, poner toda esa resistencia pasmosa a nuestro servicio. Nosotros lo entendimos mejor, y le toreamos. El se defendió magníficamente. Nos dio un profundo ejemplo de amar su vida, que vale tanto como la nuestra, aunque algunos superhombres hagan aspavientos. Y fue en la plaza un consumado artista. Poseía la fuerza, la belleza y la fe en sí mismo, sobre todo esto último, que es lo que distingue a los toros».

(Eugenio Noel: «El mártir«.- «Lo que hay en una plaza de toros», en  «Escritos antitaurinos«.-1913.-(Taurus)

(Imágenes:- 1.-toros de Francisco de Goya/ 2.- patronatodeltorodelavega.com/ 3.-Juan Belmonte.-Enciclopedia Británica)