PEQUEÑA CELEBRACIÓN

Al celebrarse un mes de la aparición de este blog me he asomado en este día al balcón de la noche, a la terraza que domina toda la Globosfera – a esos dominios de las pantallas iluminadas- y he contemplado rostros múltiples, anónimas estrellas que tecleaban blancas palabras, ese universo silencioso de los ordenadores y el pálido recuadro que aguarda el misterioso escribir.
Entonces – y para celebrar este mes primero de comunicación – he lanzado un largo grito desde la pantalla, afilado quejido que no conoce el final, frase que atraviesa mundos instantáneos y he visto a las palabras partir como flechas hacia pantallas desconocidas – nunca se sabe si acogedoras o displicentes-, pantallas como portales escondidos, portales al fondo de habitaciones, habitaciones en lo profundo de las casas.

Escribo en este cielo de la Globosfera sin saber en qué cementerio morirán los mensajes y si acaso morirán alguna vez. Internet no es infinito pero su inmensidad envuelve a esta noche del día de la celebración, y no se escucha más ruido a esta hora que el del pestañeo de los ojos sin párpados, ojos que siguen todo lo que se escribe y roce de las yemas de los dedos pulsando las teclas de las preguntas, monólogos en la distancia que vuelan en busca de diálogos, diálogos breves como correos fulgurantes, contestaciones como chispas, respuestas al otro lado del mundo.
¿Hay alguien ahí, al final del pasillo de la tecnología? Sí, siempre hay una luz encendida en lo más hondo de las casas cuando todos creen haber apagado la última luz.
Con esa luz comparto mi pequeña celebración.
En la intimidad de las habitaciones universales y encima de este mantel simbólico de teclas blancas pongo estas treinta velitas de palabras, soplo la llama del misterio y me voy a dormir.

MUERTE EN LA GLOBOSFERA

Al amanecer, la Globosfera se invade de partículas diminutas y multicolores como las arenas del sol, como los rayos de la playa. Todos los que hemos pasado allí el verano nos traemos la aurora boreal de las pantallas iluminadas, los teclados sonando en las ventanas. Pero ayer, al volver a la vida corriente, las gentes no hablaban de otra cosa: esa historia del escritor chino Chang Ch`i-yun, un enamorado del papel de arroz y de los pinceles que ha muerto en la globosfera. Devorado por el resplandor de su pantalla empezó a caer dando vueltas y vueltas ayer hacia las doce de la noche, alejándose cada vez más del papel de arroz, de la escritura tradicional, de los lenguajes y signos milenarios, de la finura de los pinceles, de la respiración acompasada. Todos los que nos asomamos al espacio pudimos ver su cuerpo golpeado por las teclas y siempre incandescente, bola de fuego que no acaba de caer y que cae continuamente igual que lo sigue haciendo ahora, ya que la globosfera no consume al no existir un fondo donde reposar.
Se dice que ha caído al querer reemplazar su secular caligrafía por otra nueva y no calcular bien el abismo del tiempo. No sé si será cierto. Lo más probable es que el tiempo haya sido alcanzado por la velocidad de su escritura.