LOS SUEÑOS DE LOS OTROS

 


“Es cierto que no me gustan los sueños de los otros — decía Francois Mauriac —. De alguno que comienza a contarme lo que ha soñado escapo pronto. Me es suficiente saber que es un sueño lo que se me está contando para que no escuche más o no lea más. Tampoco siento interés  por mis propios sueños que no podrían aburrirme puesto que los ignoro. No los cuento a nadie, sobre todo no me los cuento a mi mismo.

Es cierto que yo sueño mucho. El despertar me libra de una vida ilusoria, pero que al menos es vida. Mi experiencia sobre este punto no se identifica en absoluto  con la de Proust. Él vuelve frecuentemente a esa angustia de sus despertares, sobre todo en habitaciones que no le son familiares y donde la realidad no coincide con sus recuerdos. Nada más salir de la noche, Proust ignora dónde se encuentra y quién es. El sueño ha hecho de él un ser sin memoria, arrojado enteramente a la bruta sensación del existir. Para mí, por el contrario, despertar es sentirme seguro, entrar en un mundo amigo dentro del cual me siento  un dueño; es escapar a imágenes que me poseían y contra las cuales me encontraba sin ningún poder.

Por tanto mi sueño no lo hago mío; cada noche  cierro los ojos con confianza y con un sentimiento de abandono: me duermo en estado de gracia. Pero no disfruto con mis sueños. Mi primer pensamiento al despertar es siempre un suspiro de alivio: “Ah! no era más que un sueño…” No es que yo me haya peleado con una pesadiila: simplemente  me escapo de situaciones complicadas, no precisamente  dolorosas ni siquiera penosas, —sino absurdas y algunas veces humillantes.”

 

 

(Imágenes- 1-Julia Fuillerton- Batten/ 2-julia Fuillerton-Batten-randall scoot gallery/

LA ÚLTIMA VEZ QUE VIVÍ EN PARÍS

No la última vez que lo vi – lo he visto después muchas veces -, sino la última vez que viví en la ciudad, a punto ya de dejarla, como escribí entonces, el 1 de abril de 1970, en ABC:

«París, nueve de la noche, siete de la tarde, abril, marzo, domingo, sábado, martes… Dos años traspasados por París, años envueltos en papel parisiense, mojados en  tintas de del río de París, tocados con  teclas de una máquina por cuya cinta había ido pasando un París azul indefinible, interminable. Capital

sin tiempo en el espacio, me has seguido, te vas; ciudad sin espacios de tiempo, te seguiré, me voy. Despego de la piel de París sobrevolando manchas, veinte distritos, colina de Montmartre de la memoria, orilla izquierda del entendimiento, cuarto de Auteuil de la voluntad. Una conversación de años cruza ahora ese puente del Sena; viene un olor a gas de la Sorbona, un sabor a lágrimas llega del bulevar de L´Hopital. Es entonces cuando mis recuerdos corren. Hace dos años mis recuerdos aprendieron a andar : entré por el ojo del

puente de Saint – Cloud a la hora en que Gabriel Marcel acogía el gran premio de la Villa, en los días en los que un consejo de ministros concedía a la muerte una definición legal; me voy ahora con el cadáver de Adamov, mientras Beckett dialoga con silencios y cuando Mauriac relata cómo un hombre da a luz a su propia agonía.

Hechos de París intensos: horas igual que años, años como días. Mayo de 1968, mes en incendio: humo envuelto en gritos, tos que ahoga los pulmones de Francia, una fiebre ascendiendo, el vahído levantado por ese mal de la mar que se esconde en la tierra. Más tarde, durante mese de convalecencia, en semanas de párpados cerrados, la desconfianza se irá meciendo al vaivén del

sopor. Hechos de París veloces: se trasplantan corazones en Medicina; se trasplantan ambiciones en política. De las elecciones legislativas a las elecciones cantonales, un arco tiende una sombra de noticias. He ahí esa noche del 27 de abril de 1969 de la que Charles De Gaulle se lleva en parte su secreto; he ahí unas elecciones presidenciales colocando a Francia a la entrada de nuevos caminos. Es el periodismo en París, el periodismo de la noticia ardiente, hirviente; no bien se ha pasado la hoja de la actualidad del día, que otra hoja aparece, un hecho mata al otro, las luces cambian, salta el rompecabezas: es el vértigo. Es el tiempo alado, un calendario sin aliento.

Años en París. La larga mancha en piedra que esculpiera Rodin para Balzac, me sigue, me asalta… En la isla de San Luis resuenan pasos de Claudel andando cada mañana a Notre-Dame…, se alza un telón al otro lado del río, y del espacio, pendiendo de un clavo invisible, el cuerpo de Gerardo de Nerval… Rueda el círculo de la geografía, gira la rueda histórica de la ciudad…: suenan instrumentos de música cerca de la Estación de Saint- Lazare, viene un hondo silencio desde el Bois de Boulogne, llega un olor que nace en Montparnasse

Y luego el río, los ríos de libros que van bajando al costado del Sena… Es la rueda, los ríos, es el libro: libros que van formando el río y montan sus lomos unos contra otros, láminas de páginas, aguas invadidas de letras…Es Paris, el Sena de palabras y cuantas historias se va llevando el Sena. Capital sin espacio, te he seguido, te vas. Ciudad sin tiempo, me seguirás, me voy».

José Julio Perlado.-ABC.-1 de abril de 1970.

(por cortesía del Archivo de ABC)

(Imágenes.- 1.-Willy Ronis/ 2.-Brassai.-1935/ 3.-Göksin Sipahioglu/ 4.-Jeanloup Sieff.-1975.-Café du Flore/ 5.-Jealoup Sieff.-1954/ 6.-Brassai,.1945)

ANTE UN ALBERT CAMUS HORIZONTAL (1)

A las 13, 55 horas del lunes 4 de enero de 1960, a veinticuatro kilómetros de Sens, en la Nacional 5, entre Champigny-sur-Yvonne y Villeneuve-la Guyad, el automóvil conducido por Michel Gallimard camino de París, da un bandazo, se sale de la carretera, totalmente recta, y se estrella contra un plátano, rebota contra otro árbol y se parte. Al lado del conductor viaja Albert Camus que muere en el acto. En el maletero del coche, viaja también su manuscrito de «El primer hombre«, ciento cuarenta y cuatro hojas de una escritura apretada, las sesenta y ocho primeras sobre papel con su membrete, márgenes y añadidos.

Hoy se cumple medio siglo de su muerte.  Hace cincuenta años, con motivo de ese fallecimiento, pocos días después del acontecimiento, escribí en «La Estafeta Literaria» el texto que aquí reproduzco:

«Sí, ante un Albert Camus horizontal, pero ante un suceso literario sangriento y cruelmente desgarrador. Albert Camus acaso significa ya para siempre – ensalzado por una muerte que como la de Saint- Exupery eleva aún más fantasmagóricamente su figura -, lo que en en el siglo XX, su enfermedad o su morbosa salud, necesitaba: un hombre en pie. Hasta este momento, enero de 1960, los amores, los odios, las guerras, el temor y el temblor se han abrazado, y el mundo ha mantenido en Francia a su escritor reconocido: algo que contaba en los anales del espíritu humano y algo que avivaba inquietud de análisis, espionaje – diríamos – de nuevas y esperanzadas soluciones.

Albert Camus, al morir, desaparece tan vertiginosamente por la escotillas del gran teatro del mundo, como huye acelerada, estremecida y sorprendentemente del reino de la celebridad. Pero la celebridad no importa. La Literatura mundial dedicará a su «Caída«, a su «Mito de Sísifo» o a su «Calígula«, lo que dedicó a Hugo o a Sthendal o a Verlaine. La vida es la que dedicará sólo sus ojos abiertos. Ahí está mirándole, mientras a Albert Camus le recogen y le llevan y le colocan rígido y hermético y solemne y quieto sobre la tabla de la Desconocida que vino a buscarle una noche antes de los Reyes Magos. Al mirar a Albert Camus, se desearía que toda la juventud europea le observase por última vez. Su presencia a oscuras es lo que nos aterra. Que el mundo queda sin otro auscultador, sin otro psiquiatra, sin otro cirujano.

Un escritor como Camus supone un corazón con la ventana abierta toda la noche a la vigilancia. El mundo de las violencias y las envidias abre sus aguas y sepulta los pescados más pecadores, aquellos que el escritor sacaba siempre a flote con la caña de su estilo. Ahora el mundo mira a su escritor y los ojos del escritor ya no saben cómo le está mirando el mundo.

Si algún deseo tuve al pensar en visitar París desde mi trampolín de España, fue aquel constante de conversar al menos cinco minutos con Albert Camus y verle y tocarle. Me parece que los que le han asediado a preguntas desde sus dolores y sus cautiverios sabrán que Camus siempre contestaba. Pronunciaba aquellos largos y nocturnos discursos que, a la orilla del Sena, iluminaban de claridad el pensamiento oscuro y el camino torpe e intransitable. Sé que Gabriel Marcel habrá pensado en él ante los pies de un madero crucificado. Sé que Francois Mauriac habrá alargado su ansiedad ante la desaparición de este hombre, el que era para sí mismo el más sincero y el más despiadado. Y sé también que si Charles Du Bos viviera, anotaría una reseña de cariñosa caridad en su «Diario«, y que el gran Bernanos marcharía delante en su entierro. El mundo entero sabe todo esto, y el mundo sigue mirando aún, absorto y boquiabierto, a este Albert Camus, el hombre de la postura horizontal.

Llevado horizontal, como corresponde al que marcha entre silencios, sin coro, sin ancianos, alejado del pueblo, los designios y los mensajeros, llevado horizontal entre dos ascuas llameantes, dejando en sombras conforme avanza este mudo cortejo cuanta luz y esplendor tienen hasta hoy las letras de Francia, Albert Camus, argelino, vendedor de accesorios, metereólogo, oficinista, aficionado al teatro y estudiante, entra en el reino de los famosos muertos.

El otro Albert Camus, escritor, quedará para siempre en el presente de nuestra biblioteca. Sísifo y Mersault, Tarroú y cuantos jóvenes, niños, enfermos, enamorados, doloridos encuentre en su camino, le acompañan. Estará rodeado de los mancos y ciegos del mundo – sus invitados -, celebrando las bodas de este hombre delgado y serio con la Muerte, esa mujer que llegó en automóvil y lo mató con las mismas armas del Absurdo: reventando un neumático.

(José Julio Perlado:-«Ante un Albert Camus horizontal«, en «La Estafeta Literaria«.-Tercera época.-Nº 185.-Madrid, 15 de enero de 1960)

(Imágenes:-Albert Camus.-foto: Yousuf Karsh.-French Library Aliance/ 2.-tumba de Albert Camus en Lourmarin.-wikipedia)