«99 % de talento… 99 % de discipilina… 99% de trabajo – repetía Faulkner dando su fórmula para ser un buen novelista en la entrevista que mantuvo en 1956 con Jean Stein– . El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno sabe que puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. (…) El único ambiente que el artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado. Un mal ambiente sólo le hará subir la presión sanguínea, al hacerle pasar más tiempo sintiéndose frustrado o indignado».
(….) El escritor no necesita libertad económica. Todo lo que necesita es un lápiz y un poco de papel. Que yo sepa, nunca se ha escrito nada bueno como consecuencia de aceptar dinero regalado. El buen escritor nunca recurre a una Fundación. Está demasiado ocupado escribiendo algo. Si no es bueno de veras, se engaña diciéndose que carece de tiempo o de libertad económica. (…) Nada puede destruir al buen escritor. Lo único que puede alterar al buen escritor es la muerte».
Más de una vez me he referido a Faulkner en Mi Siglo. Repaso de nuevo el análisis que sobre «El ruido y la furia» publicó una autoridad sobre el novelista norteamericano como fue Carvel Collins en «Naturalismo y tragedia» y el ensayo de Salvatore Quasimodo, «La guerra y lo cotidiano«, sobre «La paga de los soldados«. Pero sobre todo escucho siempre la voz de quien fue mi maestro en la literatura y en las lecturas, don Francisco Ynduráin Hernández – al que también evoqué aquí con emoción y agradecimiento – adentrándose y explicándome hace años la gran novela «Luz de agosto».
(pequeño recuerdo de William Faulkner cuando esta semana se han cumplido los cincuenta años de su muerte)
(Imágenes:- 1.-William Faulkner/ 2.- despacho de Faulkner -Oxford- Misisípi)



del pintor-escritor, muerto en 1945 a los 59 años de edad que entre Santander y Madrid, su hermano Manuel y el café «Pombo», cantaba a voz en grito y no con mala voz, rociando de vez en cuando la existencia con el sabor de la botella. Los principales biógrafos y comentaristas de Solana dejan fuera de duda su derecho deseo sin ninguna concesión a «ser leal consigo mismo», honrado en su quehacer de artista, y, sobre todo, en presentar desnuda su verdad, sin afeites ni arreglos, monda y lironda, aunque a muchos desagradase.
leque, Calatayud, Ávila o tantos otros- en su libro «España negra». Esa España pobre, oscura, bastante ignorante y olvidada, encerrada en sí misma porque otros la hubieran encerrado en sus pueblos vacíos: toda esa faz negra de España – sin agregar moralejas, sino simplemente con pintarla con la pluma desnuda y denunciadoramente (ella se denunciaba con sus hechos) -, Solana la describió más que la escribió; y lo hizo a través de un viaje por nuestras tierras». («La muerte en la obra literaria de José Gutiérrez Solana», Tesis Doctoral, inédita).
