ESPIONAJES

detectives.-7«El periodismo de investigación y el ethos, ahora universal, del cotilleo – escribió Georges Steiner en The New Yorker – inundan los quioscos de prensa con información de alta seguridad. Hay revistas populares que contienen diagramas de cómo montar una bomba nuclear. ¿Hay algo genuinamente nuevo o decisivo entre las cosas que los espías venden a sus clientes? ¿Necesitó Josué cuatro ojos encubiertos para enterarse de que Jericó tenía murallas y de que sus moradores no acogieran favorablemente la invasión? Puede que toda la industria del espionaje se haya convertido en un juego fatuo, en una rayuela homicida dentro de una casa de espejos».

Eso escribía el ensayistaGeorges Steiner en The New Yorker».-(Siruela) y lo hacía en 1978. Desde entonces a aquí el espionaje ha variado mucho, pero la historia del espionaje se remonta siglos atrás y algunos apuntes los he querido comentar en un reciente artículo

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«Fouché, jefe de policía de Napoleón, supo organizar muy hábilmente a sus espías y los tratados sobre técnicas de espionaje tienen en Oriente un volumen célebre, el “Ping Fa”( de 510 años antes de Cristo), escrito por Sun-tzú, que fue lectura obligatoria de los agentes chinos y que durante la Segunda Guerra Mundial se distribuyó entre los miembros de la Fuerza Aérea británica en Ceilán. En China también podemos encontrar el “San Kuo”, de Lo Kuanchung, (1260-1341), novela que se dice era consultada por Mao Tse-tung y por las guerrillas del Vietcong.detectives.-8

 

El espionaje siempre ha ido tras las evoluciones de los tiempos. Hoy día se espía industrialmente con aparatos diminutos los aciertos decorativos de ciertos escaparates o se sigue el rastro que van dejando en Internet las pisadas que las yemas de los dedos realizan al avanzar por los buscadores. Todo se espía. El Gran Estado espía desde el vientre de su maquinaria de impuestos, las ciudades lo hacen desde las fachadas de las calles y plazas por donde caminan los viandantes y John Le Carré culmina su obra más reciente con otra historia en la que se mezclan refugiados musulmanes, adolescentes chechenos, servicios secretos alemanes, ingleses y norteamericanos, todo ello en el marco de una nueva guerra fría entre el terrorismo fundamentalista y las defensas de Occidente con la batería de sus aparatos de contraespionaje.

Aunque sobre gustos es imposible opinar, los nombres en el mapa literario del espionaje son numerosos. Brillan quizá especialmente cuatro, ya clásicos por sus obras: Conrad, Somerset Maugham, Ambler y Graham Greene. Naturalmente hay muchos más y algunos de ellos muy destacados. El primero con novelas célebres, como “El agente secreto”, la gran narración de un suceso anarquista en el centro de Londres. Para Conrad espiar no es un fin sino un medio. El fin, para Conrad, es la naturaleza absolutamente vil de la revolución, donde los espías tienen un repulsivo papel. En el caso de Somerset Maugham, sus relatos estaban basados en las experiencias del autor como oficial de inteligencia y se ha dicho que la postura moralmente neutral de Maugham sentó las bases sobre las que trabajaría Ambler y mucho más tarde John Le Carré, mientras que la frialdad de uno de los personajes de Maugham frente al asesinato sería adoptada y adaptada por Ian Fleming para su “James Bond

Y precisamente Steiner habla en su comentario de «El factor humano» de Graham Greene.detectives.-3

                                                                                                       Graham Greene, preguntado sobre Le Carré, contestó en una ocasión hace ya años: “Es mucho más joven que yo y, en consecuencia, su experiencia política me parece mucho más limitada que la mía. En una entrevista por la radio decía que yo era demasiado simple, si no ingenuo, para entrar en los terrenos de la política, y que había quedado anclado en la problemática de los años treinta”. Ello quizá era cierto, pero la calidad de las historias las enriquece el tiempo. Los tiempos han cambiado. Ahora acaso el espía está tan cerca de nosotros que nos observa desde dentro del ordenador. Si salimos a la calle es un espía distinto el que nos sigue sin apenas darnos cuenta. Resuenan unos pasos que nunca habíamos oído y que jamás volveremos a oír  porque los pasos cambian y las suelas de quienes nos espían se van adaptando a los problemas de cada siglo y la astucia del espiar se basa en que nadie nos descubra que nunca somos nosotros los espiados sino que nosotros somos los que espiamos siempre».

UNA PARTIDA DE AJEDREZ


Al enterarme hoy de la muerte del gran Bobby Fischer telefoneo al novelista y guionista mejicano Vicente Leñero para que vayamos a casa del también mejicano Juan José Arreola, el autor de Confabulario Personal (Bruguera), gran apasionado del ajedrez.
Comenzamos la partida a media tarde. Es un tablero de palabras, el girar de los dedos mueve las piezas de las preguntas y Leñero, sentado frente a Arreola (yo miro simplemente cómo juegan), va interrogando al escritor mejicano sobre los misterios del ajedrez.
– El ajedrez – dice Arreola– nace al pie de la torre de Babel como una especie de proposición: ¿quieres embarcarte en la aventura espacial más grande que tu razón pueda concebir? ; ¿quieres agotar todos los recursos de tu imaginación? : yo te voy a proponer la trampa mental: el gambito de las 64 casillas. En un espacio limitado de ocho casillas por ocho, que pueden ser de un centímetro o de un metro, el hombre encuentra y captura el infinito.
Siguen jugando y hablando Arreola y Leñero mientras yo observo los movimientos en el tablero.
-El tablero que se encontró al pie de la torre de Babel – continúa Arreola – aparece después en Egipto y se habla de una reina de la decimoctava dinastía tan aficionada al juego del ajedrez, que pide ser envuelta en un sudario de 16 casillas; en los relieves se advierte la imagen de dos personas que juegan sobre un tablero con piezas verticales, no con fichas, ¡con piezas erectas!
Se ha dicho – prosigue el escritor mejicano mientras mueve un caballo – que el ajedrez fue traído a Europa por los cruzados, pero no es cierto. Por el norte africano, el ajedrez llega a Europa con los primeros árabes que ingresan en España. De allí se difunde por todas partes. En Europa el ajedrez es anterior a las Cruzadas. Ya en el siglo nueve existe en Europa un tratado de ajedrez donde se habla de torres, de alfiles, de rey y dama, con detalles interesantísimos: el alfil, por ejemplo, es considerado un ministro; luego, en Inglaterra, se convierte en obispo, mientras que para los franceses siempre es un juglar: el fou: el loco. Con los peones llegan a sutilezas increíbles: se les otorgan especializaciones: el peón de caballo-dama es labrador, el peón de alfil-rey es tejedor. Eso, y la simbología, que continúa válida en nuestro tiempo. Al alfil, por ejemplo, lo podríamos calificar de maquiavélico, porque se mueve siempre de manera oblicua. El alfil es el José Fouché del ajedrez, avieso como político. La torre, en cambio, es un castillo, es recta, sólida.
Veo que poco a poco le está ganando la partida Leñero a Arreola, quizás por el empleo de sus palabras, por el movimiento de sus preguntas.
– Desde luego – continúa Arreola -, por razones psicológicas hay personas que mueven mejor los alfiles que los caballos. Un audaz preferirá jugar con caballos. Una persona prudente tratará de cambiar de inmediato la dama, los alfiles y los caballos para jugar con torres…»Oblicuo alfil y reinas agresoras», decía Borges.
Curiosamente – sigue diciendo Arreola ( y yo creo que ahora se distrae y que está perdiendo la partida) -,los más grandes enemigos en el ajedrez se buscan el uno al otro, se necesitan mutuamente para confrontarse y para resolver esa querella universal que significa lo antagónico. El más grande drama de Capablanca no fue que Alekhine le arrebatara el campeonato del mundo, fue que Alekine lo eludió, no le dio jamás la revancha y prefirió jugar con Max Euwe, el holandés.
De repente hay jaque mate inesperado y Arreola pierde. Al salir, Leñero y yo hablamos de la muerte de Fischer y recordamos aquella gran partida con Sapssky en 1972. Le pregunto cómo sabe tanto Arreola de ajedrez.
– Todo lo que me ha dicho lo publiqué ya hace muchos años en mi libro Talacha periodística (Diana. Mexico) . Allí lo tienes.
Esta noche leeré entera esa partida de literario-ajedrez tan inolvidable.