DETALLE DE PERRO

«La novela funciona con una acumulación de detalles más lenta que la historia corta – decía Flannery O’ Connor -. La historia corta requiere procedimientos más drásticos que la novela, porque se tienen que llevar a cabo más cosas en menos tiempo. Los detalles deben tener más peso inmediato. En la buena narrativa, algunos detalles tenderán a acumular significado de la historia misma, y cuando pasa esto, se convierten en simbólicos». («El negro artificial».-Encuentro).

«Para el escritor de ficción, el acto de juzgar comienza en los detalles que ve y en el modo en que los ve. Los escritores de ficción a quienes no les preocupan estos detalles concretos pecan de lo que Henry James llamó «especificación endeble». El ojo se deslizará sobre sus palabras mientras nuestra atención se va a dormir. (…) No obstante, afirmar que la ficción procede por el uso de detalles no implica el simple, mecánico amontonamiento de éstos. Cada detalle debe ser controlado a la luz de un objetivo primordial, cada detalle debe introducirse de modo que trabaje para nosotros. El arte es selectivo. Todo lo que hay en él es esencial y genera movimiento». («El arte del cuento».-El Ateneo).

El detalle es el que hace ver en literatura todo lo que pasa como en la pintura el ojo en la distancia y en la perspectiva no alcanza a distinguir el detalle si esta pupila no se acerca al cuadro y se fija asombrada en la minuciosidad y el amor cuidadoso que puso el artista para terminar perfectamente aquello que parecía escondido y que muchos no llegarían quizá a percibir. Una lista de cien detalles famosos en la pintura la hizo Kenneth Clark en su obra » One Hundred Details from Pictures in the National Gallery» (Cambridge, Harvard University, 199o) y allí aparecen, entre otros, un perrillo sostenido en los brazos por un niño sentado en unas escaleras en cierto cuadro de Tiziano, los ojos y la cabeza de un gato en una pintura de Hogarth, el sombrero de una figura femenina en «Los paraguas» de Renoir, o los cuatro peces, los dos huevos y el ajo partido que pintó Velázquez en «Cristo en casa de Marta«.

La mirada que se lanza desde lejos, decía Klee, es una mirada que «pace en la superficie» y en cambio la mirada cercana, descubriendo el detalle, se lleva al volver la recompensa de la sorpresa. En el caso de Goya, un libro reciente, «El detalle» de Daniel Arasse (Abada editores), de nuevo nos anima a admirar esa cabeza de perro que no es un perro -dice el autor – sino un «detalle de perro«. Enigmatica pintura que estaba situada a la derecha de la puerta de entrada al primer piso de la Quinta del Sordo, era como tal un detalle de ese todo de las pinturas negras, y su ubicación – señala Arasse -podía asignarle una función parecida a la de una firma simbólica del conjunto en la que el pintor, en lugar de poner su nombre o su autorretrato, hubiera condensado un sentimiento.
¿Qué hace ese perro? ¿Podría estar hundido? ¿Está escapando? La pintura se resiste a contarnos qué pasa. ¿Es arena o es tierra lo que aparece delante y casi encima de él? ¿Está el perro observando a dos pájaros que vuelan y que habrían desaparecido del lienzo, según apuntan algunos autores? ¿Concluyó Goya el perro? Todos los intérpretes del cuadro hablan de su profunda visualidad que no puede narrarse con palabras. No existen aquí las anécdotas. Unos lo han bautizado «Perro condenado a morir enterrado en la arena». ¿Pero es esto verdad? El perro asoma la cabeza por lo que parece un talud de consistencia indeterminada y en un espacio también indeterminado. La angustia que esta pintura traduce se centra en la mirada, más humana que animal, de ese perro que mira hacia delante, pero ahí no hay nada que mirar. La mirada se pierde en el vacío. Goya, se ha dicho, no dialoga con el espectador. No podemos ayudar a este perro. El perro nos sitúa en el centro mismo del enigma. Y hay quien ha aventurado que Goya, en esos momentos de su vida, se aplicaba esa imagen a sí mismo.
(Fotos: Goya, «El perro», 1820-1823.- Velázquez, «Cristo en casa de Marta».-Álbum Lyceo Hispánico).

LITERATURA DE OBSERVACIÓN

«Mi tía Mary -narra la escritora norteamericana Elisabeth Bishop -tenía dieciocho años y se había marchado a Estados Unidos, concretamente a Boston, para estudiar en una escuela de enfermeras. En el último cajón de la cómoda de su habitación, perfectamente envuelta en delicado papel de seda rosa, reposaba su muñeca preferida. Ese invierno yo pasé mucho tiempo enferma con bronquitis, y finalmente mi abuela me la ofreció para que jugara con ella, lo cual me sorprendió y me hizo feliz, porque jamás había sabido de su existencia. Y mi abuela había olvidado cómo se llamaba.
Tenía un amplio vestuario, que le había confeccionado mi tía Mary y que estaba guardado en un baúl de juguete de latón verde con los pertinentes listones, cerraduras y clavos. Las prendas eran preciosas, maravillosamente cosidas y tenían un aire anticuado, que incluso yo percibía. Había unas enormes enaguas ribeteadas con un encaje diminuto, una faja y un corsé con pequeñas ballenas. Eran fascinantes, pero lo mejor de todo era el modelito para patinar. Consistía en un abrigo rojo de terciopelo, un turbante y un manguito de una especie de cuero marrón comido por las polillas, y para que el conjunto provocase una emoción casi insoportable, un par de botas blancas de cabritilla con cordones, con los ribetes festoneados, y un par de patines demasiado pequeños y romos, pero muy brillantes, que mi tía Mary había cosido con puntadas de grueso hilo blanco a las suelas, dejándolos bastante sueltos».
Así comienza un famoso cuento, Gwendolyn, en el volumen de relatos -los pocos relatos que Bishop hizo – titulado Una locura cotidiana (Lumen). Estamos ante la literatura de observación, de minuciosa y creadora observación. Hay otra literatura – la de invención, la de imaginación – tan potente como la que acabamos de leer, y ambas (la observación y la invención) se complementan. Tan difícil es una como la otra. Los sentidos – en este caso el ojo de la escritora- se ha ido fijando en los detalles más minúsculos de esa muñeca que describe, esa muñeca que quizá hemos visto en ciertas casas muchas veces, pero que sólo el ojo de un creador sabe fotografiar. El ojo se demora en la descripción de pequeñeces esenciales, en colores, en formas, no tiene prisa por pasar adelante en el relato, mima como un artesano lo que cuenta. Se ha dicho que Elisabeth Bishop – esencialmente dedicada a la poesía – tenía un talento especial para, a través de los sentidos, llegar a lo medular. Siempre que se quiere llegar al sentimiento o al pensamiento en el relato se recorre el camino de los sentidos, ese ver y tocar las cosas que Flannery O`Connor tanto recomendaba a quienes querían empezar a escribir.
Luego esos sentidos, esa observación, pueden seguir si lo desean hacia el realismo o abrir en cambio la caja de las sorpresas y entregarnos de pronto lo que hay dentro y cuyo nombre suele ser siempre la fantasía.