FÚTBOL Y AJEDREZ

«Ya antes incluso del inicio de la partida las piezas, en las que parece insinuarse sutilmente una malevolencia casi humana – escribe Steiner en «Campos de fuerza: Fisher y Spasski en Reykiavic« (La Fábrica) -, se miran al acecho en medio de un silencio electrizante. Con la primera jugada el silencio da la sensación de rasgarse con un chasquido, como la seda tal vez, ya que tu contrario abre las alas, la masa y la energía interactúan por completo para formar un encaje tan finamente tejido, tan multidimensional, que no podemos concebir su patrón. (…) Cuando empiezas a respirar el aroma de la victoria – una aura almizclada, embriagadora, levemente metálica, indescriptible, pues no la puede comprender quien no sea ajedrecista -, la piel se te tensa en las sienes y tus dedos tiemblan«.

Es el silencio del ajedrez, la gran concentración del deporte mental, un especial juego de guerra que entablan los dedos en el aire moviendo con táctica las piezas. El escritor británico Martin Amis, que además de reconocido novelista es excelente constructor de críticas y reseñas, va relatando esta atmósfera al describir en «La guerra contra el cliché : escritos sobre literatura.- (Anagrama), algunos libros de Nabokov, de Steiner y de otros varios apasionados a este juego. Añade también juicios en torno a otros libros sobre  fútbol – el de Bill Buford, por ejemplo, y el vandalismo a veces que los seguidores de este deporte propagan -, y es casi inevitable acodarse sobre el borde de los estadios –  el pequeño del ajedrez y el grandioso del campo de fútbol – para comparar el vocerío y el silencio, el alarido de las muchedumbres y el mutismo cerebral de quienes observan el tablero. Es la competición, el azar, el simulacro, el vértigo en el balón y en la pieza, el aguante, la rapidez, la lentitud, el vigor y la memoria, la ingeniosidad y la destreza. Cada uno mira de distinta forma los saltos calculados de un caballo o el arco que traza una pelota hasta los pies de un extremo. Es la oportunidad, la atención, el equilibrio de un torneo. Es la invitación, el desafío, la persecución, el duelo.

«¡La vamos a armar…! ¡La vamos a armar…! – gritan ciertos hinchas después del partido, según recuerda Buforf en Entre los vándalos¡La energía…, la energía es elevadísima! ¡Sentid la energía! (…) ¡La ciudad es nuestra…, nuestra, nuestra, nuestra!«. Son algunos gritos tras salir de los estadios con la victoria en las manos, exultantes alegrías eléctricas enardecidas tantas veces por el alcohol. Detrás queda una tarde de esfuerzos sostenidos, la voluntad de vencer, el haber sido reconocido desde la grada por la excelencia. Detrás queda, en otros tableros, la caída del adversario cercado en un jaque mate premeditado y conseguido, certero movimiento último que los espectadores admiten admirados y aplauden en silencio.

(Imágenes:- 1.-Man Ray.-autorretrato ante el ajedrez.-all-art.org/2.-Will Barnet– 1975 -The Old Print Shop.-arnet/ 3.-Zhong Biao.-9 masterpiece. París-artnet)

LA CONCIENCIA DE MORO

«Aunque soy de un natural tan enemigo del dolor que casi me asusta un pinchazo – le escribe Tomas Moro a su hija Margaret en la Navidad de 1534 desde la Torre de Londres y medio año antes de ser ejecutado -, sin embargo, en todas las agonías que he tenido, que antes de venir aquí (como ya te he dicho antes) no han sido pocas ni pequeñas, con corazón apesadumbrado y lleno de miedo, previendo toda clase de peligros y de muertes espantosas, que por cualquier tipo de posibilidad pudieran caer sobre mí, en tal pensamiento he pasado largo rato, inquieto y en vela, mientra mi mujer creía que yo estaba dormido; sin embargo, en tal temor y severa melancolía, doy gracias a la misericordia poderosa de Dios, nunca pensé en consentir, aunque tuviera que sufrir lo peor, obrar de manera distinta de lo que mi propia conciencia me decía ser a mí mismo».

Es la conciencia de Tomas Moro hablando con su hija desde la prisión, explicando su decisión con palabras. Ahora la conciencia del Lord Canciller vuelve a adquirir rostro en televisón encarnándose en Jeremy Northam, como en la película de Zinnemann, Un hombre para la eternidad, quiso tomar las facciones de Paul Scofield, del que ya hablé en Mi Siglo.

La conciencia de Tomas Moro se vierte también en la amistad. En carta a Antonio Bonvisi en junio de 1535  – siempre dentro de la Torre de Londres, un mes antes de que le quitaran la vida – le recuerda que «la felicidad de una amistad tan fiel, y tan constante en contra de los vientos contrarios de la fortuna, es una rara felicidad (…) Dios, entre todas mis viejas y tenues amistades, ha preparado hace mucho tiempo un hombre como tú, tan gran amigo, que pudiera enjugar y aliviar con tu consuelo una gran parte de esta molestia que el peso de la fortuna avanzando de cabeza en contra mía ha echado sobre mí». Escrita en latín, muestra los pliegues de la profunda amistad  que Moro tenía por Bonvisi, este comerciante mercantil que había trabajado en las finanzas internacionales y fue mecenas de humanidades. Confirma igualmente la verdad dicha años antes por Erasmo sobre Moro: su talento para hacer amistad y para mantenerla.

Bueno es recordar en estos tiempos la conciencia de Moro, ejecutado a las nueve de la mañana del martes 6 de julio de 1535 en Tower Hill, junto a la Torre. Su cabeza reemplazó a la del obispo Fisher en lo alto del Puente de Londres.

(Imágenes:-1.-Tomas Moro y su familia, por Rowland Lockey.- 1593.- Victoria and Albert Museum/ 2.- escena de «Un hombre para la eternidad» de Fred Zinnemann, con Paul Scofield como protagonista)