JUGAR CON LAS PALABRAS

 

 

”Cuando estoy con mis hermanos mayores — confesaba Juan José Arreola —constato que las palabras eran cosas que podía manipular con mis manos de niño sano, ya tan enflaquecidas para siempre. Y voy,  añadiendo palabras a otras palabras, haciendo lo mejor que puedo con las letras, para que expresen lo que quiero decir. Ahora sé que las palabras expresan más cuando las letras se ponen ellas solas en fila y siguen el orden misterioso que solo ellas saben comprender. Ahora sé que las palabras se instalan en la boca de manera natural cuando verdaderamente sentimos la necesidad de decir, pero a continuación van hacia las manos, desde la punta de la lengua hasta la punta de los dedos, y escribir se convierte en puro artificio. Quise jugar a este juego de la gallina ciega que termina encontrando un grano después de tantos pasos perdidos. Desde la infancia he jugado con las palabras clave de un alfabeto secreto.

.¿Es mejor rosa pura que pura rosa?  La suma de los factores afecta efectivamente a los productos verbales. Confieso que, como casi todo el mundo, he salido perdiendo en este inmenso juego de palabras que ha sido mi corta vida de escritor, gané algunas bazas y me voy de la mesa con la  conciencia tranquila.”

 

 

(Imágenes-1- Francisco Zuñiga  / 2-México – Siglo XVl – euskomeda)

LA DESNUDEZ DE ESTILO

«Los Matisse cuenta Gertrude Stein – vivían junto al Bulevar Saint-Michel, en un piso pequeño, el último de la casa, con tres habitaciones y hermosas vistas a Notre-Dame y al Sena (…). Madame Matisse  era una admirable ama de casa. Mantenía su pequeño piso limpio como una patena. Todo estaba en orden, sabía cocinar e ir a la compra, y además, posaba para su marido. Ella era «la Femme au Chapeau«. En los tiempos en que los Matisse carecían de dinero, madame Matisse puso una tiendecilla de sombreros, gracias a la cual sortearon la dificultades. Era una mujer morena, de porte erguido, cara larga y labios de trazo firme pero inclinados hacia abajo, lo que le deban un aspecto caballuno. Tenía una gran mata de pelo negro. A Gertude Stein le gustó siempre el modo en que madame Matisse se ponía el sombrero, y en una ocasión, Matisse pintó un retrato de su mujer en el momento de ponerse un sombrero con el ademán en ella caracterísitico, y se lo regaló a miss Stein».

Así lo va contando Gertrude Stein en la «Autobiografía de Alice B. Toklas» (Lumen)

Ahora, la exposición que está teniendo lugar en el Gran Palais de París recorre aquella atmósfera, la compra y venta de cuadros, la adquisición de una colección.

Pero cuando uno se detiene ante el retrato de Gertrude Stein pintado por Picasso, parece que volviéramos a oir las palabras de miss Stein: «creo – decía – que ya he descrito el taller de Picasso. En aquellos días, allí, había todavia mayor desorden, más gente que entraba y salía, más fuego en la estufa, más comida cocinándose y más interrupciones. Había un gran sillón roto, en el que Gertrude Stein posaba. Había un diván en el que todos se sentaban y dormían. Había una pequeña silla de cocina en la que Picasso se sentaba para pintar, un gran caballete y gran cantidad de grandes telas. En el apogeo del período del Arlequín, las telas de Picasso eran enormes, y las figuras y los grupos también».

Eran los tiempos de la desnudez de estilo aplicada en breves recomendaciones por Gertude Stein a algunos escritores. Como recuerda Anthony Burgess en su estudio sobre Hemingway, el futuro autor de «París era una fiesta» era lo bastante joven para poder ser el hijo de Stein, y éste le mostraba humildemente su trabajo, un fragmento de novela. «Demasiadas descripciones porque sí – le dijo Stein a Hemingway -, demasiados adornos: comprima, concentre. Hay mucha descripción aquí, y descripción no demasiado buena. Vuelva a empezar y escriba con más cuidado». Y como ella misma añade, comentando el trabajo de corresponsal de un diario canadiense que Hemingway desempeñaba por entonces, agregó: «Si sigue con los trabajos periodísticos, nunca tendrá ocasión de ver la realidad, sólo verá las palabras, y esto no basta, no basta, desde luego, si es que pretende ser escritor».

(Imágenes:- 1.- Henri Matisse.-La Femme au Chapeau.-1906.-colección SFMOMA/2.-Horst. P. Horst.-autorretrato con Gertrude Stein.-1946/3.-Gertrude Stein por Picasso.- 1905.-Museo Metropolitano de Nueva York/4,- Gertrude Stein posa junto al retrato pintado por Picasso.-APF.-La Vanguardia)


JOSEFINA ALDECOA

«Yo me he hecho una especie de escala pequeña – me decía Ignacio Aldecoa en 1966 – En primer lugar hay un escritor, y a un escritor se le debe exigir que escriba bien. Pero, ¿en qué consiste escribir bien? Esto es de difícil respuesta. ¿ Consiste el escribir bien en que la sintaxis sea lo más perfecta posible, según las preceptivas, o consiste en que sea un escritor sugerente, capaz de crear un mundo que impresione al lector? Para mí, yo diría que una cosa es ser un escritor, otra ser un narrador, y otra ser un novelista. A veces en un novelista los valores de narrador son menores que los valores de creador de personajes; otras veces, el novelista hace destacar más lo que lleva dentro de escritor. Naturalmente, hay individuos absolutamente geniales, en los cuales estas tres cosas son tres vasos comunicantes».

Permanecía en un segundo plano, en la habitación de aquella casa madrileña, la mujer de Ignacio, Josefina Aldecoa, que escuchaba nuestra conversación. Estaba Ignacio Aldecoa sumergido entonces en la composición de su novela «Parte de una historia» y me confesaba lo que para él era el estilo. «Para mi el estilo es un anhelo o deseo de precisión por medio del vocabulario, me atengo a lo poemático por medio de la metáfora. Pero lo que deseo sobre todo es que quien quiera leer un libro mío, entre en el ámbito del libro; supedito casi todo a eso. Por eso creo que – igual que el lector tiene una exigencia de escritor – yo tengo una exigencia de lectores».

Ocurría todo ello un año antes de que yo mantuviera otra conversación con Jesús Fernández Santos – en Mi Siglo he hablado alguna vez de aquel grupo de escritores -y faltarían tres años más para que – lamentablemente – Ignacio Aldecoa falleciera.

Aquella entrevista con el gran cuentista español la publiqué íntegra en «Diálogos con la cultura» y hoy la charla entrañable con el autor de «El fulgor y la sangre» viene hasta mí como evocación también de la figura de Josefina que hoy acaba de morir.

(Imágenes: 1.-Josefina Aldecoa.-imagenindustrial. es/ 2.-Josefina Aldecoa con Jesús Fernández Santos.-jesusfernandezsantos.es)

JUAN MARICHAL Y LA VOLUNTAD DE ESTILO

«Amigo mío – decía Jovellanos en  1799 -, la naturaleza ha dado a cada hombre un estilo, como una fisonomía y un carácter». Lo recordaba Juan Marichal en 1957 como prólogo a su libro La voluntad de estilo ( Seix Barral). «El estilo es camino – decía por su parte Unamuno – , y es a la vez lo que camina como es un río. No un camino por el que se va, sino un camino que nos lleva». «El prosista siempre está en compañía»- recordaba también Amado Alonso-. No hay estilo individual que no incluya en su constitución misma el hablar común de sus prójimos en el idioma, el curso de las ideas reinantes, la condición histórico-cultural de su pueblo y de su tiempo». «El que no tenga nada que afirmar no tiene estilo ni puede tenerlo – comentaba a su vez Bernard Shaw -. El que tenga algo que afirmar alcanzará un poder de estilo tan grande como la importancia de su afirmación y la fuerza de su convicción lo permitan». Azorín, cuando recogía la frase de Juan de Valdés «escribo como hablo», matizaba que la fórmula era buena, según fuera quien hablara. «El  estilo –  (seguía Azorín) –  dicen otros que consiste en la eliminación; se impone eliminar lo accesorio y dejar lo sustancial. Pero se preguntaba: «¿ quién nos enseñará el arte de la eliminación? ¿Quién se lo enseña a los pintores que lo practican?». Por último Azorín igualmente recordaba que «el estilo estriba en la maestría para condensar. Pero poner en práctiva esa fórmula es tan difícil – si no imposible  – como las anteriores. Imposible si no se tiene el don innato».

(Pequeñas incursiones sobre el estilo –   forma y modo que nos abre compañías, camino que nos lleva – en el día de la muerte de Juan Marichal)

(Imagen: Juan Marichal.-Fundación Juan March.)