EL BOSCO Y EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

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El Museo del Prado ofrece en estos días algunos de los secretos de El Bosco,  el reverso —señala— del “Jardín de las Delicias”. Numerosas interpretaciones se han hecho de  este célebre y enigmático cuadro. Alguna de ellas relacionando aspectos de este lienzo con situaciones de nuestra época.  El inglés John Berger, por ejemplo, bajo el título “Contra la gran derrota del mundo’, escribía en 1999 ( y lo incluyó en su libro “El tamaño de una bolsa”)  que “la profecía  que entraña la visión del infierno en este cuadro no se encuentra  tanto en los detalles  — por pintorescos y obsesivos que sean — como en el conjunto. O para decirlo de otro modo, en lo que constituye el “espacio” del infierno.

 

Es un espacio sin horizonte. Tampoco hay continuidad entre las acciones, ni pausas, ni senderos, ni pautas, ni pasado ni futuro. Sólo vemos el clamor  de un presente desigual y fragmentario — decía Berger—. Está lleno de sorpresas y sensaciones, pero no aparecen por ningún lado las consecuencias o los resultados de las mismas. Nada fluye libremente; solo hay interrupciones. Lo que vemos es una especie de delirio espacial.

Comparemos este espacio con lo que se ve, por lo general, en los anuncios de publicidad, en el típico telediario o en muchos de los reportajes realizados en los diferentes medios de comunicación. Nos encontramos ante una incoherencia similar, una infinidad similar de emociones inconexas, un frenesí similar.

Lo que profetizó El Bosco es la imagen del mundo que hoy nos transmiten los medios de comunicación,  bajo el impacto de la globalización  y su necesidad de vender incesantemente. La profecía de El Bosco y esta imagen del mundo parecen un rompecabezas cuyas piezas no encajarán nunca.

(…)

Lo que nos recuerda la pintura de El Bosco es que el primer paso en la construcción de un mundo alternativo ha de ser  rechazar la imagen del mundo que nos han impuesto y todas las falsas promesas empleadas por doquier para justificar e idealizar la necesidad insaciable de vender. Es vital que encontremos otro espacio.

En primer lugar, tenemos que encontrar un horizonte. Y para eso hemos de volver a tener esperanza, en contra de lo que el nuevo orden pretende y perpetra.

 

La esperanza, sin embargo —  prosígue Berger— , es un acto de fe y la fe  para  sostenerse precisa de acciones concretas. Por ejemplo, la acción de “aproximarse”, de calcular la distancia y “caminar hacia el otro”. Esto conduciría a una colaboración que se opone a la discontinuidad. Resistir no significa solo negarse a aceptar la absurda imagen del mundo que se nos ofrece, sino también denunciarla. Y cuando el infierno es denunciado desde dentro, deja de ser infierno.”

 

 

(Imágenes- 1- El Bosco / 2- Raymond Depardon/ 3- Max Ernst/ 4-  El Bosco)

UN PINTOR EN LA OSCURIDAD

 


“¿Cómo trabaja un pintor en la oscuridad? —se pregunta John Berger en “Charla en el estudio”. (Londres,1998). Tiene que someterse. A veces tiene  que dar vueltas y más vueltas en lugar de avanzar. Suplica colaboración de fuera. Construye un refugio desde  el que hacer incursiones a fin de estudiar el terreno. Y todo ello lo hace con los pigmentos, las pinceladas, los trapos, un cuchillo, los dedos. El proceso es táctil. Pero lo que el pintor espera  tocar no es por lo general tangible. Éste es el único misterio real, y es la razón por la que algunos se hacen pintores.

Cuando un cuadro se transforma en un lugar, hay la posibilidad de que aparezca en éste la “cara” de aquello que el pintor está buscando. Esa  “mirada” que el pintor espera, anhela, que le devuelva el lienzo nunca es directa, sólo puede llegarle a través de un lugar.

Si la cara llega a aparecer realmente, será, en parte, pigmento, polvo coloreado; y, en parte, formas dibujadas, corregidas una y otra vez. Pero lo más importante será el proceso, el proceso de que llegue a existir lo que está buscando. Y esa existencia todavía no es — y de hecho, no lo será nunca— tangible, al igual que nunca fue comestible el bisonte pintado en las cuevas rupestres.

 

 

Lo que toca toda pintura verdadera es una ausencia, una ausencia de la que, de no ser por la pintura, no seríamos conscientes. Y eso sería lo que perderíamos.

Lo que el pintor busca sin cesar es un lugar para recibir la ausencia. Si lo encuentra, lo dispone, lo ordena, y reza por que aparezca la cara de la ausencia.’

 

 

(Imágenes—1- Paul Sietsema- 2013/ 2– Kiril Doron— 2009/ 3— Bartosz Beda)