DENTRO DE “LAS MENINAS”

 

“Entro, piso despacio esta especie de moqueta, se dice Ricardo Almeida hablando a media voz, no hay que molestar al mastín, que el perro no se levante, unos días suelo pasar por la izquierda del perro, otros días entro por la derecha, aparto suavemente a Nicolasito Pertusato, Maribárbola retrocede un poco, voy con el Rey le digo, doña Isabel de Velasco me abre paso, nunca rozo a la infanta Margarita María, a sus cinco años levanta su pequeña cabeza de pelo lacio y me sonríe, atravieso ese fulgor de luz entre las faldas para entrar más al fondo, en la penumbra, y situarme poco a poco tras Velázquez, y es entonces, murmura Almeida en tono ronco y moviéndose inquieto en la silla, es entonces cuando nunca lo logro. Qué es lo que no logra, Ricardo, repite el psiquiatra. Saber qué hay en ese lienzo, contesta Almeida, saber qué es lo que está pintando Velázquez, eso que siempre nos esconde. La locura de Ricardo Almeida está en estos momentos en el fondo del taller, ha vuelto su mirada enajenada hacia el gran cuadro que el pintor sevillano está pintando y cuyo lienzo nunca nos deja ver. Y lo que descubro espantado, prosigue este hombre mirando directamente al médico, sabe usted qué es. No, no lo sé, le dice Valdés. Pues descubro que estoy de nuevo en el principio, descubro que Velázquez no está pintando ni a la reina ni al rey solamente, descubro que Velázquez tampoco está pintando a la infanta rodeada por sus damas y enanos. Entonces, vuelve a decirle el psiquiatra,  qué es lo que pinta Velázquez, y hay ahora una pausa y las pupilas de Almeida se contraen, Velázquez está pintando el cuadro de “Las Meninas” entero, dice Ricardo Almeida, está pintando la habitación, el espacio, las figuras, la realidad, la magia, la ilusión, las sombras y las luces, la perspectiva, la geometría y la intuición, Velázquez está pintándose a sí mismo allí, en el momento en que irrumpen los Reyes y los Monarcas se reflejan en el espejo del fondo, el gran lienzo enorme que Velázquez pinta sigue oculto pero ya no es un misterio, Velázquez está pintando en ese lienzo, agrega Almeida, el cuadro entero llamado “Las Meninas” y ese cuadro me espera otra vez y con voz muy baja, como siempre, me dice: “Almeida, nunca te escaparás de mí, nunca sabrás del todo qué pasa aquí si no vuelves a caminar por esta superficie, jamás sabrás la solución si no vienes a mí”, y yo de nuevo empiezo a caminar por él, echo a

 

andar otra vez por la moqueta, voy con el Rey, Felipe lV y doña Margarita van conmigo, Velázquez está otra vez al fondo y nos ve entrar, parece que interrumpe su trabajo pero no es así, está aguardándonos, espera con paleta y pincel en la mano a que avancemos, quiero ver qué está pintando de verdad Velázquez, esta vez no me engañas, pintor, vamos, enseña lo que pintas, avanzo por la izquierda, procuro no rozar el verdemar vestido de doña Agustina Sarmiento, a mi derecha queda el plata bruñido de doña  Isabel de Velasco, aún más a mi derecha el oscuro azul de Maribárbola salpicado de motas de anaranjado y ese ciruela del traje de Nicolasito Pertusato, para, poco a poco, mientras la infanta Margarita María sonríe a su padre y las figuras iluminadas de color y de luz abren paso a las sombras, muy despacio, me voy poniendo detrás de Velázquez y me asomo para ver qué pinta este pintor: el pintor está pintando “Las Meninas” como siempre, me pinta a mí, a los Reyes que entran continuamente, se pinta a sí mismo en actitud de pintar, la habitación gira como un túnel de espejos, no puedo salir de este taller, José Nieto, el aposentador del Palacio, tiene abierta una puerta por si quiero escapar, no puedo, es puerta pintada y no puerta real, todo es auténtico y todo es ilusión, todo espacio, volumen, perspectiva, profundidad, magia, realidad. “Almeida, ven a mi”, escucho otra vez desde el fondo la voz del cuadro que me habla en penumbra-, “ven a mí y verás lo que pinta Velázquez, sabrás por qué lo oculta a todos, ven a mí, camina, acércate”, y yo sé, doctor, que eso es una trampa y que es mentira, pero de nuevo echo a andar por esa superficie y piso la moqueta y mi sudor frío avanza una vez más por esa habitación y yo sé, mientras avanzo con ese sudor mío, que ya nunca podré salir de ese taller, nunca, me volveré loco.”

José Julio Perlado

( del libro “Ciudad en el espejo” ) ( texto inédito)

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(Imágenes—1,2y 3: las Meninas)