LA ÚLTIMA VEZ QUE VIVÍ EN PARÍS

No la última vez que lo vi – lo he visto después muchas veces -, sino la última vez que viví en la ciudad, a punto ya de dejarla, como escribí entonces, el 1 de abril de 1970, en ABC:

«París, nueve de la noche, siete de la tarde, abril, marzo, domingo, sábado, martes… Dos años traspasados por París, años envueltos en papel parisiense, mojados en  tintas de del río de París, tocados con  teclas de una máquina por cuya cinta había ido pasando un París azul indefinible, interminable. Capital

sin tiempo en el espacio, me has seguido, te vas; ciudad sin espacios de tiempo, te seguiré, me voy. Despego de la piel de París sobrevolando manchas, veinte distritos, colina de Montmartre de la memoria, orilla izquierda del entendimiento, cuarto de Auteuil de la voluntad. Una conversación de años cruza ahora ese puente del Sena; viene un olor a gas de la Sorbona, un sabor a lágrimas llega del bulevar de L´Hopital. Es entonces cuando mis recuerdos corren. Hace dos años mis recuerdos aprendieron a andar : entré por el ojo del

puente de Saint – Cloud a la hora en que Gabriel Marcel acogía el gran premio de la Villa, en los días en los que un consejo de ministros concedía a la muerte una definición legal; me voy ahora con el cadáver de Adamov, mientras Beckett dialoga con silencios y cuando Mauriac relata cómo un hombre da a luz a su propia agonía.

Hechos de París intensos: horas igual que años, años como días. Mayo de 1968, mes en incendio: humo envuelto en gritos, tos que ahoga los pulmones de Francia, una fiebre ascendiendo, el vahído levantado por ese mal de la mar que se esconde en la tierra. Más tarde, durante mese de convalecencia, en semanas de párpados cerrados, la desconfianza se irá meciendo al vaivén del

sopor. Hechos de París veloces: se trasplantan corazones en Medicina; se trasplantan ambiciones en política. De las elecciones legislativas a las elecciones cantonales, un arco tiende una sombra de noticias. He ahí esa noche del 27 de abril de 1969 de la que Charles De Gaulle se lleva en parte su secreto; he ahí unas elecciones presidenciales colocando a Francia a la entrada de nuevos caminos. Es el periodismo en París, el periodismo de la noticia ardiente, hirviente; no bien se ha pasado la hoja de la actualidad del día, que otra hoja aparece, un hecho mata al otro, las luces cambian, salta el rompecabezas: es el vértigo. Es el tiempo alado, un calendario sin aliento.

Años en París. La larga mancha en piedra que esculpiera Rodin para Balzac, me sigue, me asalta… En la isla de San Luis resuenan pasos de Claudel andando cada mañana a Notre-Dame…, se alza un telón al otro lado del río, y del espacio, pendiendo de un clavo invisible, el cuerpo de Gerardo de Nerval… Rueda el círculo de la geografía, gira la rueda histórica de la ciudad…: suenan instrumentos de música cerca de la Estación de Saint- Lazare, viene un hondo silencio desde el Bois de Boulogne, llega un olor que nace en Montparnasse

Y luego el río, los ríos de libros que van bajando al costado del Sena… Es la rueda, los ríos, es el libro: libros que van formando el río y montan sus lomos unos contra otros, láminas de páginas, aguas invadidas de letras…Es Paris, el Sena de palabras y cuantas historias se va llevando el Sena. Capital sin espacio, te he seguido, te vas. Ciudad sin tiempo, me seguirás, me voy».

José Julio Perlado.-ABC.-1 de abril de 1970.

(por cortesía del Archivo de ABC)

(Imágenes.- 1.-Willy Ronis/ 2.-Brassai.-1935/ 3.-Göksin Sipahioglu/ 4.-Jeanloup Sieff.-1975.-Café du Flore/ 5.-Jealoup Sieff.-1954/ 6.-Brassai,.1945)

EL OÍDO Y LA VOZ

«La voz conduce a las palabras y el oído las recoge. La voz, con su intensidad y sus timbres, surge en la radio de ese ímpetu humano abierto ante el micrófono, entregado a él, expresando con su potencia todo lo que el oído humano va a recibir. A veces el oído humano va distraído, viaja por el pasillo entre quehaceres, marcha de la cocina al cuarto de baño, avanza otras veces en el coche por autopistas trepidantes, lanza sus faros de fantasía, va buscando entre las emisoras antes la música que la palabra, pero de pronto, sin quererlo, unas palabras le atrapan, le atrapan entre adjetivos y adverbios, le atrapan sobre todo por su interés y emoción. Es la liana con la que la voz suele envolver hábilmente al oído, el nudo corredizo con el que le mantiene preso en su atención. Es la voz, la voz en la radio, la voz acompasada y sugestiva, la voz cálida y el tono trepidante. Es el 30 de octubre de 1938 y Orson Welles le está contando al oído del mundo la invasión de marcianos a la Tierra, el descendimiento real de los extraterrestres en “La guerra de los mundos”. Dos millones de oyentes creen a la voz, no creen a sus ojos, creen a sus oídos. Es un triunfo más de la voz en la historia de las comunicaciones, la potencia de la CBS aumenta la verosimilitud de esa voz y del cielo de los terrores bajan despacio infinitas figuras de marcianos que la voz acompaña, la voz de Welles los va depositando en el suelo de la realidad, ante el espanto sobrecogedor de las muchedumbres.

Dos años después es otra voz la que sostiene resistencias. Es la voz del 18 de junio de 1940, voz del general De Gaulle desde la BBC, voz grabada a las 18 horas de ese día, transmitida a las 22, vuelta a transmitir a las 16 horas del día siguiente. La voz del General será una voz histórica y los oídos franceses conservarán la esperanza del triunfo final, sus ecos persistirán durante años, la liberación se vislumbrará ya –  esperanza radiada y ampliada – en el horizonte.

Son los triunfos de las voces en la radio; los oídos van y vienen, siguen cruzando de la cocina al comedor, viajan por los pasillos, vuelven a subir en potentes automóviles, quedan atrapados en la presión de los cascos. Los oídos se distraen con mil cosas, mariposas de anécdotas cruzan entre inquietudes de sucesos, escenografías de relatos intercambian fulgores con debates. Los oídos siempre escuchan, al menos parece que escuchan, marchan distraídos, van y vienen. Pero las voces persisten. Todas las intensidades entre silencio y lenguaje, como definiría Steiner, viven en los matices de la voz, en esas cuevas de la intimidad humana en las que el lenguaje domina al silencio. Así el silencio de las soledades es acunado siempre por la voz, acentos aterciopelados de entrevistas, ahogos en rumorosas confidencias, síntomas agudos de alarmas, sonoras cajas de revelaciones.

Son voces guturales, voces nasalizadas, en ocasiones frías y distantes, en otras lánguidas; son voces dramatizadas que nos llevan a escenarios teatrales, novelas radiofónicas cuyas discusiones nos siguen por los pasillos. Son voces de gravedad, tonos rotundos, locuciones solemnes. A veces son los desfiles impecables, a veces se asoman a la evocación, a veces abren la puerta de poemas, a veces nos entregan fragmentos. Son voces de madrugada, voces nocturnas, voces al lado del insomnio. Son voces apasionadas e implicadas, voces interrogando las conciencias, voces creíbles. Y luego vienen las voces infantiles, el cortejo de las sonrisas, el eco de los juegos, el timbre escondido en la música, música de la voz que hace brillar la vida.

En este muy interesante libro de Félix Gallardo se recogen muchas vidas y voces de la  Radio en España: hablan del oficio radiofónico ellos que dedicaron su vida a ese oficio. Testimonios valiosísimos, confesiones que entregan sabia y variada lección. A muchas de esas voces las conocí. Con alguna compartí trabajos. Mi voz y las suyas se han cruzado en emisoras madrileñas y sus recuerdos – tal como si ahora los oyera – me acercan ecos muy diversos. Mi vida profesional se ha cruzado con Matías Prats, Basilio Gassent, Joaquín Peláez, Vicente Marco, Ángel Soler, José Luis Pécker, Manuel Amado. Son voces en los pasillos, voces y manos estrechando saludos, nostalgias, despachos, quehaceres: voces entrañables.

Luego las voces se fueron o yo me fui – otras voces hoy las sustituyen – pero todo permanece en el oído».

(Palabras que he publicado como Prólogo al reciente libro sobre la Radio española, «Lo que nunca muere». La Radio nació para quedarse».-Félix Gallardo.-Villanueva Centro Universitario y Netniblo ediciones.-Madrid.-2011)

(Imágenes:- 1.-Orson Welles.- Nueva York 1937.- foto Carl Van Vechten.- wikipedia- org/ 2.- foto Lyle Owenko.-Untitled from The Boombox Series.-2009.-owenko.com)

CONFIDENTES Y PERIODISTAS

Ahora que distintos diarios hablan nuevamente del arte de la entrevista periodística, evoco aquí algunas de las anotaciones y matices que en su momento hice sobre el tema en mi libro «Diálogos con la cultura». Históricas entrevistas no realizadas sin embargo por periodistas:

«Los diálogos con figuras de la Historia – recordaba entonces – tienen una cita excepcional cuando el portugués Francisco de Holanda conversa con Miguel Ángel en Roma, en San Silvestre, en coloquios de muy alto valor, a los que asiste Lactancio Tolomeo y la marquesa de Pescara. Los diálogos de este dibujante portugués « tienen toda la frescura y atractivo de una conversación escuchada – dice Sánchez Cantón -. Son los diálogos gratos de leer. Nos descubre un punto de aquello a que el historiados siempre aspira, hacer moverse y oir a las grandes figuras del pasado. Por una vez en su vida tocó Holanda las cimas a pocos reservadas; y dio ejemplo que imitar«. En verdad vemos a Miguel Ángel reirse y opinar entre el embajador de Siena en Roma, Lactancio Tolomeo y Victoria Colonna, poetisa, gran señora, viuda del marqués de Pescara, amiga de Miguel Ángel. El creador del «Moisés», «que posaba al pie del Monte Caballo – escribe Holanda -, acertó, por mi buena dicha, de venir contra San Silvestre, haciendo el camino de las termas, filosofando con su Orbino por la Via esquilina y hallándose tan dentro del recado no nos pudo huir, ni dejar de ser aquel que llamaba a la puerta». (…) Así, aprovechando su estancia cerca de diez años en Italia, de 1538 a 1547, Francisco de Holanda recoge en tres amplios diálogos lo que Buonarroti comentó sobre pintura y sobre varios temas.(…)

Pero Francisco de Holanda en el siglo XVl no es un periodista, como no lo fue Eckermann para Goethe, ni lo había sido Platón para Sócrates, ni lo sería James Bosswell para el doctor Samuel Johnson. Tampoco fue periodista el fotógrafo Brasaï en sus conversaciones con Picasso, el director Robert Craft para Stravinski, Umberto Morra para el crítico de arte Berenson, Gustav Janouch con Kafka, Goldenveizer para Tolstoi, o Émile Bernard con Cézanne. Más escritor también que periodista fue André Malraux en el siglo XX, acercándose a Mao, a De Gaulle y a Picasso, pero la pluma de Malraux «re-creará» ciertas cosas. (…) Alguna vez en Mi Siglo me he referido a todos ellos.

Hay libros de entrevistas como las realizadas por Alain Bosquet a Dalí que están muy por debajo de vivencias y evocaciones de marchantes como Kahnweiler o los recuerdos de amigos de artistas como Sabartés lo hiciera con Picasso. A veces, como en el caso de Bosquet, el periodista queda aplastado por las «boutades» encadenadas de un Dalí brillante, siempre resbaladizo, jugando a los equívocos permanentes. Se sabe que Dalí era así, pero el profesional del periodismo se ha quedado en el umbral de las captaciones, fuera de una atmósfera que quisiéramos habitar. Brassaï, en cambio, lo consigue. Conoce a la perfección que Picasso quedará en la historia de la pintura y no duda en entrar y salir de esos años – finales de los treinta y principios de los cuarenta – como entra y sale de estudios y de humores, abriendo puertas y anécdotas y estableciendo una corriente de vida, con Sabartés, Henri Michaux, Malraux o Kahnweiler. Brassaï, no siendo periodista, nos deja un calor más cercano de una existencia que se mueve, y al moverse provoca arte. Quisiéramos que Francisco de Holanda hubiera estado más tiempo con Miguel Ángel, que Platón nos describiera más gestos y movimientos de Sócrates, que Brassaï nos hubiera dejado más días con Picasso«.

Son confidencias y confidentes de vidas que permanecen en la Historia, confidencias que – sin provenir de periodistas – enriquecen el caudal de la entrevista. Al fin, el caudal del humanismo, también del periodismo.

(Imágenes:- 1.- Brassaï/.-2.-Miguel Ángel Buonarroti. autorretrato-grabado por A. Francois/3.- Picasso en la rue des Grandes Augustin.-1952.-Denise Colomb/4.-André Malraux.-Gisele Freund/5.-Dalí pintando en 1939.-ngv.vic.gov.au)

1968: PARÍS, MÉXICO, PRAGA, MONTEVIDEO

1968 prosigue de actualidad.
Ayer, en una amplia rueda de prensa internacional en 1050 Radio Uruguay, programa que conducía Nelson Caula reuniendo testimonios de diversas partes del mundo – México, Montevideo, Madrid, desde donde yo hablaba para comentar la «revuelta» parisina de mayo – intercambiábamos opiniones y enfoques y nos preguntábamos por qué precisamente en 1968 se agruparon tantas agitaciones – especialmente estudiantiles – en muy distintos países. Sin duda eso merece un estudio más reposado. Hablábamos también de muertos. Si 1968 fue escenario de la matanza de Tlatelolco en México y de los muertos en Montevideo, el mes de mayo en París sólo arrojó, felizmente, un muerto, y no precisamente en la capital francesa. Los heridos sí fueron abundantes en aquellas semanas y quizá uno de los que se me han quedado más en la memoria fue aquel cuerpo ensangrentado que llevaba en brazos el Premio Nobel de Física, Jacques Monod, abriéndose paso entre las barricadas del Barrio Latino en la madrugada del 11 de mayo, como cuento en mi libro en la respectiva crónica de ese día.
Hablamos también en la larga tertulia radiofónica de ayer del entonces prefecto de París, Maurice Grimaud, que el 20 de mayo tomó nota de las reuniones que al más alto nivel y a partir de las once de la mañana tuvieron lugar en el Palacio del Elíseo. Tales notas, que yo recojo en este volumen de crónicas, revelan los movimientos realizados por De Gaulle con respecto a la policía francesa en aquellas jornadas.
«El General – escribió Grimaud – quiere hablar con los reponsables del mantenimiento del orden. Está furioso de verdad. De Gaulle, sin escuchar a nadie y sin demasiados preámbulos, se lanza, con cierta mala fe:
En cinco días se han perdido diez años de lucha contra la bellaquería. ¡En cinco días hemos vuelto a los peores tiempos de la politiquería! Es cierto que hace seis años – es decir, desde que Pompidou es Primer Ministro – no se ha hecho nada. No se ha previsto nada. Todo el mundo se ha contentado con vivir al día…¡Ay! ¡Cuando yo ya no esté, esto será un desastre…!
Tras estas generalidades, expone su plan.
-Esto ya ha durado demasidado. Es la «chienlit», la anarquía. No se puede tolerar. Tiene que acabarse. He tomado una decisión. Hoy se evacuará el Odeón, y mañana la Sorbona.
Se dirige luego a Georges Gorse:
– En cuanto a la ORTF, retome usted el control de la situación. Eche a los agitadores a la calle y listo.
Pompidou no se deja impresionar. Explica al General, sustancialmente, que para llevar a cabo una política de orden, se tendría que disponer de suficientes fuerzas del orden. Pero ahora que las huelgas se han generalizado en toda Francia se ha hecho evidente una seria carencia de efectivos. Sin ir más lejos, ayer hubo que tomar veinte escuadrones de la policía parisina y enviarlos a procincias.
(…)
Pero no sólo en la Sorbona tienen mala opinión de los CRS. Christian Fouchet insiste en lo que ya ha dicho Pompidou:
-Mi General, tenga en cuenta que las fuerzas del orden están traumatizadas. No se pueden reemprender operaciones policiales generalizadas en el Barrio Latino.
(…)
Y además la prensa no es precisamente amable con la policía. De Gaulle se impacienta.
-Bueno, Fouchet, hay que darle a la policía lo que está pidiendo: ¡aguardiente!
Pompidou, imperturbable:
-Mi General, hemos pensado en ello, en efecto. Hay todo un conjunto de medidas en preparación…
De Gaulle:
-Muy bien, ¡que se apliquen inmediatamente! Aparte de esto, confirmo mis instrucciones: primero el Odeón y luego la Sorbona.
Y luego, dirigiéndose de nuevo al Ministro de Información:
-En cuanto a la radio, hay que instaurar el control sin perder un instante: expulse a los agitadores y sea usted el jefe de su propio negocio. Y dígales a los periodistas que yo he declarado: «Reforma, sí; «chienlit», no. Tome buena nota y dígaselo».
A pesar de lo que afirmó De Gaulle hasta treinta y cuatro días después – el 14 de junio – la policía no cercó el Odeón y se dispuso a ocupar los locales. Días más tarde ocurrió lo mismo con la Sorbona.
De todo esto hablábamos ayer una serie de contertulios en Radio Uruguay. De los muertos en los sucesos de distintos países aquel 1968 y del muerto en Francia aquel mes de mayo. Hablamos también de Maurice Grimaud, el hombre que tomó las notas de esta reunión a la que me refiero del 20 de mayo. El día precisamente – o mejor dicho, la noche – en que los estudiantes en la Sorbona recibieron, entre otros, a Pierre Bourdieu, Marguerite Duras y Jean-Paul Sartre.
Faltaban apenas diez días para que la «revuelta» desapareciera.
(Foto: uno de los «grafittis» aparecido en las calles de París)

LAS SEGUNDAS INTENCIONES


Me preguntan en un interesante comentario a una entrada mía del 24 de abril si el General De Gaulle, el 29 de mayo de 1968 – el día en que «desapareció» de Francia – fue a ver al general Massu para comprobar si podía contar con él, y con las tropas destacadas en Alemania, por si podía utilizarlas en esos momentos cruciales.

No puedo responder más que con las palabras de mi libro, tomadas a su vez del relato que hace Sitbon («La primavera de París») sobre aquella jornada:

«Por lo menos ( De Gaulle) ha verificado que hasta el general Massu, quizá el menos «seguro» de los jefes del Ejército francés, le asegura su apoyo indefectible.

Para explicar este famoso episodio de la vida de De Gaulle, Jean Lacouture ha recogido algunos extractos de una obra de juventud del General, Hacia el ejército profesional. Allí se puede leer:

El verdadero jefe debe saber «dar el pego en su propio campo…desorientar a propósito a aquellos que piensa emplear, hacer creer que está allí o que no está».

Pues este 29 de mayo ha conseguido plenamente este efecto. Más allá de lo esperable. Hace varias semanas que el poder gaullista tiembla y hoy, cuando su cabeza ha desaparecido, en la cima del poder se desencadena una ola de pánico. Desde el Primer Ministro hasta el menor consejero del gobierno, pasando por todos los diputados y diversos notables del gaullismo, la totalidad de esta falange que ostenta el poder desde hace diez años, ha sido cogida desprevenida.

El secretario general del Elíseo, Bernard Tricot, llega a Matignon. Pompidou cuenta:

«Entra lívido en mi despacho diciendo:

El General ha desaparecido.

-¿Cómo que ha desaparecido?

-Pues sí… tenía que haber llegado a Colombey a las doce y media. Y a la una y media su helicóptero aún no estaba allí. Nadie sabe dónde está…»

Durante algo menos de dos horas, en efecto, «nadie» sabrá nada más sobre el tema. Pero estas dos horas de incertidumbre bastan para hacer tambalear el Estado.

Pompidou piensa inmediatamente que De Gaulle ha partido al extranjero. No para ver a Massu. Al contrario, cuando un allegado al General pronuncia esta hipótesis, se ríe. No. Pompidou ha imaginado a De Gaulle como un Luis XVl huyendo del populacho.

Las malas lenguas pretenden que, entre otras cosas, durante estas dos horas de incertidumbre, Pompidou se ha hecho preparar un avión…Como dirá Maurice Grimaud, «el miedo estaba instalándose en el corazón del Estado».

18.00 horas. El General ya está de vuelta en Colombey. La escapada no ha durado demasiado tiempo. Llama a Bernard Tricot para informarle de una cosa importante:

– Me he puesto de acuerdo con mis segundas intenciones.

Tras lo cual, está impaciente por ver el noticiario televisivo. El presentador anuncia sobriamente que el Jefe del Estado está en Colombey. Esto lo tranquiliza».

(Hasta aquí el relato de Sitbon. Quienes estábamos aquel día ejerciendo nuestro trabajo de corresponsales no podíamos imaginar que un helicóptero volara misteriosamente sobre París y sobre Francia. Detrás del piloto, al lado de Madame De Gaulle, viajaban tres personas; el General, sus primeras intenciones y también sus segundas intenciones. Las segundas intenciones se estaban poniendo de acuerdo con las primeras. Y al fin todos aterrizaron.
En mi crónica de aquel día escribí: puede que el General De Gaulle esté cumpliendo esa ley que se ha impuesto a sí mismo: «El silencio es deliberado, como la palabra es calculadora».
Misterios. Pequeños secretos de la Historia).

MAYO 68 : HISTORIAS DE LA HISTORIA

París, 29 de mayo 1968

«A las 11.30 horas el General, su mujer y su ayuda de campo dejan el Elíseo. En dirección a Issy-les-Moulineaux, donde esperan dos helicópteros. A mediodía, tras haber cargado numerosos bultos – entre ellos material completo para transfusiones sanguíneas, que acompaña al Presidente de la República en todos sus viajes -,despegan.
Escala en Saint-Dizier para saber noticias de Massu, que a estas horas ya debe haber sido prevenido por De Boissieu. No hay noticias. De Boissieau no ha podido localizar a Massu a causa de la huelga de Correos y Teléfonos…¿Qué se puede hacer ahora? El General reflexiona, con el ruido ensordecedor del helicóptero al fondo. Luego escribe en el dorso de un sobre que tiende a su ayuda de campo: «Residencia del general comandante en jefe de las FFA» (Fuerzas Francesas de Alemania). Así que De Gaulle se va a ir a Alemania, al extranjero, a casa del general Massu, que ayer, cuando se ventilaba la independencia argelina era su adversario, – sin avisar.
Se vuela raso para evitar los radares. El helicóptero sigue las curvas del terreno, sube y baja acatando los caprichos de la geología. Es discreto, pero cansado. El General y Madame De Gaulle ya no son jóvenes.
14.40 horas. Por fin consiguen contactar con Baden-Baden a través de la radio y se anuncian.
15.01 horas. El general Massu los espera en la pista de aterrizaje en posición de firmes. Apenas han bajado del helicóptero, mientras Madame Massu se hace cargo de Madame De Gaulle y se bajan las maletas de la pareja presidencial, el General ataca:
– ¡Se fastidió todo, Massu!
-¡No lo crea, mi General! Un hombre de su prestigio aún tiene posibilidades de actuar -le responde el militar.
De Gaulle explica:
– Se fastidió todo, los comunistas han provocado una parálisis total en el país. Yo ya no tengo ningún poder de mando. Así que me retiro, y como en Francia siento que estamos amenazados, yo y los míos, vengo a buscar refugio en su casa… Le he dicho a mi hijo que se reúna conmigo aquí, acompañado de su familia…Lo único que hay que hacer es avisar a las autoridades alemanas de mi petición de hospitalidad.
Y añade, catastrofista:
-¡Ahora que ya no estoy en Francia, el Consejo Constitucional anunciará mi destitución!
Massu no se deja impresionar: «Mi General, qué importa eso, está Ud. en una situación jodida y todavía lo estará durante algún tiempo. Vuelva. No se puede hacer otra cosa».
Después de una tortilla, un vaso de agua y dos cafés, De Gaulle se siente mejor. A pesar de los sarcasmos de Madame Massu -«No se puede volver a vivir un 18 de junio a los setenta y ocho años» -, y por muy grande que haya sido su desconcierto, se ha recuperado en menos de una hora. Da la orden de realizar los preparativos para la partida».
(Esto – que cuenta Sitbon en «La primavera de París» y que yo recojo en mi libro sobre «Mayo del 68» – no es indudablemente un «momento estelar de la humanidad«, por tomar la frase de Stefan Zweig, pero sí un «pequeño momento estelar» de ese mayo parisino que estos días se evoca. Aquella mañana, a las siete, el General había anulado una cita para comer, anunció que tenía el proyecto de descansar y «dormir un poco» en su casa de Colombey-les-Deux-Églises. Era la versión oficial, pero esa versión era falsa. A las ocho de la mañana De Gaulle pidió al director de su gabinete militar que partiera inmediatamente hacia el Este, llevando a su hijo, su nuera y sus tres nietos, que serían confiados – dijo – al general Massu en Baden-Baden.
Nadie en París supo ese día la verdad de aquella «desaparición» del Presidente de la República. El Elíseo estaba vacío de poder. La verdad no la conocían ni los políticosMendès-France, Mitterrand, Pompidouni tampoco nosotros, los corresponsales que estábamos allí.
Son las pequeñas historias de la Historia que se saben mucho tiempo después y que desvelan muy despacio sus curiosos enigmas).

PARÍS, 1968

Esta vez en Mi Siglo he de hablar de una fecha personal. Hoy hace exactamente cuarenta años que publiqué mi primera crónica desde París como corresponsal del diario ABC de Madrid, puesto en el que estuve cerca de tres años.
Llegué a París un día de abril de 1968, una tarde lluviosa, y al aparcar desorientado en el Bois de Boulogne hasta esperar que la lluvia cesara y entrar en la ciudad oí repiquetear en el techo de mi coche cargado de libros todas las puntas de aquel 1968 que ya habían caído y algunas de las que aún iban a caer, maravillas de la historia y del periodismo. Caía 1968 con Dubcek en Checoslovaquia, nombrado primer secretario del partido; en Corea era capturado el buque estadounidense Pueblo en el mar del Japón; había una ofensiva del Thet en Vietnam del Sur; moría el cosmonauta Yuri Gagarin en accidente de aviación; y seguía lloviendo y moría también Jaume Sabartés, íntimo amigo y biógrafo de Picasso, disturbios estudiantiles agitaban España, concedían el Óscar a Rod Steiger y a Katherine Herpburn… y aún seguía lloviendo, aunque muy poco a poco fue amainando y aproveché entonces para arrancar de nuevo y bajar hasta la orilla del Sena – Avenue Kennedy, Avenue New York, Pont de l´Alma – hasta llegar a mi primera habitación en París, Hotel Gaillon, en la rue Gaillon, a pocos pasos de la Ópera.
Agradeceré siempre aquel cuartito del Hotel muy cerca de la place de la Bourse desde donde mandaría mis crónicas por «telex» y agradeceré ese enclave, tan vecino a los puentes del Sena, que también me permitió seguir el 10 de mayo hacia las tres de la tarde a la enorme multitud de estudiantes cruzando el río camino de la Sorbona en plena ebullición de los «sucesos» de aquellas famosas semanas.
Estos días en que aparece mi libro «París, mayo 1968. Crónica de un corresponsal» (Eunsa) y al que me referiré alguna vez más en Mi Siglo, la capital francesa me trae numerosos recuerdos. El 28 de aquel mes de mayo conocería en el Hotel Continental de París a un Francois Mitterrand que entonces tenía cincuenta y dos años, el 11 de mayo estaría con Daniel Cohn-Bendit entre el humo de las barricadas, en varias ocasiones – en conferencia de prensa en El Elíseo – con el general De Gaulle. Los domingos – sin duda para oxigenarme de tanta intoxicación política – charlaba largamente con intelectuales y artistas, como Gabriel Marcel o Robert Bresson, algunas de cuyas entrevistas las he incluido en los enlaces personales de este blog.
Escribir día a día las crónicas de la «revolución de mayo» – que ahora se recogen y comentan históricamente en este libro – supuso para mí el privilegio de estar en la primera fila de unos acontecimientos de enorme eco. A veces el periodismo aporta esas ventajas y transmite también esas responsabilidades. 1968 fue un año crucial en la célebre década de los sesenta. Eran los tiempos de los Beatles y sus melenas; el pelo de los Rolling Stones o de Jim Hendrix. Melenudos, desaliñados. Sin duda por eso fue el año en que se cantó:
«No hay palabras que canten la belleza, el esplendor, la maravilla de mi pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo. /Ondearlo, mostrarlo, tan largo como Dios lo pueda hacer crecer, mi pelo./ Lo quiero largo, liso, rizado, alborotado, enredado, áspero,/hirsuto, opaco, aceitoso, grasiento, lanoso, brillante, resplandeciente, humeante, / linoso, ceroso, nudoso, alunarado,/ retorcido, abaloriado, trenzado, empolvado, florecido y conffetiado, / ajorcado, enmarañado, lentejueleado y espaguetiado«.
1968 y París en la memoria. 1968 y los recuerdos de París.