KAFKA Y LAS CEREZAS

 

 

“Doy fe de que me gustan las cerezas— escribe Álvaro Cunqueiro en uno de sus ‘Retratos imaginarios” —: las como con pan, como un labriego de por aquí , metiendo tres o cuatro a un tiempo en la boca y escupiendo de lado los huesos; me gusta verlas en las cestas, enredadas unas con otras, tal como las humanas criaturas entre sí. A los ojos del Todopoderoso, la humanidad, el “gran teatro del mundo”, ofrecerá el aspecto de una gigantesca cesta de cerezas, y quizás los sociólogos quitarán  más provecho de una meditación ante la cesta de cerezas, que de esos estudios sobre los pueblos primitivos que de siempre son caros. Y volviendo a Kafka, allí a la página de su Diario, donde dice: “Toda cosa no es más que imaginación “, tan desesperado y solo como estaba, yo le hubiera regalado una cesta de cerezas blancas, y ante ellas le hubiese hecho reflexionar sobre la humana condición, sobre el libre arbitrio y los trabajos y los días, los siglos y los niños, las lenguas que los hombres hicieron en común y qué es orar. Quizás exista, como dice Brod y otros, una esperanza  “kafkiana”, y sea desde ella y no desde  una “desesperación kafkiana”, como hay que leer a Kafka y entenderlo y amarlo. Pero “amar” es un verbo que para Kafka era pura imaginación, y “entender”, para el aterrado hebreo de Praga es, simplemente, no sobresaltarse ante el absurdo… Entre los hombres yo, como una cereza entre las cerezas, que tirando de mí sale conmigo una confusa compañía y parentela, a la esperanza, a la esperanza que me atengo no es al orden y sosiego que en mí ponga la desnuda soledad, sino a la remisión de los pecados y la resurreccción de la carne, tal y como digo “Credo”…

 

 

(Imágenes— 1- national geográfico/ 2-Kafka— el mundo es)