“El áspero es de este modo — dice el filósofo griego Teofrasto—: preguntado dónde está alguno, dice : “Déjame, no me molestes ni me des quehacer.” Si alguno le saluda, no le corresponde. Si vende alguna cosa, no responde a los compradores a qué precio; antes pregunta él mismo al comprador: “¿Pues qué tiene de malo?” A las personas que le manifiestan estimación y le envían regalos en sus días festivos, dice “que ojalá no se los hubiesen enviados”. Es incapaz de perdonar al que involuntariamente le da un encontronazo, o le pisa, o le empuja. Cuando algún amigo le ruega que le ayude con algo de dinero para aliviarle en su miseria o en su quiebra, responde que no quiere darlo; después va y le lleva ese dinero por sí mismo, y añade que ya cuenta con este dinero por perdido. El hombre áspero es el que tropezando en la calle, se irrita y maldice la piedra. Si espera a alguno, seguramente no le esperará mucho tiempo. Jamás tendrá con otros la condescendencia de cantar, ni de recitar, ni de bailar; y en fin, es tal, que ni cuida tampoco recurrir con sus oraciones a los dioses.”
(Imagen — Barnett Newman – Irwing Penn- national portrait gallerie)