
“Nada mas rozagante ni más encantador— escribe el gran autor francés Julien Gracq—que aquella mañana de verano en que, tras haber salido de Mazamet temprano, subía yo despacio por las laderas de la Montaña Negra, pasadas las gargantas del Arnette, cruzando el bosque de Hautaniboul. El sol de las ocho se colaba en el oreado sotobosque de arándanos y moras, hacía que reluciesen a ambos lados de la carretera dos franjas de musgo húmedo, enjugaba el bosque con la misma ternura con que una mujer se retuerce la melena, iluminando, uno tras otro, claros pequeños y adolescentes tan rozagantes y matutinos que, aun sin pretenderlo, en lo hondo de todos ellos, uno se esperaba que iba a oír cantar al cuco. A cada revuelta, que me izaba más y más a lo largo de esta espaldera que cubrían las perlas de un rocío bautismal, respiraba con mayor facilidad — al norte, cada vez más lejos, bajo las redes de niebla, se divisaba la extensión de las anchas llanuras de la comarca de Castres — y de curva en curva, me parecía que me iba elevando hacia los reinos de la Mañana.”
(Imagen— Emil Nolde)