SI SOÑÁRAMOS SIEMPRE LO MISMO

 


“Si soñáramos todas las noches lo mismo— dice Pascal —, nos afectaría tanto como los objetos que vemos todos los días. Y si un artesano estuviera seguro de soñar todas las noches, durante doce horas, que es rey, creo que sería casi tan feliz como un rey que soñara todas las noches, durante doce horas, que es un artesano.

Si soñáramos todas las noches que somos perseguidos por enemigos y agitados por estos penosos fantasmas, y que pasamos todos los días en diversas ocupaciones, como cuando se hace un viaje, sufriríamos casi tanto como si eso fuera verdadero, y tendríamos miedo a dormir como se tiene miedo a despertar, cuando se teme entrar, efectivamente, en tales desgracias. Y en efecto, produciría poco más o menos los mismos males que la realidad.

Pero como los sueños son todos diferentes, y dado que uno mismo se diversifica, lo que se ve en ellos afecta mucho menos que lo que se ve en la vigilia, a causa de la continuidad, la cual no es, por tanto, tan continua e igual como para no cambiar también, aunque menos bruscamente, si no es en raras ocasiones, como cuando se viaja y entonces se dice : Me parece que estoy soñando, porque la vida es un sueño un poco menos inconstante.”

 

 

(Imágenes— 1- John Atkinson Grimshaw/2-Andrew Wythe)

LAS CUATRO DE LA MADRUGADA

 

 

“Cada día, excepto si llueve a cántaros, o si se levanta mucho polvo, como hoy, que no se puede respirar — le decía Amos Oz a Shira Hadad en una de sus conversaciones — hago mis paseos matutinos. Eso me ayuda a ver las cosas en su justa medida: ¿qué es más importante?, ¿qué no lo es?, ¿qué se habrá olvidado en unos días?, ¿qué no será olvidado? Paseo incluso antes de tomarme un café. Me levanto, me ducho, me afeito y salgo. A las cuatro y cuarto, ya estoy en la calle; a las cinco menos cuarto estoy de vuelta; un poco antes de las cinco —fuera es aún noche cerrada —, ya estoy con el café en la mesa. Esas son mis horas. Ese es todo el ritual.

 

 

Yo no sufro, no me cuesta levantarme a las cuatro. Me despierto sin despertador. Incluso los sábados, incluso los días de fiesta. Esas son  las horas en las que nadie me necesita. En Arad salía a caminar por el desierto antes del amanecer, porque el desierto comenzaba a cinco minutos de mi casa.  Aquí, a veces camino por el pequeño parque, o simplemente por las calles, porque me resulta interesante. Las ventanas están oscuras, salvo en el baño donde dejan la  luz del baño encendida. Hay mucha gente que deja la luz del baño encendida por la noche. Tal vez piensan que eso asustará a los ladrones, o quizá lo hacen por si el niño se despierta durante la noche. Tal vez piensan que la muerte no vendrá si hay luz en el baño.

A veces tengo la oportunidad de darle los buenos días al repartidor de periódico. Hace unos días vi en un jardín a un joven con un perro a las cuatro de la madrugada. No estaba paseando, solo jugaba con el perro en el césped a las cuatro de la madrugada. Le arrojaba un palo y el perro se lo devolvía.  Y yo, mientras camino a esas horas, pienso en lo que me aguarda sobre  la mesa. Porque casi siempre estoy en medio de algo. Así que pienso dónde estaba ayer, dónde lo dejé, adónde quiero llevarlo. No siempre ocurre lo que pienso, pero pienso, sí, y de algún modo también conduzco a las personas, conduzco a los personajes.”

 


 

(Imágenes -1-André Wythe/ 2-Theodore Major/ 3- Lesser Ury- 1920)

ÁRBOL

 

“Tres cosas era este árbol en su forma. Estaba allí, en el centro. ¿Estará todavía?  ¿Seguirá estando? Eso es lo que yo me pregunto desde hace días con una angustia inexplicable, si es que la angustia puede tener alguna vez explicación.

La primavera lo dejaba tan intacto como el invierno, porque la nieve no se posaba en sus ramas, ni grandes ni pequeñas, donde tampoco había cobijo para los insectos. No lo vi brotar en tantas y tantas primaveras como pasé por allí sin dejar de mirarle y darle la vuelta. Cada día, ni un capullo ni un brote.

 

 

El árbol era viejo y no lo era; había alcanzado la edad de ser, la edad del ser. No era, pues, ni viejo ni joven; había traspasado ya el límite de la generación. Si era viejo lo era según ese criterio de la generación, porque ya no brotaba.

Y crecían hasta que ya se quedaban allí y ya no salían porque se habían muerto o, más que muerto, extinguido o, mejor dicho, metamorfoseado. ¡Qué aventura íntima de la savia y de las raíces intactas y gloriosas, casi a flor de piel, de aquel árbol que había crecido de esa manera, abriéndose y cerrándose!

 

 

Pero abriéndose en forma que se dibujaba en el aire, que no era un lugar de tránsito ni un lugar de metamorfosis, porque ya no podía cambiar, sino un lugar, una criatura que simplemente era aquel árbol.

¿De qué reino? Algún botánico lo habrá estudiado, pero mi ignorancia no lo sabe. No lo sé más que porque lo he visto, porque lo he amado, y ahora porque lo sueño. Y, si lo sueño tanto, ¿no será que ya no existe, que se ha convertido en sueño mío este ser?

No, nadie se podía acercar a aquel árbol a causa de la respiración que de él emanaba. ¿De dónde? ¿De sus ramas? ¿De su corazón encendido todavía? No sabría decirlo. Pero aliento aquel árbol, Señor, sí lo tenia.”

María Zambrano – “Árbol” (1985) – “Algunos lugares de la pintura”

 

(Imágenes- 1-Pier Mondrian -1910/ – 2-Alicia Rothman/ 3- Andrés Wyeth- 1959/ 4-Paul Signac 1893)