NO TE ASOMES A ESE JARDÍN

 


“No te asomes a ese jardín

ni quieras descubrir sus rosas.

Mueren tras ese idéntico

perfume, igual color,

y la sed llena el vaso.

No te acerques a ese jardín

si quieres que aún existas

y que tu amor de siglos no se apague,

y si amas la esperanza.

Déjalas bajo el sol: búscate dentro

esa otra rosa que renace y muere,

esa flor que sospechas que hay en ti,

esa rosa que fue, pasó, nunca hubo rosas.”

Ángel Crespo — “Claroscuro” (1978)

(Imagen —Álexei Antonov)

MURIÓ EN MITAD DE UN VERSO

 

 

“Murió en mitad de un verso,

cantándole, florecièndole,

y quedó el verso abierto, disponible

para la eternidad,

mecido por la brisa,

la brisa que jamás concluye,

verso sin terminar, poeta eterno.

Quién se muriera así

al aire de una sílaba.

Y al conocer esa muerte de poeta,

recordé otra de mis oraciones.

”Quiero vivir, morir, siempre cantando

y no quiero saber por qué ni cuándo”.

Sí, en el seno del verso,

que le concluya y me concluya Dios.”

Gerardo Diego—“En mitad de un verso” —“Cementerio civil” (1972)

 

 

(Imagen —Alexei Antonov)

LAS CAMPANADAS DEL SACRISTÁN

 

Hay despertares singulares.

Contaba Elizabeth Carter, la poeta y traductora inglesa del siglo XVlll: “En la cabecera de mi cama tengo una campana atada a un grueso cordel que a su vez está atado a un plomo… que cuelga a través  de una grieta de mi ventana hasta el jardín de abajo, que pertenece al sacristán. Cuando èl se levanta entre las cuatro y las cinco de la mañana, tira del mencionado cordel con la misma fuerza y vehemencia que si estuviera tocando a difuntos. Gracias a este curioso invento me levanto temprano cada mañana, cosa que estúpidamente sería incapaz de lograr si alguien no me llamase. Conozco a algunas personas endiabladas que me han amenazado vilmente con cortar el cordel, lo que supondría mi completa ruina: me quedaría indefectiblemente dormida el verano entero.

 

 

Después de desayunar, mi mayor preocupación es regar los claveles y las rosas que tengo metidas en por lo menos veinte rincones de mi habitación. Una vez terminada esta tarea, me siento ante un clavecín pequeño. Tras dejarme sorda durante media hora con toda clase de ruidos, me dedico a otros pasatiempos que me ocupan aproximadamente el mismo periodo de tiempo, ya que de hecho hay bien pocas actividades a las que dedique más de treinta minutos. Así que entre leer, trabajar, escribir, dar vueltas a los globos terráqueos, subir y bajar las escaleras un millón de veces para saber dónde está todo el mundo y asegurarme de que están bien — lo que me garantiza pequeños intervalos de conversación  —, pocas veces me quedan ganas para hacer negocios o entretenerme.”

 


(Imagenes—1- Constable-1826-Tate gallery/2- Gerard Chowne -1904/ 3-Alexei Antonov)