«El sudor de Alejandro Magno desprendía un olor suave, no sólo no olía mal, sino que de forma natural olía bien – cuenta Antoine Compagon en «Un verano con Montaigne« -. Según Plutarco, tenía un temperamento caliente, debido al fuego, que cocía y disipaba la humedad de su cuerpo. A Montaigne le encantan estos detalles que recoge en las obras de los historiadores. No le interesan los grandes acontecimientos, las batallas y las conquistas, sino las anécdotas, los tics y las mímicas: Alejando inclinaba la cabeza hacia un lado, César se rascaba la cabeza con un dedo, Cicerón se hurgaba la nariz.»
Estos detalles, o estos gestos incontrolados e involuntarios, nos dicen más del hombre que las proezas que les atribuye la leyenda. Montaigne, que tenía como libro de cabecera las » Vidas paralelas de los hombres ilustres» de Plutarco, anotaba con precisión lo que decía el historiador griego: la causa del olor suave de Alejandro «la indagan Plutarco y otros – escribe Montaigne -Pero la forma común de los cuerpos es la contraria; y la mejor condición que alcanzan es estar exentos de olor. Incluso la dulzura de los alientos más puros nada tiene más perfecto que carecer de olor alguno que nos ofenda.»
Son los detalles de los héroes los que desvelan su intimidad.
En «Diálogos con la cultura» quise recordar las «Vidas imaginarias» de Marcel Schowb a las que ya me referí aquí. Marcel Schwob con sus “Vidas imaginarias” – dije entonces – (en las que, como recuerda Borges al prologarlas en su Biblioteca personal, “los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos) – el sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén”, sigue comentando Borges. Y así Schwob, en esas“Vidas imaginarias” nos dice que “el día de Waterloo Napoleón estaba enfermo (…), que Alejandro andaba ebrio cuando mató a Klitos, que la fístula de Luis XlV pudo influir en alguna de sus decisiones (…), que Diógenes Laercio nos enseña que Aristóteles llevaba sobre el estómago un odre de aceite caliente (…), que Aubrey, en las “Vidas de las personas eminentes“, nos confiesa que Milton“pronunciaba la r muy dura”, que a Erasmo “no le gustaba el pescado, aunque había nacido en una ciudad de pescadores”, y que en cuanto a Bacon, “ninguno de sus servidores habría osado presentarse ante él con botas que no fueran de cuero de España, pues sentía al instante el olor del cuero de becerro y le resultaba muy desagradable”.
Olores, gestos, detalles que desvelan siempre al hombre.
(Imágenes.-1.-Hisaji Hara/ 2.-Takeshi Sano– 1997.- corning museum glass/ 3.-Catalina Kehoe/ 4.-Ben Cauchi- 2007)