UN PASEO CON MONET POR GIVERNY

La paleta de Monet se componía de blanco de cerusita, amarillo de cadmio (claro, oscuro y limón), amarillo limón de ultramar, bermellón, violeta de cobalto (claro), ultramar superfluo y verde esmeralda. Así quedó reseñado en el «Bulletin de la vie artistique» del 15 de julio de 1923. Pero la paleta  de Monet, cuando ahora se camina por los jardines de Giverny, parece quedar diluida dando paso a cuantos colores de la belleza el pintor señala. «Cuando salgas a pintar – aconsejaba-, trata de olvidar los objetos que tienes ante ti, un árbol, una casa, un campo, o lo que sea. Piensa solamente: he aquí un cuadradito azul, un óvalo rosa, una franja amarilla, y píntalos tal como los ves, con el color y la forma exactas, hasta que obtengas tu propia e ingenua impresión de la escena que tienes delante».

Así, desde la mesa de comedor de hoy en Giverny, parece que los viejos tiempos nos hablaran. Recuerda Sue Roe, varias veces citada en Mi Siglo al comentar la vida privada de los impresionistas, que «a la casa se llegaba por un sendero bordeado de pinos y abrigado por enrejados cubiertos de rosas. El jardín, un espacio vasto y escondido, estaba parcialmente adornado de boj. Había dos parterres yertos que discurrían en paralelo a un amplio camino bordeado de cipreses (…) Monet y Alice quitaron inmediatamente el boj, que no les gustaba a ninguno de los dos, e iniciaron una discusión, que duraría dos décadas, sobre los cipreses».

«Pronto Monet sigue evocando Roe -empezó a ser admirado en Giverny. Los lugareños lo observaban mientras iba por el pueblo impartiendo órdenes con su voz clara y metálica (…) Monet mandó contruir una nave junto al río para que albergase sus barcas y almacenara sus caballetes y lienzos».

«Entretanto, metió la pinturas en el granero y amarró las barcas en una islita cercana, donde el Epte se une al Sena. Ayudado de sus dos hijos pequeños, ataba las barcas a los espesos troncos de los sauces ribereños y todos juntos volvían a la casa al atardecer, con sonido de los barcos de vapor que remolcaban las gabarras por el Sena«.

«Me gusta ver a este hombre – dice Octave Mirbeau en «Claude Monet y Giverny» (Centellas) – en el intervalo de sus trabajos, en mangas de camisa, con las manos negras de mantillo, el rostro tostado por el sol, feliz de sembrar semillas, en su jardín siempre resplandeciente de flores, sobre el fondo risueño y discreto de su pequeña casa revestida de mortero rosa».

Y luego, sentado ya en el jardín con su sombrero blanco, dejaba venir poco a poco sus recuerdos ante Thiébault- Sisson en una de las escasas entrevistas que concedió en su vida: «No volví a ver a Manet  – evocaba- hasta 1869, pero fue para entrar en su intimidad enseguida. Ya en el primer encuentro me invitó a ir a verle todos los días a un café de Batignolles donde sus amigos y él se reunían para conversar al salir del taller. Allí encontré a Fantin-Latour y Cézanne, Degas, que llegó poco después de Italia, el crítico de arte Duranty, Émile Zola, que debutaba entonces en las letras, y otros más. Yo mismo llevé a Sisley, Bazille y Renoir.  No había nada más interesante que esas tertulias, con su choque de opiniones perpetuo. Se estaba allí con la inteligencia en vilo, nos animábamos mutuamente a la búsqueda desinteresada y sincera, y uno acumulaba provisiones de entusiasmo que, durante semanas y semanas, le sostenían hasta que conseguía dar forma definitiva a la idea».

Lejos, esperaba la casa de Giverny a que los recuerdos volvieran.

(Imágenes:-1.- Claude Monet.-Nympheas,.1915/ 2.- comedor en casa de Monet en Giverny.-Fondation Claude Monet/ 3.- jardines de Giverny.-Fondation Claude Monet/ 4.- taller de Monet en Giverny.-Fonfation Claude Monet/ 5.- jardines de Giverny.-Fondation Claude Monet/ 6.- Claude Monet en su jardín de Giverny.-1915.-por Sacha Guitry.-chagalov/ 7.- casa de Monet en Giverny.-Fondation Claude Monet)

ARTISTAS Y MARCHANTES

Estos hombres agachados sobre las manos y las rodillas, ocupados en acuchillar el piso de uno de los nuevos apartamentos de Haussmann fue la obra «Cepillando el parquet» que Caillebotte presentó en la exposición de 1876, en la galería de Durand – Ruel de la calle Le Peletier de París. Como señala  Sue Roe en «Vida privada de los impresionistas» (Turner), sorprendieron en este cuadro los músculos de la espalda de los hombres «en los que casi se puede sentir la presión de sus brazos u oler la madera mientras las virutas salen despedidas por la ventana«.

El ojo y el cálculo de Durand-Ruel, el célebre marchante, estaban detrás de esta exposición de doscientos cincuenta y dos lienzos, entre los que destacaban «Comerciantes de algodón» y «En el café» de Degas o «La japonesa» de Monet. «La japonesa«, con sus vivos tonos rojos, fue vendida por dos mil francos. Pero era Paul Durand- Ruel, un francés bajito e impecablemente vestido, con levita negra, cuello almidonado y sombrero de copa – tal como lo describe Roe al llegar éste diez años después a Nueva York para preparar en América una exposición de los impresionistas – quien tendría una gran visión de futuro: fuertemente endeudado, en parte por las dos décadas de continuado apoyo a los artistas, lograría al fin hacer historia en Nueva York en 1886.

Los marchantes han recorrido los tiempos gracias  a su intuición, su olfato, su habilidad para descubrir lo que el día de mañana se considerará excelente. En torno a Ambroise Vollard, al que alguna vez he aludido en Mi Siglo, giraban Cézanne, Degas y Renoir, y también su apuesta – ganada – por Rouault. En torno a D. H. Kahnweiler, al que también me referí aquí, giraron Picasso, Braque, Léger o Gris.

Pero no todo el mundo tiene cualidades de marchante y tampoco las relaciones entre marchantes y artistas han sido muchas veces fluidas. Cuando Jean Gimpel en «Contra el arte y los artistas» (Granica) habla de los marchantes cuenta como en 1674 el marchante Floquet impone sus temas al pintor; le encarga aquellos que el público pide para su negocio: ese pintor, Elias van den Broech, que recibe un salario anual, deberá estar diariamente a disposición de Floquet para pintarle todos los temas que su fantasía comercial pueda imaginar.

«Nací pintor – se lamentaba en el siglo XVll Louis- Henri de Loménie, conde de Brienne – y me hice conocedor de la pintura a fuerza de dinero. La curiosidad por los cuadros solo es buena para los pródigos como yo y para los reyes que pueden hacer tales gastos sin incomodidad. Pero para los particulares, por cierto una gran locura, y el gasto supera infinitamente sus fuerzas y sus medios… He gastado mucho dinero en cuadros. (…) Yo me conozco muy bien. Puedo comprar un cuadro sin consultar a nadie y sin temor de ser engañado por los Jabach y los Perruchot, por los Forest y los Podestá, grandes traficantes de cuadros que vendieron en su tiempo copias por originales…».

(Pequeño apunte en estos días en que la prensa habla del galerista Larry Gagosian y de su nuevo espacio expositivo en París)

(Imágenes:-1.-cepillando el parquet- 1875.-Gustave Caillebotte.-Museo d`Orsay/2.- Paul Durand -Ruel.-por Renoir.-1910/3.-La japonaise.-Monet.-1876/ 4.-el viejo clown con perro.-Georges Rouault.-fundación Rouault/ 5.-Retrato de Kahnweiler.-Picasso.-1910- instruct. vestwalley.edu)