FOTOS EN EL METRO

Cuando entra ese negro ciego en el metro y le llevan de la mano para que pueda sentarse en el vagón, la niña que está enfrente se le queda mirando de pronto y empieza a fotografiarle instantáneamente, velozmente, sus pupilas de once años captan una, dos, cien, mil fotografías precisas, está formando la imagen de ese negro ciego que se ha sentado hierático con su bastón mirando al vacío desde su vacío, viajando en su habitual negrura, y la cámara de los ojos de la niña deja que se impresione mediante la luz esa superficie sensibilizada llamada clisé, placa o película, y esas fotografías sucesivas no las olvidará nunca porque son las preguntas de los cómos, de los porqués, del por qué ese negro es ciego y además sonríe, cómo es posible que sonría, por qué parece tan feliz, de dónde viene ese negro con gafas oscuras, a dónde va, los flases y fogonazos de las interrogantes eternas en unos ojos de once años que guardan todos los destellos que emite el mundo.
No sabe esa niña que fotografía que yo la estoy fotografiando. Ella reproduce en sí misma la imagen de ese negro ciego y yo la reproduzco a ella. Ella lo representa en sucesivas instantáneas y yo la retrato en parpadeos constantes.
Mientras tanto corre el vagón con sus luces, entra en el tunel de las sombras, sale de nuevo a la claridad, entra otra vez en la ceguera.

CARTONES Y TERNURAS

Me cuentan que a ese hombre tirado bajo los soportales le han abierto esta noche los cartones y han encontrado sudor y orines entre sus ropas. Luego le han abierto las ropas y han hallado una vida tendida, los pies encogidos y los ojos pegados al sueño. Como aún se tapaba con más papeles y cartones han tropezado debajo con trozos de hambre, cascos de bebida, un matrimonio roto, peleas en la casa, desahucios, semanas en albergues y madrugadas heladas. Luego han seguido apartando todo lo que le cubría y se han topado con desplantes de hijos, navajas, gritos, peleas , un corte en la cara y seis jeringuillas. Aún se tapaba con otro cartón, y al separarlo, han descubierto despidos, deudas, hurtos, estudios sin terminar, una infancia radiante y una risa espontánea que acabó lúgubre.
Me cuentan que por la acera, de pronto, ha venido presurosa una mujer taconeando emocionada. Apartando las mantas, se ha inclinado solícita, ha extendido los brazos y ha preguntado mirando al hombre, llamándole por su diminutivo:
-¿Pero qué haces aquí, hijo mío? ¿Cómo has llegado hasta aquí? – le ha dicho besándole – ¿Cómo has descendido hasta esto?
Y lo ha abrazado incorporándolo y como madre no ha sabido más que envolverle con ternura.

LA VIDA PERFECTA

Érase una vez un día perfecto, el único que se recuerda, salió el sol sin nube alguna sobre los campos y carreteras, iluminó suavemente las autopistas, iban dichosos por todas ellas los felices viajeros sin problemas, sin una sombra, sin la menor preocupación. A las ocho, cuando se abrieron las oficinas, los jefes iniciaron un día muy amable, la cordialidad se extendió por pasillos y despachos, funcionaban a pleno rendimiento las máquinas, no arrojaban los teléfonos tensiones ni conflictos, todas las noticias, los diálogos, las historias entrecruzadas, eran constantemente alegres, se comentaba la salud y belleza de los niños encantados de estar en los colegios, la bondad, paciencia y valor de los ancianos, el equilibrio de todos los matrimonios, la dulzura, la suavidad en todas las relaciones, la puntualidad de los transportes, la excelente educación de los ciudadanos. La mañana en todas partes transcurrió tan llena de luz que los telediarios al mediodía recogieron el paso de las horas del día perfecto apareciendo en pantalla las permanentes sonrisas iluminando cada noticia, las alegrías compartidas por los protagonistas, el gozo al extender la felicidad, y así la tarde entró muy pacífica y sosegada, plena de satisfacciones, ya que las horas del día perfecto poseguían radiantes, los parques se llenaron de risas innumerables y a la hora de la cena, tras una jornada memorable, los telediarios volvieron a confirmar que el bienestar más profundo reinaba en todos los hogares y que una paz soberana invadía las existencias de los hombres.
Lo que no se sabe de ese día es que no trabajó ningun artista. Ningun pintor, ningun escultor, ningun músico, ningun escritor. Ese día fue el único en que no se pintó, ni se esculpió, ni se compuso, y nada se escribió.
No hubo inspiración. No había nada que decir. Faltaban todos los contraluces. Todas las sombras.
Sólo se oyó murmurar al final de día, ya muy desolado, lo que decía Tarkovsky, el autor de «Sacrificio», de «La infancia de Iván» y de «Solaris»: «La gente hace arte porque la vida no es perfecta», comentó en voz muy baja.
Felizmente al día siguiente volvió a amanecer el día imperfecto, las horas crispadas, la completa (e incompleta) vida imperfecta, los ruidos, el caos, las inesperadas tensiones y vicisitudes.
Ya muy de mañana se les vio a los artistas en sus talleres – muy inspirados, muy ilusionados -, volviendo a hacer arte.

OBRAS EN CASA

De obras en casa. Siempre que hay albañiles te ponen la casa patas arriba, pero esta vez lo he querido hacer yo mismo, he ido ganando el cuarto que necesitaba al otro lado del comedor, exactamente entre la cocina y el comedor, he ido sacando al pasillo cosas repetidas e inservibles, algunos sueños, melancolías, premoniciones, aspiraciones que ya se cumplieron, un poco de aquella vanidad de mis primeros años, en fin, eso que se acumula y que no se acaba de limpiar, residuos, ciertas envidias. Al final, con mucho esfuerzo, me ha quedado un cuarto nuevo aunque pequeño, indudablemente hay que darle una mano de pintura pero al acabar y cerrarlo y luego abrir otra vez la puerta para verlo me he quedado asombrado porque nunca he tenido un cuarto así, tan pequeño como un cuaderno, más bien es un solo cuaderno abierto en el centro del cuarto, yo creo que ni siquiera tiene las medidas de un cuaderno, es una simple hoja para pensar, una hoja blanca para pensar en la vida, la vida es el pasillo, la casa, la calle, el mundo, pero siempre he vivido la vida y nunca pensé en ella simplemente por falta de un cuarto, de un cuaderno, de una hoja de tiempo ante la que inclinarme para escribir qué pienso yo de la vida ahora que la vivo tanto y que es mi vida única.
Anoche, cuando me vino a ver Bioy Casares y me dijo eso del pensar -«no lo dudes, escribir es agregar un cuarto a la vida. Está la vida y está pensar sobre la vida»-, indudablemente me hizo pensar. Estaba yo con la vida a cuestas por el pasillo y me dije que necesitaba este cuarto para mí, donde ahora estoy ante la hoja blanca pensando por qué no he pensado nunca, por qué dejo que la vida me coma y no me pregunto qué puedo hacer mejor aún en esta vida.