VIAJEROS OCIOSOS Y VIAJEROS SENTIMENTALES

 

ciudades-nnhu- Londres- John Atkinson Grimshaw

 

«Los designaré por su nombre – escribe el irlandés Laurence Sterne -: hay simples viajeros, pero hay también viajeros ociosos, viajeros curiosos, viajeros embusteros, viajeros vanidosos, viajeros melancólicos, y, tras ellos, vienen los viajeros de necesidad: viajeros felones y delincuentes, viajeros inocente e infortunados. Y, finalmente, el viajero sentimental (o sea yo), y que ha viajado por imperio de la necesidad y por el deseo de viajar en igual grado que cualquiera de los incluidos anteriormente (…)

Hablando sobre las causas eficientes y las causas finales del viajar, existe toda esa gente ociosa que abandona su país natal por el extranjero, y que tiene su razón o razones, sea por enfermedad del cuerpo, imbecilidad de la mente o necesidad inevitable.

 

ciudades-ybbb-puentes-Claude Monet- mil novecientos tres

 

Las dos primeras clases comprenden a todos los que viajan por mar y por tierra, sea por orgullo, vanidad o melancolía, subdivididos y combinados hasta el infinito. La tercera clase comprende el numeroso ejército de los mártires peregrinos y  los delincuentes, que viajan bajo la dirección de las autoridades, por exhorto del magistrado. Todavía hay una cuarta clase. Me refiero a los que cruzan el mar y se establecen en tierra extraña, con el fin de ahorrar dinero, por varias razones y bajo pretextos cualesquiera».

 

ciudades-nttr- ríos- Amsterdam- Oskar Kokoschka- mil novecientos veinticinco

 

Así va desmenuzando Sterne las características de quienes van y vienen por el mundo en su «Viaje sentimental por Francia e Italia«. Javier Marías, en sus «Vidas escritas«, al hablar de Sterne, recuerda que tanto gusto tomaron los Sterne a esos países y a sus climas que su mujer Elizabeth y su hija Lydia se quedaron a vivir en el sur del primero, sancionando así de hecho la separación oficiosa entre los esposos. Sterne, anota Marías, «era un hombre bondadoso y ligero, que una vez quiso «heredar» los dos niños que dejaba a su muerte una viuda indigente (…) Él puso de moda en la sociedad de su tiempo ahuyentar suavemente a las moscas en vez de matarlas cuando molestaban».

Viajes sentimentales muchas veces que a uno le gusta recordar.

 

ciudades-tccff- Robert Spencer- mil novecientos veintitres

 

(Imágenes.- 1.-John Atkinson/ 2.-Claude Monet- 1903/ 3.-Amsterdam- Oscar Kokoschka– 1925/ 4.-Robert Spencer- 1923)

EL INFINITO VIAJAR

«Aparte de esas mínimas salidas, era tan poco lo que podía hacerse que las horas acababan por superponerse, por ser siempre la misma en el recuerdo – se leee en «La autopista del sur», el excelente cuento de Cortázar – (…) Por la mañana se avanzó muy poco pero lo bastante como para darles la esperanza de que esa tarde se abriría la ruta hacia París. A las nueve llegó un extranjero con buenas noticias: habrían rellenado las grietas y pronto se podría circular normalmente«. El cuento prosigue pero lo que continúa en el tiempo es esta espera actual en los aeropuertos del mundo, la ruta de humildad del hombre ante el vapor y las cenizas de la Naturaleza, la parálisis en vidas y proyectos dormitando sobre las maletas, meditando la sorprendente impotencia de un mundo que se creía omnipotente, y diciéndose – como recuerda Magris en «Ítaca y más allá» (Huerga & Fierro) -: «dónde estamos yendo, pregunta el héroe de la novela de Novalis a la misteriosa figura femenina que se le ha aparecido a su lado en la antiquísima peña en el bosque, ¿hacía dónde se dirige nuestro camino? «Siempre hacia casa«.

Sí, siempre hacia casa, siempre queremos ir hacia casa, queremos llegar a casa, estar por fin en casa. Eso es lo que dicen los rostros y los labios en los aeropuertos de medio mundo. Es una constante también en la literatura. Laurence Sterne en su Viaje sentimental habla de los viajeros ociosos, los curiosos, los mentirosos, los orgullosos, los presuntuosos, los melancólicos, los forzados, los inocentes y los desgraciados, y también de los simples viajeros. Todos ellos quieren volver a casa. La pista de la velocidad, que creíamos dominar, permanece ahora detenida en el aire, entre la Nube y los aviones, y las peripecias que nos cuentan estos viajeros del XXl parecen volver por un momento a los avatares del XVlll, cuando Felipe V realiza el primer viaje del primer año del siglo: partió el rey de la raya de Francia el 30 de diciembre de 1700 a las once de la mañana, saliendo del viejo alcázar de los Austrias, para llegar en diecisiete jornadas a Irún, antes del 20 de enero de 1701. Cada jornada era de duración desigual, de cuatro a siete leguas ( a poco más de cinco kilómetros y medio la legua), según los accidentes del camino y también la distribución de las casas, torres o palacios donde poder hacer noche. Las jornadas eran de entre 25 y 40 kilómetros, y la velocidad nunca excedía de los 10 kilómetros a la hora.

Llegar a casa, estar por fin en casa. Pero a veces ocurre – como está pasando estos días en el mundo – que «el viajero – como dice Cees Noteboomsiente «las corrientes de aire que se filtran por las fisuras del edificio causal». Y Claudio Magris en El infinito viajar (Anagrama) comenta estas palabras como si glosara lo que estos días sucede en muchos países: » la realidad, tan a  menudo impenetrable, de pronto cede, se cuartea. Lo real se revela probabilista, indeterminista, sujeto a repentinos colapsos cuánticos que hacen desaparecer algunos de sus elementos, engullidos, absorbidos en vórtices del espacio- tiempo, remolinos de la mortalidad de todas las cosas, pero también del imprevisible brote de nueva vida».

El viaje siempre ha acompañado a la literatura y la literatura al viaje. A veces atravesar el agua de los viajes, la edad de los viajes, ha surcado de arrugas los recorridos y el viajero ha llegado al borde de su término exhausto y casi dolorido de cuantos recuerdos ha vivido. John Cheever lo describió magníficamente en su extraordinario cuento, El Nadador– luego llevado al cine .-Neddy Merrill atraviesa las piscinas en su intento de llegar a casa, de estar por fin en casa. «Ned se tiró al agua e hizo un largo, pero cuando intentó alzarse hasta el borde para salir de la piscina, descubrió que sus brazos y sus hombros no tenían fuerza: llegó como pudo a la escalerilla y salió del agua. Al mirar por encima del hombro vio un hombre joven en los vestuarios iluminados. Al cruzar el césped – ya se había hecho completamente de noche – le llegó un aroma de crisantemos o de caléndulas, decididamente otoñal y tan intenso como el olor a gasolina. Levantó la cabeza y comprobó que habían salido las estrellas, pero ¿por qué tenía la impresión de ver Andrómeda, Cefeo y Casiopea? ¿Qué se habían hecho de las constelaciones de pleno verano? Ned se echó a llorar».

(Imágenes:-1. fotografía; ucem-es/2.–Benny Andrews.-1996.-artnet/ 3.-Benny Andrews.-2004.-artet/ 4.-Emiliano Ponzi.-The New York Times)