SAUL BELLOW

 

escritores.-98nnh.-Saul Bellow.-Vermont 1984.-Dmitri Kasterine

 

«Todos los años, el mundo cambia radicalmente – confesaba Saul Belllow -.Se transforma a un ritmo para el que no tenemos instrumento de medida adecuado. Es pavoroso. Y cada uno de nosotros tiene que enfrentarse – solo – a esa enorme complejidad… Hemos de pensar, pues, para vivir. Es un problema de una urgencia inaplazable. Las soluciones no dependen tan sólo del exterior. Muchas dependen de nosotros mismos. Se les ha aplicado un nombre: necesidades neuróticas, exigencias del alma y también necesidades realmente humanas, tales como la de ser libre, de amar, de trabajar, de buscar la verdad, de dar un sentido al mundo. Luchamos por encontrar un orden y un equilibrio».

 

escritores.-07b.-Saul Bellow

 

«Algunos escritores – contestaba Bellow a «The Paris Review» – se toman excesivamente en serio a sí mismos. Aceptan las ideas del «público culto». Lo que entendemos por «sobrevaloración del artista» existe. Algunos músicos y escritores se dieron cuenta. Stravinsky dice que el compositor debe practicar su oficio tal como lo hace el zapatero. Mozart y Haydn aceptaban encargos: literalmente, componían música por encargo. En cambio, en el siglo XlX el artista esperaba, altivo, la Inspiración. Pero cuando uno se eleva a sí mismo al rango de institución cultural, se mete en un grave problema.

Después está  ese desorden moderno menor:  la enfermedad de los que viven de la imagen de sí mismos creada por los diarios, la televisión, los rumores, o la necesidad de celebridades del público. Hasta los bufones, los que luchan por ganar todos los premios y las estrellas de cine se han pescado el virus. Yo evito esas «imágenes». Anhelo, no la oscuridad absoluta – soy demasiado egoísta para eso -, pero sí la paz… libre de intrusiones molestas».

 

escritores.-9uu.-Saul Bellow

 

«¿Necesitamos a los novelistas? Sí. ¿Lo sabemos ? No. – ampliaba  Bellow en 1996 -Aunque todavía se encuentra un cuarto de millón de seguidores en todo el país. Se trata de gente que se ha preservado como miembros de una logia a la que no se permite revelar el secreto de su saludo. Antes, cuando viajaba por el país, hacía un juego. Me paraba en una biblioteca de pueblo que llevaba el nombre de algún multimillonario y recorría las estanterías para ver  cuántos lectores tenía Proust. Para mi sorpresa, había lectores que se llevaban esos libros. No eran los libros más usados de las estanterías, pero no eran ignorados totalmente. De modo que algo sucede, como si la gente se agarrara a la vida por medio de esos libros».

(pequeña evocación de Saul Bellow del que hoy se celebran los cien años de su nacimiento)

 

escritores.-tyym.-Saul Bellow.-1964.-Jeff Lowenthal

 

(Imágenes.- 1.-Saul Bellow- 1984- Dmitri Kasterini/ 2 y 3- Saul Bellow/ 4.- Saul Bellow- 1964- Jeff Lowenthal)

LEER CON LOS DEDOS, TOCAR CON LAS PALABRAS

escribir-Sam Messer- máquina de escribir llorando- dos mil nueve

«Mecanografiar – confesaba Paul Auster en «The Paris Review» (2003) -me permite experimentar el libro de otro modo, hundirme en el flujo de la narración y sentir cómo funciona en conjunto. Lo llamo «leer con los dedos» y resulta asombrosa la cantidad de errores que encuentran tus dedos y tus ojos no perciben. Repeticiones, construcciones torpes, ritmos entrecortados. Nunca falla. Creo que he terminado el libro, empiezo a pasarlo a máquina y me doy cuenta de que necesita más trabajo (…) La máquina de escribir me obliga a empezar desde el principio cuando he terminado. Con un ordenador, haces los cambios en la pantalla, y luego imprimes una copia en limpio. Con una máquina de escribir no tienes un manuscrito limpio a menos que empieces de cero. Es un proceso increíblemente tedioso. Has terminado el libro, y tienes que pasar  varias semanas dedicado a la tarea puramente mecánica de transcribir lo que ya has escrito. Es malo para  tu cuello, malo para tu espalda e, incluso aunque puedas mecanografiar veinte o treinta páginas al día, las páginas terminadas se apilan con una lentitud insufrible. Ése es el momento en el que siempre deseo haberme pasado al ordenador, y sin embargo cada vez que me someto a esa etapa final de un libro termino descubriendo lo esencial que resulta (…)

escribir.-tbgg.-Jason Toney.-Hard Boiled

(…) Pero antes de pasar a la máquina de escribir, siempre escribo a mano. Normalmente con una pluma estilográfica, pero a veces con un lápiz, especialmente para las correcciones. Si pudiera escribir directamente en una máquina de escribir o un ordenador, lo haría. Pero los teclados siempre me han intimidado. Nunca he podido pensar con claridad con los dedos en esa posición. Una pluma es un instrumento mucho más primitivo. Sientes que las palabras salen de tu cuerpo y luego las excavas en la página. Escribir siempre ha tenido una cualidad táctil

escribir.-ervvb.-Eve Arnold.-EE.UU. Nueva York.-Arthur Miller.-Las brujas de Salem.-1953

para mí. Es una experiencia física (…) Pienso en el cuaderno como una casa de palabras, un lugar secreto para reflexionar y examinarse a uno mismo. No me interesan sólo los resultados de la escritura, sino el proceso, el acto de poner palabras sobre la página. De joven, siempre me preguntaba: ¿de dónde vienen las palabras? »

Si esto dice Auster respecto al «leer con los dedos«, el «tocar con las palabras» (sea en Pla o en W. G. Sebald) – a los que en varias ocasiones me he referido aquí -, nos transmite todo el misterio de las palabras, la lucha también con las palabras, como cuando dice Sebald escribiendo:  «las frases se disolvían en palabras aisladas, las palabras, en una sucesión arbitraria de letras, las letras en signos inconexos, y éstos en una huella gris azulada, que brillaba plateada aquí o allá, y que algún ser reptante había segregado y arrastrado tras sí, y cuya vista me llenaba cada vez más de sentimientos de horror y vergüenza».

Las palabras se escapan, uno no encuentra las palabras, y uno describe de forma magistral que en ese momento le está siendo imposible escribir.

escribir-ccdbn-Eugène Carrière- mil ochocientos

(Imágenes.-1. Sam Messer– máquina de escribir llorando- 2009/2.-Jason Toney Hard-Boiled/ 3.- Eve Arnold– Arthur Miller- «Las brujas de Salem»- 1953/4.- Eugène Carrière)

¿CREES QUE TÚ MISMA PUEDES ESCRIBIR UN LIBRO?

escritores.-tyhh.-Karen Blixen.-Isak Dinesen.-1920

«Entre los somalíes, entre los masai – así se lee en la entrevista a Isak Dinesen que recogió «The Paris Review»  -, la baronesa fue una gran doctora, una cazadora merecedora del título de «Reina Leona»  pero a quien se sospechaba incapaz de escribir un libro. La duda era dirigida por su joven criado Kamante:

«- Msabu, ¿crees que tú misma puedes escribir un libro?

Le respondí que no lo sabía.

Para figurarse una conversación con Kamante hay que imaginarse una pausa larga y grávida antes de cada frase, como si tuviera una profunda

responsabilidad. Todos los nativos son maestros en el arte de las pausas y de este modo dan perspectiva a una discusión. Kamante hizo una pausa así,  y luego dijo:

– Yo no lo creo.

escritores,.44fvv.-Isak Dinesen -Karen Blixen y Kamante.-artnet

Yo no tenía a nadie con quien hablar de mi libro: así que dejé a un lado mi papel y le pregunté por qué no. Descubrí que había estado pensando en aquella conversación previamente y que se había preparado para ella; tenía detrás suyo la mismísima Odisea y la depositó sobre la mesa.

– Mira, Msabu, éste es un buen libro. Está unido de un extremo a otro. Hasta si lo levantas y lo sacudes con fuerza no se hace pedazos. El hombre que lo ha escrito es muy listo. Pero lo que escribes – prosiguió con una mezcla de desprecio y de amable compasión – está un poco ahí y otro poco allá. Cuando la gente se olvida de cerrar la puerta, el viento lo mueve, se cae al suelo y entonces te enfadas. No será un buen libro.

Le expliqué que en Europa lo juntarían todo».

«De lo que Kamante verdaderamente dudaba es de que un blanco pudiera crear una narrativa como la propia, oral, con la complicidad del viento».

escritores.-ttb.-Peter Beard sobre Karen Blixen,-. artnet

«Todo se convertía en un pretexto para inventar una historia – decía de Karen Blixen su sobrina Ingeborg, y así lo relata Sandra Petrignani en «La escritora vive aquí» (Siruela) – . Y siempre era muy clara y precisa. Nunca aburrida. Una mujer especial, yo la adoraba. Tenía unos ojos muy oscuros, muy bonitos. Le venían de su madre. Sus estados de ánimo me sorprendían, pero no los temía como les sucedía a casi todos. Era sarcástica, y si se aburría, se convertía en una hiena. «Diviérteme, dime todo lo que ha pasado. ¿Has estado en alguna fiesta? ¿Quién estaba? ¿De qué habéis hablado? ¿Quién estaba sentado a tu lado? No podías responder de manera vaga o distraída. Ella quería todos los detalles. Pero todo ese interés hacía que te sintieras importante.(…) Uno de los criados a quien más cariño cogió en África, Kamante, resultó ser cocinero original y de gran clase».

Isak Dinesen.-rdvv,.Peter Beard.-Fahey.-Klein Gallery.-artnet

«Los leones – decía -, cuyo rugido es como «el tronar de los rifles en la oscuridad«, se convertirían para ella en el símbolo del físico perfecto. En «Memorias de África» mira fascinada sus cuerpos desollados: «ni una sola partícula de grasa superflua«, sólo músculos tensos y potentes. «Elegantes hasta los huesos». Y sobre los elefantes escribió en «Daguerrotipos«: «es fútil preguntarse para qué sirve un elefante: se cumple en sí mismo, con su cola delante y detrás».

«En realidad – le había respondido ya a Clara Svendsen en una entrevista – tengo tres mil años, y he cenado con Sócrates«, como ya hace tiempo recordé  en Mi Siglo.

(Imágenes.-1.- Karen Blixen.-1920.-caribarao.org/ 2.-Karen Blixen y Kamante.-artnet/ 3 y 4.- Peter Beard.-artnet) Peter Beard.-Fahey/ Klein Gallery.-artnet)

CARLOS FUENTES

«Soy un escritor matinal – le decía Carlos Fuentes a Alfred Mac Adam y Charle Ruas en Princeton, Nueva Jersey, en diciembre de 1981, para «The Paris Review» -: a las ocho y media ya estoy escribiendo en manuscrito y sigo hasta las doce y media, cuando me voy a nadar. Después vuelvo, almuerzo y leo a la tarde hasta que voy a hacer mi caminata para la escritura del otro día. Ahora debo escribir el libro mentalmente antes de sentarme a escribirlo en realidad. Durante mis caminatas en Princeton siempre sigo un recorrido triangular: voy a la casa de Einstein, en Mercer Street, después a la casa de Thomas Mann, en Stockton Street, y después a la casa de Hermann Broch, en Evelyn Place. Tras haber visitado esos tres lugares, vuelvo a casa, y para entonces ya he escrito mentalmente las seis o siete páginas del día siguiente. (…) Primero escribo a mano y después, cuando siento que ya lo «tengo«, lo dejo reposar. Después corrijo el manuscrito y lo mecanografío yo mismo, corrigiendo hasta el último minuto».

«Para mí, en todas las novelas en América Latinale decía a Emir Rodríguez Monegal en «El arte de narrar«-. evidentemente hay una búsqueda del lenguaje. Un remontarse a las fuentes del lenguaje. Si no hay una voluntad del lenguaje en una novela en América Latina, para mí esa novela no existe. Yo creo que la hay en Cortázar, en primer lugar, que para mí es casi un Bolivar de la novela latinoamericana. Es un hombre que nos ha liberado, que nos ha dicho que se puede hacer todo. En García Márquez, en Vargas Llosa, en Donoso, en Vicente Leñero, hay evidentemente una voluntad de encontrar un lenguaje que es al fin y al cabo la respuesta del escritor tanto a las exigencias de su arte como a las exigencias de su sociedad, y creo que ahí radica la posibilidad de la contemporaneidad».

«Escribo con los nervios del estómago – le decía a Luis Harss en «Los nuestros» (Sudamericana) – y lo pago con una úlcera duodenal y una colitis crónica. Vivo como escribo, por exceso y por insuficiencia, por voluntad y por abulia, por amor y por odio. Se escribe con algo que no le importa a nadie sino al escritor».

(Pequeña evocación en el día de su muerte. Descanse en paz)

(Imágenes-1-Carlos Fuentes.-foto Leo Lavalle.-EFE/ 2.-Carlos Fuentes.-impreso elnuevodiario.com.ni/ 3.-Carlos Fuentes.-Alfaguara. com)

LAS ENTREVISTAS IMPOSIBLES

Han existido entrevistas imposibles resueltas sin embargo de modo excepcional gracias a la fantasía y a la erudición. Entrevistas imaginarias- como he comentado ya en «Diálogos con la cultura«- en las que Giovanni Papini será el que, también imaginariamente, visitará a Einstein, a Wells, a Bernard Shaw y a muchos más.

La imaginación conseguirá también páginas destacadas gracias al italiano Manganelli  en sus entrevistas imposibles con Dickens, Marco Polo, Tutankamon, De Amicis, Gaudí y otros (» A y B») (Anagrama). E igualmente me referí ya en Mi Siglo a las «Vidas imaginarias» de Marcel Schwob.

Italo Calvino hará igualmente entrevistas imposibles en forma de relato con el hombre de Neanderthal, Moctezuma y Henry Ford en «La gran bonanza de las Antillas» (Tusquets), y ascendiendo ya por las ramas de más erudición y más fantasía, alcanzaremos la excelente prosa de Walter Pater en sus célebres «Retratos imaginarios«.

Los periodistas conseguirán también, si no entrevistas imposibles, sí al menos realmente difíciles. Corpus Barga visitando a Mussolini escuchará : «Usted es un periodista y no puede usted creer en la interviú«, pero logrará sin embargo describir magistralmente a su interlocutor. También Emil Ludwig, por los años treinta, traspasadas las puertas cerradas del Kremlin, escuchará a Stalin, pero antes, en México, las primeras entrevistas célebres habían sido las de James Creelman, en 1908, viendo a Porfirio Díaz, y la que Regino Hernández Llergo logra, en 1923, penetrando en el hermético refugio de Pancho Villa para hablar con él, sin olvidar la realizada por Blasco Ibáñez a Venustiano Carranza.

Son entrevistas difíciles, sí, pero no imposibles. Como entrevistas difíciles pero magistralmente conseguidas serán también en muchos casos las famosas de «The Paris Review«, una revista excepcional que quedará en los anales del periodismo.

(Imágenes:- 1 y 4.- portadas de la revista «The Paris Review»/ 2.-Bernard Shaw- Yousuf Karsh/ 3.- Charles Dickens.-por Frith.-1859/ 4.- Corpus Barga.- elmundo.es)

BALLARD

ciencia-ficcion-frfr-por-kenny-scharf-1995-1996-artnet«No estoy seguro de tener algo que agregar a lo que todo el mundo ha estado diciendo durante años – contestó J. G. Ballard en 1984 cuando fue interrogado por Thomas Frick para The Paris Review (El Ateneo)-. La década de los sesenta era una época de multiplicación infinita de posibilidades, de verdadera generosidad en muchos aspectos, una enorme red de conexiones entre Vietnam y la carrera espacial, la psicodelia y la música pop, y todo ello relacionado de todas las maneras concebibles gracias al paisaje de los medios de comunicación. Todos nosotros estábamos viviendo dentro de una enorme novela, una novela electrónica gobernada por la instantaneidad. En muchos aspectos el tiempo no existía en la década del sesenta, era tan sólo un conjunto de infinitos presentes configurativos. El tiempo volvió en la década del setenta, pero no el sentimiento del futuro. Las manecillas del reloj ahora no van a ninguna parte. No obstante aborrezco la nostalgia y es posible que vuelva a producirse una mezcla igualmente ardiente. Por otra parte, al ser tan serio, el futuro puede resultar aburrido. Es posible que mis hijos y los suyos vivan en un mundo sin acontecimientos y que la facultad de imaginación muera o se exprese exclusivamente en el mundo de la psicopatología».ciencia-ficcion-aabbcc-foto-paul-nicklen-national-geographic-image-collection

«Aun en el caso de un escritor naturalista, que en cierto sentido toma su tema directamente del mundo que le rodea – prosiguió – es muy difícil comprender el proceso por el cual una ficción en particular logra imponerse. Pero en el caso de un escritor imaginativo, en especial de uno como yo con grandes afinidades con los surrealistas, apenas si me doy cuenta de lo que está sucediendo. Las ideas recurrentes se juntan, las obsesiones se solidifican, se genera un conjunto de mitologías operativas, como los cuentos que se inventan acerca del tesoro para inspirar a la tripulación. Supongo que uno está enfrentado con un proceso muy semejante al de los sueños, una cantidad de escenarios ideados para dar sentido a ideas aparentemente irreconciliables. Así como los centros ópticos del cerebro construyen un universo completamente artificial, tridimensional, a través del cual podemos desplazarnos con eficacia, del mismo modo la mente en general crea un mundo imaginario que explica satisfactoriamente todo, siempre y cuando se le actualice constantemente. Así el flujo de novelas y relatos continúa…Supuestamente, todo el tiempo uno está escribiendo el mismo libro».ciencia-ficcion-ptw-por-joseph-kosuth-2007-galeria-juana-de-aizpuru-madrid-artnet

«Escribo cada uno de mis libros de manera consecutiva, tal como se lee, nunca altero el orden. Creo que el uso de una sinopsis refleja para mí una fuerte convicción en la importancia de la historia, de la naturaleza objetiva del mundo inventado que describo, de la completa separación de ese mundo con respecto a mi propia mente. Es un punto de vista anticuado (o al menos eso parece) aunque yo afirmaría vigorosamente que no lo es y también es un punto que me aparta de la idea posmodernista de una ficción reflexiva y autoconsciente que reconoce explícitamente la inseparabilidad del autor y el texto».

Cuando le preguntaron qué consejo daría a un joven escritor, Ballard contestó:»Tal vez lo que está mal de ser un escritor es que uno ni siquiera puede decir «buena suerte»: la suerte no desempeña ningún papel en la escritura de una novela. Nunca hay accidentes felices como puede ocurrir con el pincel o el cincel. Creo que uno no puede decir nada, verdaderamente. Siempre he querido hacer malabarismos y andar en un monociclo, pero me atrevería a decir que si alguna vez le pidiera consejos a un acróbata él me diría: «Todo lo que tiene que hacer es subirse y empezar a pedalear…».

(Pequeña evocación sobre J. G. Ballard, fallecido ayer, 19 de abril)

(Imágenes: 1.-«Cosmic Cavern», por Kenny Scharf.-1995-1996.-artnet/ 2.-foto: Paul Nicklen.-National Geographic image Collection/ 3.-«Otro mapa para no indicar», por Joseph Kosuth.-2007.-Galería Juana de Aizpuru.-Madrid)

TENGO TRES MIL AÑOS Y HE CENADO CON SÓCRATES

«Durante los años que pasé en África, cuando tenía mi granja en las montañas – le dice Isak Dinesen a Truman Capote -, nunca me imaginé que volvería a vivir en Dinamarca. Cuando supe que iba a perder la granja, cuando estuve segura de que no podría conservarla, empecé a escribir los cuentos: para olvidar lo insoportable». (Truman Capote: «Retratos».- Anagrama).
«Cuando era jovencita, ir a África estaba muy alejado de mis pensamientos, y tampoco soñaba con una granja africana como el lugar en el que sería totalmente feliz –le confiesa la baronesa a la entrevistadora de «The Paris Review» -. Eso demuestra que el poder de la imaginación de Dios es mucho mayor y más preciso que el nuestro. Pero en la época en la que estaba prometida para casarme con mi primo Bror Blixen, un tío nuestro se marchó de caza mayor a África y volvió lleno de alabanzas hacia el país. Theodore Roosevelt también había estado cazando allí; se hablaba mucho del África Oriental. Así que Bror y yo nos decidimos a probar suerte allí, y nuestros parientes de ambos lados de la familia nos dieron dinero para comprar una granja, que quedaba en las tierras altas de Kenia, no muy lejos de Nairobi. El día que llegué allí, me encantó el país y me sentí como en casa, aunque estuviera rodeada de flores, árboles y animales que no conocía, y de nubes cambiantes sobre las colinas de Ngong, que no se parecían a ningunas nubes que hubiera visto antes.

Entonces, África Oriental era realmente un paraíso, lo que las pieles rojas llamaban «felices tierras de caza». En mi juventud me gustaba mucho cazar, pero mi mayor interés durante los muchos años que pasé en África fueron los nativos africanos de todas las tribus, en particular los somalíes y los masai. Eran gente hermosa, noble, intrépida y sabia. La vida no era fácil dirigiendo una plantación de café. Más de cuatro mil hectáreas de labranza, y langostas y sequía… y nos dimos cuenta demasiado tarde de que la meseta donde estábamos ubicados resultaba demasiado elevada para poder cultivar café. Creo que la vida allí era bastante parecida a la Inglaterra del siglo XVlll: a menudo escaseaba el dinero, pero la vida seguía siendo rica en múltiples sentidos, con el maravilloso paisaje, decenas de caballos y perros, y multitud de criados». (Entrevista en «The Paris Review«.-El Aleph).

«Hoy esperaba al cartero – le sigue diciendo a Capote -. Esperaba que me trajera un nuevo paquete de libros. Leo tan rápidamente, que me es difícil estar abastecida. Lo que le pido al arte es atmósfera, ambiente. Algo que escasea en el menú de hoy. Nunca me canso de los libros que me gustan, puedo leerlos veinte veces. Puedo, y lo he hecho. El rey Lear. Siempre juzgo a una persona según su opinión sobre el rey Lear. Naturalmente, uno quiere una página nueva, un rostro diferente. Tengo un talento especial para la amistad; con lo que más disfruto es con mis amigos: moverme, salir, conocer nuevas personas y ganármelas».

Parecería que estuviéramos escuchando a Isak Dinesen o a Karen Blixen en el porche de esta casa de campo de África mientras filma el respirar de esta conversación Sidney Pollack, el director que acaba de morir. Merly Streep y Robert Redford, adormilados en este cálido porche, sueñan igual que Karen y que Denys Finch. Pasea lejos un león solitario y la escritora entre sueños murmura:

-Fíjese en los leones de ese sarcófago ¿Cómo pudieron haber conocido los etruscos al león? En África era el animal que más me gustaba.

Luego hay un largo silencio y Carla Svendsen, la entrevistadora de «The Paris Review«, le comenta asombrada la cantidad de libros que Dinesen ha leído en su vida.

– En realidad – dice la escritora con una misteriosa sonrisa – tengo tres mil años y he cenado con Sócrates. Descubrí a Shakespeare muy pronto, y ahora siento que la vida no sería nada sin él.

MÉXICO : OLIMPIADA DE 1968

«1968 fue un año axial: protestas, tumultos y motines en Praga, Chicago, París, Tokio, Belgrado, Roma, México, Santiago…De la misma manera que las epidemias medievales no respetaban ni las fronteras religiosas ni las jerarquías sociales, la rebelión juvenil anuló las clasificaciones ideológicas». Esto escribe Octavio Paz en su Postdata a El Laberinto de la soledad (Fondo de Cultura Económica) bajo el título «Olimpiada y Tlatelolco«.

En 1990, en conversación con Alfred Mac Adam para «The Paris Review» (El Ateneo), Paz recordaba que «el movimiento estudiantil en México era más ideológico que en Francia o en los Estados Unidos, pero también tenía aspiraciones legítimas. El sistema político mexicano, nacido de la revolución, había sobrevivido pero padecía una suerte de arteriosclerosis histórica. El 2 de octubre de 1968 el gobierno mexicano decidió emplear la violencia para reprimir el movimiento estudiantil. Fue un acto brutal. Sentí que no podía seguir sirviendo al gobierno, así que renuncié al cuerpo diplomático».

A Elena Poniatowska, que le preguntó también por la matanza de aquel 2 de octubre del 68, Paz le contestó parecidas cosas. Declaró que en aquel momento había renunciado a la Embajada en la India como protesta al haber visto noticiarios internacionales y fotografías de corresponsales extranjeros que se pudieron sacar de México, y Paz, al verlas, señaló en Le Monde que las imágenes no mienten. «La mañana del 3 de octubre me enteré de la represión del día anterior. Decidí – le dijo a Poniatowska – que no podía continuar representando a un gobierno que había obrado de una manera tan abiertamente opuesta a mi manera de pensar «.(«Las palabras del árbol«)( Plaza-Janés).

Como confesaría Octavio Paz en su «Conversación en la Universidad», Escribir y decir, en 1979, el poeta «inclinado sobre su escritorio, los ojos fijos y vacíos, el poeta-que-no-cree-en-la-inspiración ha terminado ya su primera estrofa, de acuerdo con el plan previamente trazado. Nada ha sido dejado al azar. Cada rima y cada imagen poseen la necesidad rigurosa de un axioma, tanto como la gratitud y ligereza de un juego geométrico. Pero falta una palabra para rematar el endecasílabo final. El poeta consulta el diccionario en busca de la rima rebelde. No la encuentra. Fuma, se levanta, se sienta, vuelve a levantarse. Nada: vacío, esterilidad. Y de pronto, aparece la rima. No la esperada, sino otra – siempre otra – que completa la estrofa de una manera imprevista y acaso contraria al proyecto original. ¿Cómo explicar esta extraña colaboración? No basta decir: el poeta tuvo una ocurrencia, que lo exaltó y puso fuera de sí un instante. Nada viene de nada. Esa palabra ¿en dónde estaba? Y sobre todo, ¿cómo se nos ocurren las «ocurrencias» poéticas?». (Pasión crítica) (Seix Barral).
Entonces bien podemos imaginar a Octavio Paz encontrando la palabra y la imagen total – esa imagen que le revuelve entero, la imagen que le llega desde la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco – y que recorre sus venas, baja violentamente por su brazo hasta la mano y con los dedos -también lenta o impetuosamente – va escribiendo el poema:
«México: Olimpiada de 1968«
La limpidez
(quizá valga la pena
escribirlo sobre la limpieza
de esta hoja)
no es límpida:
es una rabia
(amarilla y negra
acumulación de bilis en español)
extendida sobre la página.
¿Por qué?
La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo:
si
una nación entera se avergüenza
es león que se agazapa
para saltar.
(Los empleados
municipales lavan la sangre
en la Plaza de los Sacrificios)
Mira ahora,
manchada
antes de haber dicho algo
que valga la pena,
la limpidez.
(Cuando se cumplen diez años de la muerte de Octavio Paz y cuarenta de aquel 1968 bien merece la pena reunir aquí las dos fechas).

HABLAR COMO LA LLUVIA


Tenía una voz excepcionalmente grave y oscura, fantasmal, fuerte, irreal. Su acento en danés era casi arcaico, con las vocales abiertas y arrastradas del «viejo Copenhage«. Tenía una idea fija de lo que debía ser un cuento de Isak Dinesen, o una conversación, o una entrevista. Para un pequeño círculo de admiradores Karen Blixen se había convertido en el Viejo Marino, protagonista del famoso poema de Coleridge. Uno de sus invitados solía «darle pie» para que comenzara un cuento, y ella empezaba con su repertorio de gran dama, capaz de seguir y seguir sin una sola pausa y sin preocuparse de ponerse a la altura del que escuchaba. Otro de sus íntimos amigos decía estar dispuesto a echar una moneda a su contador y escuchar. A veces había en sus ojos una concentración total que casi asustaba, la mirada abstraída, en trance, viviendo totalmente en otro espacio y tiempo. Su hablar conpulsivo reflejaba su estado exaltado, estado de ensoñación, no plenamente consciente de dónde se encontraba.
Hablaba como la lluvia.
Convocaba a sus veladas a invitados imaginarios: a Shelley, a la emperatriz de China, a San Francisco.
Sí, hablaba como la lluvia.
En ocasiones era tan realista, tan abnegada y llena de recursos como la diosa china de la compasión y de la astucia femenina.
«Detesto la literatura – dijo -, y en especial la moderna. Leo con el apetito de una muchacha que piensa que va a encontrar el Príncipe Encantador en los libros».
A quien le entrevistó para The Paris Review (El Aleph), le dijo:
En África ya había aprendido a contar cuentos. Porque, ¿sabe?, tenía al público perfecto. Los blancos ya no escuchan los cuentos recitados. Se mueven inquietos o se quedan adormilados. Pero los nativos siguen teniendo oído. Les explicaba historias todo el tiempo, de todo tipo. Y toda clase de tonterías. Les decía: «Había una vez un hombre que tenía un elefante con dos cabezas…» y enseguida tenían ganas de escuchar más. «¿Ah? Sí, pero memsahib, ¿cómo lo encontró?, y ¿cómo lograba alimentarlo?» o cualquier otra cosa. Les encantaban esas invenciones. Deleitaba a mi gente de allí hablando en verso para ellos; no tienen rima, ¿sabe?, no la habían descubierto. Yo decía cosas como: «Wakamba na kula mamba» («La tribu wakamba come serpientes»), que en prosa les habría enfurecido, pero que les divertía enormemente en verso. Y después me decían: «Por favor, memsahib, habla como la lluvia», así que entonces sabía que les había gustado, ya que la lluvia allí era algo muy valioso.
Estos son los cuentos de Isak Dinesen, cuentos góticos y cuentos últimos, cuentos barrocos y cuentos sorprendentes. Caen intermitentemente, palabra a palabra, y caen con la finura de la literatura oral, abren el espacio de los oyentes y dejan en el campo de la atención el olor de la lluvia.

LOS GATOS VIEJOS

«Los escritores son a veces como los gatos viejos: desconfían de todos los demás gatos viejos, pero son bondadosos con los gatitos», decía Malcolm Cowley en el prólogo de Writers at Work – la colección de entrevistas de The Paris Review. Las célebres entrevistas se empezaron a publicar en 1953 y los profesionales fueron de dos en dos a ejercer su oficio después del memorable encuentro que el novelista inglés Forster mantuvo con los que fueron a verle. La revista necesitaba nombres famosos en su portada, pero no disponía de fondos necesarios para pagar sus colaboraciones. George Plimpton, el director, tuvo una idea feliz: «Conversemos con ellos y publiquemos lo que nos digan».
Ahora acaba de aparecer una nueva serie de las entrevistas de The Paris Review con edición y prólogo de Ignacio Echevarría (El Aleph). Como decía Robert Musil, la entrevista «es la forma artística de nuestra época; la belleza capitalista de este género reside en que el entrevistado hace todo el trabajo espiritual y no recibe nada por él, mientras que el entrevistador no hace en realidad nada pero percibe sus honorarios por ello». No es exactamente así ni es absolutamente justo calibrar este quehacer periodístico tan superficialmente, pero es indudable que ha habido opiniones para todo. Fellini le decía a Liliana Betti: «¿qué sentido tiene todo este ritual increíble de preguntas y respuestas? La concesión de una entrevista a cualquiera, sobre cualquier cosa, en cualquier ocasión, se está convirtiendo en la forma más pervertida de un sistema informativo que ha asumido proporciones delirantes». Y contestando a L`Arc en 1971 añadía el director italiano defendiéndose de quienes siempre le preguntaban lo mismo: «Miren, la respuesta número 2005». Pero quizás el juego del viejo gato y los gatitos en el caso del autor de La Strada se encuentre reflejado de forma fascinante en la entrevista-persecución que hiciera Oriana Fallaci en su diálogo «Famous Italian Director» recogido en su libro Los antipáticos.
Otro de los viejos gatos universales que se ha sabido mover excepcionalmente entre quienes maullaban en torno suyo ha sido García Márquez. «A quien soy incapaz de negar nada- decía el colombiano – es a los periodistas. Yo ejercí periodismo durante muchos años. Siento enorme gratitud por el oficio». Y sin embargo siempre ha detestado las entrevistas, y cuando una muchacha se presentó con la idea para un libro titulado «250 preguntas a García Márquez«, el escritor se la llevó a tomar café «y le expliqué -decía- que si yo contestara 250 preguntas, el libro sería mío».
El ronroneo de los viejos gatos negros o blancos, escurridizos o cálidos, erizados, crispados, juguetones, deslizándose misteriosos por alfombras de diálogos no tendría fin. Habría que citar a Tolkien que protestó :»Mi trabajo necesita concentración y paz de ánimo». Habría que citar a Hemingway: «El hecho de que esté interrumpiendo un trabajo serio para responder a estas preguntas demuestra que soy tan estúpido que debería recibir un severo castigo. Lo recibiré. No se preocupe», le dijo a George Plimpton.
Habría que citar también a los gatos secretos, aquellos que ocultan o cierran los ojos ante los fotógrafos: Thomas Pynchon, J. D. Salinger. William Styron exageró de Salinger: «Nadie le ha visto nunca. Recientemente se decía que Salinger no existía; que, en realidad, era Mailer. Sí, ha sido Nelson Algren quien ha lanzado este bulo: nunca se les ve juntos. Nelson ha llegado a la conclusión de que Salinger era Mailer disfrazado, o al contrario».