ESTA NOCHE SE IMPROVISA

Sí, esta noche se improvisa, en el Día Mundial del Teatro. Cuando entramos en esta sala encontramos el telón levantado y el escenario como si fuera una calle desierta, sin decorado, dispuesto de modo que nosotros, los espectadores, recibimos al verlo la impresión de que el espectáculo no ha sido preparado.
Y es que no hay nada preparado. Al apagarse la luz vemos a cuatro personajes: Georges Pitoeff, Charles Dullin, Louis Jouvet y Gaston Baty.
GEORGES PITOEFF.-(Paseando por el escenario.) Muchos consideran al director de escena como un intruso. Pero lo ha creado la necesidad. En el pintor la creación se produce en dos tiempos: aquel en que coloca los colores en la tela y aquel otro en que se retira para juzgar el efecto que producen. El actor se encuentra privado de este segundo tiempo. El director de escena se encargará de él.
CHARLES DULLIN.- (Interrumpiéndole con vehemencia.) Pero se olvida con demasiada frecuencia que el teatro está hecho para el público. Se pueden suprimir las candilejas, los decorados, pero no se suprime al público. Hay que escribir para él. (Pausa.) Por otro lado, la persona más importante en el teatro es el autor. El actor no puede hacer más que revivir las invenciones del autor; el director de escena no puede animar otro conjunto que el que ha previsto el autor. Es necesario repetirlo: toda la sustancia procede del autor.
LOUIS JOUVET.-(Con exaltación y viveza.) Para comprender bien una obra teatral, sin embargo, es preciso colocarla en su época, en su manera y en su moda. Pero más que el juego de los actores, que la masa y el alma del público, lo que importa a quien quiera resucitarla es evocar el aire donde se cristaliza la forma de su impulso, donde esos dos polos sensibles que son la escena y el auditorio se disputaron el puesto, refluyeron uno hacia otro, buscando instintivamente la forma que mejor convenía a su mutua penetración.
GASTON BATY.-(Impetuoso.) El reino que debe conquistar el teatro se extiende, pues, mucho más allá, hasta el infinito. Tras el hombre y su misterio interior, tras las cosas y su misterio, nos acercamos a misterios mucho mayores. La muerte, las presencias invisibles, todo lo que está más allá de la vida y la ilusión del tiempo. Basta, sin duda, inventariar tan brevemente toda esta riqueza que se ofrece al teatro para hacer evidente que no sabría abordarla únicamente por los procedimientos tradicionales. No se trata de hablar de todo ello, sino de hacerlo sensible. (Pausa.) De este modo intervienen en el drama los medios de expresión plásticos, colores, iluminaciones. Después, todos los demás: acción, mímica, ritmo, ruidos, música, etc. (Pausa.) Gracias a ellos podemos escapar de las viejas servidumbres, pasar las fronteras y traducir en el drama integral nuestra integral visión del mundo.
Luego las luces se apagan, las voces callan, no se ve el escenario. Sabemos que esta noche se improvisa. Aunque no les oigamos, presentimos que seguirán hablando siempre, permanentemente, estas tres grandes figuras en el Día Mundial del Teatro.

UN HOMBRE PARA LA ETERNIDAD

– Escucha, hija mía. En un Estado donde la virtud fuera de provecho, todos seríamos buenos por sentido común, y santos por conveniencia. Y viviríamos como ángeles o como animalitos – en esa tierra feliz donde los héroes ya no fueran necesarios. Pero ya que en este mundo la avaricia, la ira, la envidia, la soberbia, la pereza, la lujuria y la estupidez son de más provecho que la humildad, la castidad, la fortaleza, la justicia y la razón, y tenemos que elegir, pues así es el ser humano…, quizá no sea vano del todo el hacernos fuertes alguna vez, aun a riesgo de heroísmo.

(Palabras de Tomas Moro a su hija Margarita en «Un hombre para la eternidad», de Robert Bolt, pieza teatral que Fred Zinnemann llevó a la pantalla en 1966 y en la que Paul Scofield, interpretando a Moro, obtuvo un Oscar de los seis que ganó la película).

Ahora – con la muerte antesdeayer de Paul Scofield – nos llega, a través de su figura, el perfil de Tomas Moro – «adelantado en la cuarentena – lo describió Bolt al presentar a sus personajes -, pálido, estatura mediana, no muy robusto. Pero la vida de la inteligencia es en él tan abundante y bienhumorada que llega a iluminar su físico. Movimientos amplios y rápidos, nunca bruscos, pues tiene una natural moderación. Rostro de intelectual, se alegra con facilidad, para volver a su ordinario serio y comprensivo. Sólo en momentos de crisis aguda se torna ascético, y entonces es helador».
De Tomas Moro dejó dicho Samuel Johnson:
«Fue la persona de mayor virtud que estas islas han producido».
(Imagen: Paul Scofield.-Flickr)

VALLE-INCLÁN EN LA CAMA

Si nos acercamos a este hombre sentado y recostado en varios almohadones, con una tablilla sobre las rodillas y unas chinchetas sujetando las cuartillas, veremos al don Ramón que nos espera en este dormitorio, lecho en el que tiende su úlcera estomacal y su mal de vejiga, despacho de apariciones y de mendigos, habitación de personajes, recinto de comparsas, «santa compaña» que va y viene iluminando rincones, procesión de ayes por los pasillos, mancos, ciegos, capellanes, bastardos, un zagal que nos mira desde una ventana, una reina que da el pecho a un niño, el tullido y la sorda, la tropa de los siete chalanes, criados, caballeros, romance de lobos de los hijos, aullar de envidias, criados, marineros, ese rapaz que nos lleva hasta la cama, y Valle-Inclán que sigue escribiendo sin mirarnos, encerrado y aislado en este piso madrileño de la calle Santa Engracia 23, el de las ventanas y contraventanas cerradas para que no se le escapen por los aires los gritos tremendos que ahora mismo están dando las «comedias bárbaras».
Valle-Inclán escribe en cuartillas numeradas por Josefina, su mujer, cuartillas de letra rápida y nerviosa porque las acotaciones magistrales de sus obras teatrales dan inesperados giros iguales a calambres, temblores estilísticos que él no puede controlar, los personajes cruzan invectivas encima de su cama y hay un fulgor y resplandor iluminando el cuarto con las voces, voces que él ya no puede sofocar, voces que pueden oirse desde la calle.
Siempre ha escrito así. Arrebatado de creación, superando la pereza primera cuando era novio de Josefina y ella cada noche le entregaba diez cuartillas blancas que al día siguiente él tenía la «obligación» de devolver completamente escritas; si no, ella no le hablaba.
Siempre ha escrito así. Esa caligrafía indescifrable marcada por correcciones ilegibles y misteriosas tachaduras salta ahora en cada personaje. Rodea la cama el zagal de las vacas, se acercan a él la hueste de los mendigos, el ciego de Gondar le palpa la colcha y una viuda que le muestra a sus huérfanos le pide a don Ramón una limosna.

BALLET DE MEDUSAS

Catedrales de seda flotante -me dice Valéry prestándome los prismáticos-, ¿usted las ve?, fíjese bien en esas largas cintas vivas recorridas enteras por rápidas ondulaciones, por flecos y frunces que ellas pliegan y despliegan mientras se giran, se deforman, vuelan, fluidas como el fluido continuo que las aprieta y se pega a ellas y las sujeta por todas partes, hace hueco a su menor inflexión, y pasa a ocupar sus formas. Ahí, en la plenitud incomprensible del agua que parece no oponerles resistencia, esas criaturas disponen del ideal de la movilidad, y despliegan y repliegan su simetría radiante. Nada de suelo, nada de sólido para esas bailarinas absolutas; nada de tablas; sino un medio donde apoyarse en todos sus puntos, que ceden hacia donde se quiere. Nada de sólido, tampoco, en sus cuerpos de cristal elástico, nada de huesos, nada de articulaciones, ni vínculos invariables, ni segmentos que se pudiera contar…
Estamos en un acuario viendo moverse a las medusas. ¿O estamos en un teatro viendo danzar a las bailarinas de Degas? A veces, con los prismáticos, no sé dónde estoy. Quizá me encuentre en un museo, ante un cuadro de Degas que parece un ballet, ballet que a su vez parece un acuario en donde las medusas danzan. Llaman la atención ahora por la brillante luminiscencia de su pintura, por la luz fría de las blancas faldas que no centellean en el acuario, por el número de cambios trenzados cruzando el escenario. La virtuosidad, la resistencia física de estas bailarinas flotando en aguas superficiales, es atraída por el viento que intenta arrastrarlas en giros y vueltas y las faldas son a veces violetas y otras amarillas, la movilidad espacial las acerca al cine y yo tomo otra vez los prismáticos para ver las campanas de estos cabellos de medusas y seguir el color de este cuadro que está dentro del escenario, escenario que está dentro del agua.
La correspondencia de las artes es así. No sólo la pintura enlaza con la poesía y ésta a su vez se une con la música. Nunca sabemos dónde estamos. Mirando un paisaje decimos, por ejemplo: «parece un cuadro», mirando un cuadro nos asombra que supere a un paisaje, mirando a esta bailarina nos atrapa de pronto la medusa que nos lleva a Degas.