EL CRECIMIENTO DE UN NIÑO

 

“Al pasar las páginas de uno de los periódicos – comenta Chesterton en uno de susEnsayos escogidos”, seleccionados por W. H. Auden ( Acantilado) – mis ojos se posan en la frase siguiente : “ A la luz de la ciencia y el pensamiento modernos, estamos en disposición de ver que el ser humano normal repite en cierto sentido histórico la vida de la raza humana”. Se trata de una afirmación moderna muy típica: es decir, se trata de una afirmación para la que ni hay ni ha habido nunca la menor prueba. Sabemos muy poco de lo que ha sido la vida de la especie humana, y ninguna de nuestras conjeturas científicas al respecto guardan el más remoto parecido con el verdadero crecimiento del niño. Según esa teoría, un bebé empieza por golpear piedras de sílex y frotar palos para encender  fuego. Es muy frecuente ver a bebés dedicados a tales menesteres. Al cumplir los cinco años el niño, ante la deleitada mirada de sus padres, funda un pueblo. A los once, se ha convertido en una pequeña ciudad estado parecida a la antigua Atenas. Animado por eso, el niño sigue adelante y antes de cumplir  los catorce ha fundado el Imperio romano.

 

 

Pero entonces los padres se llevan un gran disgusto. Después de verlo llegar tan lejos, no sólo con placer sino con la natural sorpresa, deben prepararse para asistir al espectáculo de su decadencia. Tienen que ver a su hijo pasar por el declive del Imperio occidental y las Edades Oscuras. Verán en su expresivo rostro la invasión de los hunos y de los hombres del norte. Después de repetir la batalla de Châlons y el fracasado sitio de París parecerá un poco más feliz, y cuando llegue al siglo Xll el rostro de su hijo será tan luminoso como lo era antes cuando “repetía” a Pericles. No tengo espacio suficiente para continuar con esta notable demostración de cómo la historia se repite en nuestros jóvenes; cómo se desaniman a los veintitrés para representar el fin del medievalismo, se vuelven a iluminar porque se acerca el Renacimiento, vuelven a ensombrecerse con las disputas de los últimos años de la Reforma, se ensanchan plácidamente al llegar a la treintena como el racional siglo XVlll, hasta que por fin, a eso de los cuarenta y tres, dan un grito y le pegan fuego a la casa como símbolo de la Revolución francesa. Así ( sin duda alguna) es el desarrollo normal de un niño”.

 

 

(Imágenes-1- Walter Mori – 1956/ 2- Enzo Sellerio- Sicilia/ 3- Valentín  Alexandrovich Serov)

MEDICINA Y LITERATURA

«La profesión médica no me interesaba, pero me ofrecía la oportunidad de vivir en Londres, y de adquirir así la experiencia mundana que tanto deseaba tener – cuenta Somerset Maugham en «Recapitulación» (Plaza & Janés), evocando el recorrido de su vida -. Ingresé en el hospital de Santo Tomás en el otoño de 1892.(…) Allí estaba en contacto con todo lo que más deseaba conocer: la vida en toda su crudeza. En aquellos tres años tuve ocasión de ser testigo de todas las emociones de que es capaz un hombre. Ello excitaba en mí mi instinto dramático. Y hacía surgir al novelista que había en mí«. La vocación y la raíz de la literatura ha surgido algunas veces en contacto con la enfermedad y la medicina, y en ocasiones, como en el caso de la mexicana Bárbara Jacobs al contemplar el primer cadáver, empujó radicalmente el rumbo de una decisión, tal como conté ya en Mi Siglo. Muchos médicos han sido personajes de grandes novelas. Sólo basta poner el ejemplo de que de los 2.472 personajes de Balzac, 31 son médicos. Por otra parte, a lo largo de la Comedia Humana se aborda la tuberculosis, las fiebres pútridas, los envenenamientos, numerosas apoplejías y varias dolencias de corazón. La salud y sus carencias siempre han interesado a los grandes creadores. La falta de salud, lógicamente, ha despertado la atención de los escritores y la extension de las grandes pandemias por la Historia suscitaron descripciones numerosas, entre otras, en Bocaccio, Samuel Pepys, Defoe o Camus. Las enfermedades cercanas, al visitar puntualmente a quienes escribían, provocaron también revelaciones en su correspondencia.  Flaubert , por ejemplo, le dice a Louise Colet mientras compone Madame Bovary que su dolencia nerviosa le había causado alucinaciones y es a partir de 1853 cuando desea comentarle que ya han pasado las épocas de sus ataques nerviosos: «eran pérdidas seminales de la facultad pintoresca del cerebro – le confiesa el novelista -, cien mil imágenes que saltaban al mismo tiempo, como fuegos artificiales«.

Medicina y literatura han ido muchas veces hermanadas, como lo han hecho de algún modo también arte y enfermedad melancolía y música, comentadas igualmente aquí. Keats en sus Cartas, en los últimos años de su vida, consumido por una enfermedad mal atendida  – como cuenta Lord Houghton estudiando la correspondencia del poeta (Imán) -, reflexiona en 1820 sobre la relación que existe entre enfermedad y creación artística: «¡ de qué asombrosa manera el riesgo de abandonar este mundo hace que sus bellezas naturales se impriman en nosotros! (…) Pienso en los campos verdes; medito con el más grande cariño sobre cada flor que he conocido desde mi infancia; sus formas y colores son tan nuevos como si acabara de crearlas con una fantasía sobrehumana. Y eso ocurre porque están relacionadas con los momentos más irreflexivos y más felices de nuestra existencia. He visto flores exóticas en invernáculos, flores de la más grande belleza, pero no me importa nada de ellas. Las simples flores de nuestra primavera es lo que necesito ver otra vez».

Es la sensibilidad en la epidermis de la escritura, la evocación de la salud, el recuerdo de tantas alegrías pasadas.

(Imágenes: 1.- El boticario.-Pietro Longhi.-1752.- Galería de la Academia.-Venecia.-wikipedia/ 2. –Nora Heysen.- 1945.- f. feminine)