1968: PARÍS, MÉXICO, PRAGA, MONTEVIDEO

1968 prosigue de actualidad.
Ayer, en una amplia rueda de prensa internacional en 1050 Radio Uruguay, programa que conducía Nelson Caula reuniendo testimonios de diversas partes del mundo – México, Montevideo, Madrid, desde donde yo hablaba para comentar la «revuelta» parisina de mayo – intercambiábamos opiniones y enfoques y nos preguntábamos por qué precisamente en 1968 se agruparon tantas agitaciones – especialmente estudiantiles – en muy distintos países. Sin duda eso merece un estudio más reposado. Hablábamos también de muertos. Si 1968 fue escenario de la matanza de Tlatelolco en México y de los muertos en Montevideo, el mes de mayo en París sólo arrojó, felizmente, un muerto, y no precisamente en la capital francesa. Los heridos sí fueron abundantes en aquellas semanas y quizá uno de los que se me han quedado más en la memoria fue aquel cuerpo ensangrentado que llevaba en brazos el Premio Nobel de Física, Jacques Monod, abriéndose paso entre las barricadas del Barrio Latino en la madrugada del 11 de mayo, como cuento en mi libro en la respectiva crónica de ese día.
Hablamos también en la larga tertulia radiofónica de ayer del entonces prefecto de París, Maurice Grimaud, que el 20 de mayo tomó nota de las reuniones que al más alto nivel y a partir de las once de la mañana tuvieron lugar en el Palacio del Elíseo. Tales notas, que yo recojo en este volumen de crónicas, revelan los movimientos realizados por De Gaulle con respecto a la policía francesa en aquellas jornadas.
«El General – escribió Grimaud – quiere hablar con los reponsables del mantenimiento del orden. Está furioso de verdad. De Gaulle, sin escuchar a nadie y sin demasiados preámbulos, se lanza, con cierta mala fe:
En cinco días se han perdido diez años de lucha contra la bellaquería. ¡En cinco días hemos vuelto a los peores tiempos de la politiquería! Es cierto que hace seis años – es decir, desde que Pompidou es Primer Ministro – no se ha hecho nada. No se ha previsto nada. Todo el mundo se ha contentado con vivir al día…¡Ay! ¡Cuando yo ya no esté, esto será un desastre…!
Tras estas generalidades, expone su plan.
-Esto ya ha durado demasidado. Es la «chienlit», la anarquía. No se puede tolerar. Tiene que acabarse. He tomado una decisión. Hoy se evacuará el Odeón, y mañana la Sorbona.
Se dirige luego a Georges Gorse:
– En cuanto a la ORTF, retome usted el control de la situación. Eche a los agitadores a la calle y listo.
Pompidou no se deja impresionar. Explica al General, sustancialmente, que para llevar a cabo una política de orden, se tendría que disponer de suficientes fuerzas del orden. Pero ahora que las huelgas se han generalizado en toda Francia se ha hecho evidente una seria carencia de efectivos. Sin ir más lejos, ayer hubo que tomar veinte escuadrones de la policía parisina y enviarlos a procincias.
(…)
Pero no sólo en la Sorbona tienen mala opinión de los CRS. Christian Fouchet insiste en lo que ya ha dicho Pompidou:
-Mi General, tenga en cuenta que las fuerzas del orden están traumatizadas. No se pueden reemprender operaciones policiales generalizadas en el Barrio Latino.
(…)
Y además la prensa no es precisamente amable con la policía. De Gaulle se impacienta.
-Bueno, Fouchet, hay que darle a la policía lo que está pidiendo: ¡aguardiente!
Pompidou, imperturbable:
-Mi General, hemos pensado en ello, en efecto. Hay todo un conjunto de medidas en preparación…
De Gaulle:
-Muy bien, ¡que se apliquen inmediatamente! Aparte de esto, confirmo mis instrucciones: primero el Odeón y luego la Sorbona.
Y luego, dirigiéndose de nuevo al Ministro de Información:
-En cuanto a la radio, hay que instaurar el control sin perder un instante: expulse a los agitadores y sea usted el jefe de su propio negocio. Y dígales a los periodistas que yo he declarado: «Reforma, sí; «chienlit», no. Tome buena nota y dígaselo».
A pesar de lo que afirmó De Gaulle hasta treinta y cuatro días después – el 14 de junio – la policía no cercó el Odeón y se dispuso a ocupar los locales. Días más tarde ocurrió lo mismo con la Sorbona.
De todo esto hablábamos ayer una serie de contertulios en Radio Uruguay. De los muertos en los sucesos de distintos países aquel 1968 y del muerto en Francia aquel mes de mayo. Hablamos también de Maurice Grimaud, el hombre que tomó las notas de esta reunión a la que me refiero del 20 de mayo. El día precisamente – o mejor dicho, la noche – en que los estudiantes en la Sorbona recibieron, entre otros, a Pierre Bourdieu, Marguerite Duras y Jean-Paul Sartre.
Faltaban apenas diez días para que la «revuelta» desapareciera.
(Foto: uno de los «grafittis» aparecido en las calles de París)

CUANDO ENTONCES

Me escriben un e-mail de Radio Uruguay, de la Emisora del Sur, invitándome a participar en un próximo programa, y mis recuerdos se van cuando entonces (el título de una obra de Onetti ) con el que estuve charlando largamente en Madrid, en su casa de la Avenida de América, el 23 de febrero de 1979.

Cuando entonces todos mis recuerdos siguen en pie, «y espero, espero siempre – escribí aquel día en mi entrevista -, tendido días enteros sin comer ni dormir, y fumo incansable, bebo, abandono la Biblioteca de Uruguay y escucho a través del tabique del insomnio, no creándolo aún, pero ya imaginando que esa puerta va a abrirse y que algo de un libro abierto, poco más que episodios, va a entrar con personas que tan sólo son una y muchas a la vez, duplicadas, triplicadas, fundidas en unión clara y confusa. Y yo le haré entonces hablar a Juan Carlos Onetti, y lo soñaré hablando, y escribiré para mi personaje: ese acto de amor del escribir donde estaré ya obligado a imaginar que estoy aquí sentado, y, poco a poco, dibujar un sofá, y hacer la habitación, y poner en punto mi reloj, y concentrarme hasta ser Onetti periodista que espera al novelista Onetti; o tanto da – haciendo trampa, como «él» lo hacía cuando era «yo», tomando el ómnibus hasta la Gran Punta de las Carreteras, en el departamento de Frieda, entrando en la catedral, y haciéndome bendecir mi viaje -: tanto da; a Onetti, el novelista-periodista, lo he visto ya. Ha entrado. Quiero, y quiere hacerme este pobre muchacho de setenta años, una entrevista a mí; y yo a él. Está hecho el sofá y la habitación. Mando (manda él) que todos salgan del cuarto. Mirándolo con mis ojos cansados tras las gafas, la vista desviada, ese lector que ahora ya nos imagina, ese lector real – imaginario-, es aquel que soñando se pregunta : «¿Quién es? ¿Cuál de los dos es el Onetti auténtico?». Mientras nos lee y está a punto de dejar de leernos, le sirvo a Onetti vino, y Onetti espera a que Onetti beba el primer sorbo de su vaso».

Cuando entonces ( en aquel febrero de 1979, meciéndose hacia adelante y hacia atrás en el sofá el escritor uruguayo), me dijo Onetti dejando el vaso sobre una mesa: «No me siento escritor. Sí, en todo caso, un lector apasionado, capaz de conversar y discutir horas y horas sobre un libro. Pero ajeno. Y cuando uno escribe tampoco se siente un escritor, porque se está trabajando en la inconsciencia y lo único que me importa es escribir».

Cuando entonces bajé las escaleras de aquella casa de Madrid y describí nuestra charla larga y la publiqué luego en mi libro «Diálogos con la cultura«.

Cuando entonces ocurrió todo aquello. Aún recuerdo a aquel hombre alto, de contemplar cansino, cuando acercó su última novela hasta las gafas, apoyó el libro en sus rodillas y sacó su pluma para poner unas palabras.

Cuando entonces sucedió todo aquello.

Cuando entonces.