LEER , PENSAR, OBSERVAR

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» Cuando leemos – escribe Ernst Jünger en su «Diario» del 28 de enero de 1942 en París ( «Radiaciones» –Tusquets) -, el texto nos guía, pero también coopera al efecto nuestro propio modo de sentir y pensar, como una aureola que otorga brillo a la luz ajena.

Con ocasión de ciertas frases e imágenes se presenta en mi consciencia una gran muchedumbre de pensamientos. Me ocupo entonces del primero y hago que los demás aguarden en la antecámara, pero de vez en cuando abro la puerta para ver si siguen allí fuera. Al mismo tiempo, sin embargo, continúo también leyendo.

Cuando leo experimento siempre el sentimiento de que son cosas mías, más aun, cosas esencialmente mías las que allí están tratándose. También ese sentimiento debe provocarlo el autor. Este escribe como ser humano que mueve la pluma por el ser humano. En ese sentido se obsequia primero a sí mismo y luego a los demás.»

 

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Los pensamientos y lecturas de Jünger cruzan continuamente sobre estos apasionantes «Diarios de la Segunda Guerra Mundial» , como más adelante – en el tomo titulado «Después de los setenta» («Radiaciones Vl -(1986-1990) (Tusquets) – los ojos del gran escritor alemán se detendrán minuciosa y certeramente en las montañas, en los insectos, en la Biblia, en los sueños y en tantas cosas más. Es la observación que camina con él durante largos años (vivió más de cien), curiosidad atenta y permanente de lecturas que le suscitan continuas reflexiones. El 21 de enero de 1942, en París, escribe: «Decir: » Encuentro una persona» es lo mismo que decir : «Descubro el Ganges, Arabia, el Himalaya, el Amazonas«. Deambulo por sus secretos y por sus vastas extensiones y regreso de allí cargado de tesoros; de ese modo me transformo y me instruyo. En este sentido, sobre todo en él, estamos modelados también por nuestros prójimos, por nuestros hermanos, amigos, mujeres. Queda en nosotros el aire de otros climas – y es tan fuerte que en ciertos encuentros experimento este sentimiento: «Ese tiene que haber conocido a fulano y a mengano». De igual modo que el orfebre graba su sello en las joyas, así también el contacto con un ser humano imprime en nosotros una señal».

Observaciones precisas, lecciones de sabiduría.

(Imágenes. – 1 – Ernst Jünger-scoop.it/ Jünger.-deutschlandfunk.de)

 

 

SOBRE LOS ACANTILADOS DE MÁRMOL

Decir:»Encuentro una persona» es lo mismo que decir: «Descubro el Ganges, Arabia, el Himalaya, el Amazonas». Deambulo por sus secretos y por sus vastas extensiones y regreso de allí cargado de tesoros; de ese modo me transformo y me instruyo. En este sentido, sobre todo en él, estamos modelados también por nuestros prójimos, por nuestros hermanos, amigos, mujeres. Queda en nosotros el aire de otros climas – y es tan fuerte que en ciertos encuentros experimento este sentimiento: «Ese tiene que haber conocido a fulano y a mengano». De igual modo que el orfebre graba su sello en las joyas, así también el contacto con un ser humano imprime en nosotros una señal.
Estas palabras aparecen en el Diario de Ernst Jünger, uno de los escritores alemanes más importantes del siglo XX y uno de los más valiosos en el panorama literario europeo. Nacido en Heidelberg en 1895 moriría a los 103 años tras dejar una vida intensísima, cruzada por la Segunda Guerra mundial y jalonada por libros -novela, ensayo, Diarios – de enorme interés.
Ahora sus obras, concretamente sus Diarios de guerra, acaban de entrar en La Pléiade, esa colección de Gallimard destinada a los más célebres autores y en donde pocas figuras que no sean francesas han sido incluidas. Jünger participó en la Guerra como oficial alemán, fue trasladado a varios frentes, llegando de París al Cáucaso y formó parte, en 1944, del complot organizado por el ejército en contra de Hitler. ¿Cómo no sufrió represalias al publicar Sobre los acantilados de mármol (Destino) en 1939? En esa novela que vaticina toda una época aparece El Gran Forestal (Hitler), que dirige a unos bárbaros, gente harapienta y salvaje, amaestradora de mastines, portadores del dolor y del fuego, habitantes de las marismas y de los bosques. Frente a ellos se encuentran los que defienden unas esencias, unas islas, unos acantilados de mármol. Viven en ellos y guardan en sus memorias los secretos esenciales mientras guerrean sin cesar contra las huestes del Gran Forestal.
Jünger vio que su novela estaba en 1940 en todas las librerías de Europa. La Gestapo reclamó su cabeza y Hitler dijo que le dejaran en paz. Pero este escritor sabio, penetrante, estudioso de los insectos, amante de las mariposas y de las medidas del tiempo, seguiría publicando obras tan importantes como Abejas de cristal (Plaza Janés), Heliópolis (Seix Barral) y, sobre todo, sus Diarios titulados Radiaciones (Tusquets), piezas ejemplares para conocer la guerra y la paz, las costumbres y el corazón del hombre, un Diario imprescindible que cubre muchos años y que retrata una época.
Su observación desciende desde las grandes ideas a los pequeños detalles reveladores y así puede escribir el 16 de julio de 1940: «Era evidente que los blindados habían cruzado la ciudad combatiendo. En las calles la Vida parecía paralizada, como si tuviera cortados los tendones; aún no se había recuperado. Después de tales catástrofes es en los campos donde primero se vuelve a trabajar, más tarde vienen las comunicaciones, el comercio, los oficios. Pero lo primero de todo que el ser humano hace es comenzar otra vez a jugar; así lo he visto en los niños. Un oficial que participó en la entrada de los alemanes en París me ha contado que la primera persona con que tropezaron en las desiertas calles fue un viejo pescador que estaba pacíficamente sentado a orillas del Sena.»